Capítulo 26

—He visto las noticias de esta noche —dijo Andrea mientras tomaba un prolongado sorbo de un vaso de Chardonnay, que se bebían como si fuese cerveza fría—. Ya sabes cómo son: todos los expertos evaluando quién va a ganar y quién va a perder. Pero esta vez no parecían saberlo. Ni siquiera Bird se ha aventurado en un sentido u otro.

—Resulta agradable saber que Bird se puede quedar sin palabras —dijo Stride.

—¿Qué opina Dan? —preguntó Andrea.

—Cree que vamos a ganar.

—¿Y qué crees que piensa Gale?

—Que va a ganar.

—Entonces, ¿quién va a ganar?

Stride se rió.

—Yo creo que nosotros. Como siempre, soy optimista.

Andrea, que ya estaba bastante achispada, sacudió la cabeza.

—¿Optimista? ¿Tú? No me lo creo.

—Mejor aún. En ese caso, debemos de estar ganando, seguro.

—¿Piensa Maggie lo mismo?

—¿Maggie? —preguntó Stride—. Maggie odia tanto a Dan que me parece que se alegraría de que absolvieran a Stoner sólo para ver cómo patean el culo de Dan. De todos modos, por ahora le parece que estamos empatados, y probablemente tenga razón.

Andrea guardó silencio. Entonces dijo:

—Me parece que no le gusto mucho a Maggie.

Stride se encogió de hombros.

—Ya te he hablado de Maggie. Creo que todavía siente algo por mí y no quiere admitirlo. Puede que esté un poco celosa, pero es un problema suyo, no tuyo.

—No cree que yo sea buena para ti.

—¿Te lo ha dicho ella?

—No —dijo Andrea—. Pero las mujeres notamos esas cosas.

—Bueno, preocupémonos de nosotros mismos, y que Maggie se preocupe de Maggie, ¿de acuerdo?

Andrea asintió. Se terminó la bebida y llenó ambos vasos de vino, apurando la botella y salpicando con algunas gotas la mesita de cristal. Lo limpió con un dedo y luego se pasó la lengua por la yema.

Stride estaba sentado a su lado en la sala de estar. La ventana, enfrente del sofá, mostraba una panorámica de la ciudad a sus pies y del lago, que ya recibía las sombras del crepúsculo. Se había cambiado y se había puesto un polo verde de manga corta y unos vaqueros viejos. Andrea extendió la mano y tocó la gruesa cicatriz de su brazo.

—Nunca me has contado lo de la bala —dijo.

—Fue hace muchos años.

—Cuéntamelo —le instó Andrea.

—Un intento de suicidio —dijo él—. Tuve mala puntería.

—Jo-na-than —dijo ella, alargando cada sílaba con exasperación—. ¿Nunca le das un respiro a tu morboso sentido del humor?

Él sonrió.

—Está bien; fue un accidente de caza.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Estaba cazando y algo me cazó a mí.

—Eres imposible. Vamos, de veras, quiero saberlo. Cuéntamelo, por favor.

Stride suspiró. Era una parte de su vida que no le gustaba sacar a la luz, porque había tardado un año en superarlo con la ayuda de Cindy y de un terapeuta.

—Hace varios años, me vi metido en medio de una disputa doméstica. Nosotros teníamos una casita al oeste de Ely, y cerca vivía una pareja que… Bueno, el marido se volvió majara. Era muy buen amigo mío, estábamos muy unidos. Pero era un tipo frágil, un veterano, y perdió el trabajo y el juicio al mismo tiempo. Su mujer me llamó una noche y me dijo que estaba empuñando una pistola y que amenazaba con matarla a ella y a los niños. Sabía que hablaba en serio. Pero no pedí refuerzos porque pensé que en muchos casos, incluido el suyo, ésa podía ser la mejor opción de acabar muerto. Así que preferí ir a hablar con él.

—¿Qué ocurrió?

—Entré y él me apuntó con el cañón de quince centímetros de un revólver. La maldita pistola más grande que había visto en mi vida, justo delante de mi cara. Al parecer, no tenía ganas de hablar. Pero bueno, yo hablé de todos modos. Estaba logrando hacerle entrar en razón, o eso pensé. Conseguí que dejara salir a los niños de la casa. Unos minutos después, conseguí que dejara salir a su esposa, aunque ella no quería marcharse. Así que sólo quedábamos él y yo. Me creía a salvo, por lo que mi único objetivo era asegurarme de que no se pegara un tiro. Pero supongo que lo subestimé. Se apuntó a la cabeza y grité. Avancé con las manos en alto, intentando detenerle y hacerle bajar el arma. Pero en lugar de eso, me apuntó al pecho y apretó el gatillo; así de fácil, sin avisar. Me desplomé. La bala me atravesó el hombro, me hizo dar media vuelta y me arrojó al suelo. Después, una vez resuelta aquella pequeña interrupción, se puso el revólver en la boca y se voló la tapa de los sesos mientras yo gritaba.

