21

Bosch y Chu condujeron por separado hasta el valle de San Fernando, para no tener que volver al centro y vérselas con el tráfico de la hora punta después de su excursión. Chu no tendría más que dirigirse por la autovía 134 a su casa en Pasadena, mientras que Bosch podría quedarse en el valle de San Fernando hasta que fuera a cenar con Hannah Stone.

Mientras recorrían la autovía 101, Bosch recibió por fin la llamada de Witcomb, de la comisaría de Hollywood.

—Lo siento, Harry. Estaba ocupado, y luego me he olvidado de llamarte. ¿En qué puedo ayudarte?

—¿Conoces a un agente de patrulla de tu comisaría llamado Robert Mason?

—Bobby Mason, sí. Pero él tiene el turno de noche y yo el de mañana, de forma que tampoco lo conozco tanto. ¿Qué pasa con él?

—He estado mirando los atestados de unas detenciones que ha hecho, que tienen que ver con un caso que estoy llevando. Y necesito hablar con él.

—Estás llevando el caso del Chateau Marmont, el del chaval de Irvin Irving, ¿no es así?

—Eso mismo.

—¿De qué clase de detenciones estamos hablando?

—Por conducir en estado de embriaguez.

—¿Y eso qué tiene que ver con lo del Chateau Marmont?

Bosch no respondió, con la esperanza de que su silencio llevara a Witcomb a comprender que su propósito era obtener información, no divulgarla.

—Es una simple comprobación —dijo por fin—. ¿Qué sabes de Mason? ¿Le va todo bien?

Bosch estaba hablando en código, con la intención de saber si Mason tenía fama de ser un policía corrupto.

—Por lo que he oído, ayer estaba muy afectado —dijo Witcomb.

—¿Por qué?

—Por lo del Chateau. Parece que Mason era un viejo amigo del hijo del concejal. Y que incluso habían sido compañeros de clase en la academia de policía.

Bosch enfiló el desvío hacia Lankershim Boulevard. Había quedado en recoger a Chu en el gran aparcamiento público situado junto a la estación de metro de Studio City.

Decidió no decir mucho a Witcomb, pues no quería revelar la importancia de todos aquellos aspectos.

—Sí, he oído que se conocían desde entonces —repuso.

—Eso parece —convino Witcomb—. Pero eso es todo lo que sé, Harry. Como decía, Mason trabaja de noche y yo de día. Y por cierto, estoy a punto de irme de la comisaría. ¿Alguna cosa más?

Era su forma de decir que no quería seguir hablando sobre un compañero de la comisaría. Bosch más o menos lo entendía.

—Sí. ¿Sabes cuál es el sector de patrulla habitual de Mason?

La comisaría de Hollywood contaba con ocho sectores geográficos de patrulla.

—Lo puedo averiguar en un momento. Estoy en el despacho de vigilancia.

Bosch esperó, y Witcomb finalmente respondió:

—Mason hoy está asignado a 6-Adam-65. Supongo que es su sector habitual.

Los períodos de patrulla eran de veintiocho días. El 6 inicial designaba la comisaría de Hollywood, mientras que Adam era el nombre de la unidad de patrulla y el número 65 indicaba el sector asignado. Bosch no se acordaba bien de los sectores geográficos de la comisaría de Hollywood, pero dijo al azar:

—El 65 se refiere al corredor de La Brea, ¿no es eso?

—Exacto, Harry.

Bosch pidió a Witcomb que mantuviera esa conversación en secreto, le dio las gracias y finalizó la llamada.

Harry meditó cuanto acababa de escuchar y comprendió que Irvin Irving tenía una buena vía de escape. Si Mason efectivamente había estado deteniendo a los conductores de B&W para facilitar que Regent obtuviera la concesión, era posible que lo hiciera a petición exclusiva de su viejo amigo y compañero de estudios George Iving. Resultaría muy difícil demostrar que el concejal Irvin Irving tenía algo que ver con el asunto.

Bosch entró en el aparcamiento, que recorrió en busca de su compañero. Entendió que había llegado antes que Chu, por lo que se detuvo a esperar en el carril principal. Con la mano en el volante, tamborileó con los dedos sobre el salpicadero y se dio cuenta de que estaba decepcionado por la comprensión de que las acciones de Irvin Irving posiblemente eran ajenas a la muerte de su hijo. Si algún día acusaban al concejal de tráfico de influencias para conseguir la concesión de taxis en Hollywood, siempre iba a darse la posibilidad de duda razonable, o eso le parecía a Harry. Irving podría alegar que toda la operación la había planificado y ejecutado su hijo fallecido, y Bosch lo consideraba perfectamente capaz de hacerlo.

Bajó la ventanilla para que entrara un poco de aire fresco. Para evadirse al sentimiento de decepción, se puso a pensar en Clayton Pell y en cómo iban a manejarse con él. Sus pensamientos se centraron en Chilton Hardy, y se dijo que la posibilidad de verle la cara al posible asesino de Lily Price resultaba demasiado tentadora para ser pospuesta.

La puerta lateral se abrió y Chu ocupó el asiento del acompañante. Bosch estaba tan absorto en sus meditaciones que no lo había oído entrar y aparcar su Siata.

—Hola, Harry.

—Hola. Mira una cosa, he cambiado de idea en lo referente a ir a Woodland Hills. Quiero hacerle un reco a la casa de Hardy, e incluso echarle un vistazo a nuestro hombre.

