Gale se dirigía hacia el sur por una callejuela, quería evitar las aglomeraciones de última hora de la tarde en Superior. Para ser un hombre alto, caminaba con brío y con aire atlético. Cuando vio la esquina del Hotel Radisson, un par de edificios a su derecha, giró por esa calle, echando un vistazo a la gente que había a su alrededor mientras se aproximaba al hotel. Entró despreocupadamente en el vestíbulo y se dirigió hacia los ascensores.
Ésta siempre era la parte más arriesgada. Gale era un personaje público y le preocupaba que los periodistas del diario de Duluth, cuya sede se encontraba tan sólo unos edificios más allá, pudieran estar en el bar del hotel. Salió del ascensor en el séptimo piso y luego retrocedió hacia las escaleras. Volvió a bajar tres pisos, cogió de nuevo el ascensor y esta vez se bajó en el undécimo piso. Escudriñó el pasillo con cuidado, se dirigió hacia el fondo y llamó cinco veces a la puerta de una de las suites del hotel.
Vio pasar una sombra a través de la mirilla. Graeme Stoner abrió la puerta.
—Abogado —dijo Graeme—. Es un placer, como siempre.
Graeme se hizo a un lado para dejar pasar a Gale y luego cerró la puerta con llave detrás de él.
—Bird Finch está convencido de que usted aún sigue en Minneapolis —le dijo Gale.
—Eso es bueno. De lo contrario, el hotel estaría asediado.
Gale había conseguido obtener la libertad bajo fianza de Stoner, pero éste no podía ir a su casa. La publicidad que rodeaba a su arresto le ponía en peligro, y aun en el caso de que hubiera estado seguro, ya no era bienvenido en su hogar. Emily había pedido el divorcio. Su banco también le había despedido, aunque Gale había ayudado a Graeme a conseguir un lucrativo acuerdo a cambio de que se marchara discretamente sin poner impedimentos legales.
—¿Qué ha dicho Danny Erickson? —preguntó Graeme.
Gale rió entre dientes.
—Está tan seguro como siempre. Quiere acabar con usted, Graeme.
Graeme se encogió de hombros.
—Así es Danny. Hubo un tiempo en que salíamos juntos de vez en cuando, ¿sabe? Yo le consideraba un amigo. Pero para Danny, la amistad sólo es importante mientras pueda resultar útil. ¿Puedo ofrecerle una copa? —Gale negó con la cabeza—. En fin, espero que no le importe que yo me sirva una.
Buscó en la parte inferior del bar, se sirvió un vaso de brandy y luego se instaló en una confortable silla junto a la ventana. Con el crepúsculo, el cielo se había teñido de un azul profundo. Graeme llevaba un polo granate y unos pantalones de pinzas de color tostado. Su portátil estaba encendido en un escritorio cercano. Una vez, Gale le había preguntado qué hacía para matar el tiempo, y Graeme le contestó que había incrementado su participación en el mercado de valores en un 20% durante los cinco últimos meses. Se tomaba aquello como un descanso.
Gale, que continuaba de pie, estudiaba a su cliente. Incluso cuando le llamó el mismo día del registro, Graeme se había mostrado indiferente, proclamando tranquilamente su inocencia y disculpándose ante Gale por haber hablado con la policía sin su asesoramiento legal. Pero según afirmaba, él era inocente y por eso no tenía nada que ocultar.
Gale dudaba. Eso no representaba ninguna diferencia para la defensa, por supuesto, pero una mórbida curiosidad le llevaba a hacer conjeturas sobre la verdad. Había escuchado a muchos mentirosos en su carrera y normalmente era capaz de descubrirles de inmediato. Graeme era distinto. O el hombre era sincero o uno de los mentirosos mejor dotados con que Gale se había topado a lo largo de su dilatada trayectoria profesional. Por desgracia, siempre había comprobado que, cuanto mejor mentía su cliente, más probabilidades había de que le hallasen culpable. Y no es que no se sintiera capaz de convencer a un jurado de otra cosa.
Pero, ¿de qué?
