Aquello era como estar al final de un laberinto y tener que volver al punto de partida. Tenían el lugar que querían registrar: la vecina casa unifamiliar en la que Hardy aseguraba guardar los recuerdos de sus crímenes. Pero necesitaban establecer la cadena de acontecimientos y pasos legales encaminados a entrar en ella que pudieran incluirse en una orden de registro y fueran aceptados y aprobados por un juez de un alto tribunal.
Bosch no reveló a Chu lo que había ocurrido en la sala de estar de Hardy. No tan solo por el abuso de confianza sucedido durante el caso Irving, sino también porque estaba claro que Bosch había obtenido la confesión de Hardy por medios coercitivos y no quería que nadie estuviera al corriente de dicha irregularidad por su parte. Cuando probablemente la defensa de Hardy alegase que este había sido coaccionado para que confesara, Bosch se contentaría con negarlo y tachar de escandalosas las tácticas de sus abogados. Hardy —el acusado— sería el único que podría cuestionar la versión de Bosch.
—Así que Bosch le dijo a Chu lo que tenían que hacer y cómo trabajar para conseguir su objetivo.
—Se supone que el propietario de esas dos casas es Chilton Hardy sénior, quien seguramente está muerto. Tenemos que registrar las dos, ahora mismo. ¿Cómo nos lo montamos?
Estaban en el jardín del complejo de viviendas. Chu contempló las casas 6A y 6B como si la respuesta estuviera pintada allí a modo de grafiti.
—Bueno, yo creo que no tiene que haber problema si alegamos haber registrado la 6B por cuestión de indicios racionales —adujo—. Encontramos a Hardy viviendo aquí y suplantando a su padre. De forma que es lógico que hayamos buscado algún indicio de qué fue lo que le pasó al viejo. Cuestión de fuerza mayor. La cosa está clara, Harry.
—¿Y qué me dices de la 6A? Esa es la casa que nos interesa de verdad.
—Bueno, pues… decimos que… Vale, creo que lo tengo. Entramos en la 6B para hablar con Chilton Hardy padre, pero al poco rato nos dimos cuenta de que en realidad estábamos ante Chilton Hardy hijo. No vimos señales de Hardy padre y se nos ocurrió que posiblemente estaba encerrado en algún lugar. O que posiblemente estaba muerto. Así que hicimos una búsqueda en la base de datos del registro de la propiedad y, mira tú por dónde, encontramos que el viejo también era propietario de la casa de al lado, cuyo título de propiedad nos resultó sospechoso. Teníamos la obligación de entrar en la casa para ver si estaba vivo o en alguna situación de peligro. Cuestión de fuerza mayor, también.
Bosch asintió al tiempo que fruncía el ceño. No le gustaba. La cosa le sonaba exactamente como lo que era. Una historia inventada para justificar su entrada en la vivienda. Era posible que un juez firmase la orden de registro, pero tendría que ser un juez que se llevara bien con la policía. Lo que él quería era una justificación a prueba de bomba. Algo que cualquier juez aprobase y que resistiera toda clase de subsiguientes apelaciones legales.
De pronto comprendió que tenía el acceso en la mano. De forma literal. En la mano tenía el llavero con las llaves. Seis llaves en total. Una exhibía el logo de los automóviles Dodge y a todas luces era de un vehículo. Había dos llaves Schlage de buen tamaño que supuso que abrían las puertas de una y otra casa. Las tres llaves restantes eran pequeñas. Dos de ellas eran del tipo empleado para abrir los buzones particulares de correos, como los que había junto a la acera.
—Las llaves —dijo—. Hay dos llaves de buzón. Vamos a ver.
Se dirigieron a la zona de los buzones. Una vez allí, Bosch probó las llaves en los buzones correspondientes al complejo 6. Pudo abrir los asignados a las casas 6A y 6B. Reparó que el apellido en el 6A era Drew, lo que tomó como un mal chiste por parte de Hardy, en referencia a la detective femenina de una serie de libros muy popular en los sesenta. Hardy y Drew viviendo uno al lado del otro.
—Muy bien. Encontramos estas llaves en posesión de Hardy —expuso—. Probamos de abrir los buzones y vimos que tenía acceso a dos de ellos, el 6A y el 6B. Nos fijamos en que había dos llaves Schlage grandes, lo que nos llevó a sospechar que correspondían a esas dos casas. Miramos en el registro de la propiedad y vimos que la casa 6A había estado a nombre del padre pero ahora estaba a otro nombre. Nos pareció raro, pues el cambio de propiedad había tenido lugar después de que Hardy empezara a suplantar a su padre, o eso sospechábamos. Razón por la que necesitamos entrar en la 6A, para ver si el viejo estaba dentro. Llamamos a la puerta, no nos respondieron, y por eso ahora necesitamos una orden de registro.
