15

Chu esperó hasta que se encontraron a mitad de camino en el aparcamiento para estallar de una vez.

—Pero, bueno, Harry, ¿se puede saber qué pasa? ¿A qué venía todo eso?

Bosch sacó su móvil. Tenía que hacer una llamada.

—Te lo explicaré en cuanto pueda. Ahora quiero que vayas a…

—¡Eso no me vale, Harry! Formamos parte del mismo equipo, pero tú lo haces todo a tu aire. Esto no puede ser.

Chu se había detenido y tenía los brazos abiertos. Bosch también se detuvo.

—Mira, estoy tratando de protegerte. Primero necesito hablar con una persona. Déjame hacerlo, y luego hablamos tú y yo.

Chu meneó la cabeza, insatisfecho.

—Me estás matando con toda esta mierda, compañero. ¿Qué quieres que haga, que vuelva al despacho y me quede de brazos cruzados?

—No. Quiero que hagas muchas otras cosas. Quiero que vayas donde están las pertenencias de Irving y cojas su camisa. Llévasela a los de la policía científica y que analicen la parte interior del hombro en busca de rastros de sangre. Ayer nadie se fijó en ninguna mancha, pero la camisa es oscura.

—Si hay sangre, sabremos que se hizo esas marcas mientras llevaba la camisa puesta.

—Exacto.

—¿Y eso qué nos dirá?

Bosch no respondió. Estaba pensando en el botón de camisa encontrado en el suelo de la suite del hotel. Era posible que tratasen de estrangular a Irving, que este se debatiera y que el botón se hubiera soltado durante la pelea.

—Cuando termines con lo de la camisa, empieza a mover la orden de registro.

—¿Orden de registro, de qué?

—Del despacho de Irving. Quiero tener una orden antes de entrar y empezar a mirar sus archivos.

—Son sus archivos, y él está muerto. ¿Para qué necesitamos una orden de registro?

—Porque el tipo era abogado y no quiero follones que tengan que ver con la confidencialidad de sus clientes cuando entremos. Quiero tener las espaldas completamente cubiertas en ese sentido.

—Mira, va a serme difícil escribir la solicitud de una orden de registro mientras no me cuentes una mierda.

—No, te va a ser fácil. Explica que estás llevando una investigación sobre la muerte de este hombre, que no está nada clara. Indica que había posibles señales de lucha (el botón en el suelo, la herida en la espalda anterior a la muerte) y que quieres acceder a sus papeles del despacho para determinar si el muerto tenía problemas con algún cliente o adversario. Simple. Si no eres capaz, ya lo escribo yo mismo cuando vuelva.

—Claro que soy capaz. Aquí el escritor soy yo.

Era cierto. En su habitual división del trabajo y las responsabilidades, Chu siempre se encargaba de redactar el papeleo.

—Bien. Pues pon manos a la obra y deja de lloriquear de una vez.

—Oye, Harry, vete a la mierda. No estoy lloriqueando. A ti no te gustaría que te tratase de esta forma.

—Voy a decirte una cosa, Chu. Si mi compañero de trabajo fuera un profesional con muchos más años y experiencia que yo, y me pidiese que confiara en él y esperase a que me aclarara las cosas a su debido tiempo, creo que le diría que sí. Y además le daría las gracias por facilitarme las cosas.

Bosch dejó que Chu terminara de entender el mensaje antes de despedirse.

—Nos vemos allí después. Tengo que irme.

Echaron a andar hacia sus respectivos coches. Bosch echó una mirada de reojo a su compañero y lo vio andar cabizbajo, con expresión de perro maltratado en el rostro. Chu no entendía los problemas derivados del politiqueo, pero Bosch sí.

Tras sentarse al volante, Harry telefoneó a Kiz Rider.

—Encuéntrate conmigo en la academia dentro de quince minutos. En la sala de vídeo.

—Imposible, Harry. Tengo que ir a una reunión presupuestaria.

—Entonces, luego no te quejes ni me digas que no sé de qué va el caso Irving.

—¿No puedes decirme de qué se trata?

—No, tienes que verlo por ti misma. ¿A qué hora puedes quedar?

