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El viernes por la mañana, Bosch llegó tarde a la sala de inspectores, pues su hija se había retrasado al prepararse para ir al colegio. Cuando entró y se dirigió a su cubículo, los demás miembros de la Unidad de Casos Abiertos/No Resueltos ya estaban en sus puestos de trabajo. Se dio cuenta de que todos lo miraban con disimulo, lo que le indicó que el Times había publicado esa mañana la historia que le había pedido a Chu que le explicara a Emily Gomez-Gonzmart. Al entrar en el cubículo dirigió una mirada casual al despacho de la teniente y reparó en que la puerta estaba cerrada y las persianas echadas. O Duvall también se había retrasado o estaba escondiéndose.

En su escritorio había un ejemplar del Times, por cortesía de su compañero de equipo.

—¿Lo has leído ya? —preguntó Chu, que estaba sentado ante su escritorio.

—No. No estoy suscrito al Times.

Bosch tomó asiento y dejó el maletín en el suelo junto a su silla. No tuvo que hojear el periódico para dar con el artículo, pues este aparecía en la esquina inferior izquierda de la primera página. Con leer el titular ya tuvo suficiente.

EL LAPD ESTABLECE QUE EL HIJO DEL CONCEJAL SE SUICIDÓ

Se fijó en que el artículo venía firmado por Emily Gomez-Gonzmart y otro periodista, Tad Hemmings, de quien Bosch nunca había oído hablar. Iba a leerlo cuando el teléfono del escritorio sonó. Era Tim Marcia, el azote de la brigada.

—Harry, en la oficina del jefe quieren hablar contigo y con Chu. La teniente ya ha subido y os están esperando.

—Pensaba tomarme un café, pero supongo que lo mejor es que vayamos.

—Sí. Es lo que yo haría en vuestro lugar. Y buena suerte. He oído que el concejal está en el edificio.

—Gracias por el soplo.

Bosch se levantó y se volvió hacia Chu, que estaba al teléfono. Señaló al techo, indicando que tenían que subir. Chu puso fin a la llamada, se levantó y cogió la cazadora colgada del respaldo de la silla.

—¿La oficina del jefe? —preguntó.

—Sí. Nos están esperando.

—¿Cómo nos lo montaremos?

—Tú di lo menos posible. Deja que sea yo el que responda a las preguntas. Si no estás de acuerdo con algo de lo que diga, no lo muestres ni me contradigas. Haz ver que estás de acuerdo, ¿entendido?

—Lo que tú digas, Harry.

Bosch advirtió el sarcasmo en la voz de su compañero.

—Sí. Lo que yo diga.

No había más que hablar. Subieron por el ascensor en silencio y, al llegar al piso décimo, en seguida fueron conducidos a una sala de reuniones en la que los aguardaba el jefe de policía. Bosch nunca lo había tenido tan fácil a la hora de acceder a uno de los mandos del cuerpo, y más aún al mismísimo jefe de policía.

La sala de reuniones parecía sacada de un bufete de abogados del centro de la ciudad. Una mesa larga y pulimentada, una pared acristalada con vistas a los edificios de oficinas municipales. El jefe de policía estaba sentado presidiendo la mesa, acompañado por Kiz Rider a su derecha. A uno de los lados de la mesa estaban sentados el concejal Irving y dos de sus colaboradores.

La teniente Duvall se encontraba frente a ellos, de espaldas a las vistas de la ciudad; con un gesto indicó a Bosch y a Chu que se acomodaran en las sillas a su lado. Ocho personas en una reunión referente a un suicidio, se dijo Bosch. Y a nadie de cuantos estaban en el edificio le importaba una mierda que Lily Price llevara veinte años muerta y que Chilton Hardy llevara otros tantos en libertad.

El jefe fue el primero en hablar.

—Muy bien, ya no falta nadie. Estoy seguro de que todos han leído el Times de esta mañana, en la edición impresa o la edición digital. Creo que todo el mundo está un poco sorprendido por la publicidad que ha adquirido este caso y…

—Más que sorprendido —terció Irving—. Quiero saber por qué el maldito Los Angeles Times ha recibido esta información antes que yo. Antes que la familia de mi hijo.