Chu asintió. La propuesta le gustaba.
—Creo que se sostiene. ¿Quieres que redacte la solicitud así?
—Sí. Hazlo. Redáctala dentro de la casa, y así de paso vigilas a Hardy.
Bosch apretó el llavero que tenía en la mano.
—Voy a entrar en la 6A, para ver si todo esto vale la pena.
Eso se llamaba saltarse la orden de registro. Efectuar el registro antes de que la orden fuera oficialmente sancionada por un juez. Era una práctica policial muy arriesgada, que de ser conocida podía llevar a la pérdida de la placa y hasta al ingreso en la cárcel. Pero lo cierto era que las órdenes de registro muchas veces eran sancionadas con pleno conocimiento de lo que iba a ser encontrado en la vivienda o en el vehículo determinados. Porque la policía ya había estado en el interior.
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer, Harry? —preguntó Chu.
—Sí. Si Hardy antes me ha colado un farol, mejor saberlo ahora que después, para no meter la pata.
—En ese caso, espera hasta que haya entrado en la casa, que así no me entero de lo que estás haciendo.
Bosch abrió el brazo en dirección a la puerta de la 6B como un maître de restaurante, mientras hacía una ligera reverencia. Chu echó a andar hacia la casa, pero se detuvo.
—¿Cuándo vamos a decirle a los de por aquí lo que estamos haciendo en su ciudad? —preguntó.
—¿Quiénes son los de por aquí?
—Los del cuerpo de policía de Los Alamitos.
—Todavía no —dijo Bosch—. Cuando el juez haya firmado la orden de registro, entonces los llamaremos.
—No les va a gustar.
—Que les den. Es nuestro caso y es nuestra detención.
Bosch tenía claro que ese pequeño cuerpo de policía no tenía ninguna oportunidad de hacerse oír frente al todopoderoso LAPD.
Chu se encaminó otra vez a la puerta de la casa 6B. Bosch se dirigió al coche. Abrió el maletero y sacó de la caja del material varios pares de guantes de goma, que metió en el bolsillo de su americana. Cogió una linterna, por si era necesaria, y cerró el maletero.
Echó a andar hacia la 6A, pero de pronto se vio sorprendido por unos gritos que llegaban de la casa 6B. Era Hardy.
Bosch entró en la 6B. Hardy seguía tumbado bajo el sofá. Chu estaba sentado en una silla que había traído de la cocina, trabajando en su ordenador portátil. Hardy guardó silencio al apercibirse de la entrada de Bosch.
—¿Y este por qué chilla?
—Primero quería un cigarrillo. Ahora quiere un abogado.
Bosch fijó la mirada en el sofá volcado.
—Podrás llamar a tu abogado en cuanto comuniquemos tu detención.
—¡Entonces deténganme!
—Primero vamos a comprobar que todo está en orden por aquí. Y si sigues chillando, te vamos a poner una mordaza.
—Tengo derecho a que me asista un abogado. Usted mismo me lo ha dicho.
—Podrás llamarlo cuando llamemos a todo el mundo. Cuando estés oficialmente detenido.
Bosch se volvió para salir por la puerta.
—¿Bosch?
Se volvió hacia Hardy otra vez.
—¿Ya ha entrado?
Bosch no respondió. Hardy continuó:
—Van a hacer películas sobre nosotros, ya lo verá.
Chu levantó la vista e intercambió una mirada con Bosch. Había asesinos que disfrutaban con el miedo y el horror despertados por su historial. Monstruos de la vida real, leyendas urbanas que se convertían en realidades urbanas. Hardy había pasado muchos años escondido. Y por fin había llegado el momento de alcanzar la celebridad.
—Claro, claro —dijo Bosch—. Vas a ser el mierda más famoso de todos en el corredor de la muerte.
—Por favor. Sabe perfectamente que me las arreglaré para que pasen veinte años antes de que me apliquen la inyección letal. Como mínimo. ¿Quién cree que hará mi papel en la película?
Bosch no contestó. Salió por la puerta de la casa y echó un vistazo a su alrededor, para ver si por la calle pasaba algún coche o peatón. Allí no se veía a nadie. Fue andando con rapidez a la puerta de la 6A y sacó el llavero de Hardy del bolsillo. Insertó una de las dos llaves Schlage en la cerradura y tuvo suerte a la primera. Era la llave correcta. Abrió la puerta, entró y la cerró a sus espaldas.
