Capítulo 40

—¿Le crees? —preguntó Stride mientras se dirigían de vuelta a la ciudad.

Echó un vistazo a través de la ventana y vio unas nubes negras que se agrupaban en el extremo sudoeste. Se acercaba una tormenta estival.

—Si miente, lo hace muy bien —dijo Serena—. Pero soy muy escéptica cuando se trata de hombres y chicas adolescentes.

—¿Crees que un sacerdote que parece demasiado bueno para ser verdad probablemente lo sea? —preguntó Stride.

—Es más que eso, Jonny.

Igual que antes, no entró en detalles y él no pudo evitar preguntarse qué secretos ocultaba. El hecho de que le hubiera llamado Jonny también revoloteaba en su cabeza. Le salió de forma natural, sin pensarlo, y se preguntaba si se había dado cuenta de que le había llamado así. La familiaridad con que lo dijo le resultaba muy íntima.

No creía que Andrea hubiera pronunciado nunca su nombre de aquel modo. Y recordaba que, con Cindy, también había existido una intimidad parecida desde el principio. Pero esos pensamientos le asustaban, así que los ahuyentó. Se daba cuenta de que había evitado pensar en Andrea desde la llegada de Serena. Su atracción por esa mujer era tan repentina e intrigante que parecía apartar a un lado el resto de las emociones. No era la clase de hombre que tuviera aventuras, pero en aquel momento deseaba tener una. Desesperadamente.

—¿Has estado alguna vez en Riverwalk? —preguntó él.

—Nunca —dijo Serena con una sonrisa traviesa.

Stride se rió.

—Eres fantástica. —Deseó que ella notara el doble sentido en el tono de su voz. No estaba seguro, pero le pareció que se había ruborizado—. Pediré a Maggie que lo compruebe —continuó—. Investigaremos esa conferencia eclesiástica y nos aseguraremos de que asistieron.

—Aunque se registraran, podrían haber ido y vuelto de Las Vegas en un día. Habrían entrado y salido sin que nadie lo supiera.

—Comprobaremos también las líneas aéreas. Y las tarjetas de crédito.

Antes de poder continuar, Stride oyó el timbre de su teléfono móvil. Se lo sacó del bolsillo y se lo llevó al oído.

—Tenemos que hablar —dijo una voz masculina.

Stride reconoció a Dan Erickson.

—Sí, lo sé —dijo Stride—. ¿Has oído mi mensaje?

—Sí, he oído el maldito mensaje. ¿Estás seguro de ello?

—Sí, lo estamos.

—Mierda —masculló Dan. Se hizo el silencio y Stride casi pudo oír cómo rechinaba la maquinaria mental de su interlocutor—. Esto es increíble. No quiero hablar por teléfono.

—¿Quieres que me pase por tu despacho?

—Diablos, no. No quiero ni que te acerques. Reúnete conmigo dentro de una hora en el aparcamiento del instituto.

—¿No necesitaremos alguna clase de código secreto para reconocernos? —preguntó Stride.

—Muy gracioso. Jodidamente gracioso. Limítate a ir allí.

Stride colgó el teléfono. Serena levantó las cejas. Podía reconstruir la mayor parte de la conversación.

—Dan Erickson procesó a Graeme Stoner por el asesinato de Rachel —dijo Stride—. Evidentemente, no está muy contento con la noticia.

—¿Y por qué tanto misterio?

—Dan es el fiscal del condado, pero quiere que el Partido Demócrata lo proponga como fiscal general del estado. Creo que el hecho de haber procesado a alguien por asesinar a una chica que no estaba muerta sería contraproducente para su campaña.

Serena frunció el ceño.

—Vigila tu culo, Jonny. Un político como ése haría que te echaran del cuerpo si con eso evitara cargar con las culpas.

—Sí, puede que sea el estilo de Dan —dijo Stride.

Otra vez oyó «Jonny» de sus labios.

—¿Y no te importa?

Stride miró a través del parabrisas mientras empezaban a caer las primeras gotas de lluvia.

—Es curioso, pero creo que no.

Cuando Stride dejó a Serena en la comisaría y giró hacia la carretera de la ladera que llevaba al aparcamiento del instituto, los limpiaparabrisas empezaron a chirriar en protesta por tener que lidiar arriba y abajo con litros de agua. Stride se inclinó sobre el volante, entornando los ojos para distinguir el pavimento a través de los faros. El sol se alzaba en lo alto de algún lugar de aquel cielo estival, pero la capa de nubes oscuras hacía que pareciera de noche.

Stride no vio el Lexus de Dan Erickson hasta llegar al otro lado del aparcamiento. Lo rodeó y aparcó junto a él. El Lexus era azul marino, con cristales ahumados. Dan había dejado las luces encendidas y el motor en marcha.

La lluvia golpeteaba la furgoneta de Stride. Al abrir la puerta, el agua cayó sobre él, clavándose en su piel como pequeños aguijones. Cerró de golpe y tiró de la puerta del copiloto del Lexus. Estaba cerrada. Empapado, Stride golpeó la ventana con los nudillos. Oyó un tenue clic y se metió en el coche, llevando algo de lluvia consigo.

