Capítulo 31

—¿Un aplazamiento?

Las cejas de la jueza Kassel se arquearon y su voz subió una octava.

—Señor Erickson, por favor, dígame que esto es una muestra de su encantador sentido del humor.

Dan desplegó las manos con gesto lastimero.

—Comprendo que esto es muy inusual, su señoría.

—¿Inusual? —gruñó Gale—. Más bien vergonzoso.

Los dos hombres de acercaron a la tribuna de la jueza. A sus espaldas, la sala volvía a estar abarrotada y los murmullos de los asistentes al juicio llenaban el espacio. La jueza Kassel dio un golpe de martillo que apenas contribuyó a acallarlos.

Graeme Stoner estaba solo, sentado a la mesa, con expresión estoica. Aquel día, Emily se había sentado detrás de él, como si quisiera que Graeme sintiera su presencia, y miraba con ojos ardientes la nuca de su marido. Graeme, al entrar y verla sentada allí, no había mirado atrás ni una sola vez. Aunque era evidente que podía sentirla a sus espaldas, lo bastante cerca como para oler su aroma.

El jurado estaba aislado en la sala de deliberaciones, mientras Dan suplicaba más tiempo. Eran las únicas personas del estado de Minnesota que no habían leído el titular en la primera página del periódico:

¿EL CUERPO DE RACHEL?

—Nadie podía adivinar algo así —dijo Dan—. Pero en interés de la justicia, debemos tomarnos el tiempo necesario para analizar los restos.

—Hasta ahora no se había preocupado de la inexistencia de un cadáver, su señoría —dijo Gale.

La jueza Kassel bajó la mirada y la fijó en Dan.

—Eso es cierto.

—Se sentía lo bastante seguro como para llevar adelante su caso sin pruebas que confirmasen que la chica estuviera muerta —continuó Gale—. Ya ha tenido su oportunidad.

—No he dado por terminado mi caso —señaló Dan.

—No, pero no tiene nada más que añadir, su señoría. No veo ninguna prueba, ni veo ningún testigo.

Dan sacudió la cabeza.

—La mayor parte de la defensa del señor Gale se basaba en dar al jurado la impresión de que Rachel seguía con vida. Ha utilizado esas alusiones para intentar establecer la duda razonable. Si podemos demostrar de forma concluyente que las insinuaciones del señor Gale eran falsas, el jurado merece saberlo.

La jueza se cruzó de brazos y se recostó en su asiento.

—¿Señor Gale?

—Esta situación es perjudicial —argumentó Gale—. El jurado ha escuchado todas las pruebas y ahora están frescas en su memoria. Proporcionar tiempo al fiscal para que las impresiones del jurado se desvanezcan es injusto y poco razonable. Podría resultar que el cadáver no estuviera relacionado con este caso y entonces sería demasiado tarde para reparar el daño. Además, no tenemos ni idea de cuánto tiempo llevará realizar una identificación concluyente, suponiendo que pueda llegar a hacerse.

—Archie, deberías secundar el aplazamiento —dijo Dan—. Su señoría, aunque estén aislados, los miembros del jurado se habrán enterado del hallazgo de un cadáver. Con frecuencia, las noticias acaban por filtrarse. Llegarán a la conclusión de que se trata de Rachel y eso influirá en su decisión. Deberíamos dejarles decidir sobre los hechos, no sobre suposiciones.

La jueza Kassel le obsequió con una débil sonrisa.

—Eso es muy considerado de su parte, señor Erickson. Pero el hecho es que el jurado no oirá nada sobre ningún cadáver si el juicio no se aplaza. En cuanto me telefoneó anoche, paralicé todas las llamadas telefónicas, entrantes y salientes. Eso fue antes de la emisión del señor Finch, gracias a Dios. En las habitaciones de los miembros del jurado no hay radios ni televisores y esta mañana se ha supervisado su medio de transporte. Por ahora no saben nada, ni lo sabrán cuando empiecen a deliberar, dentro de un día aproximadamente, si tomamos las debidas precauciones. Desalojaré la sala si es preciso.

—Podría declarar el juicio nulo —sugirió Dan—. Podríamos empezar de nuevo.

Gale abrió la boca, pero Kassel le hizo una seña para que guardara silencio.

—Voy por delante de usted, señor Gale. Nada de anulaciones. Señor Erickson: no hay ningún error en este juicio que lo justifique.

—Su señoría, no deberíamos castigar al pueblo sólo porque el acusado hizo tan bien su trabajo ocultando el crimen que hasta ahora no hemos podido encontrar el cadáver.

Gale le corrigió.

—Han encontrado un cadáver, no el cadáver. E incluso si es el de Rachel, no hay pruebas adicionales que relacionen al señor Stoner con el cuerpo o la localización. No añade nada de valor a las actas.

