12

Por la mañana, Bosch llamó a Chu desde su coche y le dijo que visitara el laboratorio de criminalística por su cuenta.

—Pero ¿y tú qué vas a hacer? —preguntó su compañero.

—Tengo que volver a Panorama City. Estoy siguiendo una pista.

—¿Qué pista, Harry?

—Tiene que ver con Pell. Anoche estuve leyendo su ficha y encontré algo. Tengo que comprobarlo. No creo que en el laboratorio se hayan equivocado, pero tenemos que asegurarnos, por si la cuestión sale a relucir en el juicio… Si es que algún día se celebra un juicio. Uno de los dos tiene que poder atestiguar que fuimos al laboratorio a preguntar.

—¿Y qué les digo cuando esté allí?

—Estamos citados con la subdirectora. Simplemente dile que necesitas confirmar cómo fueron analizadas las muestras del caso. Y luego habla con el de la bata blanca que ha estado llevando el caso. Y ya está. Veinte minutos, como mucho. Anótalo todo.

—¿Y tú qué vas a hacer?

—Con un poco de suerte, voy a hablar con Clayton Pell sobre un hombre llamado Johnny.

—¿Cómo?

—Te lo explico luego, cuando esté de vuelta. Ahora tengo que salir.

—Harr…

Bosch colgó el teléfono. No quería verse empantanado en explicaciones. Eso solo servía para ralentizar las cosas. Lo que quería era dejarse llevar por la adrenalina.

Veinte minutos después estaba otra vez en Woodman, tratando de encontrar una plaza de aparcamiento cerca de los apartamentos Buena Vista. No encontró ninguna, así que terminó por estacionar el coche junto a una boca de riego e hizo a pie la manzana de distancia hasta el centro de acogida. Se identificó y pidió hablar con la doctora Stone. Le abrieron la puerta de seguridad y entró.

Hannah Stone estaba esperándolo sonriente en el pequeño vestíbulo de la zona de oficinas. Bosch se preguntó si tenía despacho propio o si había algún lugar en el que hablar en privado, y la doctora lo condujo a una de las salas de reuniones.

—Es lo único que hay —explicó—. El despacho lo comparto con otros dos psicólogos. ¿Qué es lo que pasa, Harry? No esperaba volver a verlo tan pronto.

Bosch asintió, dando a entender que lo mismo sucedía en su caso.

—Quiero hablar con Clayton Pell.

Stone frunció el ceño, como si la petición la incomodara.

—Bueno, Harry, si Clayton es sospechoso, entonces me está dejando a mí en mala situación.

—No es sospechoso. Mire, ¿podemos sentarnos un momento?

Stone señaló un sillón —que Bosch supuso que era el destinado a sus pacientes— y se acomodó en una silla frente a él.

—Bueno —repuso Bosch—. Tengo que advertirle una cosa: lo que voy a decirle seguramente parece ser demasiada coincidencia como para que de verdad sea coincidencia. Y de hecho, yo ni siquiera creo en las coincidencias. Pero lo que ayer noche estuvimos hablando tiene que ver con lo que estuve haciendo después de la cena, y por eso he venido. Necesito su ayuda. Necesito hablar con Pell.

—Pero ¿no porque sea un sospechoso?

—No, él por entonces no era más que un niño. Sabemos que no es el asesino. Pero sí que es un testigo.

Stone meneó la cabeza.

—He estado hablando con él cuatro veces por semana durante casi seis meses. Y diría que si hubiera sido testigo del asesinato de esa chica, la cosa habría aflorado de alguna forma, subconscientemente o no.

Bosch levantó la mano.

—No he dicho que fuera un testigo visual. No estuvo en el lugar de los hechos, y lo más probable es que no sepa nada sobre la chica. Pero creo que conoce al asesino. Me puede ayudar. Mire, fíjese en esto.