Clavó el dedo índice en la mesa para subrayar su disgusto. Por suerte, Bosch estaba sentado en una silla giratoria, lo que le permitía girarla de forma pausada y mirar los rostros situados frente a él y en el extremo de la mesa. No dio ninguna respuesta, a la espera de que la persona con mayor poder que había en la sala le indicara que hablase. Esa persona no era Irvin Irving, por muy empeñado que estuviera en clavar su dedo rechoncho en la mesa.

—Inspector Bosch —dijo el jefe finalmente—. Cuéntenos qué es lo que sabe al respecto.

Bosch asintió y giró de nuevo la silla, hasta situarse directamente frente a Irving.

—En primer lugar, yo no sé nada sobre ese artículo del periódico. No he sido yo quien les ha contado la historia, aunque la cosa tampoco me sorprende. Desde el primer día, en esta investigación ha habido más filtraciones que en una red de pescar. No sé si la filtración esta vez ha tenido lugar en la oficina del jefe, en el Ayuntamiento o en Robos-Homicidios, pero el hecho es que la noticia ha sido publicada y que es cierta. Y quisiera corregir una cosa que ha dicho el concejal. En realidad, ha sido la mujer de George Irving la que nos ha facilitado la información que nos ha sido más útil a mi socio y a mí para determinar que su muerte fue un suicidio.

—¿Deborah? —Se sorprendió Irving—. Ella no les ha dicho nada.

—No nos dijo nada el primer día. Es cierto. Pero durante una entrevista posterior se mostró más franca en lo tocante a la situación de su matrimonio y la vida y el trabajo de su marido.

Irving se arrellanó en el asiento y arrastró el puño por la mesa.

—Ayer me dijeron en esta oficina que se estaba investigando un homicidio, que en el cuerpo de mi hijo había indicios de una agresión anterior al impacto fatal y que era probable que un policía o antiguo policía estuviera implicado. Esta mañana leo el periódico y me encuentro con algo distinto por completo. Leo que se trata de un suicidio. ¿Saben cómo se llama esto? Tomarse la revancha. También se llama ocultación, y voy a solicitar formalmente al Ayuntamiento que una comisión independiente revise su supuesta investigación. Asimismo voy a pedirle al fiscal del distrito, el que salga elegido en las elecciones del mes que viene, que revise todo este caso y la manera en que se ha llevado.

—Irv —dijo el jefe—. Usted pidió que pusiéramos al inspector Bosch al frente del caso. Se comprometió a aceptar sus conclusiones, y resulta que estas ahora no le gustan. ¿Y por eso quiere que nos embarquemos en una investigación acerca de la investigación?

El jefe llevaba tanto tiempo en el cuerpo que tenía la prerrogativa de dirigirse al concejal por su nombre de pila. Ninguno de los demás presentes en la sala se atrevería a hacer una cosa así.

—Pedí que fuera él porque pensaba que era lo bastante íntegro para ajustarse a la verdad, pero es evidente que…

—Harry Bosch es más íntegro que cualquier otra persona que yo haya conocido. Más que cualquier otra persona en esta sala.

Era Chu quien había hablado, y todos los presentes se lo quedaron mirando asombrados por su estallido. Incluso Bosch estaba atónito.

—No empecemos con los ataques personales —recriminó el jefe—. Lo primero que tenemos que hacer es…

—Si llega a establecerse una investigación de la investigación —intervino Bosch—, lo más probable es que termine usted en el banquillo de los acusados, concejal.

Todos se quedaron de una pieza. Pero Irving se recuperó al punto de su asombro.

—¡¿Cómo se atreve?! —Exclamó con la rabia en los ojos—. ¿Cómo se atreve a decir una cosa así delante de otras personas? ¡Voy a hacer que le retiren la placa! Llevo casi cincuenta años trabajando para el Ayuntamiento, y nunca nadie me ha acusado de ninguna irregularidad. Falta menos de un mes para que sea reelegido por cuarta vez, y no va a ser usted quien lo evite o influya en los ciudadanos que quieren que los represente.