—Eso aún no lo sabemos —dijo Dan acaloradamente—. No hemos acabado de analizar la escena del crimen.

—Sí, no nos dejemos llevar, señor Gale —dijo la jueza Kassel—. El señor Erickson tiene razón. Le ha sacado usted mucho partido al hecho de que la acusación no hubiera conseguido encontrar un cadáver; no puede alegar que es un asunto sin importancia ahora que lo han encontrado.

—Eligieron proceder sin tener un cadáver —repitió Gale—. Si este descubrimiento se hubiera realizado dentro de una semana, el señor Stoner estaría absuelto.

—Eso es irrelevante, su señoría —dijo Dan.

—Es posible, pero usted parecía muy ansioso por que Graeme Stoner compareciera ante el jurado. Y ahora no lo parece tanto por que decidan su destino. —La jueza Kassel frunció la boca y volvió a levantar la mano antes de que los letrados pudiesen continuar—. Me gustaría saber más cosas sobre este descubrimiento y cuánto tiempo puede llevar obtener una respuesta.

Sus ojos encontraron a Jonathan Stride en la tercera fila de la sala del tribunal y dobló un dedo para indicarle que se acercara al estrado.

De pie, Stride sentía sobre él todas las miradas de la sala. No estaba preparado. No había dormido y llevaba la ropa manchada de barro. Desde primera hora de la tarde del día anterior hasta hacía dos horas, cuando regresó a la ciudad a toda prisa, había pateado el mullido terreno, bajo la deslumbrante luz de los reflectores y junto a otros veinte agentes, a la caza de pruebas adicionales. Sabía que era un esfuerzo condenado al fracaso, aunque seguirían removiendo el suelo durante los siguientes días. Después de seis meses de lluvia, nieve y hielo, no quedaba nada que situara a Graeme Stoner en aquel lugar: ni huellas, ni fibras, ni sangre; nada, excepto un cadáver que ya no era más que un montón de huesos. Pero tenían un cuerpo. La cuestión era: ¿a quién pertenecía?

Stride cruzó la puerta oscilante y se unió a Dan y a Gale en su discusión con la jueza Kassel. Ésta le miró la ropa y las profundas ojeras que tenía bajo los ojos.

—Deduzco que esta noche ha sido larga, teniente.

—Mucho, su señoría —dijo Stride.

—Espero que pueda mantener los ojos abiertos el tiempo suficiente para responder a unas cuantas preguntas.

Stride sonrió.

—Haré lo que pueda.

—Gracias. Ante todo, ¿quién mencionó al señor Finch y a sus amigos de la prensa la existencia de un cadáver? —solicitó la jueza Kassel—. Ya es bastante negativo encontrarse con una cosa así en pleno juicio, pero aún es peor que se hable de ello en todo el estado. Tenemos suerte de que el jurado no haya oído nada al respecto.

—Lo siento mucho, su señoría —dijo Stride—. Ojalá pudiera explicarle de dónde saca Bird la información. No tengo ni idea.

—En fin, supongo que es su trabajo. Ahora, dígame qué han encontrado. ¿Son restos humanos? —preguntó la jueza Kassel.

—Sí. Lo hemos confirmado con el médico forense.

—¿Sexo?

—Según el dictamen médico, mujer —dijo Stride. La jueza asintió.

—¿Y no hay ningún dato para su identificación? ¿Podría ser Rachel o Kerry o alguna otra chica?

—No quedaba nada que identificar: ni ropa, ni efectos personales. El cuerpo estaba parcialmente quemado. Se están llevando a cabo las pertinentes pruebas de ADN con los huesos recuperados.

—¿Cuánto tiempo llevará todo esto?

Stride sacudió la cabeza.

—Me gustaría poder darle una respuesta concreta, su señoría. Podrían ser un par de días o unas semanas.

—¿Y no han encontrado ninguna otra prueba de interés cerca del cadáver?

—No. Seguiremos buscando, pero no soy optimista, teniendo en cuenta el tiempo que ha transcurrido.

Dan interrumpió:

—Pero la auténtica clave es la identidad del cuerpo, su señoría. Si resulta ser Rachel, será de una importancia capital para este juicio.

—Si, si, si… —dijo Gale—. Si esto, si lo otro. No hay pruebas, pero seguiremos buscando. Puede que unos días, puede que unas semanas o puede que nunca. El señor Stoner no puede quedarse ahí sentado mientras la policía y el fiscal nos entretienen con vagas promesas de pruebas que todavía no tienen. Ni tampoco el jurado. En realidad no hay nada, su señoría, nada más que humo.

La jueza Kassel suspiró.

—Me siento inclinada a admitirlo.

Dan se aferró al estrado con ambas manos.

—Sólo unos días, su señoría. Denos hasta finales de semana para confirmar la identificación. Si para entonces no tenemos nada, terminaremos el juicio.

