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Era una de las pocas veces que había dejado que fuese Chu el conductor. Bosch estaba sentado en la parte de atrás junto a Clayton Pell. Quería estar a su lado, por si se producía una reacción violenta. Unos minutos antes, al ver las dos series de imágenes de reconocimiento, en ambos casos había señalado la foto de Chilton Hardy. Después de hacerlo se había sumido en una rabia sorda y profunda. Bosch se daba cuenta y quería estar junto a él por si era necesario hacer algo al respecto.

Hannah Stone estaba sentada junto a Chu, de tal forma que Bosch podía verla tan bien como a Pell. Stone tenía una expresión de inquietud en la cara. Estaba claro que le preocupaba que las heridas de Pell se hubieran reabierto.

Bosch y Chu habían planeado el trayecto antes de llegar al edificio Buena Vista y recoger a Pell. Desde el centro de acogida fueron a Travel Town, en Griffith Park, para que Pell pudiera ver el que parecía ser uno de los escasos buenos recuerdos de su niñez. Pell quería salir y ver los trenes, pero Bosch le dijo que no había tiempo para hacerlo. Lo cierto era que no quería que Pell viese a los niños montados en los trenecitos.

Chu acababa de torcer a la derecha por Cahuenga y empezaba a dirigirse al norte hacia la dirección en la que Chilton Hardy supuestamente había estado residiendo durante el período en que Clayton Pell vivió con él. Habían convenido en no señalar a Pell el bloque de pisos, a la espera de que fuese él mismo quien lo reconociera.

Cuando se encontraban a dos manzanas de distancia, Pell empezó a dar muestras de reconocer la zona.

—Sí, vivíamos por aquí. Pensaba que aquello era una escuela y quería que me dejasen ir.

Señaló una guardería privada tras cuyo vallado había un jardín con un columpio. Bosch entendía que un niño de ocho años pudiera pensar que se trataba de un colegio.

Estaban aproximándose al edificio de pisos, que se hallaba en el lado de la ventanilla de Pell. Chu redujo la marcha y fue acercándose a la acera, de una forma que Bosch encontró demasiado reveladora, pero pasaron de largo frente a la dirección sin que Pell dijera una sola palabra.

No se trataba de una catástrofe, pero Bosch se sintió decepcionado. Estaba pensando en un posible juicio. Si estuviera en situación de testificar que Pell había señalado el bloque de apartamentos sin ayuda de nadie, la versión de Pell resultaría más sólida. Si se veían obligados a llamar la atención de Pell sobre aquel lugar, un abogado defensor siempre podría alegar que Pell estaba manipulando a los policías y ofreciendo un testimonio nacido de fantasías de venganza.

—¿Ha visto alguna cosa? —preguntó Bosch.

—Sí, creo que hemos pasado por delante. Pero no estoy seguro.

—¿Quiere que demos media vuelta?

—Sí, si no hay ningún problema.

—Claro. ¿Por qué lado estaba mirando?

—Por mi lado.

Bosch asintió. Las cosas de pronto tenían mejor aspecto.

—Inspector Chu —dijo—. En lugar de dar media vuelta, gire a la derecha y dé la vuelta, para que el edificio siga quedando por el lado de Clayton.

—Entendido.

Chu torció a la derecha, volvió a girar a la derecha y recorrió tres manzanas de distancia. A continuación giró a la derecha y volvió a salir a Cahuenga por la esquina de la guardería. Volvió a torcer a la derecha, y se encontraron a tan solo una manzana y media de la dirección indicada.

—Sí, es allí —dijo Pell.

Chu avanzaba muy por debajo del límite de velocidad. Un coche hizo sonar la bocina a sus espaldas y terminó por adelantarlos. Ninguno de los ocupantes del coche de policía hizo el menor caso.

—Aquí es —repuso Pell—. Me parece.

Chu se detuvo junto a la acera. Era la dirección que tenían. Todos guardaron silencio mientras Pell contemplaba los apartamentos Camelot por la ventana. Era un bloque de dos pisos con la fachada estucada y con unos redondos torreones decorativos en sus esquinas frontales. Era uno de los típicos edificios de apartamentos que afeaban la ciudad desde que se construyeron en la época esplendorosa de los años cincuenta. Se diseñaron para que durasen treinta años, pero llevaban casi el doble de tiempo en pie. El estucado aparecía resquebrajado y descolorido, la línea del tejado ya no era recta, y sobre uno de los torreones se extendía una cubierta de plástico azul como remedio provisional para las goteras.