Abrió el maletín en el suelo, junto a sus pies. Sacó el antiguo expediente del asesinato de Lily Price y al momento abrió los estuches de plástico con las desvaídas fotografías Polaroid tomadas en la escena del crimen. Stone se levantó y se acercó al sillón para observarlas más de cerca.

—Veamos, estas fotos son muy viejas y están descoloridas, pero si se fija en el cuello de la víctima, es posible ver la marca dejada por la ligadura. A la chica la estrangularon.

—Oh, Dios… —gimió la doctora.

Bosch cerró la carpeta al momento y alzó la vista hacia ella. Stone se había llevado la mano a la boca.

—Lo siento. Pensaba que solía ver cosas así…

—Sí, sí. Lo estoy. Pero una nunca termina de acostumbrarse. Yo estoy especializada en las desviaciones y perversiones sexuales. Pero ver el resultado de…

Señaló la carpeta cerrada.

—Por eso trato de evitar que sucedan estas cosas. Porque son horribles.

Bosch asintió y Stone le dijo que volviera a hablarle de las fotos. Harry reabrió la carpeta y volvió a echar mano a los estuches de plástico. Escogió una foto detallada del cuello de la víctima y señaló la borrosa marca en la piel de Lily Price.

—¿Ve lo que le estaba diciendo?

—Sí —respondió Stone—. Pobre chica.

—Bien. Y ahora fíjese en esta.

Cogió otra Polaroid del siguiente estuche y volvió a decirle que mirase bien la marca dejada por la ligadura. En la piel había una hendidura bastante visible.

—Ya lo veo, pero ¿qué significa?

—Esta foto se tomó desde otro ángulo y muestra la línea superior de la ligadura. La primera foto muestra la línea inferior.

Comparó las dos imágenes y con el dedo resiguió las diferencias entre ambas.

—¿Lo ve?

—Sí. Pero no le sigo. Hay dos líneas. ¿Qué es lo que significan?

—Bueno, las dos líneas no encajan. Están a distintos niveles en el cuello. Lo que significa que forman los bordes superior e inferior de la ligadura. Si las miramos en su conjunto podemos hacernos una idea del ancho de la ligadura y, lo más importante, qué tipo de ligadura era.

Con el índice y el pulgar trazó dos líneas sobre una de las fotos, dibujando una ligadura de casi cinco centímetros de ancho.

—Es todo cuanto tenemos después de tanto tiempo —explicó—. Las fotos de la autopsia ya no estaban en el expediente. Así que solo nos quedan estas fotos que muestran que la ligadura en el cuello era de por lo menos cuatro centímetros de ancho.

—¿Como si fuera un cinturón?

—Exacto. Y ahora fíjese en esto. Justo debajo de la oreja hay otra señal, otra hendidura.

Echó mano a otra de las fotos del segundo estuche.

—Parece un cuadrado.

—Eso mismo. Como el que podría dejar una hebilla cuadrada de cinturón. Y ahora pasemos a la sangre.

Volvió a coger el primer estuche y se concentró en las tres primeras instantáneas. Todas mostraban una mancha de sangre en el cuello de la víctima.

—Una simple gota de sangre que manchaba su cuello. Justo en el medio de la marca de la ligadura, de forma que posiblemente fue transferida por la ligadura. Hace veintidós años, la teoría era la de que el asesino se hizo un corte, estaba sangrando y una gota cayó sobre la chica. El asesino pasó la mano para limpiarla, pero la mancha quedó sobre la piel.

—Y usted piensa que fue una transferencia.

—Exacto. Y aquí es donde entra Pell. Era su sangre. Su sangre de cuando tenía ocho años. ¿Cómo llegó hasta allí? Bien, si seguimos con la teoría de la transferencia, la sangre procedía del cinturón. Así que la verdadera cuestión ahora ya no es saber cómo llegó hasta Lily, sino cómo llegó al cinturón.

Bosch cerró la carpeta y volvió a meterla en el maletín. Sacó el grueso expediente de la junta para la concesión de la libertad condicional. Lo levantó con ambas manos y lo agitó en el aire.

