17

Seguramente, el mundo se había vuelto digital, pero Harry Bosch no se había sumado a la revolución. Había aprendido a manejar un teléfono móvil y un ordenador portátil. Escuchaba música en un iPod y de vez en cuando leía el periódico en el iPad de su hija. Pero a la hora de elaborar un libro de asesinato seguía e iba a seguir siendo el hombre de siempre; lo suyo era el plástico y el papel. Era un dinosaurio. No importaba que el cuerpo de policía estuviera digitalizando los archivos y que en el nuevo edificio central no hubiera espacio para estanterías que albergaran gruesas carpetas azules. Bosch era un hombre que se atenía a las tradiciones, sobre todo cuando consideraba que dichas tradiciones eran útiles para detener a asesinos.

Para Bosch, el libro de asesinato era una parte fundamental de toda investigación, tan importante como cualquier prueba o indicio de valor. Era la base sobre la que reposaba el caso, el compendio de todas las iniciativas tomadas, las entrevistas efectuadas, las pruebas o posibles pruebas encontradas. Era un elemento físico con su peso, su profundidad y su sustancia. Era verdad que siempre resultaba posible reducirlo a un archivo digital de ordenador y meterlo en un lápiz de memoria, pero —por las razones que fuesen— el libro de asesinato entonces le resultaba menos real y más ilusorio, lo que le parecía una falta de respeto hacia los muertos.

Bosch necesitaba ver el producto de su trabajo. Necesitaba que le recordase de forma constante cuál era su misión. Necesitaba ver que las páginas iban incrementándose en número a medida que la investigación avanzaba. Y tenía absolutamente claro que no iba a cambiar su forma de dar caza a unos asesinos, con independencia de que le quedaran treinta y nueve meses o treinta y nueve años en el cuerpo.

Tras volver a la Unidad de Casos Abiertos/No Resueltos, Bosch se dirigió a las taquillas de almacenamiento situadas en la pared posterior de la sala. Cada uno de los inspectores del grupo tenía asignada una taquilla. La taquilla no era mucho mayor que media taquilla de gimnasio, pues el nuevo edificio de la policía se había construido pensando en el mundo digital, y no en los incondicionales de los métodos a la vieja usanza. Bosch utilizaba su taquilla de almacenamiento sobre todo para guardar las viejas carpetas azules correspondientes a antiguos casos de asesinato ya resueltos. Estos informes se habían rescatado de los archivos y se habían digitalizado para ahorrar espacio. Tras ser escaneados, los documentos iban a parar a la trituradora de papeles, mientras que las carpetas azules terminaban en los contenedores municipales de basuras. Pero Bosch había recuperado a tiempo una docena de dichas carpetas vacías, que conservaba disponibles en la taquilla de almacenamiento.

Abrió la taquilla y cogió una de las preciadas carpetas, cuyo plástico azul aparecía desvaído por el tiempo, y fue al cubículo de trabajo que compartía con Chu. Su compañero estaba sacando los documentos de Irving de la caja y poniéndolos sobre el archivador emplazado entre sus dos escritorios.

—Harry, Harry, Harry… —dijo Chu al ver la carpeta—. ¿Cuándo vas a cambiar? ¿Cuándo vas a dejar que me una al mundo digital?

—Dentro de treinta y nueve meses —respondió Bosch—. Después podrás meter tus fichas de asesinato en la cabeza de un alfiler, si eso es lo que quieres. Pero hasta entonces, yo voy…

—… a seguir trabajando como llevas haciendo toda la vida. Muy bien, mensaje captado.

—Ya lo sabes.

Bosch se sentó ante el escritorio y abrió la carpeta. A continuación abrió el ordenador portátil. Había preparado varios informes para su inclusión en el libro de asesinato. Empezó a enviarlos a la impresora central de la unidad. Se acordó de los informes pendientes de Solomon y Glanville y miró si en el cubículo había algún sobre procedente de otra comisaría.

—¿Ha llegado algo de Hollywood? —preguntó.

—Nada —dijo Chu—. Mira tu correo electrónico.

Pues claro. Bosch lo abrió y vio que tenía dos mensajes procedentes de Jerry Solomon, de la comisaría de Hollywood. Cada uno incluía un archivo adjunto, que descargó y envió a la impresora. El primero era un resumen de la investigación realizada en el hotel por Solomon y Glanville. El segundo resumía las averiguaciones hechas en el vecindario.