—Por entonces era más bonito.

—¿Está seguro de que se trata de este lugar? —preguntó Bosch.

—Sí, seguro. Me acuerdo de que parecía una especie de castillo y me hacía ilusión venir a vivir aquí. Pero, claro, yo no sabía que…

No terminó la frase; siguió contemplando el edificio. Se había girado a medias en el asiento, de forma que estaba dándole la espalda a Bosch. Harry vio que Pell apoyaba la frente contra la ventanilla. Sus hombros empezaron a temblar, y de su pecho brotó un sonido bajo, un poco similar a un silbido, mientras rompía a llorar.

Bosch levantó la mano y fue a ponerla en el hombro de Pell, pero se detuvo. Titubeó un segundo y la retiró. Sentada en su asiento, Stone se había percatado. En aquella fracción de segundo, Bosch advirtió que estaba disgustada con él.

—Clayton —dijo Stone—. Está bien… Es bueno que veas esto, que le hagas frente a tu pasado.

Se acercó a Pell y le puso la mano en el hombro, justo lo que Bosch había sido incapaz de hacer. No volvió a mirar a Harry.

—Está bien…

—Espero que detengan a ese mamón, ese hijo de puta… —sollozó Pell, con la voz estrangulada por la emoción.

—Puede estar tranquilo —aseguró Bosch—. Vamos a detenerlo.

—Espero que lo maten. Espero que se resista y lo manden al otro barrio.

—Vamos, Clayton —dijo Stone—. No hay que pensar en este tipo de…

Pell se sacudió la mano de su hombro.

—¡Quiero que lo maten!

—No, Clayton.

—¡Sí! ¡Mírenme! ¡Miren lo que soy! Todo es por su culpa.

Stone se arrellanó en el asiento.

—Creo que Clayton ya ha visto suficiente —dijo con voz tensa—. ¿Podemos irnos de una vez?

Bosch se echó hacia delante y palmeó el hombro de Chu.

—Vámonos —dijo.

Chu puso el coche en marcha y se dirigió al norte. El trayecto discurrió en silencio, y ya era de noche cuando llegaron al edificio Buena Vista. Chu se quedó en el automóvil mientras Bosch acompañaba a Pell y a Stone a la entrada de seguridad.

—Gracias, Clayton —dijo Bosch, mientras Stone abría la puerta lateral con su llave—. Sé que todo esto le ha resultado difícil. Le agradezco su disposición a ayudarnos. Va a sernos de ayuda en este caso.

—Su caso me da lo mismo. ¿Van a detenerlo?

Bosch titubeó un momento y asintió.

—Creo que sí. Todavía nos queda un poco de trabajo, pero vamos a hacerlo y luego vamos a encontrar a ese tipo. Se lo prometo.

Pell entró por la puerta abierta sin añadir palabra.

—Clayton, mejor que vayas a la cocina y mires si hay algo para cenar —indicó Stone.

Pell levantó la mano e hizo una seña para indicar que la había oído mientras se adentraba por el patio central. Stone se volvió para cerrar la puerta, pero Bosch seguía allí. Hannah fijó la mirada en él, y Harry se dio cuenta de su decepción.

—Supongo que al final no iremos a cenar —dijo.

—¿Por qué no? ¿Su hija…?

—No, mi hija está en casa de una amiga. Pero pensaba que… Bueno, yo estaría encantado de cenar con usted. Eso sí, tengo que llevar a mi compañero a Studio City, para que recoja su coche. ¿Todavía quiere que nos encontremos en el restaurante?

—Pues claro. Aunque no hace falta que esperemos hasta las ocho… Después de todo… creo que por hoy ya he trabajado bastante.

—Muy bien. Dejo a Chu y voy al restaurante a encontrarme con usted. ¿Le parece bien? ¿O prefiere que vuelva a recogerla?

—No. Nos vemos allí. Perfecto.