De pie en el recibidor, se puso unos guantes de látex. La vivienda estaba tan oscura como la noche. Resiguió la pared con la mano enguantada hasta encontrar un interruptor.
La débil luz de una bombilla en el techo reveló que la 6A era la casa de los horrores. Un tabique mal construido cubría por entero las ventanas de la fachada, asegurando la privacidad, así como una capa de insonorización. Las cuatro paredes del vestíbulo venían a ser una galería de collages fotográficos y artículos de periódicos sobre asesinatos, violaciones y torturas. De periódicos de ciudades tan distantes como San Diego, Phoenix y Las Vegas. Artículos sobre raptos inexplicados, cadáveres encontrados en uno u otro lugar, personas desaparecidas. Estaba claro que si todos esos casos eran obra de Hardy, este había sido un criminal acostumbrado a viajar. Su territorio de caza era inmenso.
Bosch estudió las fotografías. Las víctimas de Hardy eran tanto chicos como chicas. Niños, en algunos casos. Bosch avanzaba paso a paso, examinado las imágenes horrorosas. Se detuvo al llegar a una primera página completa de Los Angeles Times, amarillenta y cuarteada a esas alturas, en la que aparecía el rostro sonriente de una adolescente junto a un artículo sobre su desaparición en un centro comercial de West Valley. Se acercó para leer el texto y vio su nombre. Conocía ese nombre, así como el caso, y de pronto recordó por qué le había resultado familiar la dirección que constaba en el carné de conducir de Hardy.
Finalmente tuvo que apartarse de aquellas terribles imágenes. Simplemente estaba haciendo una inspección rápida, previa al registro a fondo de la vivienda. Tenía que seguir mirando. Cuando llegó a la puerta del garaje, supo lo que iba a encontrar antes incluso de abrirla. En el interior estaba aparcada una furgoneta blanca de trabajo. La herramienta primordial de Hardy a la hora de llevar a cabo un rapto.
La furgoneta era una Dodge de modelo bastante reciente. Bosch la abrió con la llave y miró en el interior. En ella tan solo había un colchón y una barra para colgar herramientas de la que pendían dos rollos de cinta adhesiva gruesa. Bosch insertó la llave en el contacto y puso en marcha el motor, a fin de mirar el cuentakilómetros. La furgoneta había recorrido más de doscientos mil kilómetros, lo que era otra indicación del territorio abarcado por el asesino. Apagó el motor, salió de la furgoneta y cerró la portezuela.
Había visto lo suficiente para saber qué era lo que habían descubierto, pero algo le llevó a subir al piso de arriba de todas maneras. Lo primero que hizo fue entrar en el dormitorio de la parte delantera, que encontró desprovisto de mobiliario. Lo único que había era pequeños montones de ropa. Camisetas con las efigies de estrellas del rock, distintos pares de pantalones vaqueros. Otros pequeños montones de sujetadores, ropa interior y cinturones. Las prendas de las víctimas.
La puerta del gran armario estaba cerrada con candado. Bosch volvió a echar mano al llavero e insertó la llave más pequeña en el candado. Abrió la puerta del armario y encendió la luz de la pared exterior. El interior estaba vacío. Las paredes, el techo y el suelo estaban pintados de negro. En la pared del fondo había dos gruesas argollas de acero situadas a un metro del suelo. Estaba claro que allí era donde Hardy había encerrado a sus víctimas. Bosch pensó en todas las personas que habían pasado sus últimas horas en ese lugar, amordazadas, amarradas a las argollas, a la espera de que Hardy entrase para poner fin a su agonía.
En el dormitorio posterior había una cama con un colchón desnudo. En un rincón había una cámara con trípode. Bosch abrió las puertas del armario y comprobó que se trataba de un centro audiovisual. Había cámaras de vídeo, viejas cámaras fotográficas, cámaras Polaroid, y un ordenador portátil. Los estantes superiores estaban llenos de cajas con discos DVD y vídeos VHS. En uno de ellos había tres viejas cajas de zapatos. Bosch cogió una y la abrió. En su interior había multitud de fotografías Polaroid, casi todas desvaídas después de tanto tiempo. Fotografías en las que aparecían distintos jóvenes de uno u otro sexo haciendo felaciones a un hombre cuyo rostro no era visible.