Bosch fue a la impresora y cogió las hojas impresas. Al volver vio a la teniente Duvall de pie frente a la entrada de su cubículo. A Chu no se lo veía por ninguna parte. Bosch sabía que Duvall quería contar con una puesta al día del caso Irving. Durante las últimas veinticuatro horas le había enviado dos mensajes de texto y un correo electrónico, a los que él no había respondido.

—Harry, ¿ha recibido mis mensajes? —preguntó.

—Los he recibido, pero cada vez que iba a responderle alguien me ha llamado y me ha distraído. Lo siento, teniente.

—¿Por qué no vamos a mi despacho, para que no se den más distracciones de este tipo?

No lo había pronunciado como una pregunta. Bosch dejó las hojas impresas en el escritorio y siguió a la teniente a su despacho. Duvall le dijo que cerrase la puerta.

—¿Eso que está escribiendo es un libro de asesinato? —preguntó antes de que tomaran asiento.

—Sí.

—¿Me está diciendo que lo de George Irving ha sido un homicidio?

—Es lo que empieza a parecer. Pero la cosa todavía no puede difundirse.

Bosch le hizo un resumen de la investigación a lo largo de los veinte minutos que siguieron. La teniente convino en mantener en secreto la nueva orientación de la investigación, hasta que apareciesen más pruebas o bien el hecho de hacer pública la información se convirtiera en una ventaja estratégica.

—Manténgame informada, Harry. Y empiece a responder a mis mensajes.

—De acuerdo. Así lo haré.

—Y comience a utilizar los imanes, quiero saber dónde está mi gente.

La teniente había puesto en la sala de inspectores una pizarra con imanes que podían moverse para informar de si un inspector se encontraba o no en el edificio. La mayoría de los integrantes de la unidad consideraba que era una pérdida de tiempo. El comisario de guardia generalmente sabía dónde estaba cada uno, como lo sabría la teniente si alguna vez saliera de su despacho o por lo menos subiera las persianas.

—Muy bien —dijo Bosch.

Chu estaba en el cubículo al volver Bosch.

—¿Por dónde andabas? —preguntó.

—Estaba charlando con la teniente. ¿Y tú?

—Eh, he salido a la calle un momento. Esta mañana no había desayunado. —Chu al momento cambió de tema y señaló un documento en la pantalla del ordenador—. ¿Has leído el informe del Armario y el Barril sobre su investigación?

—Aún no.

—Han hablado con un fulano que vio a alguien en la escalera de incendios. La hora no coincide, pero es toda una casualidad, ¿no?

Bosch volvió a su escritorio y encontró la impresión del informe sobre la investigación en las casas de la ladera. En lo fundamental era un listado de direcciones consecutivas en Marmont Lane. Bajo cada dirección estaba anotado si les habían abierto la puerta y si habían entrevistado al residente de turno. Utilizaban la clase de abreviaturas que Bosch llevaba más de veinte años viendo en los informes similares del LAPD. Había multitud de NEC, lo que significaba «nadie en casa», y cantidad de NVN, para indicar que nadie había visto nada. Pero una de las entradas algo más extensa.

El vecino Earl Mitchell (varón, blanco, 13-4-61) informa que tenía insomnio y que fue a la cocina a por una botella de agua. Las ventanas traseras de la casa dan directamente a la parte lateral y posterior del Chateau Marmont. El vecino dice haber visto que un hombre bajaba por la escalera de incendios. El vecino fue al telescopio que tiene en la sala de estar y se puso a mirar al hotel. No volvió a ver al mencionado hombre en la escalera de incendios. El vecino no llamó al LAPD. Según informa, vio al desconocido hacia las 0.40 horas, la hora que marcaba su despertador cuando se levantó para ir a por agua. Según cree recordar, en el momento en que lo vio, el desconocido se encontraba entre el quinto y el sexto piso y bajando hacia la acera.

Bosch no sabía si el informe lo había escrito el Armario o el Barril. Quien lo había redactado había utilizado frases más bien cortas y rápidas, pero no porque fuera un devoto de los libros de Hemingway. Simplemente se había atenido a la norma del LAPD de ir al grano en los informes. Cuantas menos palabras hubiera en un informe, menores eran los flancos susceptibles de ser atacados por los abogados o los críticos de la policía.