—Y mientras tanto, las declaraciones de los testigos se convertirán en recuerdos lejanos —dijo Gale en tono mordaz—. Ahora o nunca.

—Se les puede volver a leer la declaración que ellos deseen —dijo Dan.

—Oh, por favor… —protestó Gale.

Kassel interrumpió a ambos letrados.

—Ya basta, caballeros. Señor Erickson, simpatizo con su posición. Detesto tener que proceder estando tan cerca de la tentadora posibilidad de una prueba nueva y crucial. Pero ahora mismo no tiene nada más que esperanzas y teorías. Comenzó este caso sin un cadáver, convencido de poder obtener una condena. Deberá atenerse a esa decisión.

La jueza se agachó, dio unos pequeños toques en su micrófono y volvió a golpear con el martillo para tranquilizar a la sala. Se dirigió a los asistentes y anunció:

—Se ha denegado la solicitud de aplazamiento. Procedamos con el juicio.

—Su señoría, renuevo mi solicitud de que los rumores sobre una relación sexual entre el acusado y Rachel Deese, tal como se cita en la declaración de la doctora Nancy Carver, sean admitidos como prueba, ya que ésta no puede actuar como testigo.

—Denegada. ¿Algo más, señor Erickson?

Dan apretó los puños, frustrado.

—No, su señoría.

—Bien. Alguacil, por favor, haga entrar al jurado.

Stride volvió a su sitio. Vio que Dan le dirigía una mirada llena de furia, de una frialdad que no había sentido en su vida. Era como si el futuro de Dan hubiese sido enterrado en el hoyo poco profundo del que habían sacado el cadáver y sólo pudiera hallar un culpable.

Dan murmuró:

—Me has jodido este caso desde el primer día.

Stride no respondió. No tenía tiempo.

Algo estaba ocurriendo. El murmullo del gentío era distinto, el ruido y los susurros que siguieron a la decisión de la jueza se habían convertido en algo diferente. La gente, consternada, señalaba con el dedo y se levantaba. Alguien estaba gritando. Era Maggie, desde la tercera fila, que llamaba a Stride y se abría paso entre la gente para llegar hasta el pasillo.

Muy cerca, otras personas también se pusieron a gritar.

Stride vio a Graeme Stoner saltar de repente de su asiento junto a la mesa de la defensa, como si una corriente eléctrica sacudiera su cuerpo. Se apoyaba con las palmas sobre la mesa y sus ojos, muy abiertos, mostraban perplejidad.

Graeme abrió la boca, como si estuviera a punto de reírse. Entonces, sin embargo, su pecho se hinchó y un hilo de sangre asomó entre sus labios. Graeme pestañeó. Miró hacia abajo y vio el goteo que manchaba su camisa blanca, como cerezas cayendo sobre la nieve. Sonrió. Luego su pecho se hinchó de nuevo y el hilo de sangre se convirtió en un torrente.

El líquido rojo y brillante brotaba de la boca de Graeme y de su nariz. El torrente se desbordó sobre su traje, sus hombros y su pecho, y a continuación se propagó por la mesa, empapando la pila de papeles esparcidos. Era como una cascada carmesí que iba a morir en los charcos que se formaban en el suelo.

Los ojos de Graeme se volvieron grises y vidriosos antes de ponerse en blanco. Durante unos segundos más, se quedó en posición de firmes. Luego, su cuerpo pareció marchitarse. Los hombros se doblaron hacia dentro y se desplomó como un saco sobre la mesa, y su cara, colgando por un extremo, seguía escupiendo un río de sangre que rociaba el suelo de la sala formando un lago cada vez más grande. No había forma de cerrar el grifo e incluso Dan Erickson y Archie Gale gritaron y se echaron hacia atrás, mientras el rojo caudal avanzaba hacia sus zapatos.

Mientras tanto, Graeme yacía boca abajo, apurando los últimos latidos de su corazón.

Stride intentó correr, pero resbaló con la sangre. Recuperó el equilibrio y se precipitó hacia delante. Maggie llegó primero. Apartó a las pocas personas que se interponían en su camino y que estaban paralizadas por el horror del que eran testigos y saltó por encima de los que se habían tirado al suelo, gritando, en su intento de escapar de aquel caos.

Emily Stoner estaba de pie en la primera fila, tan petrificada como quienes la rodeaban y mirando el cuerpo teñido de rojo de su marido, delante de ella. Tenía el brazo derecho en alto. Con manos pequeñas pero férreas, Maggie apretó el brazo extendido de Emily y lo mantuvo en el aire, aunque ella no lo notó. No se movió ni se soltó.

Stride llegó de inmediato. Pasó por el lado del desvencijado cadáver y le quitó a Emily el cuchillo de carnicero manchado de rojo que sostenía firmemente en la mano.

Aquello era una locura.