20

Bosch volvió a sentarse en el banco y reflexionó un momento. Echó mano al móvil y llamó al de Hannah Stone. Stone se lo había dado al despedirse el lunes por la noche.

Respondió al momento, por mucho que Bosch hubiera llamado sin identificador de llamada.

—Hola, soy Harry Bosch.

—Pensé que podía ser usted. ¿Alguna novedad?

—No, hoy estoy trabajando en otro caso. Pero mi compañero trata de averiguar más cosas sobre ese individuo, Chill.

—Muy bien.

—¿Alguna novedad por su parte?

—No. Simplemente he estado trabajando en lo mismo de siempre.

—Bien hecho.

Se produjo un silencio algo incómodo, y Bosch echó toda la carne en el asador.

—Mi hija irá esta noche a estudiar a casa de una amiga, de forma que estaré libre. Y me estaba preguntando… Bueno, ya sé que hace muy poco que nos hemos visto, pero quería saber si le apetecería cenar juntos otra vez esta noche.

—Eh…

—Si no le viene bien, tampoco pasa nada. Sé que la estoy llamando sin avisar. Yo…

—No, no, no se trata de eso. Lo que sucede es que los miércoles y los jueves tenemos sesiones nocturnas, y se supone que esta noche me toca trabajar.

—¿No hacen una pausa para la cena?

—Sí, pero es muy corta. Mire, ¿le parece si lo llamo dentro de un rato?

—Sí, pero no hace falta que…

—Estaría encantada de cenar con usted, pero primero tengo que ver si alguien está dispuesto a cambiarme el turno. Si alguien me sustituye esta noche, mañana le devuelvo el favor. ¿Puedo llamarlo dentro de un rato?

—Naturalmente.

Bosch le dio su número y colgaron. Se levantó, dio una palmadita en el hombro a Charlie Chaplin y se encaminó hacia la puerta.

Cuando llegó a su cubículo de trabajo, Chu estaba trabajando en el ordenador portátil y no levantó la mirada.

—¿Has encontrado ya a mi hombre?

—Todavía no.

—¿Cómo pinta la cosa?

—No muy bien. Hay novecientas once variantes de «Chill» en la base de datos de apodos. Solo en California. Así que no te hagas muchas ilusiones.

—¿Este número es el total o el correspondiente a la época que te dije?

—La época no importa. Tu hombre del año 88 pudo haber sido metido en la base de datos cualquier año anterior o posterior. En función de si fue detenido o interrogado en algún momento o si fue víctima de algún delito. Hay muchas posibilidades. Tengo que mirarlas todas.

Chu estaba hablando en tono seco. Bosch comprendió que todavía estaba irritado porque Bosch lo había apartado de la investigación del caso Irving.

—Lo que dices seguramente es verdad, pero creo que vale la pena centrarnos un poco más en el tiempo… Digamos, antes del 92. Tengo la intuición de que si llegaron a tomarle los datos, seguramente fue antes de ese año.

—Muy bien.

Chu se puso a teclear. Seguía sin mirar a Bosch en absoluto.

—Al entrar he visto que la teniente está sola en su despacho. Si quieres, puedes ir a hablar con ella sobre lo del traslado.

—Quiero terminar con esto.

Bosch estaba respondiendo al farol de Chu, y ambos lo sabían.

—Bien.

Su teléfono vibró y vio que el prefijo era el 818, el del valle de San Fernando. Al responder, salió del cubículo y echó a andar por el pasillo, para hablar con privacidad. Era Hannah Stone, que le llamaba desde el trabajo.

—No voy a poder encontrarme con usted antes de las ocho, por cuestión de trabajo. ¿Le viene bien?

—Claro, ningún problema.

Tan solo iba a poder estar noventa minutos con ella, a no ser que llamase a su hija y le permitiera volver más tarde a casa.

—¿Está seguro? No parece muy…

—No, no hay problema. Yo también puedo quedarme a trabajar un poco más. Estoy en el despacho y tengo mucho que hacer. ¿Dónde quiere que nos encontremos?

—¿Qué le parece si esta vez quedamos en un sitio a mitad de camino? ¿Le gusta el sushi?