Se hizo el silencio. Uno de los asistentes de Irving abrió una carpeta de cuero en cuyo interior había un cuaderno de los que suelen utilizar los abogados. Hizo una anotación, y Harry supuso que sería: «Retirar placa Bosch».

—Inspector Bosch —dijo Rider—. ¿Por qué no nos explica un poco lo que acaba de decir?

—George Irving alardeaba de ser un especialista en negociar con el Ayuntamiento, pero en realidad no era mucho más que un chanchullero, un correo, un chico de los recados. Tenía sus contactos personales tras haber trabajado como policía y abogado del Ayuntamiento, pero su contacto principal era su padre, el concejal. Si un cliente quería algo, lo que George hacía era llevarle el recado a su padre. Si un cliente quería una subcontrata de construcción o una concesión de taxis, tenía que ir a hablar con George, que era quien podía conseguirla.

Bosch miró directamente a Irving al mencionar una concesión de taxis. Detectó un ligero temblor en una de sus pestañas y lo encontró revelador. No estaba revelando nada que el anciano no supiera de antemano.

—¡Esto es un escándalo! —Vociferó Irving—. ¡Que alguien ponga fin a todo esto! Este hombre está resentido conmigo desde hace tiempo y por eso está determinado a ensuciar el trabajo de toda mi vida.

Bosch guardó silencio. Tenía claro que ese era el momento en que el jefe de policía iba a escoger un bando. O él o Irving.

—Creo que vale la pena escuchar lo que el inspector Bosch tiene que decirnos.

No se dejó intimidar por la acerada mirada de Irving, y Bosch comprendió que el jefe estaba asumiendo un riesgo enorme. Estaba plantándole cara a uno de los personajes más poderosos en el Ayuntamiento. Estaba apostando por él, y Harry se dijo que tenía que darle las gracias a Kiz Rider.

—Adelante, inspector —indicó el jefe.

Bosch echó la cabeza hacia delante y fijó la mirada en el jefe.

—Hace dos meses, George Irving rompió con su mejor amigo. Un agente de policía a quien conocía desde que estuvieron juntos en la academia. La amistad terminó cuando este agente comprendió que George y su familia habían estado utilizándolo, sin que él supiera nada, con la idea de que uno de los clientes de George consiguiera una lucrativa concesión de taxis. El concejal pidió de forma directa al agente que empezara a hacer constantes pruebas de alcoholemia a los conductores de la compañía que actualmente posee la concesión, sabedor de que un historial lleno de pruebas de alcoholemia y detenciones dificultaría que le fuera renovada.

Irving proyectó el rostro hacia delante y señaló a Bosch con el dedo.

—Aquí es donde empiezan los infundios —acusó—. Sé de quién está hablando, pero la petición la hice en respuesta a una queja formal que me llegó. Más que una petición fue un comentario hecho en un evento social. En la fiesta por la graduación de mi nieto, de hecho.

Bosch asintió.

—Sí, una fiesta que tuvo lugar dos semanas después de que su hijo firmara un contrato de servicios por valor de cien mil dólares con los taxis Regent, que más tarde anunciaron su plan de obtener la concesión municipal en poder de la compañía sobre la que usted se quejó. Solo es una suposición, pero creo que un gran jurado difícilmente encontraría que se trató de una casualidad. Estoy seguro de que su oficina tendría que dar el nombre de la ciudadana que efectuó la queja, que sería sometida a investigación.

Bosch señaló el cuaderno de notas de su asistente.

—Igual le conviene apuntar lo que acabo de decir.

Se volvió hacia el jefe de policía otra vez.

—El agente en cuestión entendió que estaba siendo utilizado por los Irving y fue a hablar con George. Y ese fue el final de la amistad entre ambos. En solo tres semanas, George perdió a tres de las personas más importantes en su vida. Su amigo le acusó de ser un aprovechado, si no un delincuente; su hijo único se fue de casa para estudiar en la universidad, y la semana pasada la mujer con la que llevaba veinte años casado le hizo saber que lo abandonaba. Había estado aguantando el matrimonio hasta que su hijo se fuera de casa y ahora también se marchaba.

Irving reaccionó como si le hubieran soltado un bofetón. Estaba claro que no sabía nada sobre el fin del matrimonio de su hijo.

