Eran las ocho y media cuando Bosch se detuvo frente a la casa en la que había vivido George Irving. Las luces seguían encendidas en el interior, pero la puerta del garaje estaba cerrada, y no se veía ningún automóvil en el caminillo del jardín. Bosch estuvo mirando unos minutos y no vio señales de actividad tras las ventanas iluminadas. Si Deborah Irving y su hijo estaban dentro, no lo parecía.
Echó mano al móvil y, según lo convenido, envió un mensaje de texto a su hija. La había dejado sola en casa, tras anunciarle que volvería antes de un par de horas y que le informaría de la llegada a su destino y de su partida después.
Maddie respondió al momento.
Todo bien. He terminado los deberes. Estoy mirando la serie Castle en el ordenador.
Bosch se metió el móvil en el bolsillo y salió del coche. Tuvo que llamar dos veces, y cuando por fin se abrió la puerta, Deborah Irving apareció en el umbral.
—¿Inspector Bosch?
—Mis disculpas por presentarme a estas horas, señora Irving. Necesito hablar con usted.
—¿No podemos esperar hasta mañana?
—Me temo que no, señora.
—Muy bien. Pase.
Abrió y lo condujo hasta la sala y el sillón en el que se había sentado al principio de la investigación.
—Hoy le he visto en el funeral —dijo ella—. Chad me ha contado que también habló con usted.
—Sí. ¿Chad sigue aquí?
—Va a quedarse hasta el fin de semana, pero ahora mismo no está en casa. Ha ido a ver a una antigua novia. Es un momento muy difícil para él, como comprenderá.
—Sí, lo comprendo.
—¿Puedo ofrecerle un café? Tenemos una Nespresso.
Bosch no sabía a qué se refería la mujer, pero negó con la cabeza.
—Estoy bien, señora Irving.
—Llámeme Deborah, por favor.
—Deborah.
—¿Ha venido a decirme que va a detener a alguien pronto por el caso?
—Eh, no, no es eso. He venido a decirle que no voy a detener a nadie.
Deborah lo miró con expresión de sorpresa.
—Papá… eh, el concejal Irving me dijo que había un sospechoso. Que la cosa tenía que ver con los competidores de una de las compañías con las que George estaba trabajando.
—No. Estuve investigando en ese sentido, pero estaba equivocado.
Se fijó en la reacción de la mujer. Su rostro solo mostraba verdadera sorpresa.
—Usted fue quien me confundió —continuó—. Usted y el concejal, y hasta el mismo Chad, no me dijeron toda la verdad. No tenía lo que necesitaba, y por eso he estado dando palos de ciego en busca de un asesino cuando en realidad nunca ha existido un asesino.
Deborah de pronto empezó a mostrarse indignada.
—¿Qué quiere decir? Papá me ha dicho que había muestras de una agresión, que a George lo estuvieron asfixiando. Me ha contado que el responsable seguramente era un policía. No me diga que está tratando de cubrirle la espaldas porque se trata de un compañero.
—No es el caso, Deborah, y creo que ya lo sabe. El día que me presenté aquí, el concejal le indicó lo que tenía que decirme, lo que convenía explicar y lo que convenía callar.
—No sé de qué me habla.
—Como el hecho de que la habitación alquilada por su marido era la habitación en la que pasaron su noche de bodas. Como el hecho de que estaba previsto que su hijo viniera a Los Ángeles el lunes. Estaba previsto antes incluso de que su marido saliera de casa esa noche.
Dejó que la mujer terminara de asimilar todo eso, que se diera cuenta de lo que tenía y de lo que sabía.
—Chad iba a venir porque ustedes dos tenían algo que decirle, ¿correcto?
—¡Esto es ridículo!
—¿En serio? Quizá sea mejor que primero hable con Chad, que le pregunte qué fue lo que se le dijo al enviarle el billete de avión el domingo a mediodía.
—Deje a Chad en paz. Ya lo está pasando suficientemente mal.
—Entonces cuéntemelo, Deborah. ¿Por qué no me dice la verdad? No puede ser una cuestión de dinero. Hemos mirado las pólizas del seguro. Estaban en vigor, y en ellas no había ninguna cláusula referente a un posible suicidio. Usted va a llevarse el dinero, con independencia de si George se mató o no.
—¡Él no se mató! Voy a llamar a Irvin. Le voy a contar todo lo que está explicando.
Deborah hizo amago de levantarse.
—¿Le anunció a George que iba a abandonarlo? ¿Es eso? ¿Por eso George utilizó la fecha de su boda como combinación de la caja fuerte en su habitación? Su hijo se había ido, y ahora usted también iba a abandonarlo. Ya había perdido a su amigo Bobby Mason, y lo único que le quedaba era un empleo como chico de los recados al servicio de su propio padre.