Andrea le acarició la mejilla.

—No sé qué decir.

—¿Ves lo que puede pasar si me emborrachas? —dijo Stride—. Que me pongo a explicar cosas tristes.

—Es culpa mía, te he presionado. Pero me alegro de que me lo hayas contado.

—Bueno, basta de eso, ¿vale? ¿Quieres abrir otra botella?

Andrea sacudió la cabeza.

—Mañana tengo que ir a la escuela, ¿recuerdas? No creo que a los chicos les gustara verme con resaca.

—¿Y cómo es que no salimos juntos cuando íbamos al instituto? —preguntó él.

Era la clase de pregunta que surgía tras unos cuantos vasos de vino.

—Porque tú ya te habías graduado cuando yo aún era una novata —dijo Andrea.

—Sí, claro, sería eso. Apuesto a que tú no me habrías mirado dos veces.

Andrea negó con la cabeza.

—Te habría mirado incluso tres.

—No, no lo creo —dijo Stride—. Yo era uno de esos solitarios profundos y taciturnos. Y tú… tú eras animadora, seguro, y estabas en todos los clubes y tenías un montón de novios.

Andrea sonrió.

—Animadora, sí. Club de ciencias, sí. Novios, no.

—Vamos…

—¡En serio! Siempre me pedían citas, pero la cosa nunca iba más allá de la primera. —Se cogió los pechos—. Una vez intuían que no pondrían sus zarpas aquí, perdían el interés.

—Bueno, es que eso es como soplar las velas de un cumpleaños y no comerse el pastel —dijo Stride.

—Oh, no me vengas con esa típica mierda machista. Estoy segura de que eras todo un caballero en el instituto.

A Stride le hizo gracia.

—Los caballeros de dieciséis años no existen.

—Sea como sea, tuviste suerte en la escuela —dijo Andrea—. Encontraste a tu alma gemela. Conociste a Cindy en el último curso, ¿no?

—Sí.

—Y fue para siempre, ¿verdad? —preguntó ella.

Stride sonrió con nostalgia.

—Sí, fue para siempre. Me cautivó. Amor a primera vista. Realmente fue así de rápido.

Ella se acurrucó contra él y le cogió el brazo. Su gato, que dormía en el regazo de Stride, levantó la mirada, molesto por la interrupción.

—¿Qué tenía Cindy? —preguntó Andrea en voz baja.

Stride miró al infinito, recreando la imagen de Cindy en su mente. Con el tiempo, se había vuelto un poco borrosa. Ya no era un primer plano, sino un retrato que se iba alejando.

—No me dejó seguir siendo un solitario —dijo él—. No paró hasta echar por tierra todas mis defensas. Y era la persona más espiritual que he conocido nunca. No muy religiosa, sino espiritual. Me ayudó a ver las cosas que yo amaba, como el lago y los bosques, bajo una nueva luz. Y en cuanto lo vi a través de ella, ya nada era lo mismo. Era mejor.

Miró al gato, que volvía a estar dormido, impasible ante sus recuerdos. Observó a Andrea, que seguía acurrucada contra su hombro. Estaba llorando.

A la mañana siguiente, Dan llamó a Kevin Lorry al estrado.

Kevin era el testigo perfecto, un adolescente robusto y aseado que parecía ligeramente incómodo con su camisa blanca y su corbata. Se agitó y se removió hasta encajar su cuerpo grandote en el asiento. Al recorrer la sala con la mirada, estudió al jurado con nerviosismo y estableció contacto visual con Emily Stoner. Le ofreció una leve sonrisa de apoyo, pero Emily no reaccionó.

Dan repasó con rapidez los inicios de la relación de Kevin y Rachel y luego se centró en Graeme.

—Kevin, se ha declarado que la relación de Rachel con Graeme cambió de forma brusca. Estaban muy unidos y de repente dejaron de estarlo. ¿También tú pudiste apreciarlo?

Kevin asintió.