Bosch echó mano al teléfono y llamó a Jerry Solomon. Al responder, Solomon dio la impresión de encontrarse dentro de un coche con las ventanillas abiertas.

—Soy Bosch. He echado un vistazo a vuestro informe y tengo un par de preguntas.

—¿Podemos hablar dentro de diez minutos? Estoy en el coche con gente. No son del cuerpo.

—¿Tu compañero está contigo o puedo llamarlo?

—No, está aquí conmigo.

—Muy bonito. ¿Es que vais a almorzar a estas horas?

—Oye, Bosch, no hemos…

—Llamadme en cuanto estéis de vuelta en comisaría.

Harry colgó el móvil y se concentró en el segundo informe referente a las preguntas hechas a los huéspedes del hotel. Se había redactado de forma parecida al anterior, con la salvedad de que aquí no había direcciones, sino números de habitaciones. Una vez más, eran frecuentes los NEC y los NVN. Con todo, el Armario y el Barril se las habían arreglado para hablar con el hombre que se había registrado en el hotel justo después de Irving.

Thomas Rapport (varón, blanco, 21-7-56, residente en NY) llegó al hotel desde el aeropuerto a las 21.40. Recuerda haber visto a George Irving en recepción. No cruzaron palabra, y Rapport no volvió a ver a Irving. Rapport es escritor y se encuentra en la ciudad para revisar un guion en los estudios Archway. (Confirmado).

Otro informe completamente incompleto. Bosch consultó su reloj. Habían pasado veinte minutos desde que Solomon le pidiera diez de margen. Harry cogió el teléfono y lo llamó otra vez.

—Pensaba que se suponía que ibas a llamarme en diez minutos —dijo a modo de saludo.

—Y yo pensaba que eras tú el que iba a llamarme —contestó Solomon en falso tono confundido.

Bosch cerró los ojos un instante para liberarse de su frustración. No valía la pena enzarzarse en discusiones con un policía tan curtido como Solomon.

—Tengo preguntas que haceros sobre los informes que me habéis mandado.

—Pues pregunta. Eres el jefe.

Mientras conversaban, Bosch abrió un cajón y sacó una perforadora de papel. Empezó a perforar los informes recién impresos y a insertarlos en los dientes metálicos de la carpeta azul. Le resultaba relajante ir confeccionando el libro de asesinato mientras se las tenía con Solomon.

—Muy bien. En primer lugar, este tal Mitchell que vio al hombre en la escalera de incendios, ¿ha explicado de alguna forma la repentina desaparición del tipo? Quiero decir, primero lo ve entre el quinto y el sexto piso, y luego, cuando mira por el telescopio, el tipo se ha esfumado. ¿Qué fue lo que pasó entre el primer y el cuarto piso?

—Es fácil de explicar. Según dice Mitchell, cuando terminó de apuntar con el telescopio y enfocarlo, el tipo ya no estaba. Es posible que hubiera terminado de bajar por la escalera y es posible que hubiera entrado en alguno de los pisos que dan a la escalera.

Bosch estuvo a punto de preguntarle por qué no lo habían puesto en el informe por escrito, pero ya sabía por qué, de igual modo que sabía que, de haber estado llevando el caso, el Armario y el Barril se habrían limitado a establecer que la muerte de George Irving constituía un suicido.

—¿Cómo sabemos que ese tipo no era Irving? —inquirió.

La pregunta tenía trampa, y Solomon necesitó un momento para responder:

—Supongo que no lo sabemos. Pero ¿qué podía estar haciendo Irving en la escalera?

—No lo sé. ¿Hay alguna descripción? ¿Cabello, ropas, raza?

—Mitchell estaba demasiado lejos para verlo. Le pareció que el tipo era de raza blanca y tuvo la impresión de que era un empleado de mantenimiento. Alguien que trabajaba en el hotel, ya me entiendes.

—¿A medianoche? ¿Qué le hizo pensar algo así?

—Según dice, llevaba el pantalón y la camisa del mismo color. Como una especie de uniforme.

—¿De qué color?

—Gris claro.

—¿Habéis preguntado en el hotel?

—¿Preguntado qué?

En su voz volvía a resonar aquel falso tono de confusión.