Bosch devolvió la caja de zapatos a su estante y cerró las puertas del armario. Salió otra vez al pasillo. El cuarto de baño estaba tan sucio como el de la casa 6B, pero la mugre en la bañera tenía una tonalidad entre marrón y rojiza, y Bosch comprendió que allí era donde Hardy lavaba los cuerpos de sangre. Salió del cuarto de baño y miró en el armario del pasillo. En el interior tan solo había una bolsa negra de plástico de más de un metro de altura cuya forma recordaba a la de un gran bolo de bolera. En lo alto tenía un asa. Bosch la agarró y la acercó hacia sí. En la parte inferior había dos ruedas, de forma que la sacó al pasillo rodando. La bolsa daba la impresión de estar vacía, y Bosch se preguntó si sería de un instrumento musical de algún tipo.
Pero entonces vio la marca del fabricante en uno de los lados de la gran bolsa alargada. Ponía «Golf+Go Systems», y Harry comprendió que era una bolsa diseñada para transportar palos de golf en los aviones. La extendió sobre la moqueta y la abrió; al hacerlo, se dio cuenta de que en la abertura había dos pasadores que podían cerrarse con llave. Estaba vacía, pero vio que en lo alto de la bolsa había tres orificios recortados con tijeras, del tamaño aproximado de una moneda de diez centavos cada uno.
Bosch la cerró, la enderezó y volvió a dejarla en el armario, para que la encontraran allí durante el registro oficial. Cerró la puerta y bajó la escalera.
Cuando estaba a mitad de camino por la escalera, de repente se detuvo y se agarró a la barandilla con fuerza. Comprendió que los agujeros en la bolsa para palos de golf se habían hecho para permitir el paso del aire. Y se daba cuenta de que la bolsa era la suficientemente grande para albergar a un niño o a una persona poco corpulenta. De pronto se sintió abrumado por la inhumanidad y la depravación de todo aquello. Podía oler la sangre. Podía oír las súplicas ahogadas. Sabía el dolor y el sufrimiento que encerraba ese lugar.
Apoyó el hombro en la pared un momento y se deslizó por ella hasta caer sentado sobre los escalones. Se echó hacia delante con los codos apoyados en las rodillas. Estaba hiperventilando e hizo lo posible por ralentizar la respiración. Se pasó la mano por los cabellos y se la llevó a la boca.
Cerró los ojos y se acordó de otra ocasión en la que estuvo en un lugar que olía a muerte, agazapado en un túnel y lejos de su hogar. Por entonces era poco más que un niño; estaba asustado y trataba de controlar la respiración. Esa era la clave. Si uno controla la respiración, también controla el miedo.
No estuvo sentado más de dos minutos, pero tuvo la sensación de que en realidad había transcurrido una noche entera. Finalmente normalizó la respiración, y el recuerdo de los túneles fue diluyéndose.
Oyó el sonido del teléfono móvil; finalmente salió de aquella oscuridad. Lo cogió y miró la pantalla. Era Chu.
—¿Sí?
—Harry, ¿todo en orden? Estás tardando mucho en volver.
—Estoy bien. Estoy allí en un minuto.
—¿Seguimos adelante?
Chu estaba preguntando si Bosch había encontrado en la casa 6A lo que necesitaban encontrar.
—Sí. Seguimos adelante.
Desconectó y llamó al número directo de Tim Marcia. Sin dar muchos detalles, explicó al jefe de la sala de inspectores lo que sucedía.
—Vamos a necesitar que venga bastante gente —precisó—. Creo que hay mucho trabajo que hacer. También vamos a necesitar un portavoz para la prensa y alguien que haga de enlace con el cuerpo local de policía. No estaría de más establecer un puesto de mando, porque vamos a estar aquí toda la semana.
—Entendido. Me pongo en marcha —dijo Marcia—. Voy a hablar con la teniente, para empezar a moverlo todo. Por lo que dices, parece que vamos a tener que enviar a todo el mundo.
—No estaría de más.
—¿Estás bien, Harry? Tienes la voz un poco rara.
—Estoy bien.
Le dio la dirección y colgó. Continuó sentado un par de minutos más e hizo la siguiente llamada, al móvil de Kizmin Rider.
—Harry, sé por qué me estás llamando, y lo único que puedo decirte es que todo fue muy meditado. Se ha tomado la decisión que es mejor para el cuerpo de policía, y lo mejor es que no volvamos a hablar del asunto. Es lo mejor para ti, también.
Rider estaba refiriéndose al artículo del Times sobre Irving y la concesión de taxis. Bosch ahora encontraba que ese caso era lejanísimo. Y una tontería, también.
—No estoy llamando por eso.
—Ah. Pues bien, ¿qué es lo que pasa? Te noto un poco alterado.