—No antes de la una. Ve a comer algo y luego me encuentro contigo.

Bosch preferiría no ralentizar las cosas, pero era importante que Rider supiera qué dirección estaba tomando el caso.

—Nos vemos entonces. Por cierto, ¿pusiste a alguien de guardia en el despacho de Irving, como te pedí ayer?

—Sí. ¿Por qué?

—Solo quería estar seguro.

Bosch colgó sin darle tiempo a reprocharle su falta de confianza en ella.

Bosch llegó en quince minutos a Elysian Park y el complejo de la academia de policía. Entró en la cafetería del Revolver and Athletic Club y se sentó en un taburete frente a la barra. Pidió café y una hamburguesa Bratton, llamada así en honor al anterior jefe de policía, y pasó la siguiente hora revisando sus apuntes y tomando notas adicionales.

Tras pagar la cuenta y echarle un vistazo a algunas de las muestras de la historia del cuerpo de policía expuestas en la pared de la cafetería, echó a andar a través del antiguo gimnasio, el lugar donde le concedieron la insignia un día lluvioso más de treinta años atrás, y entró en la sala de vídeo. En ella había una videoteca con todas las cintas educativas usadas por el cuerpo desde la aparición del vídeo. Explicó al encargado —quien no iba uniformado— lo que andaba buscando y se mantuvo a la espera mientras el hombre se hacía con la vieja cinta.

Rider se presentó unos minutos más tarde, a la hora convenida.

—Muy bien, Harry. Ya estoy aquí. Aunque no me importen mucho las reuniones sobre el presupuesto que duran todo un día, tengo que volver tan pronto como pueda. ¿A qué hemos venido?

—A mirar una cinta educativa, Kiz.

—¿Y eso qué tiene que ver con el hijo de Irving?

—Todo, tal vez.

El encargado entregó la cinta a Bosch. Rider y él fueron a una de las cabinas de visionado. Bosch insertó la cinta en la máquina y pulsó la tecla de reproducción.

—Esta es una de las viejas cintas usadas en la instrucción de los agentes. El tema es la técnica de inmovilización mediante sujeción del cuello. Más conocida en el mundo entero como la técnica del LAPD de inmovilización por asfixia o estrangulamiento.

—La inmovilización por estrangulamiento… Qué mal rollo —apuntó ella—. Esa técnica está prohibida desde antes de mi ingreso en el cuerpo.

—La inmovilización mediante sujeción está técnicamente prohibida. La inmovilización mediante control de la carótida sigue estando aprobada en situaciones de peligro de muerte. Y buena suerte al que le pille de por medio.

—Ya. Pero, como decía, ¿a qué hemos venido, Harry?

Bosch señaló la pantalla.

—Antes utilizaban estas cintas para enseñar lo que había que hacer. Ahora las usan para enseñar lo que no hay que hacer. Esta es la inmovilización mediante sujeción del cuello.

Hubo un tiempo en que la inmovilización mediante sujeción del cuello era un método habitual en la progresión en el uso de la fuerza por parte del LAPD, pero la técnica finalmente se acabó prohibiendo después de que se atribuyeran muchas muertes a su empleo.

El vídeo mostraba a un instructor que aplicaba este tipo de inmovilización a un cadete voluntario de la academia. El instructor se situaba detrás del cadete y le rodeaba el cuello con el brazo izquierdo. A continuación cerraba el círculo agarrando con fuerza el hombro del cadete. El cadete se debatía, pero al cabo de unos segundos perdía el conocimiento. El instructor lo depositaba en el suelo con cuidado y le palmeaba ligeramente los carrillos. El voluntario recuperaba el conocimiento de inmediato y daba la impresión de sentirse atónito por lo sucedido. Al momento salía del campo de imagen y era reemplazado por otro cadete. El instructor esta vez lo hacía todo más lentamente y explicaba los pasos a seguir en la técnica. Después daba algunos consejos para manejarse con los individuos que insistían en resistirse. El segundo de sus consejos era el que Bosch estaba esperando.

—Ahí —dijo.