—Oh, sí. Hará unos dos años, Rachel dio un giro. Ya no se acercó más al señor Stoner. Me contó que le odiaba.

—¿Dijo por qué?

—No. Una vez se lo pregunté, y ella contestó… bueno, le llamó algo bastante fuerte.

—¿Qué le llamó, Kevin?

Kevin parecía incómodo.

—Dijo que era un jodido pervertido.

—¿Observaste el comportamiento del señor Stoner durante ese tiempo? —preguntó Dan.

—Cuando les veía juntos, él era muy amable con ella. Como siempre. Pero, no sé, era como si se esforzase demasiado. A principios de curso, el señor Stoner le compró a Rachel un coche nuevo.

Stride frunció el ceño. Había algo en ese automóvil que le preocupaba, recordaba haber tenido esa misma sensación desde el principio. Pero lo habían registrado de arriba abajo y no habían encontrado nada.

—¿Rachel se puso contenta?

Kevin negó con la cabeza.

—No. O sea, el coche le gustaba. Siempre odió conducir esa carraca que le había dado su madre. Pero se mostraba un tanto sarcástica respecto al coche. Decía que Stoner se lo había tenido que comprar, que no tenía otra opción.

—¿Aclaró qué quería decir con eso?

—No.

—¿Y era ese automóvil el mismo que conducía la última noche que la viste?

—Sí.

—Bien. Kevin, hablemos de aquella noche. Cuéntanos lo que ocurrió.

Kevin describió los acontecimientos de Canal Park con Rachel y Sally tal como se los había contado a Stride.

—Por favor, describe el estado emocional de Rachel. ¿Qué impresión te dio?

—Normal. Contenta. No estaba triste ni nada por el estilo.

—¿Era simplemente una noche más?

—Exacto.

—Bien. ¿Y al día siguiente, Kevin? —preguntó Dan.

—Pues Rachel me preguntó si quería salir el sábado por la noche. Pero cuando me pasé por su casa, había desaparecido.

—¿Hablaste con el acusado?

—Sí. Le dije que había quedado con Rachel. Él aseguró que no sabía dónde estaba, que aquel día no la había visto.

—¿Y dónde estaba el coche de Rachel?

—Aparcado en la entrada. Yo no entendía dónde podía estar Rachel si no se había llevado el coche.

Dan asintió.

—¿Se lo dijiste al señor Stoner?

—Claro. Le dije que era muy extraño, no era habitual en Rachel. Le pregunté si debíamos llamar a alguien.

—¿Qué dijo él?

Kevin miró a Graeme con ira.

—Dijo que no, que no había razón para preocuparse. Afirmó que seguramente Rachel me estaba tomando el pelo, como hacía con todo el mundo.

—Cuando Rachel quedó contigo el viernes, ¿parecía que te estuviera tomando el pelo?

—No, lo dijo en serio. Pensábamos salir.

—¿Qué te dijo Rachel aquella noche, cuando te dejó?

—Que se iba a casa porque estaba cansada.

—¿Mencionó si iba a otro sitio o a encontrarse con alguien?

—No.

—¿Parecía triste, nerviosa o angustiada?

—No.

—Así que, según te pareció a ti, era una noche normal y corriente.

Kevin asintió.

—Eso es.

—Gracias, Kevin.

Gale se levantó.

—Kevin, dices que era una noche normal y corriente. ¿No es cierto? —preguntó Gale con un ligero tono de incredulidad en su voz.

—Sí.

—Bien. Vamos a ver, has dicho que cuando viste a Rachel por primera vez, estaba en la barandilla del puente.

—Sí.

—Hacía viento y llovía.

Kevin asintió.

—Hacía una noche horrible.

—Así que Rachel estaba subida en una barandilla, con el agua gélida a sus pies y un viento impresionante. ¿Es ésta la imagen?

—Exacto.

—Podría haberse matado, ¿no es así?

—Supongo.

Gale enarcó las cejas.

—¿Supones? Kevin, estabas aterrorizado, ¿no es cierto? Corriste a salvarla.

—Sí, así es.

—¿Se había subido alguna otra vez al puente, que tú sepas? —preguntó Gale.

—No.

—¿Por qué, aquella precisa noche, se habría arriesgado a morir?

—No lo sé —dijo Kevin.

Gale continuó.

—¿Has dicho que Rachel se te insinuó sexualmente aquella noche?

—Sí.

—¿Delante de tu novia?

Kevin frunció el ceño.

—Bueno, Sally estaba abajo. Nosotros estábamos subidos al puente.

