El funeral por George Irving el jueves por la mañana estaba muy concurrido. Pero Bosch no sabía discernir si todos los asistentes se encontraban allí para rendirle un último homenaje al difunto o para reforzar los vínculos con su padre, el concejal del Ayuntamiento. Muchos de los miembros de la élite política de la ciudad estaban presentes, igual que los mandos principales del cuerpo de policía. Incluso estaba presente el rival del concejal Irving en las próximas elecciones, el hombre que no tenía la menor oportunidad de ganarlas. Parecía que habían llegado a una especie de tregua política con la intención de mostrarle sus respetos al muerto.
Bosch se encontraba ligeramente apartado de los reunidos en torno a la tumba, contemplando el desfile de peces gordos que se acercaban a ofrecer sus condolencias a Irvin Irving y demás familiares del fallecido. Era la primera vez que veía a Chad Irving, la tercera generación de la familia. Físicamente se parecía mucho más a su madre. Estaba junto a ella, con la cabeza gacha y sin apenas levantar la mirada cuando alguien le tendía la mano o le cogía por el brazo. Daba la impresión de estar hundido, mientras que su madre se mostraba estoica y no lloraba en absoluto, posiblemente sumida en una nebulosa farmacológica.
Bosch estaba tan absorto en la observación de las permutaciones familiares y políticas de la escena que no reparó en que Kiz Rider se apartaba un momento del jefe de policía. De pronto apareció por el lado izquierdo de Harry, tan silenciosa como un asesino a sueldo.
—¿Harry?
Bosch se giró.
—Teniente Rider, me sorprende verte aquí.
—He venido con el jefe.
—Sí, ya lo he visto. Un gran error.
—¿Por qué lo dices?
—Porque en este momento no creo que sea buena idea mostrarle apoyo a Irvin Irving.
—¿Las cosas han progresado desde que hablamos ayer?
—Sí, podríamos decir que sí.
Bosch resumió la entrevista con Robert Mason y la clara implicación de que el concejal era cómplice en el intento de conseguir que Regent se hiciera con la concesión de Hollywood detentada por Black and White. Terminó por decir que su intervención seguramente desencadenó los acontecimientos que llevaron a la muerte de George Irving.
—¿Mason está dispuesto a prestar testimonio?
Bosch se encogió de hombros.
—No se lo pregunté, pero Mason sabe cómo funcionan estas cosas. Es policía y le gusta su trabajo, lo suficiente para romper su amistad con George Irving al darse cuenta de que lo estaban utilizando. Sabe que si lo llaman como testigo y se niega a declarar, su carrera en el cuerpo se habrá terminado para siempre. Yo creo que sí que prestará declaración. Me sorprende que no esté aquí hoy. Pensé que habría algo de jaleo.
Rider echó una mirada a la gente. El servicio había concluido y los asistentes empezaban a desperdigarse entre las lápidas en dirección a sus automóviles.
—No nos conviene un follón en este lugar, Harry. Si lo ves, llévatelo de aquí.
—Esto está acabando. Y él no ha venido.
—Ya. ¿Y ahora qué vas a hacer?
—Hoy es el gran día. Voy a llevarme a McQuillen a comisaría para hablar con él.
—No tienes indicios suficientes para acusarlo de nada.
—Seguramente no. Pero mi compañero ahora mismo está otra vez en el hotel con un equipo de recogida de muestras. Van a repasarlo todo otra vez. Si conseguimos situar a McQuillen en la suite o en la escalera de incendios, el caso está cerrado.
—Es mucho suponer.
—Si lleva reloj, también es posible que podamos asociarlo a las marcas en la espalda del muerto.
Rider asintió.
—Es posible, pero, como tú mismo dijiste antes, tampoco sería definitivo. En caso de juicio, nuestros especialistas declararían que las marcas se corresponden con su reloj. Pero él siempre podría hacer que otros especialistas declarasen que no se corresponden.