—Yo también me alegro de verte, Dan —masculló Stride mientras esparcía unas cuantas gotitas en el interior del coche al sacudirse las mangas.

—Son asientos de piel —dijo Dan con cara de pocos amigos.

El interior del coche olía igual que la esposa de Dan, lo que significaba que olía a dinero. Stride sabía que el Lexus y todo lo demás pertenecía a Lauren, no a Dan, aunque éste se hacía cargo de todo encantado. En su mano izquierda, Stride vio un grueso anillo de boda con un rubí y, en su muñeca, un Rolex de oro. Su traje azul oscuro parecía hecho a medida y se doblaba en suaves pliegues sin arrugarse.

Tenía sintonizada la emisora de radio local. Dan extendió la mano y la apagó. Se quedaron en silencio unos momentos, mientras la lluvia aporreaba el techo.

—Todavía no ha salido en las noticias —dijo Dan—. Que siga así.

Stride sacudió la cabeza.

—Eso es imposible. Será un notición. Todo lo que podemos esperar es que se mantenga silenciado un par de días más, pero hasta eso es ser muy optimista. Basta con una filtración.

—¿Quién está al corriente?

—La policía de Las Vegas y varios miembros del cuerpo de Duluth. Aparte de Emily y su marido, Dayton Tenby.

—Deberías haber hablado conmigo antes de informarles a ellos.

—Por el amor de Dios, Dan, es la madre de la chica —protestó Stride.

Dan suspiró.

—Quiero saber qué ha ocurrido exactamente.

Stride le explicó lo del descubrimiento del cuerpo de Rachel en el desierto de Las Vegas y la posible conexión del asesinato con Duluth.

—Pero todavía no sabemos lo que pasó en Las Vegas —continuó Stride—. Ni lo que ocurrió cuando la chica desapareció la primera vez. Aunque es evidente que Stoner no la mató.

—¿Alguna pista?

—Por el momento, no. Estamos revisando los archivos de la investigación original y volveremos a entrevistar a las personas que tuvieron alguna relación con el caso.

Dan frunció el ceño.

—Cuanta más gente sea interrogada, más probabilidades habrá de que esto salga a la luz.

—Soy consciente de ello. Pero no se trata de agua pasada: es una investigación por asesinato. Alguien mató a Rachel hace menos de una semana y quiero saber quién fue. La única razón por la que no hemos convocado una rueda de prensa es porque quiero contar con el factor sorpresa cuando hable con esa gente.

—Estupendo —dijo Dan—. Esto es fantástico. A los republicanos les va a encantar.

—Confío en ti, Dan. Sabrás qué decir para salir del aprieto.

Dan miró a Stride con acritud.

—¿Me tomas el pelo? Mira, Stride, considero que el responsable directo del fracaso original es el equipo que dirigió la investigación.

Un punto para Serena.

Stride asintió.

—Cometimos algunos errores, eso es indudable. Pero fue decisión tuya ir a juicio sin tener un cadáver, Dan.

—Te recuerdo que fuiste tú quien me dijo que Stoner era el culpable. Que lo había hecho él.

—Es lo que pensaba. Lo que pensábamos todos. Pero nuestras pruebas eran débiles, te lo dije el primer día.

Dan sacudió la cabeza.

—No vamos a tirarnos los platos a la cabeza en público. Espero que asumas toda la responsabilidad. ¿Me explico? Quiero que te levantes y digas al mundo que fue la policía quien la cagó. Yo actué de buena fe basándome en una información errónea de la policía. Habíais dejado escapar a un asesino, el tipo que mató a Kerry McGrath, y estabais tan desesperados por resolver la desaparición de Rachel que cortasteis por lo sano.

Había algo de verdad en el discurso de Dan: Stride difícilmente podía negar lo obsesionado que estuvo entonces por encontrar a Rachel, o por llevar al asesino ante la justicia. Tal vez había sacrificado parte de su objetividad, porque estaba convencido de que Stoner era culpable. Pero fue Dan en persona quien decidió ir a juicio por asesinato sin tener un cuerpo, y sin valorar las probabilidades.

—Asumiré mi parte de culpa —dijo Stride—. Pero aquí no acaba la historia.

—Por ahora, sí.

—Eso suena a ultimátum.

Dan se encogió de hombros.

—Tómalo como quieras. Pero puedes apostar a que habrá consecuencias si tratas de escabullirte. No dejaré a K-2 ninguna elección.

—Bueno, supongo que tendré que pensar en ello. ¿Alguna otra advertencia?

Dan guardó silencio.

Stride empujó la puerta hacia fuera y salió. La mantuvo abierta, de modo que entrara la lluvia, empapara el asiento del copiloto y salpicara el bonito traje de Dan. Finalmente, la cerró de golpe y esperó bajo el aguacero mientras Dan se alejaba velozmente.