Rebobinó la cinta y volvió a reproducir el segmento. El instructor denominaba esta nueva técnica «la mano por detrás». El brazo izquierdo rodeaba el cuello del cadete y la mano sujetaba el hombro derecho. Para impedir que el voluntario siguiera resistiéndose y se soltara del brazo, el instructor unía ambas manos como si fueran sendos ganchos sobre la parte superior del hombro y extendía el antebrazo derecho por la espalda del cadete. Y poco a poco iba acentuando la presión sobre el cuello. El segundo voluntario también perdió el conocimiento.

—No puedo creer que estrangularan a estos chavales así como así —comentó Rider.

—Lo más probable es que todos fueran voluntarios a la fuerza —dijo Bosch—. Como sucede ahora con las pistolas Taser.

Todos los agentes pertrechados con una de estas pistolas de electrochoque antes eran formados en el uso del arma… Lo que incluía recibir una de las descargas eléctricas disparadas por la Taser.

—Pero ¿qué me estás enseñando, Harry?

—En la época en que prohibieron este tipo de inmovilización me asignaron a la comisión de investigación de las muertes que se produjeron. Fue una orden. No me ofrecí voluntario.

—¿Y todo esto qué tiene que ver con George Irving?

—El problema fundamental era que los policías utilizaban esta técnica con demasiada frecuencia y de forma demasiado prolongada. Se supone que la carótida vuelve a abrirse de manera inmediata una vez que dejas de hacer presión. Pero los agentes a veces mantenían la presión durante demasiado tiempo, y los sospechosos entonces morían. Y la presión de vez en cuando fracturaba el hueso hioides, que aplastaba la tráquea. De nuevo, la gente moría. La inmovilización por sujeción del cuello se prohibió y el empleo de la inmovilización de la carótida se relegó a las situaciones de vida o muerte. Y, claro, las situaciones de vida o muerte son algo muy distinto. Lo que a partir de ese momento quedaba claro era que uno ya no podía inmovilizar a una persona por estrangulamiento en una simple pelea callejera sin más. ¿Me sigues?

—Te sigo.

—Yo me encargaba de las autopsias. Era el coordinador del asunto. Mi trabajo consistía en reunir todos los casos sucedidos en los veinte años anteriores y tratar de dar con las similitudes. En algunos de los casos se daba una anomalía. Sin un significado preciso, pero que estaba allí. Encontramos que en muchos casos había una herida en el hombro con una marca peculiar. En una tercera parte de los casos, más o menos. La marca de unas medias lunas sobre el omóplato de la víctima.

—¿Qué marca era?

Bosch señaló la pantalla de vídeo. La cinta de instrucción estaba en pausa en el movimiento de «la mano por detrás».

—Era la técnica de la mano por detrás. Muchos de los policías llevaban relojes de tipo militar con grandes biseles exteriores de medición. Al aplicar la inmovilización por sujeción, si aplicaban esta otra técnica y usaban la mano para terminar de inmovilizar el hombro, el bisel del reloj cortaba la piel o dejaba señales. La cosa en realidad servía para demostrar que se había producido una lucha. Pero hoy me he acordado.

—¿En la autopsia?

Bosch sacó del bolsillo una foto de autopsia del hombro de George Irving.

—El hombro de Irving.

—¿No pudo hacérselo al caer?

—Irving se estrelló contra el suelo de cara. No es normal que tenga una herida así en la espalda. Y el forense confirmó que la herida era anterior a la muerte.

Los ojos de Rider se fueron oscureciendo mientras estudiaba la imagen.

—Entonces ¿se trata de un homicidio?

—Es lo que empieza a parecer. Lo estrangularon hasta que perdió el conocimiento y lo tiraron desde la terraza.

—¿Estás seguro de lo que dices?

—No, aquí no hay nada seguro. Pero es la dirección que para mí está tomando la investigación.

Rider asintió en señal de acuerdo.

—¿Y crees que esto lo hizo un policía o un antiguo policía?

Bosch negó con la cabeza.