Deborah recurrió a lo que Bosch siempre consideraba el último recurso de una mujer. Se puso a llorar.
—¡Canalla! Va a destruir la reputación de un hombre. ¿Es eso lo que quiere? ¿Eso lo hará feliz?
Bosch se tomó su tiempo antes de responder:
—No, señora Irving, no es eso.
—Quiero que se vaya ahora mismo. ¡Hoy he enterrado a mi marido! ¡Y quiero que se vaya de mi casa!
Bosch asintió pero no hizo ademán de marcharse.
—Me iré cuando me cuente lo que pasó.
—¡No tengo nada que contarle!
—Entonces será Chad quien me lo cuente. Voy a esperarlo.
—Muy bien. Mire, Chad no sabe nada. Tiene diecinueve años, no es más que un niño. Si habla con él, va a dejarlo marcado para siempre.
Bosch comprendió que todo tenía que ver con su hijo, que para ella lo primordial era evitar que supiera que su padre se había suicidado.
—Entonces tendrá usted que hablar conmigo primero. Es su última oportunidad, señora Irving.
Deborah agarró los brazos del sillón y bajó la cabeza.
—Le dije que nuestro matrimonio se había acabado.
—¿Y cómo se lo tomó?
—No se lo tomó bien. No lo había visto venir, porque no veía en qué clase de persona se había convertido. En un oportunista, en un chanchullero, en un recadero, como acaba de decir. Chad se había ido, y decidí hacer lo mismo. Ya no había nadie más en casa. No había razón para quedarme. No me iba por nada ni por nadie. Me iba para escapar de él.
Bosch echó el rostro hacia delante y apoyó los codos en las rodillas, facilitando que la conversación fuese más íntima.
—¿Cuándo tuvo lugar esa conversación? —preguntó.
—Hace una semana. Estuvimos hablándolo una semana entera, pero no cambié de idea. Le pedí que hiciera venir a Chad, o yo misma iría a verlo para decírselo en persona. El domingo le compró el billete.
Bosch asintió. Todos los detalles encajaban.
—¿Y qué me dice del concejal? ¿Alguien se lo contó?
—No lo creo. Yo no se lo dije, y él no mencionó nada después de que… cuando ese día vino y me dijo que George había muerto. No mencionó nada entonces ni lo ha hecho hoy en el funeral.
Bosch sabía que eso no significaba nada. Irving podía haber estado manteniendo en secreto lo que sabía, a la espera de ver qué dirección tomaba la investigación. En último término, tampoco importaba lo que Irving supiera o cuándo lo había sabido.
—El domingo por la noche, cuando George salió de casa, ¿qué fue lo que le dijo?
—Ya se lo he contado antes. Me dijo que iba a dar una vuelta en coche. Eso fue todo. No me dijo adónde iba.
—¿En algún momento amenazó con suicidarse mientras estuvieron hablando durante la semana anterior a su muerte?
—No.
—¿Está segura?
—Por supuesto que estoy segura. No le estoy mintiendo.
—Dice usted que estuvieron hablándolo durante varias noches. ¿Él no aceptaba su decisión?
—Claro que no. Aseguraba que no iba a permitir que me fuera. Yo respondía que no iba a poder impedírmelo. Me iba. Estaba preparada. No se trataba de una decisión tomada a la ligera. Me he pasado mucho tiempo aprisionada en un matrimonio sin amor, inspector. Empecé a concebirlo todo el mismo día que Chad recibió la carta de la Universidad de San Francisco confirmando su ingreso.
—¿Tenía un lugar a donde ir?
—Un lugar, un trabajo, un coche… Lo tenía todo.
—¿Dónde pensaba ir?
—A San Francisco. Cerca de Chad.
—¿Por qué no me contó todo esto desde el principio? ¿Qué razón tenía para escondérmelo?
—Mi hijo. Su padre estaba muerto, y no estaba claro de qué manera. Chad no tenía por qué saber que el matrimonio de sus padres había llegado a su final. No quería hacerle pasar por eso.
Bosch meneó la cabeza. Según parecía, a aquella mujer no le importaba que su engaño hubiera estado a punto de causar que McQuillen fuera acusado de asesinato.
Se oyó un ruido procedente de otro punto de la casa, y Deborah pareció alarmarse.
—Es la puerta trasera. Chad acaba de entrar. No le diga nada de todo esto, por lo que más quiera.
—Va a enterarse de todas maneras. Lo mejor sería que yo hablara con él. Su padre seguramente se lo explicó cuando le pidió que viniese a Los Ángeles.