—Vamos, Solomon, deja de hacerte el tonto de una vez. ¿Habéis preguntado si había alguna razón por la que algún empleado o huésped del hotel pudiera estar en la escalera de incendios? ¿Habéis preguntado de qué color es el uniforme que llevan sus empleados de mantenimiento?

—No, yo no he preguntado nada de eso, Bosch. Porque no hacía falta. El tipo estaba bajando por la escalera de incendios más de dos horas antes de que Irving se la pegara contra la acera. La cosa no tiene nada que ver. Hacernos subir haciendo preguntas por esa calle ha sido una completa pérdida de tiempo. Eso sí que ha sido tonto de veras.

Bosch sabía que si perdía los estribos con Solomon, el inspector ya no le sería de ninguna utilidad durante el resto de la investigación. Y ahora mismo no podía permitirse algo así. Una vez más, Harry pasó a otra cuestión.

—De acuerdo. En el informe pone que habéis hablado con el escritor, Thomas Rapport. ¿Hay más detalles sobre sus motivos para estar en Los Ángeles?

—No lo sé. Parece que es un guionista de cine muy cotizado. El estudio le proporciona alojamiento en uno de esos bungalows que hay detrás del edificio del hotel, donde murió John Belushi. La noche sale por dos mil dólares, y Rapport dice que va a estar toda la semana en la ciudad. Según explica, está reescribiendo un guion.

Solomon por lo menos acababa de responder a una de las preguntas que Bosch tenía en mente. ¿Durante cuántos días iban a poder contactar personalmente con Rapport?

—¿Y el estudio no le envió una limusina al aeropuerto? ¿Cómo llegó al hotel?

—Eh… no. En el aeropuerto cogió un taxi. Su vuelo aterrizó antes de lo previsto, y el coche del estudio aún no había llegado, así que cogió un taxi. Rapport dice que por eso Irving se registró antes que él. Los dos llegaron a la vez, pero Rapport tuvo que esperar a que el taxista le imprimiese un recibo, y el hombre se tomó su tiempo. Rapport estaba más bien mosqueado. Había llegado de la Costa Este y estaba muerto de cansancio. Lo que quería era meterse en el bungalow cuanto antes.

Bosch sintió un rápido estremecimiento en la barriga. Era el instinto, pero también la seguridad de que en el mundo se daba un ordenamiento de las cosas. Era una sensación que acostumbraba a sentir en el momento en que las piezas de un caso empezaban a encajar.

—Jerry —repuso—, ¿Rapport te ha dicho a qué compañía pertenecía el coche que lo llevó al hotel?

—¿A qué compañía?

—Sí, ya me entiendes: Valley, Yellow Cabs… ¿A qué empresa de taxis? Siempre lo pone en la puerta del coche.

—No me lo ha dicho, pero ¿qué tiene eso que ver?

—Es posible que nada. ¿Tienes el número de móvil de este hombre?

—No, pero va a quedarse una semana en el hotel.

—Vale. Comprendido. Voy a decirte una cosa, Jerry. Quiero que tú y tu compañero volváis al hotel y preguntéis por el hombre de la escalera de incendios. Averiguad si esa noche había alguien trabajando que pudiera ser ese hombre. Y averiguad qué tipo de uniformes llevan los de mantenimiento.

—Por favor, Bosch. Eso pasó por lo menos dos horas antes de que Irving se la pegara. Más, probablemente.

—Como si fue dos días antes. Quiero que vayáis y lo preguntéis. Enviadme el informe cuando lo sepáis. Esta noche, como muy tarde.

Bosch colgó el móvil. Se dio la vuelta y miró a Chu.

—Déjame ver la carpeta de Irving sobre esa compañía de taxis que era cliente suya.

Chu revolvió entre el montón de carpetas y entregó una a Bosch.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—Nada, todavía. ¿En qué estás trabajando?

—El seguro. Por el momento todo está en orden. Pero tengo que hacer una llamada.

—Lo mismo que yo.

Bosch echó mano al teléfono del escritorio y llamó al Chateau Marmont. Tuvo suerte. Cuando le pusieron con el bungalow de Thomas Rapport, el escritor cogió la llamada.

—Señor Rapport, le habla el inspector Bosch, del LAPD. Tengo unas cuantas preguntas adicionales que hacerle en relación con la entrevista que antes le hicieron mis compañeros. ¿Le va bien hablar ahora?

