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Bosch y su hija se pusieron en marcha temprano la mañana del sábado. Aún estaba oscuro cuando salieron en coche de las colinas, enfilaron la autovía 101 hasta el centro y torcieron por la 110 hacia Long Beach. Embarcaron en el primer transbordador a la isla Catalina, sin que Bosch en ningún momento perdiera de vista la caja cerrada con llave de las pistolas mientras se adentraban en un amanecer gris y frío. Después de desembarcar en la isla, desayunaron en el Pancake Cottage de Avalon, el único establecimiento que Harry se atrevía a comparar favorablemente con el Du-par’s de Los Ángeles.

Bosch quería que su hija desayunara bien, porque su plan era almorzar tarde, después del campeonato de tiro. Harry sabía que un poco de hambre al mediodía no le vendría mal a la hora de mantener la concentración y la puntería.

Un año antes, después de que Maddie le anunciara que de mayor quería ser agente de policía, Bosch había empezado a enseñarle el funcionamiento y el mantenimiento de las armas de fuego, pero sin demasiadas consideraciones filosóficas. Bosch era policía, de forma que en su casa había pistolas. Era lo natural, y Harry pensaba que lo adecuado era enseñar a su hija a manejarse con las armas. Al mismo tiempo, hizo que se inscribiera en varios cursillos impartidos en la galería de tiro de Newhall.

Pero Maddie había ido mucho más allá de los conocimientos rudimentarios sobre el uso seguro de las armas de fuego. El tiro al blanco le apasionaba, y había desarrollado una vista y un pulso realmente certeros. Al cabo de seis meses hacía gala de una puntería bastante mejor que la de su padre. Cada sesión terminaba con una competición entre ambos, y Maddie pronto resultó imbatible. Siempre acertaba en el círculo central a los diez metros de distancia y se las ingeniaba para mantener la puntería constante al vaciar un peine de dieciséis balas.

Pronto no tuvo suficiente con ganar a su padre con las pistolas del propio Harry. Y por eso estaban en Catalina. Maddie iba a participar en un concurso juvenil en el club de tiro situado en la parte posterior de la isla. Se trataba de un concurso de pistola de eliminatoria única en el que iba a formar parte del grupo de participantes adolescentes. La resolución de cada eliminatoria se decidiría tras disparar seis veces a los blancos de papel desde diez, quince y veinticinco metros de distancia.

Habían escogido el campeonato de Catalina porque era un torneo pequeño y tenían claro que disfrutarían de la jornada con independencia de lo que Maddie hiciera en el club de tiro. Maddie nunca había estado en aquella isla, y hacía años que Bosch no la visitaba.

Resultó que Maddie era la única chica en concursar. Le tocó competir con siete chicos, emparejados al azar. Maddie ganó la primera eliminatoria, tras superar unos resultados más bien pobres en el blanco a diez metros y conseguir hacer diana en siete de los ocho círculos interiores en el blanco a quince y a veinticinco metros. Bosch estaba tan contento y orgulloso de su hija que tenía ganas de ir corriendo a abrazarla. Pero se contuvo, ya que sabía que un gesto así tan solo serviría para subrayar que era la única chica del campeonato. En su lugar, él era el único espectador que aplaudía desde las mesas para comer que habían situado frente al campo de tiro. Y se puso las gafas de sol para que ningún desconocido viera el brillo en sus ojos.

Maddie fue eliminada en la siguiente ronda por una sola diana de diferencia, pero Maddie encajó bien la decepción. El hecho de que hubiera competido y vencido en la primera eliminatoria era suficiente para que la excursión valiese la pena. Bosch y ella se quedaron a mirar la última eliminatoria juvenil y el principio del torneo para adultos. Maddie trató de que Harry saliera a competir, pero él no quiso. No tenía la vista de antes y sabía que no contaba con la menor oportunidad de ganar.

Comieron en el Busy Bee y estuvieron mirando los escaparates en Crescent antes de coger el transbordador de las cuatro de vuelta a casa. La brisa oceánica era fría, por lo que se sentaron en el interior, donde Bosch pasó el brazo por los hombros de Maddie. Harry tenía claro que las demás chicas de su edad no tenían aficiones como las armas de fuego y el tiro al blanco. Las demás chicas no veían que sus padres por las noches estudiaran libros de asesinato, autopsias y fotos del lugar de los hechos. Ni tenían que quedarse solas en casa porque sus padres salían armados para cazar criminales. La mayoría de los padres se dedicaban a formar a las ciudadanas del futuro. Médicas, profesoras, madres, herederas del negocio familiar. Bosch estaba formando a una guerrera.

De pronto se acordó de Hannah Stone y su hijo. Volvió a apretar el hombro de su hija. Había estado pensando en algo, y había llegado el momento de hablar del asunto.

—Una cosa, Mads —dijo—. No tienes que hacer nada de esto, si no quieres. No lo hagas por mí. Me refiero a lo del tiro y las pistolas. Y a lo de estudiar para policía. Tienes que hacer lo que quieras. Lo que tú misma escojas.