—¿Un reco?

—Un reconocimiento. Quiero hacerme una composición de lugar, para cuando volvamos en serio. Y luego vamos a ver a Pell. ¿Te parece bien?

—Me parece bien.

Bosch salió del aparcamiento y enfiló la autovía 101 una vez más. El tráfico era intenso en dirección a Woodland Hills, al oeste. Veinte minutos después salió a Topanga Canyon Boulevard y puso rumbo al norte.

La dirección de Chilton Hardy encontrada en la base de datos del Departamento de Tráfico correspondía a un edificio de pisos de dos plantas situado a menos de medio kilómetro del centro comercial que era el eje de West Valley. El complejo de apartamentos era grande, iba de la acera a un callejón trasero y contaba con un aparcamiento subterráneo. Tras pasar por delante dos veces, Bosch aparcó junto a la acera de la fachada, y Chu y él salieron del vehículo. Al examinar el edificio, Bosch lo encontró extrañamente familiar. La fachada era de color gris y tenía unas molduras blancas que le daban cierto aspecto náutico, completado por los toldos a franjas blancas y azul marino que cubrían las ventanas.

—¿Este lugar te suena de algo? —preguntó Bosch.

Chu estudió el edificio un momento.

—No. ¿Tendría que sonarme?

Bosch no respondió. Se acercó a la puerta de seguridad, en la que había un portero electrónico. Los nombres de los cuarenta y ocho inquilinos del edificio estaban escritos junto a los números de sus apartamentos. Bosch examinó el listado y no vio el nombre de Chilton Hardy. Según la base de datos de Tráfico, se suponía que Hardy vivía en el apartamento 23. Pero el apellido que aparecía junto al número 23 era Phillips. Bosch volvió a sentir la extraña sensación de familiaridad. ¿Es que había estado antes en ese lugar?

—¿Qué te parece? —preguntó Chu.

—¿Cuándo le expidieron el carné de conducir?

—Hace dos años. Es posible que entonces viviera aquí. Y que luego se haya marchado.

—También es posible que nunca haya vivido aquí.

—Sí, y que escogiera una dirección al azar para marear la perdiz.

—O que la dirección no fuera tan al azar.

Bosch se giró y miró el edificio otra vez, mientras consideraba si valía la pena investigar más la cuestión, a riesgo de alertar a Hardy —si estaba allí— de que la policía andaba tras él. Contempló el letrero que se alzaba en la acera.

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Bosch decidió que por el momento no iba a llamar al apartamento 23. En su lugar, pulsó el timbre situado junto al número 1, el correspondiente a la portería.

—¿Sí?

—Venimos a ver el apartamento en alquiler.

—Hay que concertar cita antes.

Bosch volvió a mirar los timbres y reparó que junto al interfono emergía la lente de una cámara. Comprendió que el portero seguramente lo estaba mirando, cosa que no le gustó.

—Hemos venido a propósito. ¿Quieren alquilarlo o no?

—Hay que concertar cita. Lo siento.

A la mierda, pensó Bosch.

—Policía. Abra ahora mismo.

Sacó la placa y la mostró a la cámara. Un momento después, sonó un zumbido y la puerta de seguridad se abrió. Bosch la empujó para entrar.

El acceso daba a una zona central en la que había una serie de buzones y un tablero de anuncios con avisos y notas relacionadas con el edificio. Casi al momento se les acercó un hombre bajito y oscuro, al parecer originario del sur de Asia.

—Policía… —rezongó—. ¿En qué puedo ayudarlos?

Bosch se identificó, hizo otro tanto con Chu, y el hombre se presentó como Irfan Khan y agregó que era el conserje. Bosch explicó que estaban conduciendo una investigación por la zona y que buscaban a un hombre que podría haber sido víctima de un crimen.

—¿Qué crimen? —preguntó Khan.

—Por el momento no podemos decírselo —respondió Harry—. Simplemente necesitamos saber si este hombre vive aquí.

—¿Cómo se llama?

—Chilton Hardy. Es posible que se haga llamar Chill.

—No, aquí no vive.

—¿Está seguro, señor Khan?

—Sí, seguro. Soy el conserje de la finca. Aquí no vive.

—Voy a enseñarle una fotografía.

—Muy bien, adelante.

Chu sacó la foto del actual carné de conducir de Hardy y se la mostró a Khan. El conserje la estuvo mirando sus buenos cinco segundos y finalmente negó con la cabeza.

—Lo que les estoy diciendo. Este hombre no vive aquí.

—Este hombre no vive aquí, entendido. ¿Y usted, señor Khan? ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—Tres años. Y soy un buen trabajador.

—¿Y este caballero nunca ha vivido aquí? ¿Es posible que viviera aquí hace dos años, por ejemplo?

—No. Me acordaría.

Bosch asintió.

—Muy bien, señor Khan. Gracias por su cooperación.

—Yo siempre coopero.

—Sí, señor.

Bosch se giró y echó a andar hacia la entrada. Chu lo siguió. Al llegar al coche, Harry contempló el edificio un largo rato antes de sentarse frente al volante.

—¿Le crees? —preguntó Chu.

—Sí —dijo Bosch—. Supongo que sí.

—¿Y qué piensas?

—Creo que aquí hay algo que se nos escapa. Vamos a ver a Clayton Pell.

Puso el coche en marcha. Mientras conducía de vuelta a la autovía, mentalmente seguía viendo los toldos blancos y azules.