—Eh, pues no mucho. Pero supongo que puedo probarlo.

—¿Me está diciendo que nunca ha probado el sushi?

—Hum… Verá, es que el pescado crudo no es lo mío.

No quería mencionar que el pescado crudo le llevaba a pensar en su época en Vietnam. El pescado rancio que encontraban en los túneles del enemigo. El insoportable hedor.

—Bueno, pues olvidémonos del sushi. ¿Le gusta la comida italiana?

—Me encanta. ¿Vamos a un italiano?

—¿Conoce Ca’Del Sole, en North Hollywood?

—Puedo encontrarlo.

—¿A las ocho?

—Allí estaré.

—Nos vemos en un rato, Harry.

—Nos vemos.

Bosch colgó y realizó una nueva llamada que también quería efectuar en privado. Heath Witcomb y él se conocían desde su época de fumadores en la comisaría de Hollywood. Eran incontables las veces que habían compartido cigarrillos junto al gran cenicero situado en la parte trasera de la comisaría, hasta que Bosch dejó el hábito para siempre. Witcomb era sargento de patrulla, y como tal estaba en situación de conocer a Robert Mason, el agente responsable de la detención de tres conductores de B&W por conducir borrachos. Witcomb seguía siendo fumador.

—Estoy ocupado, Harry —dijo al responder—. ¿Qué necesitas?

—Llámame la próxima vez que salgas a fumarte un pitillo.

Bosch colgó. Al entrar otra vez en la sala de inspectores, se tropezó con Chu.

—Harry, ¿dónde estabas?

—He salido a fumar.

—Pero si tú no fumas, Harry.

—Bueno, vale, ¿qué pasa?

—Chilton Hardy.

—¿Lo has encontrado?

—Creo que sí. Parece ser el que buscas.

Entraron en el cubículo y Chu se sentó ante el ordenador. Bosch asomó la cabeza por encima de su hombro para mirar la pantalla. Chu pulsó el espaciador para reactivar el ordenador. La pantalla se iluminó y en ella apareció una foto de carné de un hombre de raza blanca y unos treinta años de edad, con el pelo oscuro y peinado con puntas, y marcas de acné. Su expresión era sombría al mirar a la cámara, que contemplaba con unos ojos tan azules como fríos.

—Chilton Aaron Hardy —dijo Chu—. Conocido como Chill.

—¿De cuándo son estos datos? —Preguntó Bosch—. ¿Y dónde estaban?

—De 1985. Comisaría de North Hollywood. Detenido por lesiones a un agente de policía. Por entonces tenía veintiocho años y vivía en un piso en Cahuenga, junto a Toluca Lake.

Toluca Lake era un barrio situado junto a Burbank y Griffith Park. Bosch sabía que estaba muy cerca de Travel Town, el lugar al que Clayton Pell solía ir a montar en los trenecitos cuando vivía con Chill.

Harry hizo un cálculo mental. De seguir con vida, Chilton Hardy ahora tenía cincuenta y cuatro años.

—¿Has mirado en el Departamento de Tráfico?

Chu no lo había hecho. Abrió otra pantalla e insertó el nombre de Hardy en la base estatal de datos donde constaban las identidades de los veinticuatro millones de conductores registrados en California. Chu pulsó la tecla Enter y aguardó a ver si Hardy era uno de esos conductores. Como pasaron varios segundos, Bosch empezó a decirse que su nombre no iba a aparecer. Por lo general, quienes tenían un asesinato a sus espaldas acostumbraban a cambiar de aires.

—Bingo —dijo Chu.

Bosch acercó el rostro a la pantalla. Había dos resultados. Chilton Aaron Hardy, de setenta y siete años de edad, todavía con el carné de conducir y vecino de Los Alamitos. Y Chilton Aaron Hardy júnior, de cincuenta y cuatro, residente en Woodland Hills, un barrio residencial de Los Ángeles.

—Topanga Canyon Boulevard —dijo Bosch, leyendo la dirección del Hardy más joven—. No se ha ido muy lejos.

Chu asintió.

—West Valley.

—Me parece un poco raro. ¿Cómo es que este tipo se ha quedado por aquí?