—Durante una semana entera, George hizo lo posible por convencer a Deborah de que se echara atrás, ya que estaba empeñado en retener a la única persona que le quedaba —continuó Bosch—. Pero no lo consiguió. El domingo, doce horas antes de su muerte, compró un billete de avión a su hijo, para que fuera a casa al día siguiente. Su intención era explicarle el tema de la separación al chaval. Pero en su lugar, esa noche George se registró en el Chateau Marmont sin equipaje. Cuando le dijeron que la suite 79 estaba libre, pidió que se la dieran, pues era la suite que compartió con Deborah en su noche de bodas.

»Pasó unas cinco horas en la habitación. Sabemos que bebió mucho y que se terminó una botella de whisky de las de trescientos cincuenta mililitros. También sabemos que recibió la visita de un antiguo policía llamado Mark McQuillen, que se había enterado por casualidad de su presencia en el hotel. McQuillen fue expulsado del cuerpo en una caza de brujas política dirigida por el subcomisario Irving hace veinticinco años. Y ahora era uno de los socios propietarios de la compañía de taxis que George Irving estaba intentando borrar del mapa. Se abalanzó sobre George en la terraza y, sí, le agredió. Pero no lo tiró por la barandilla. McQuillen se encontraba en un restaurante abierto toda la noche situado a tres manzanas de distancia cuando George se tiró. Hemos confirmado su coartada, y la conclusión del caso para mí está clara. George Irving se suicidó.

Terminado su informe, Bosch se arrellanó en el asiento. En la sala se había hecho el silencio. Irving necesitó unos segundos para examinar las distintas facetas del caso y responder.

—Hay que detener a McQuillen. Está claro que nos encontramos ante un crimen preparado de forma meticulosa. Antes estaba en lo cierto cuando dije que se trataba de una venganza. McQuillen estaba convencido de que yo había terminado con su carrera profesional. Y fue él quien acabó con mi hijo.

—Hay un vídeo que muestra a McQuillen sentado a la barra de ese restaurante entre las dos y las seis de la madrugada —aclaró Bosch—. Su coartada es más que sólida. Es verdad que estuvo con su hijo por lo menos dos horas antes de su muerte. Pero no se encontraba en el hotel cuando su hijo se tiró por la terraza.

—Y está la cuestión del billete de avión —terció Chu—. Estaba previsto que el chico viniera en avión el lunes. No porque su padre hubiera muerto, como la familia nos quiso hacer creer el lunes. El billete le llegó antes, y eso McQuillen no pudo arreglarlo de ninguna de las maneras.

Bosch miró a su compañero un instante. Era la segunda vez que Chu desobedecía la orden de mantenerse callado. Pero su intervención había sido muy convincente en ambos casos.

—Concejal Irving, creo que hemos tenido bastante por el momento —dijo el jefe—. Inspectores Bosch y Chu, quiero tener el informe completo de la investigación en mi escritorio antes de las dos del mediodía. Voy a leerlo, y luego voy a conceder una rueda de prensa. Concejal, puede estar a mi lado durante la rueda de prensa, si quiere, pero entiendo que se trata de una cuestión muy personal y que seguramente preferirá dejarlo correr. Si al final opta por asistir, sugiero que sus colaboradores me lo hagan saber.

El jefe asintió y guardó silencio durante una fracción de segundo por si alguien quería añadir algo. Nadie dijo nada, de modo que se levantó. La reunión había terminado y el caso estaba cerrado. Irving sabía que siempre podía insistir y pedir una revisión y una nueva investigación, pero toda iniciativa de ese tipo entrañaba considerables riesgos en el plano político.

Bosch lo tenía por un pragmático que consideraría más oportuno olvidarse del asunto. La pregunta era otra: ¿el jefe también preferiría olvidar lo sucedido? Bosch había expuesto una trama de corrupción política. Una trama que sería complicado investigar, y más ahora que uno de sus principales integrantes estaba muerto. Y era imposible saber qué podrían averiguar interrogando a la gente de los taxis Regent. ¿El jefe optaría por seguir investigando? ¿O preferiría dejar las cosas como estaban y contar con un as en la manga en un juego de cartas cuyo nivel a Bosch se le escapaba por entero?