—Ya. Escucha, teniente, creo que estoy a punto de tener compañía. Quizá sea mejor que te vayas.
Rider miró a la pequeña multitud que seguía en el cementerio.
—¿Quién?
—Irving lleva un rato mirándome como si no estuviera mirándome. Creo que va a venir a hablar conmigo. Y diría que está esperando a que te marches.
—Muy bien, pues te dejo solo. Buena suerte, Harry.
—Seguramente la voy a necesitar. Nos vemos, Kiz.
—Sigue manteniéndote en contacto.
—Entendido.
Rider se alejó en dirección al pequeño corrillo establecido en torno al jefe de policía. Casi al momento, Irvin Irving aprovechó para acercarse a Bosch. Antes de que Harry pudiera saludarlo, el concejal le dijo lo que estaba pensando:
—Resulta terrible enterrar a un hijo sin saber por qué murió.
Bosch tuvo que contenerse. Había decidido que este no era el momento para enfrentarse a Irving. Todavía quedaba trabajo por hacer. Primero McQuillen, y luego Irving.
—Lo comprendo —dijo—. Espero tener algo para usted muy pronto. En uno o dos días.
—No es suficiente, inspector. No he sabido nada de usted, y lo que he oído no me reconforta. ¿Está investigando otro caso en paralelo a la muerte de mi hijo?
—Señor, yo llevo varios casos abiertos, y no puedo dejar de lado el trabajo porque un político utilice sus influencias y me asigne una nueva investigación. Todo cuanto necesita saber es que sigo con el caso y voy a ponerlo al día antes del final de la semana.
—No basta con que me ponga al día, Bosch. Quiero saber qué fue lo que pasó y quién le hizo esto a mi hijo. ¿Está claro?
—Está claro, sí. Pero ahora me gustaría hablar un momento con su nieto. ¿Podría usted…?
—No es buen momento.
—No va a haber un buen momento, concejal. Y si me exige resultados, no puede impedirme que siga investigando. Necesito hablar con el hijo de la víctima. En este momento nos está mirando. ¿Puede hacerle una seña para que se acerque?
Irving miró en dirección a la tumba y vio que Chad estaba solo. Le hizo un gesto para que se acercara. El joven se apresuró en llegar, y el concejal hizo las presentaciones.
—Concejal, ¿le importa si hablo con Chad unos minutos a solas?
Irving lo miró como si se sintiera traicionado pero no quería que su nieto se diese cuenta.
—Por supuesto —dijo—. Estoy en el coche. Nos iremos pronto, Chad. Otra cosa, inspector, quiero tener noticias suyas pronto.
—Así será, señor.
Bosch cogió a Chad Irving por el brazo y lo apartó de su abuelo con delicadeza. Echaron a andar hacia un bosquecillo que había en el centro del cementerio. Allí estarían a la sombra y en privado.
—Chad, siento la muerte de tu padre. Lo estoy investigando y confío en averiguar pronto qué fue lo que pasó.
—Muy bien.
—Siento molestarte en este momento tan difícil, pero tengo que hacerte unas cuantas preguntas antes de que te vayas.
—Como quiera. La verdad es que no sé nada.
—Te entiendo, pero tenemos que hablar con todos los miembros de la familia. Es el procedimiento habitual. Para empezar, ¿cuándo hablaste con tu padre por última vez? ¿Te acuerdas?
—Sí. El domingo por la noche.
—¿De alguna cosa en particular?
—Pues no. Sencillamente me llamó y estuvimos hablando de chorradas unos minutos. De la universidad y cosas así. Pero me pilló en mal momento, porque tenía que salir. Así que tampoco hablamos mucho.
—¿Adónde tenías que ir?
—Había quedado para estudiar con unos compañeros.
—¿Tu padre te comentó algo sobre su trabajo? ¿O sobre alguna cosa que le preocupara?
—No.