Chu no respondió, pues sabía que Bosch sencillamente estaba pensando en voz alta.

—Veamos la foto —dijo Harry.

Chu amplió la foto del carné de conducir de Chilton Hardy júnior. En los veintiséis años transcurridos desde su detención en North Hollywood había perdido la mayor parte del cabello y su piel había adquirido una tonalidad amarillenta. Su rostro mostraba las arrugas propias de quien ha vivido una existencia complicada. Pero los ojos seguían siendo los mismos. Fríos y despiadados. Bosch contempló la foto largamente.

—Muy bien. Buen trabajo. Imprímela.

—¿Vamos a hacerle una visita al señor Hardy?

—Aún no. Con este individuo vamos a ir paso a paso y sobre seguro. Hardy se ha sentido lo bastante tranquilo para seguir viviendo en la ciudad durante todos estos años. Tenemos que prepararlo todo bien y actuar con cautela. Imprime tanto la foto antigua como la nueva y haz dos ruedas de reconocimiento, de seis cada una.

—¿Vamos a enseñárselas a Pell?

—Sí, y quizá iremos a dar una vuelta en coche con él.

Mientras Chu se afanaba en la impresión de las fotografías, Bosch volvió a sentarse en su escritorio. Iba a llamar a Hannah Stone para informarle del plan que habían trazado cuando recibió un mensaje de texto de su hija.

Le he dicho a la madre de Ashlyn que estabas trabajando en un caso importante. Dice que puedo quedarme a dormir. ¿OK?

Antes de responder, Bosch se tomó su tiempo para pensar. Maddie al día siguiente tenía que volver al colegio, pero se había quedado en casa de Ashlyn otras veces, cuando Bosch estaba de viaje con motivo de algún caso. La madre de Ashlyn era muy amable y, de una forma u otra, pensaba que estaba contribuyendo a la causa de la justicia al cuidar de Maddie mientras Bosch se dedicaba a perseguir a asesinos.

Pero le resultó inevitable preguntarse si en esta ocasión había otros factores en juego. ¿Era posible que su hija estuviera facilitándole las cosas para que estuviera con Hannah?

Estuvo a punto de llamarla, pero se limitó a responder con otro mensaje de texto, ya que no quería que Chu lo oyera hablar con ella.

¿Estás segura? No voy a tardar tanto. Puedo recogerte en el camino de vuelta a casa.

Maddie respondió en seguida que estaba segura y que prefería quedarse con su amiga. Según añadía, después del colegio habían pasado por casa para coger algo de ropa. Bosch finalmente dio su conformidad.

A continuación llamó a Hannah para decirle que iba a ir a verla antes de las ocho. Stone se prestó a que Bosch y Chu usaran una de las salas de terapia para mostrar las fotografías a Pell.

—¿Qué le parece si después nos llevamos a Pell en coche un rato? ¿Las normas lo autorizan?

—¿Adónde piensan llevarlo?

—Tenemos una dirección. Creemos que se trata del lugar donde vivía con su madre y este individuo. Es un bloque de pisos, y quiero ver si lo reconoce.

Stone guardó silencio un momento, mientras consideraba si era conveniente o no que Pell viera el lugar donde había sido objeto de abusos en la niñez.

—No hay normas al respecto —dijo finalmente—. Pell puede salir del centro. Pero creo que lo mejor sería que yo también fuese. Clayton puede reaccionar de forma negativa. Quizá lo mejor sea que esté con él.

—Pensaba que tenía varias reuniones. Y que tenía trabajo hasta las ocho.

—Simplemente necesito cumplir con las horas asignadas. Hoy he llegado tarde porque pensaba que esta noche iba a tener que llevar unas sesiones. Nos hacen auditorías para asegurarse de que cumplimos con nuestras horas. Y no quiero que nadie diga que no trabajo las seis horas al día que me tocan.

—Entendido. Bueno, pues estaremos allí dentro de una hora, más o menos. ¿Pell habrá vuelto de su trabajo?

—Ya está aquí. Los estaremos esperando. ¿Todo esto va a cambiar nuestros planes de cenar juntos?

—No por mi parte. Me hace ilusión volver a cenar con usted.

—Bien. Lo mismo digo.