—Aquí está. Anoche, cuando me dijo que no podía revelar las confidencias hechas por sus pacientes, le respondí que tenía estos informes psicológicos redactados antes de cada juicio. Bueno, pues los estuve leyendo después de llegar a casa, y en ellos hay algo que encaja con lo que me estuvo diciendo sobre los comportamientos repetitivos y…

—A Clayton solían pegarle con un cinturón.

Bosch sonrió.

—Ándese con cuidado, doctora, no le conviene revelar declaraciones confidenciales. Y menos si no es necesario. Aquí está todo. Cada vez que era sometido a un reconocimiento psicológico, Pell refería la misma historia. Cuando tenía ocho años, su madre y él vivían con un individuo que abusaba de él físicamente y, con el tiempo, también sexualmente. Eso fue lo que probablemente lo llevó a hacer las cosas que hizo. Pero entre los abusos físicos se contaban las palizas propinadas con un cinturón. —Bosch abrió el expediente y le entregó el primer informe psicológico—. Le pegaban tan fuerte que sin duda sangraba —indicó—. En esta entrevista dice tener cicatrices en las nalgas como consecuencia de los golpes. Para dejar una cicatriz es preciso rasgar la piel. Y cuando la piel se rasga, lo que sale es sangre.

Bosch la vio leer con rapidez el informe, con los ojos fijos y concentrados. En ese momento notó que su teléfono móvil vibraba, pero hizo caso omiso. Seguramente se trataba de su compañero, que llamaba para explicar que había terminado con la visita al laboratorio de los análisis de ADN.

—Johnny —dijo ella, devolviéndole el informe.

Bosch asintió.

—Creo que es nuestro hombre, y por eso necesito hablar con Pell para saber más de él. ¿Alguna vez le ha dicho su nombre completo? En estos reconocimientos siempre lo llama Johnny, y nada más.

—No. En nuestras sesiones también se refiere a él como Johnny.

—Por eso tengo que hablar con él.

Stone guardó silencio, mientras meditaba algo en lo que Bosch no parecía haber caído. Harry se decía que la doctora seguramente se sentiría tan interesada en esta pista como él mismo.

—¿Qué pasa?

—Harry, tengo que considerar qué puede suponer para él sacar todo esto a relucir ahora. Lo siento, pero tengo que anteponer su bienestar personal a la buena marcha de su investigación.

Bosch hubiera preferido oír otra cosa.

—A ver, un momento —dijo—. ¿Qué quiere decir con eso de «sacarlo todo a relucir»? Todo cuanto he dicho aparece en los tres informes psicológicos. Pell sin duda ha tenido que hablarle de este sujeto. No estoy pidiéndole que me revele sus confidencias. Lo que quiero es hablar con él directamente.

—Lo sé, y no puedo evitar que lo haga. Pero la cosa en realidad depende de Clayton. De si está dispuesto a hablar con usted o no. Lo que me preocupa es que Clayton es una persona muy frágil, como puede suponer, y…

—Puede hacer que hable conmigo, Hannah. Puede explicarle que le será de ayuda.

—¿Mentirle, quiere decir? Eso no voy a hacerlo.

Bosch se levantó, ya que Stone no había vuelto a sentarse.

—No estoy hablando de mentir. Estoy hablando de decir la verdad. Todo esto lo ayudará a sacar a ese individuo de las sombras del pasado. Como en un exorcismo. Hasta es posible que sepa que este fulano se dedicaba a matar a chicas.

—¿Es que hay más de una?

—No lo sé, pero ya ha visto las fotos. No parecen propias de un caso aislado que se haya producido una vez en la vida, como si el asesino con eso se hubiera liberado de sus obsesiones y ahora pudiera convertirse en un buen ciudadano otra vez. Este es el crimen de un depredador, y los depredadores no dejan de depredar. Lo sabe tan bien como yo. No importa si todo esto pasó hace veintidós años. Si este tal Johnny sigue con vida, tengo que encontrarlo. Y Clayton Pell es la clave.