—Eh, pues no, la verdad. En este momento estoy en mitad de una escena.

—¿De una escena?

—La escena de una película. Estoy escribiendo la escena de una película.

—Entiendo, pero hablar conmigo solo le llevará un par de minutos. Y es muy importante para la investigación.

—¿Ese hombre se tiró o le empujaron?

—No lo sabemos con seguridad, señor. Pero si responde a un par de preguntas, estaremos más cerca de saberlo.

—Adelante, inspector. Soy todo suyo. De acuerdo con su voz, me lo imagino muy parecido a Colombo.

—Muy bien, señor. ¿Puedo empezar?

—Sí, inspector.

—El domingo por la noche llegó usted al hotel en taxi. ¿Correcto?

—Correcto, sí. Llegué directamente desde el aeropuerto. Estaba previsto que Archway enviara un coche, pero llegué antes de hora, y el coche no estaba. No quería esperar, así que cogí un taxi.

—¿Se acuerda del nombre de la compañía de taxis a la que pertenecía su vehículo?

—¿La compañía? ¿Como la compañía Checker, por ejemplo?

—Eso mismo, señor. En la ciudad operan varias compañías diferentes. Estoy tratando de averiguar el nombre que aparecía en la puerta de su taxi.

—Lo siento, pero no lo sé. Había una fila de taxis y me subí al que me tocó primero, eso es todo.

—¿Recuerda de qué color era?

—No. Lo único que recuerdo era que por dentro estaba bastante sucio. Tendría que haber esperado a que llegase el coche del estudio.

—Según ha dicho a los inspectores Solomon y Glanville, tardó un poco en entrar en el hotel porque el taxista tuvo que imprimirle el recibo. ¿Tiene ese recibo a mano?

—Un momento.

A la espera, Bosch abrió la carpeta de Irving referente a la empresa concesionaria de taxis y echó una ojeada a los documentos. Encontró el contrato que Irving había firmado con Regent cinco meses atrás, así como una carta dirigida a la comisión municipal establecedora de las concesiones. La misiva informaba de que los taxis Regent se proponían competir por la concesión de Hollywood cuando llegara el momento de renovarla, el año siguiente. La carta asimismo enumeraba los problemas «de rendimiento y confianza» suscitados por la empresa que actualmente disfrutaba de la concesión, los taxis Black and White. Antes de que Bosch terminara de leer la carta, Rapport se puso al teléfono.

—Aquí lo tengo, inspector. El taxi era de la empresa Black and White.

—Gracias, señor Rapport. Una última pregunta. ¿En el recibo aparece el nombre del conductor?

—Eh… Pues no. Tan solo aparece un número. El conductor número veintiséis. ¿Le sirve de ayuda?

—Sí, señor. De mucha ayuda. Está alojado en un sitio estupendo, ¿verdad?

—Sí que está bien, sí. Supongo que ya sabe quién murió aquí.

—Lo sé, sí. Pero la razón por la que se lo pregunto es para saber si cuenta con un fax.

—No tengo que mirarlo: lo sé perfectamente porque hace una hora he enviado unas cuantas páginas al estudio. ¿Quiere que le mande un fax con la copia del recibo?

—Justamente, señor.

Bosch le dio el número de fax del despacho de la teniente. Duvall sería la única en ver el recibo.

—Se lo mando en cuanto cuelgue, teniente —dijo Rapport.

—Inspector, nada más.

—Me olvido de que usted en realidad no es Colombo.

—No, señor, no lo soy. Eso sí, voy a hacerle otra pregunta más.

Rapport se echó a reír.

—Dispare.

—El área de aparcamiento del Chateau es un poco pequeña. ¿Su taxi llegó antes que el del señor Irving, o fue al revés?

—Al revés. Llegamos justo después que él.

—Y cuando Irving salió de su coche, ¿pudo verlo?

—Sí. Se quedó un momento junto al coche y entregó las llaves al encargado del garaje, que anotó entonces el nombre en un recibo, arrancó la mitad inferior y se la dio. Lo normal.

—¿El conductor de su taxi también vio todo eso?

—No lo sé, pero como estaba sentado frente al parabrisas, podía verlo todo mejor que yo.

—Gracias, señor Rapport, y buena suerte con esa escena que está escribiendo.

—Espero haberle sido de ayuda.