—No, eso no lo creo. Es verdad que a los policías de cierta edad los adiestraron en el uso de la inmovilización. Pero no son los únicos que la conocen. Militares, luchadores de artes marciales combinadas. Cualquier chaval puede aprender a usar esta técnica mirando un vídeo en YouTube. Sin embargo, hay una pequeña coincidencia.

—¿Coincidencia? Tú siempre has dicho que las coincidencias no existen.

Bosch se encogió de hombros.

—¿De qué coincidencia me estás hablando, Harry?

—Acabo de decirte que estuve en la comisión de investigación de las muertes causadas por esta técnica. El subcomisario Irving era quien estaba al frente de la comisión, en la comisaría central. Fue la primera vez que Irving y yo cruzamos nuestros caminos.

—Bueno, para ser una coincidencia, tampoco resulta tan impresionante.

—Seguramente. Pero eso significa que Irving va a reconocer esas señales en forma de media luna en la espalda de su hijo en cuanto le hablen de ellas o le enseñen una foto. Y no quiero que el concejal se entere de esto todavía.

Rider clavó la mirada en él.

—Irving no hace más que insistir ante el jefe, Harry. Y a mí también me insiste. Hoy ya ha llamado tres veces en relación con la autopsia. ¿Y quieres ocultarle una cosa así?

—No quiero que salga a relucir. Quiero que quienes hicieron esto se crean a salvo. Así no me verán venir.

—No lo veo claro, Harry.

—Mira, ¿quién sabe lo que Irving puede hacer si se entera del asunto? Igual termina por decírselo a la persona menos indicada o monta una rueda de prensa y lo explica todo. Y entonces habremos perdido la ventaja que teníamos.

—Pero igualmente vas a tener que hablar con él como parte de la investigación del homicidio. Y entonces se enterará.

—Se enterará a su debido tiempo. Pero por ahora le diremos que la cosa sigue sin estar clara. Estamos esperando el análisis toxicológico de la autopsia. Por muy pez gordo que sea y muchas prisas que meta, el análisis no estará listo antes de dos semanas. Entretanto, lo que estamos haciendo es mirar hasta debajo de las piedras, investigar cuidadosamente todas las posibilidades. No tiene por qué enterarse de esto, Kiz. No en este momento.

Bosch alzó la foto. Rider se pasó la mano por la boca en ademán pensativo.

—Y creo que lo mejor sería que tampoco se lo comentaras al jefe —agregó Bosch.

—Por ahí no paso —contestó ella al momento—. El día que empiece a ocultarle cosas será el día que ya no mereceré mi trabajo.

Bosch se encogió de hombros.

—Como quieras. Pero que la cosa no salga del edificio.

Rider asintió. Había tomado una decisión.

—Voy a darte cuarenta y ocho horas. Y luego volvemos a hablar. El jueves por la mañana quiero saber hasta dónde has llegado con todo esto, y entonces decidiremos otra vez.

Era lo que Bosch estaba tratando de conseguir. Margen de maniobra.

—De acuerdo. El jueves.

—Esto no quiere decir que no quiera saber de ti hasta el jueves. Quiero que me mantengas informada. Si aparece algo nuevo, me llamas.

—Entendido.

—¿Y ahora qué vas a hacer?

—Hemos pedido una orden de registro del despacho de Irving. Tenía una secretaria que seguro que conoce muchos de sus secretos. Y sabe quiénes eran sus enemigos. Necesitamos hablar con ella, pero quiero hacerlo en el despacho de Irving, para que nos pueda mostrar los archivos y demás.

Rider asintió en señal de conformidad.

—Bien. ¿Y dónde está tu compañero de equipo?

—Redactando la solicitud. Queremos tener las espaldas cubiertas. Lo que se dice bien cubiertas.

—Muy listos. ¿Chu está enterado de lo de la técnica de inmovilización?

—Aún no. Quería explicártelo a ti antes. Pero va a saberlo antes del final de la jornada.

—Gracias, Harry. Tengo que volver a esa reunión de los presupuestos. A averiguar cómo hacer más con menos.

—Ya. Pues buena suerte.

—Y tú cuídate. Este caso puede ser problemático.

Bosch sacó la cinta del reproductor.

—Como si no lo supiera —dijo.