—No, no se lo explicó. Yo estaba en la habitación cuando lo llamó. George simplemente le dijo que necesitábamos que estuviera en casa unos días por una emergencia familiar. George le aseguró que todos estábamos bien de salud, pero que necesitábamos que viniera. No le cuente todo esto. Ya se lo contaré yo misma.
—¿Mamá?
Era Chad quien llamaba, desde otro lugar de la casa.
—Estoy en la sala de estar, Chad —respondió su madre.
Deborah miró a Bosch con ojos suplicantes.
—Por favor —susurró.
Chad Irving entró en la estancia. Iba vestido con un polo y pantalones vaqueros. Llevaba el cabello desgreñado, de forma sorprendentemente distinta al cuidadoso peinado que lució en el funeral.
—Chad —dijo Bosch—. ¿Cómo estás?
El muchacho asintió.
—Bien. ¿Cómo es que está aquí? ¿Ha detenido ya al asesino de mi padre?
—No, Chad —repuso su madre al instante—. El inspector Bosch sencillamente sigue investigando lo sucedido. Y tenía que hacerme unas cuantas preguntas referentes a su investigación. Eso es todo. De hecho, el inspector Bosch estaba a punto de irse.
Era infrecuente que Bosch dejara que otra persona hablase en su nombre, mintiese e incluso estuviera prácticamente echándolo de casa. Pero Harry esta vez siguió la comedia. Incluso se levantó del sofá.
—Sí, creo que ya tengo lo que necesitaba. Quisiera hablar un poco más contigo, Chad, pero creo que podemos dejarlo para mañana. Porque mañana seguirás estando aquí, ¿verdad?
Bosch dijo todo esto sin dejar de mirar a Deborah. El mensaje era claro. Si Deborah quería ser quien se lo dijera, mejor que lo hiciese esa noche. De lo contrario, Bosch estaría de regreso al día siguiente.
—Sí. Me quedo hasta el domingo.
Bosch asintió y dio un paso hacia la puerta.
—Señora Irving, tiene usted mi número. Llámeme si surge alguna otra cosa. No hace falta que me acompañen a la salida.
Bosch salió de la sala de estar y, un momento después, de la casa. Dejó el caminillo a sus espaldas y cruzó el césped en diagonal hacia su coche.
En ese momento recibió un mensaje de texto. Era de su hija, como era de esperar. Era la única persona que le enviaba mensajes de texto.
Me voy a la cama a leer. Buenas noches, papá.
De pie junto al coche, le respondió de inmediato.
Ahora mismo voy para casa… ¿O…?
La respuesta de Maddie asimismo fue rápida.
Ocean.
Era un juego al que solían jugar, un juego que tenía su finalidad. Harry le había enseñado el alfabeto fonético usado por el LAPD y acostumbraba a poner a prueba su memoria a la hora de enviarle un mensaje de texto. Otras veces, cuando iban juntos en coche, Bosch señalaba la matrícula de un coche y pedía a Maddie que se la dijera en el código fonético.
Envió un nuevo mensaje a su hija.
EEMC
«Esa es mi chica».
Una vez en el coche, bajó la ventanilla y contempló la casa de los Irving. Las luces de la planta baja estaban ahora apagadas. Pero la familia —lo que quedaba de ella— seguía despierta en el piso de arriba, manejándose con los destrozos que George Irving había dejado tras de sí.
Puso el motor en marcha y se dirigió a Ventura Boulevard. Cogió su móvil y llamó a Chu. Miró el reloj del salpicadero y vio que tan solo eran las nueve y treinta y ocho. Había tiempo de sobra. La hora de cierre de la edición matinal del Times era a las once de la noche.
—¿Harry? ¿Todo en orden?
—Chu, quiero que llames a esa novia tuya del Times. Dile que…
—No es mi novia, Harry. He cometido un error, pero me molesta que sigas hurgando en la herida.
—Bueno, pues a mí me molestas tú, Chu. Pero necesito que hagas una cosa. Llámala y cuéntale la historia. Sin dar nombres. Que ponga eso de «fuentes bien informadas». El LAPD…
—Harry, no va a fiarse de mí. Antes la he amenazado con arruinar su carrera profesional para que no publicara el artículo. Ni siquiera va a querer hablar conmigo.
—Sí que va a querer. Porque le interesa tener la primicia. Primero mándale un correo electrónico diciéndole que quieres arreglar las cosas con ella y que vas a contarle la historia. Luego llámala. Pero que no dé nombres en el artículo. «Fuentes bien informadas». El cuerpo de policía mañana va a anunciar que el caso George Irving está cerrado. Se ha establecido que su muerte fue un suicidio. Asegúrate de decirle que, tras una semana de investigación, el LAPD ha determinado que Irving tenía problemas maritales y estaba sometido a tremendas presiones y dificultades relacionadas con su trabajo. ¿Lo has pillado? Quiero que se lo digas con esas mismas palabras.