—Pero podía verte, ¿no?

—Supongo.

—¿Rachel se había comportado de ese modo contigo antes?

Kevin sacudió la cabeza.

—No.

—Así que, aquella precisa noche, se insinuó sexualmente a su mejor amigo, alguien a quien conocía de toda la vida, por primera y única vez.

—Sí.

La voz de Kevin era casi inaudible.

—Ya veo. Y ahora, la cita. ¿Era la primera vez que Rachel te pedía que salierais?

Kevin asintió.

—Sí.

—¿La primera vez en su vida?

—Sí.

—Así que, aquella precisa noche, Rachel decide por primera y única vez pedirte una cita.

—Exacto.

Gale sonrió.

—Por lo tanto, nada era normal y corriente aquella noche, ¿no es cierto?

Kevin vaciló.

—Supongo que no.

—¿Por qué tenía Rachel un comportamiento tan extraño?

—No lo sé.

—De acuerdo, Kevin, hablemos de otra cosa. Conocías a Kerry McGrath, ¿verdad? La otra chica que desapareció, hace dos años.

—¡Protesto! —casi gritó Dan—. La pregunta del defensor es irrelevante y se aleja de la cuestión que nos ocupa.

La jueza Kassel dio un golpe con su martillo y a Stride le pareció que se alegraba de tener la oportunidad de hacerlo. Miró a Dan con impaciencia.

—Tranquilícese, señor Erickson.

Luego, la jueza miró a Gale. Aunque sus atractivas mandíbulas estaban apretadas, su mirada parecía intrigada.

—Ahora, señor Gale, haga el favor de decirme qué interés tiene esta pregunta. Porque, a pesar del arrebato del fiscal, me siento inclinada a admitir su protesta.

Gale sabía que le había picado la curiosidad. Y también al jurado.

—Espero que el tribunal tenga paciencia conmigo en este aspecto, señoría. Quiero investigar algunos hechos que desempeñarán un papel esencial en mi defensa. Los testigos del fiscal han declarado que no existe ninguna relación entre la desaparición de Kerry y la de Rachel. Deseo rebatir esa conclusión, lo que sin duda es algo muy relevante. Es más, el señor Erickson ha abierto la puerta al ahondar en la relación personal del testigo con Rachel. Estoy en mi derecho a averiguar si el chico tenía una relación personal con otra muchacha desaparecida en circunstancias parecidas.

Los labios de Kassel dibujaron una sonrisa casi imperceptible. Stride no sabía si estaba disfrutando con el espectáculo, o bien saboreaba la posibilidad de que Gale se sacara un as de la manga y pusiera a Dan en evidencia.

—Tenemos poca paciencia, señor Gale. Muy poca.

—Gracias, su señoría —dijo Gale.

Sumida en el silencio, la sala centró su fría atención en Kevin, que se agitaba en el estrado. Gale repitió la pregunta.

—Claro que la conocía. Íbamos a la misma clase.

—¿Alguna vez tuvisteis una cita?

—No —dijo Kevin.

—¿Le pediste que saliera contigo y te respondió que no?

—No.

Su voz era un murmullo.

—Su señoría… —suplicó Dan.

—¿Señor Gale? —exhortó la jueza Kassel—. Se nos agota la paciencia.

Gale disparó su siguiente pregunta rápidamente.

—¿Té pidió ella que salierais juntos?

Dan se levantó para protestar de nuevo, pero antes de que pudiese abrir la boca, Kevin soltó un hondo suspiro y dijo:

—Sí.

Dan se volvió a sentar despacio. El jurado y el resto de la sala se quedaron petrificados. La jueza Kassel golpeó con su martillo y se recostó en su asiento.

—¿Cuándo te pidió Kerry que salierais? —preguntó Gale.

—Fue la semana antes de su desaparición.

Un murmullo recorrió toda la sala.

Stride miró a Maggie. Ella le devolvió la mirada, confundida. Habían estudiado el caso McGrath del derecho y del revés y nunca había surgido el nombre de Kevin. Nada probaba que ambos hubiesen estado juntos alguna vez. Un segundo más tarde, lo comprendieron.

—¿Dijiste que sí? —preguntó Gale.

Kevin negó con la cabeza.

—No. Le dije que salía con Sally.

—¿Así que, realmente, nunca salisteis juntos?

—Nunca.

—¿Cómo se tomó Kerry tu rechazo? —preguntó Gale.