—Ya lo sé, papá. Yo misma escojo, y lo que quiero hacer es esto. Ya lo estuvimos hablando hace tiempo.

Bosch tenía la esperanza de que un día Maddie podría dejar atrás el pasado y centrarse en algo nuevo. Él había sido incapaz de hacerlo, y le inquietaba que su hija estuviera saliendo igual.

—Muy bien, preciosa. Total, aún queda mucho tiempo por delante.

Pasaron unos minutos, mientras Bosch seguía dándole vueltas a la cabeza. Las torres de perforación del petróleo cercanas al puerto empezaban a ser visibles. Le sonó el móvil y vio que se trataba de David Chu. Dejó que saltara el contestador. No iba a fastidiar ese momento por cuestiones del trabajo o, lo más probable, porque Chu se pusiera a implorarle una segunda oportunidad. Se metió el móvil en el bolsillo y besó a su hija en la cabeza.

—Creo que siempre voy a estar preocupado por ti —dijo—. No eres el tipo de chica que quiere estudiar para ser maestra o cualquier otra carrera poco peligrosa.

—El colegio no me gusta, papá. ¿Por qué iba a querer ser maestra?

—No lo sé. Para cambiar el sistema, para mejorar las cosas de modo que a los chavales de mañana les guste un poco más ir al colegio.

—¿Una sola maestra podría hacer todo eso…? Olvídalo.

—Tan solo hace falta una persona. Siempre es una persona la que empieza a cambiar las cosas. Pero, como digo, tú haz lo que quieras. Tienes tiempo de sobras. Y supongo que seguiré preocupándome por ti hagas lo hagas.

—No, si me enseñas todo cuanto sabes. Entonces no tendrás que preocuparte, porque seré tan buena como tú.

Bosch se echó a reír.

—Si vas a ser como yo, me veré obligado a andar por la vida con un rosario en una mano, una pata de conejo en la otra y hasta un trébol de cuatro hojas tatuado en el brazo.

Maddie le clavó el codo en el costado.

Bosch dejó que pasaran unos minutos. Cogió el móvil otra vez y miró si Chu había dejado algún mensaje. No era el caso, por lo que Bosch supuso que habría llamado para implorarle perdón otra vez. No era el tipo de mensaje que uno dejaría en un buzón de voz.

Volvió a meterse el móvil en el bolsillo, se volvió hacia su hija un instante y repuso en tono serio:

—Mira, Mads, hay otra cosa que quiero explicarte.

—Ya lo sé. Que vas a casarte con esa mujer del lápiz de labios, ¿verdad?

—No, estoy hablando en serio. Y no había lápiz de labios en la copa.

—Ya lo sé. ¿Qué quieres decirme?

—Bueno, estoy pensando en devolver la placa. En jubilarme. Quizá ha llegado el momento.

Maddie guardó silencio. Harry esperaba que su hija le dijera que tenía que abandonar esos pensamientos negativos, pero —cosa que hablaba bien de ella— en realidad parecía estar tratando de ponerse en su lugar, sin limitarse a responder de forma inmediata y acaso errónea.

—Pero ¿por qué? —preguntó finalmente.

—Bueno, pues porque pienso que estoy empezando a perder facultades. Como pasa en todos los campos (en el deporte, en el tiro, a la hora de tocar música, incluso al pensar de forma creativa), siempre llega un momento en que las cosas van para abajo. Y no estoy seguro del todo, pero es posible que ese momento me haya llegado y que sea mejor que lo deje. He visto a otras personas que no se han dado cuenta a tiempo, y los peligros entonces son mayores. No quiero perderme la oportunidad de verte crecer y destacar en lo que quieras hacer.

Maddie asintió en aparente conformidad, pero su aguda percepción al momento la llevó a discrepar.

—¿Has llegado a esta conclusión solo por lo sucedido en un caso?

—No por el caso en sí, pero sí que lo que ha pasado es un buen ejemplo. Me equivoqué por completo. Tengo que pensar en cómo hubiera enfocado el asunto hace cinco años. Incluso hace dos años. Es posible que esté perdiendo el sexto sentido que hace falta en este trabajo.

—Pero a veces uno tiene que equivocarse para terminar acertando.

Maddie se volvió en el asiento y lo miró directamente.

—Como tú mismo dices, cada uno toma sus propias decisiones. Pero yo, en tu lugar, no me apresuraría demasiado a la hora de tomar esta decisión.

—No me estoy apresurando. Primero tengo que encontrar a cierto pájaro que sigue en libertad. Y pensaba que quizá este sería un buen remate a mi carrera.

—Pero ¿y qué vas a hacer si te jubilas?

—No estoy seguro, pero tengo clara una cosa. Que entonces me sería más fácil ser un buen padre. Pasar más tiempo contigo, ya me entiendes.

—Eso no necesariamente significa ser mejor padre. No lo olvides.

Bosch asintió. A veces le resultaba difícil creer que estaba hablando con una chica de quince años. Esta era una de aquellas ocasiones.