—Entonces ¿por qué no la llamas tú mismo?
—Porque es tu chica, Chu. Ahora llámala, mándale un correo o un mensaje de texto y cuéntaselo todo tal y como acabo de decir.
—Va a querer saber más detalles. Todo esto es muy genérico. Querrá saber lo que ella llama detalles reveladores.
Bosch pensó un momento.
—Dile que la habitación desde la que Irving se tiró había sido su suite nupcial veinte años atrás.
—Eso es bueno. Le gustará. ¿Qué más?
—Nada más. Es suficiente.
—¿Por qué tiene que ser ahora? ¿Por qué no mañana por la mañana?
—Porque si el artículo aparece en la edición impresa de mañana, va a ser difícil cambiar la versión de los hechos. Justo lo que quiero evitar. Complicaciones que tienen que ver con los peces gordos y el politiqueo, Chu. Esta conclusión del caso no va a gustarle al concejal del Ayuntamiento. Y en consecuencia tampoco va a gustarle al jefe de policía.
—Pero ¿es la verdad?
—Sí, es la verdad. Y la verdad tiene que salir a relucir. Dile a GoGo que si se porta bien, hay más material para ella. Un material que le va a interesar publicar.
—¿Qué material?
—Te lo cuento luego. Ahora ponte con el asunto. O la chica no va a llegar al cierre.
—Harry, ¿siempre vamos a estar igual? Siempre me dices lo que tengo que hacer y cuándo tengo que hacerlo. ¿Es que yo no tengo nada que decir?
—Vas a tener mucho que decir, Chu. Con tu próximo compañero de equipo.
Bosch colgó. Durante el resto del trayecto a casa estuvo pensando en todo lo que estaba poniendo en movimiento. En el periódico, en Irving y en Chu.
Estaba corriendo muchos riesgos y no dejaba de preguntarse si era porque se había dejado confundir a lo largo de la investigación. ¿Quizá ahora estaba castigándose a sí mismo? ¿O a los que lo habían estado confundiendo?
Al emprender el ascenso por Woodrow Wilson hacia su casa recibió una nueva llamada. Suponía que era Chu para confirmarle que había telefoneado y que la noticia aparecería en la edición impresa del Times por la mañana. Pero no era Chu.
—Hannah, estoy trabajando.
—Ah. Pensé que podríamos hablar.
—Bueno, ahora mismo estoy solo y tengo unos minutos. Pero como digo, estoy trabajando.
—¿En la escena de un crimen?
—No, en un interrogatorio, por llamarlo de algún modo. ¿Qué es lo que pasa, Hannah?
—Bueno, dos cosas. ¿Hay alguna novedad en el caso relacionado con Clayton Pell? Clayton me lo pregunta cada vez que me ve. Me gustaría poder contarle algo.
—Bueno, pues no hay mucho más, la verdad. Digamos que he tenido que aparcar un poco el caso mientras me ocupaba de este otro asunto. Pero la cosa ya está casi resuelta, de forma que muy pronto voy a ocuparme otra vez del caso Pell. Puedes decírselo a Clayton. Vamos a encontrar a Chilton Hardy. Eso se lo garantizo.
—Muy bien, Harry.
—¿De qué otra cosa querías hablarme?
Bosch sabía de qué se trataba, pero era a ella a quien correspondía decirlo.
—Sobre nosotros, Harry… Entiendo que he complicado las cosas por culpa de los problemas con mi hijo. Siento haberlo hecho y espero no haberlo echado todo a perder. Me gustas mucho y esperaba que volviéramos a vernos.
Bosch se detuvo frente a su casa. Su hija había dejado encendida la luz del porche. Sentado en el coche, respondió:
—Hannah…, la verdad es que últimamente no paro de trabajar. Tengo dos casos entre manos y estoy tratando de resolverlos a la vez. ¿Por qué no hablamos de todo esto el fin de semana próximo o a principios de la semana que viene? Te llamo, o llámame tú, si quieres.
—Muy bien, Harry. Hablamos la semana próxima.
—Sí, Hannah. Buenas noches, y que tengas un buen fin de semana.
Bosch abrió la portezuela y le costó lo suyo salir del coche. Estaba exhausto. La carga de la verdad resultaba pesada. Y todo cuanto quería era sumirse en un sueño oscuro en el que nada pudiera afectarlo.