—Bastante bien. Dijo que tal vez en otra ocasión.

Gale asintió.

—¿Y Sally? ¿Qué le parecía la idea de que otra chica te pidiera una cita? Como hizo Rachel aquella noche.

—Estaba bastante cabreada. Le dije que no era nada. No volvimos a hablar de eso.

—Y una semana después, Kerry desapareció, como lo hizo Rachel.

Kevin tragó saliva.

—Sí.

—No tienes mucha suerte con las chicas que te piden una cita, ¿verdad, Kevin?

Dan vociferó otra protesta y, esta vez, Kassel volcó su furia en Gale, admitiendo la protesta y ordenando al jurado que no tuviese en cuenta la pregunta. Gale levantó los brazos como si se rindiera.

—No tengo más preguntas para ti, Kevin —dijo Gale con calma.

Antes de que Kevin pudiese levantarse, Dan se le adelantó rápidamente.

—Pido su permiso, señoría.

La jueza Kassel asintió.

—Adelante.

—Por favor, Kevin, explica al tribunal dónde estabas la noche en que desapareció Kerry McGrath.

—En Florida. Estaba en Disney World, con mis padres.

—Y la noche en que desapareció Rachel, ¿qué hiciste después de que te dejara en Canal Park?

—Me fui a casa.

—¿Viste a tus padres?

Kevin asintió.

—Vimos una película de televisión en la sala de estar, hasta pasada la medianoche.

—Gracias, Kevin.

—¿De qué diablos iba todo eso? —preguntó Dan mientras daba un mordisco a su sándwich de champiñones—. ¿Una parte esencial de su defensa?

Stride jugueteaba con un clip sujetapapeles, doblándolo y desdoblándolo.

—Es evidente, ¿no? Intentará que Sally parezca una celosa asesina en serie. Cualquiera que vaya detrás de mi chico desaparece.

—Pero asegurasteis que no era una posibilidad —dijo Dan—. Que tiene una coartada.

Stride asintió.

—La tiene. No sé adónde cree ese hombre que irá a parar con esto. Pero es evidente que piensa que puede funcionar con el jurado.

—En fin, si tacho a Sally de nuestra lista, nos será imposible situar a Graeme en el establo. Además, Gale la llamaría él mismo y parecería que estamos intentando ocultar algo. Lo que significa que, dentro de media hora, la chica subirá al estrado. Así que, decidme: ¿podría haberlo hecho ella? ¿Debo preocuparme?

Maggie negó con la cabeza.

—De ningún modo. He hablado con la chica. Puede que sea una celosa rematada cuando se trata de Kevin, pero no me la imagino asaltando a chicas por la calle y asesinándolas. Y no fingía cuando me habló de lo de Graeme en el establo. Hablé con ella; la chica decía la verdad.

—Entonces, ¿por qué diablos Gale parece creer que ésta es su carta para evitar la cárcel? —preguntó Dan—. ¿Sabemos dónde estaba Sally cuando Kerry desapareció?

—No —dijo Stride—. Nunca surgió su nombre.

—Sabemos que no estaba con Kevin —señaló Maggie, provocadora—. Tú lo has dejado muy claro cuando le has vuelto a interrogar: estaba en Florida.

Stride intervino antes de que Dan estallara.

—Ella no lo hizo, Dan. Pero puedes apostar a que Gale ya ha comprobado que Sally no tiene coartada para esa noche. O que no recuerda dónde estuvo. Maldita sea, han transcurrido dos años. No es más que una cortina de humo, una coincidencia. Dale una oportunidad a la chica; si convenció a Maggie, también puede convencer al jurado.

Dan cerró su maletín de golpe y miró a Maggie con malevolencia.

—Está bien, no cambiaremos nuestra estrategia. Obviaremos el tema de Kerry McGrath. En mi opinión, todavía vamos en cabeza. Si el jurado se retirase ahora a deliberar, tal vez pensara en ello durante un rato, pero le condenarían. Pero si Gale logra que se hagan más líos con falsos sospechosos, puede conducirlo a la duda razonable. Y voy a dejar una cosa muy clara: si perdemos este caso, vosotros dos os pasaréis los próximos diez años rascando la mierda de pájaro de los monumentos públicos. Así que ya podéis rezar por que me hayáis dado material suficiente para meter a ese bastardo entre rejas.

Stride y Maggie se miraron entre sí. Ambos pensaban lo mismo: ¿qué estaba tramando Gale? O, peor aún, ¿qué habían pasado por alto?