—¿Qué piensas que le pasó a tu padre, Chad?
El chaval era corpulento y desgarbado, y tenía el rostro lleno de acné. Meneó la cabeza con violencia al oír la pregunta.
—¿Y cómo puedo saberlo? Nunca me hubiera imaginado que podía suceder algo así.
—¿Tienes idea de por qué fue al Chateau Marmont y alquiló una habitación?
—No, ni idea.
—Muy bien, Chad. Esto es todo. Discúlpame por hacerte estas preguntas. Pero estoy seguro de que quieres saber qué fue lo que ocurrió.
—Sí.
Chad bajó la mirada.
—¿Cuándo vuelves a la universidad?
—Creo que voy a quedarme con mi madre, por lo menos este fin de semana.
—Seguramente le vendrá bien.
Bosch señaló el camino del cementerio, en el que estaban aparcados los coches.
—Creo que tu madre y tu abuelo están esperándote. Gracias por dedicarme tu tiempo.
—Vale.
—Buena suerte, Chad.
—Gracias.
Bosch observó cómo se iba andando hacia su familia. El muchacho le daba lástima. Parecía estar regresando a una vida de exigencias y expectativas sobre las que no tenía ni voz ni voto. Pero Bosch no podía dedicar mucho tiempo a tales pensamientos. Tenía trabajo que hacer. Echó a caminar hacia su coche, sacó el móvil y llamó a Chu. Su compañero respondió después de que el teléfono sonó unas seis veces.
—Sí, Harry.
—¿Qué han encontrado?
Bosch había solicitado a la teniente Duvall que el mejor equipo de recogida de muestras del LAPD volviera al Chateau Marmont y efectuara un nuevo barrido de la habitación 79 usando todos los medios de detección posibles. Bosch quería que la suite fuera examinada mediante aspiración, láser, luz negra y cola extrafuerte. Quería que emplearan todo cuanto pudiera detectar indicios inadvertidos en la primera revisión y, posiblemente, indicar la presencia de McQuillen en la habitación.
—No hay nada. De momento, claro.
—Ya. ¿Han mirado en la escalera de incendios?
—Es por donde han empezado. Nada.
Bosch no podía decir que estuviera decepcionado, pues sabía que era improbable que hallasen algo, sobre todo en la escalera de incendios, que llevaba casi cuatro días expuesta a los elementos.
—¿Me necesitáis para algo?
—No. Creo que están a punto de acabar. ¿Cómo ha ido el funeral?
—Como todos los funerales. No hay mucha cosa que explicar.
A fin de que Chu asumiera el mando de la segunda recogida de muestras en la escena del crimen, Bosch le había explicado en términos generales la dirección que estaba tomando la investigación.
—¿Y qué vamos a hacer ahora?
Bosch subió al coche y lo puso en marcha.
—Creo que es hora de hablar con Mark McQuillen.
—Muy bien. ¿Cuándo?
Bosch había estado pensando en la cuestión, pero todavía no había decidido ni cómo, ni cuándo, ni dónde.
—Lo decidiremos cuando vuelvas al edificio central.
Bosch desconectó y dejó caer el móvil en el bolsillo de la americana. Se aflojó un poco la corbata mientras salía del cementerio. El móvil vibró de forma casi inmediata, y Harry supuso que era Chu, con alguna nueva pregunta. Pero el nombre en la pantalla era el de Hannah Stone.
—Hannah.
—Hola, Harry. ¿Cómo estás?
—Acabo de salir de un funeral.
—¿Cómo? ¿De quién?
—De alguien a quien nunca llegué a conocer. Cosas del trabajo. ¿Cómo va todo en el centro?
—Sin problemas. Ahora tengo un rato de descanso.
—Estupendo.
Bosch se mantuvo a la espera. Sabía que Hannah no estaba llamando para matar el rato.
—Me preguntaba si habías estado pensando en lo de anoche.