—Estoy bien. Hemos encontrado algo muy gordo, y al jefe le interesará estar informado. ¿Te acuerdas del caso Mandy Phillips? ¿Lo que pasó en West Valley hace nueve o diez años?
—No. Refréscame la memoria.
—Una niña de trece años a la que raptaron en el centro comercial. Nunca la encontraron y no hubo detenciones.
—¿Has encontrado al que lo hizo?
—Sí. Y hay un detalle. Este tipo renovó el carné de conducir hace tres años. Y a la hora de poner su dirección puso la de la casa donde vivía esa niña.
Rider guardó silencio, asombrada por la temeridad de Hardy.
—Me alegro de que hayas encontrado a ese individuo.
—Pero la niña no fue la única. Estamos en Orange County haciéndonos una idea de lo sucedido. Pero este caso va a ser tremendo. El tipo asegura que hay treinta y siete víctimas.
—¡Dios mío!
—Tiene un armario lleno de cámaras, fotos y vídeos. Vídeos en formato VHS, Kiz. Este tipo lleva mucho tiempo haciendo de las suyas.
Bosch sabía que estaba corriendo un riesgo al revelar todo esto a Rider mientras se estaba saltando la orden de registro. En su momento habían sido compañeros de equipo, pero el estrecho vínculo que los unía estaba empezando a erosionarse. Sin embargo, estaba corriendo el riesgo. Haciendo abstracción del politiqueo y de los peces gordos, si no podía confiar en ella, entonces no podía confiar en nadie.
—¿Le has contado todo esto a la teniente Duvall?
—Se lo he contado al jefe de inspectores. No todo, pero sí lo suficiente. Creo que van a venir con todo el personal disponible.
—Muy bien, voy a estar encima del asunto. No sé si el jefe querrá ir personalmente. Pero seguro que querrá que su nombre salga a relucir. Es posible que incluso piensen en usar el auditorio del edificio.
En la planta baja del edificio central de la policía había un auditorio que se utilizaba para ceremonias de entrega de premios, eventos especiales y ruedas de prensa de importancia. Como la que pronto iba a tener lugar.
—De acuerdo. Pero esta no es la principal razón por la que te he llamado.
—Vaya, ¿y cuál es la razón principal?
—¿Has hecho algo en referencia al traslado de mi compañero de equipo?
—Eh, no. Llevo una mañana más bien ajetreada.
—Bien. Pues no lo hagas. Olvídate del asunto.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—De acuerdo. Lo que tú digas.
—Y en lo tocante a la otra cosa que me comentaste. Sobre la extensión de mi permanencia en el cuerpo a los cinco años. ¿Te parece que todavía puedes hacerlo?
—Cuando te hice la oferta lo veía bastante posible. Pero ahora va a ser pan comido. Van a insistir en que sigas en el cuerpo, Harry. Estás a punto de hacerte famoso.
—No quiero hacerme famoso. Lo que quiero es seguir llevando casos.
—Te entiendo. Voy a pedir los cinco años de extensión.
—Gracias, Kiz. Creo que voy a volver a ocuparme del asunto. Hay mucho trabajo por hacer.
—Buena suerte, Harry. Que no haya cosas raras.
Con ello quería decir que no quebrantara ninguna norma en absoluto. El caso era demasiado importante.
—Entendido.
—Y otra cosa, Harry.
—Dime.
—Esta es la razón por la que hacemos nuestro trabajo. Por individuos como este. Los monstruos como él no dejan de operar hasta que los pillamos. La nuestra es una profesión noble. Piensa en todas las personas a las que acabas de salvar.
Bosch asintió y se acordó de la bolsa para palos de golf. Sabía que ese recuerdo iba a acompañarlo a partir de ese momento. Hardy tenía razón cuando dijo que la irrupción en la 6A iba a cambiarlo para siempre.
—No las suficientes —dijo.
Colgó el teléfono y se puso a pensar. Dos días atrás se veía incapaz de sobrellevar los últimos treinta y nueve meses de su carrera profesional. Ahora quería seguir trabajando cinco años enteros. Por mucho que hubiera podido meter la pata en el caso Irving, ahora se daba cuenta de que su misión no se había terminado. Su misión siempre seguía en activo, y siempre iba a haber trabajo que hacer.
«Esta es la razón por la que hacemos nuestro trabajo».
Bosch asintió. Kiz tenía razón.
Se agarró a la barandilla y se levantó. Echó a andar escalera abajo. Necesitaba salir de aquella casa y ver la luz del sol.