En cualquier caso, Bosch estaba convencido de que acababa de brindar al jefe en bandeja la forma de plantarle cara a la poderosa facción enemiga de la policía que existía en el gobierno municipal. Si jugaba sus cartas con acierto, era incluso posible que consiguiera que las horas extras volvieran a ser abonadas otra vez. Por su parte, Bosch estaba satisfecho por haber hecho bien su trabajo. Su Némesis del pasado iba a detestarlo más que nunca, pero eso tampoco importaba demasiado. Bosch era incapaz de vivir en un mundo sin enemigos. Los enemigos venían con el sueldo.

Todos se levantaron para salir de la sala, y la situación prometía ser tensa cuando Irving y Bosch tuvieran que esperar juntos el ascensor. Rider arregló la cosa al invitar a Bosch y a Chu a pasar a su despacho.

Después de que Irving y sus colaboradores se marcharon, los dos inspectores siguieron a Rider a su espacio de trabajo.

—¿Les apetece tomar alguna cosa? —preguntó ella—. Supongo que tendría que haberles ofrecido algo al principio de la reunión.

—Estoy bien —dijo Bosch.

—Lo mismo digo —repuso Chu.

Rider fijó la mirada en Chu. No tenía idea de sus anteriores comportamientos desleales.

—Buen trabajo, caballeros —felicitó—. Inspector Chu, que sepa que me parece admirable su disposición a dar la cara y defender a su compañero y su investigación. Bien hecho.

—Gracias, teniente.

—Y bien, ¿le importaría salir un momento al antedespacho? Tengo que hablar un momento con el inspector Bosch en relación con su plan de jubilación opcional.

—No hay problema. Nos vemos ahora, Harry.

Chu salió, y Rider cerró la puerta. Bosch y ella se miraron un largo instante. En el rostro de la teniente se fue pintando una sonrisa. Meneó la cabeza.

—Creo que te lo has estado pasando en grande ahí fuera —dijo—. Mientras veías cómo Irving no podía responderte nada y mientras se hundía él solo como el perro que es.

Bosch negó con la cabeza.

—La verdad es que no. Irving a estas alturas no me importa en absoluto. Pero hay algo que sigo sin entender. ¿Por qué razón insistió en que el caso lo llevara yo?

—Yo creo que por el motivo exacto que dijo en su momento. Porque sabía que pondrías toda la carne en el asador. Y también porque necesitaba saber si alguien había matado a su hijo para vengarse de él. Pero lo que no esperaba era que la investigación llegase a esta conclusión.

Bosch asintió.

—Es posible.

—Además, el jefe no ha querido dejarlo entrever delante de Irving, pero le has hecho un favor impresionante. Y la buena noticia es que está más que dispuesto a recompensarte. Para empezar, he pensado en extender el plazo hasta la jubilación y concederte los cinco años enteros. ¿Cómo lo ves, Harry?

Rider sonrió, segura de que Bosch estaría encantado de continuar trabajando veintiún meses más.

—Déjame pensarlo —dijo él.

—¿Estás seguro? Las ocasiones hay que pillarlas al vuelo.

—Voy a decirte una cosa. A ver si puedes conseguir que Chu salga de Casos Abiertos/No Resueltos. Eso sí, haz que continúe en la Brigada de Robos-Homicidios. En un puesto de los buenos.

Rider entrecerró los ojos con extrañeza. Antes de que pudiera hablar, Bosch agregó:

—Y no me hagas preguntas al respecto.

—¿Estás seguro de que no quieres hablar de esto conmigo?

—Estoy seguro, Kiz.

—Muy bien. Veré qué puedo hacer. Irving ya habrá salido del ascensor, así que sugiero que vuelvas a tu mesa a escribir ese informe. Tiene que estar a las dos, ¿lo recuerdas?

—Nos vemos a las dos.

Bosch salió del despacho y cerró la puerta a sus espaldas. Chu estaba sentado a la espera, sonriendo con orgullo por su desempeño en la reunión, desconocedor de que su trayectoria profesional acababa de dar un vuelco sin que le hubieran dado ocasión de decir palabra.