Lo cierto era que Bosch había estado absorto en el caso Irving desde su encuentro con Robert Mason la víspera.
—Por supuesto —dijo—. Para mí fue maravilloso.
—Para mí también lo fue, pero no preguntaba por eso. Me refería a lo que te dije. Antes.
—No estoy seguro de entenderte.
—Lo que te dije sobre Shawn. Mi hijo.
Bosch se extrañó. No sabía qué era lo que Hannah quería.
—Bueno… Pues no lo sé, Hannah. ¿Qué es lo que se supone que tengo que estar pensando?
—No importa, Harry. Tengo que dejarte.
—Un momento, Hannah. Por favor. Has sido tú quien me ha llamado, ¿o es que no te acuerdas? No cuelgues ni te enfades conmigo. Sencillamente dime: ¿qué es lo que se supone que tengo que estar pensando en lo referente a tu hijo?
Bosch sintió una opresión en las entrañas. Tenía que considerar la posibilidad de que Hannah se hubiera tomado lo sucedido anoche como un medio para llegar a un objetivo deseado que tenía menos que ver con ellos que con su hijo. Para Bosch, su hijo era un caso perdido. Cuando tenía veinte años, Shawn había drogado y violado a una chica. La suya era una historia triste, terrible. Se confesó culpable y fue a la cárcel. Habían pasado cinco años desde entonces, y Hannah ahora estaba dedicando su vida a su hijo, empeñada en entender de dónde procedía aquel impulso criminal. ¿Era algo genético? ¿Era algo innato o aprendido? En cierto modo, esas preguntas eran como una cárcel para Hannah, y Bosch se había compadecido de ella al escuchar aquella historia tan desagradable.
Pero ahora no estaba tan seguro de lo que ella quería de él, además de su comprensión. ¿Esperaba que dijera que su hijo no tenía la culpa del crimen que había cometido? ¿O que su hijo no era malo? ¿O quizás estaba esperando alguna clase de ayuda concreta respecto al encarcelamiento de su hijo? Bosch no lo sabía, pues ella no se lo había dicho.
—Nada —repuso Hannah—. Lo siento. Lo que pasa es que no quiero que lo que te he contado estropee nuestra relación, eso es todo.
Sus palabras tranquilizaron un poco a Harry.
—Pues entonces no mezcles una cosa con otra, Hannah. Deja que las cosas fluyan de forma natural. Tan solo nos conocemos desde hace unos días. Estamos a gusto juntos, pero es posible que nos hayamos apresurado un poco. Deja que las cosas sucedan de forma natural y no mezcles las cosas. Todavía no.
—Pero tengo que hacerlo. Es mi hijo. ¿Tienes idea de lo que siento al vivir con lo que hizo? ¿Y al pensar que ahora está en esa cárcel?
Bosch volvió a sentir aquella opresión en las entrañas. Comprendía que con esta mujer se había equivocado. Su soledad y su necesidad de relacionarse con alguien lo habían llevado a cometer un error. Llevaba mucho tiempo esperando que algo así sucediera, pero había hecho una elección desastrosa.
—Hannah —dijo—. Ahora mismo estoy ocupado. ¿Podemos hablar de todo esto más tarde?
—Como quieras.
Pronunció las palabras como una invectiva, como si dijera: «Vete a la mierda, Harry». Pero Bosch fingió no haberlo captado.
—Muy bien. Te llamo en cuanto esté libre. Adiós, Hannah.
—Adiós, Harry.
Bosch colgó y reprimió el impulso de tirar el móvil por la ventanilla del coche. La idea de que Hannah Stone podría ser la mujer que terminara de llenar la existencia que llevaba con su hija había sido una ensoñación estúpida. Había ido demasiado rápido. Había sido demasiado rápido a la hora de soñar.
Metió el móvil en el bolsillo de la americana y enterró los pensamientos sobre Hannah Stone y su fallida relación tan profundo como habían enterrado a George Irving.