—Lo ha sido.

Bosch colgó y, a la espera de que llegase el fax de Rapport, telefoneó a Dana Rosen, la secretaria de George Irving, y le preguntó por la carta a la comisión municipal que había encontrado en la carpeta referente a los taxis Regent.

—¿Es una copia? ¿O es que no llegaron a enviar el original?

—Sí que lo mandamos. Enviamos una copia individual a todos los miembros de la comisión. Fue el primer paso que dimos para anunciar que aspirábamos a conseguir la concesión de Hollywood.

Bosch miró la carta una vez más. Estaba fechada dos lunes atrás.

—¿Les llegó alguna respuesta? —preguntó.

—Aún no. De haber llegado estaría en la carpeta.

—Gracias, Dana.

Bosch colgó y se puso a examinar otra vez la carpeta de los taxis Regent. Encontró un fajo de impresiones sujeto con un clip, que Irving seguramente había utilizado para respaldar las alegaciones esgrimidas en la carta. Había una copia de un artículo aparecido en Los Angeles Times, en el que se informaba de la detención de un tercer taxista de Black and White en cuatro meses por conducir su vehículo en estado de embriaguez. El artículo mencionaba también que a otro conductor de B&W se le había considerado responsable de un accidente sucedido a principios de año, accidente que había provocado heridas graves a un matrimonio que llevaba en el asiento trasero. El fajo asimismo incluía copias de los informes de detención por conducir en estado de embriaguez, así como numerosas multas de tráfico impuestas a los conductores de B&W. Las multas eran tanto por saltarse un semáforo en rojo como por aparcar en doble fila y seguramente tenían que ver con las detenciones efectuadas por conducir bajo los efectos del alcohol.

Con el expediente en las manos, Bosch comprendía que Irving considerase que B&W era una empresa vulnerable. Hacerse con la concesión de Hollywood seguramente iba a ser el trabajito más fácil de cuantos había hecho en la vida.

Bosch echó una ojeada a los informes de detención y algo llamó su atención. En todos los informes, el mismo número de insignia aparecía en la casilla donde se identificaba al agente responsable de la detención. Tres detenciones en cuatro meses. Parecía demasiada coincidencia que un mismo agente hubiera realizado las tres detenciones. Bosch sabía que era posible que el número de identificación simplemente fuera el del agente asignado a calabozos que hubiera efectuado la prueba de alcoholemia en la comisaría de Hollywood después de que los taxistas hubieron sido puestos bajo custodia por otros agentes. Pero incluso algo así resultaba inusual y poco ajustado al protocolo de actuación.

Echó mano al teléfono y llamó a la oficina de personal del cuerpo de policía. Dio su propio nombre y número de insignia y explicó que necesitaba la identificación de otro número. Le pasaron con una oficinista un tanto mediocre que consultó el ordenador y facilitó a Bosch el nombre, el rango y el destino.

—Robert Mason, tres, Hollywood.

O sea, Bobby Mason. El amigo de toda la vida de George Irving… hasta hacía poco.

Bosch dio las gracias y colgó. Anotó la información que acababa de reunir y se puso a estudiarla. Le resultaba imposible aceptar como coincidencia que Mason hubiera detenido por conducir borrachos a tres taxistas de B&W en un momento en que se suponía que seguía siendo amigo del hombre que representaba a la compañía competidora de B&W para obtener la concesión de Hollywood.

Rodeó con un círculo el nombre de Mason en sus notas. Estaba claro que iba a tener que hablar con este agente de patrulla. Pero todavía no. Bosch necesitaba saber muchas más cosas antes de dar dicho paso.

A continuación se puso a estudiar los informes de arresto, en los que aparecían las causas de la detención. En todos los casos, el agente había observado que el taxista conducía de forma errática. En uno de ellos, el informe indicaba que bajo el asiento del conductor se había encontrado una botella medio vacía de Jack Daniel’s.

Bosch reparó en que el informe no mencionaba de qué capacidad era la botella. Durante un segundo pensó también en la elección de las palabras «medio vacía» en lugar de «medio llena» y en las distintas interpretaciones que podían derivarse de una u otra adjetivación. Pero Chu en ese momento se acercó y se apoyó en el escritorio.

—Harry, parece que tienes algo en marcha.

—Sí, es posible. ¿Te apetece salir a dar una vuelta?