Gale tenía que admitir que el fiscal tenía un caso circunstancial muy convincente. Las pruebas del coche y el establo apuntaban directamente a Graeme, aunque no hubiera nada concreto que le ligara a ningún escenario. Y a pesar de que el fiscal no tenía nada (por lo que él sabía) para demostrar una relación sexual entre Graeme y Rachel, los indicios eran tentadores, quizá lo bastante como para influir en un jurado de escandinavos impasibles que no aprobaban el sexo telefónico ni la adolescencia promiscua. ¿La verdad? Simplemente, no la conocía. Podía echar por tierra los argumentos del fiscal, y disponía de otros sospechosos a quienes el jurado estaría dispuesto a creer por su presunta participación en la desaparición de Rachel. Pero nada de eso le era suficiente para aclararle las ideas.
No podía dar nada por cierto y eso le hacía sentirse vagamente incómodo. No le importaba defender a clientes culpables, y le complacía defender a los inocentes. Pero encontrarse en tierra de nadie era una nueva experiencia para él.
Graeme le sonreía. Era como si pudiera leer sus pensamientos:
—¿Se siente como si estuviera bailando con el diablo, abogado?
Gale tomó asiento frente a Graeme.
—Su alma la juzgará un tribunal muy diferente, Graeme. Preocupémonos del que nos espera mañana en la sala.
—Touché —dijo Graeme—. Bueno, ¿y qué sacó de Danny? ¿Consiguió poner nervioso al pobre muchacho?
Gale se encogió de hombros.
—Es un caso bastante bueno para no tener un cadáver. Y Daniel es bueno ante un jurado.
—Pero no tan bueno como usted —dijo Graeme.
—No —admitió Gale tranquilamente—. No tan bueno.
—Bien, porque por eso le pago. Pero sinceramente, ¿cuáles son las perspectivas? Y no tema herir mis sentimientos…
—De acuerdo —dijo Gale—. Las pruebas físicas representan el núcleo del caso y son sólidas. Y la opinión pública se ha cebado tanto en usted que, seguramente, la mayor parte del jurado estará condicionado, con independencia de lo que se diga en la vista preliminar. Me temo que la mayoría se presentará con la idea de que es usted un pervertido hijo de puta.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Daniel sabe que las pruebas no le llevan más allá del borde del precipicio, y él quiere que el jurado cruce el puente para llegar al otro lado. Yo aspiro a que miren hacia abajo y lleguen a la conclusión de que el puente no es lo bastante resistente.
—Bonita metáfora —dijo Graeme—. Supongo que hay algo más.
Gale asintió.
—Luego está la teoría del culpable fantasma.
—Ésa siempre me ha gustado.
—Mejor. No es suficiente con sembrar la duda sobre si lo hizo usted. Tengo que asegurarme de que el jurado comprenda que existen alternativas plausibles. Si usted es el único candidato de la ciudad le condenarán, por débiles que sean las pruebas.
Graeme se terminó el brandy y se sirvió otro.
—Pero usted me aseguró que existían alternativas.
Gale asintió.
—Eso creo.
De hecho, Gale sospechaba en un grado mayor de lo acostumbrado que cualquiera de las personas a las que pensaba presentar como inculpadas realmente podía ser culpable. Pero había algo en la fría sonrisa de Graeme que le molestaba. No le gustaba ese tipo.
—Sin embargo, no piensa explicarme lo que ha descubierto —continuó Graeme—. No me parece justo.
—A veces, cuanto menos sepa, y cuanto menos me diga, mejor —aseguró Gale.
—Bueno, pues dígamelo directamente. ¿Cree que voy a poder mudarme a Colorado dentro de unas semanas, o tendré que pasar el resto de mis días en un hotel menos confortable que éste?
Gale observó a su cliente.
—No soy corredor de apuestas, Graeme. No sé si es usted inocente o culpable y, francamente, no me importa. Pero el hecho es que resulta muy difícil demostrar un asesinato si no existe un cadáver. Y en este caso, no creo que las pruebas circunstanciales sean suficientes. Creo que se librará.
—¿Aunque el jurado crea que soy un pervertido hijo de puta? —replicó Graeme, sonriendo.
—Eso se puede superar —dijo Gale.
Graeme asintió, satisfecho.
—Me encanta oír eso. Pero puedo imaginar al menos una persona que quedará tremendamente decepcionada.
A Gale se le ocurría mucha gente.
—¿Quién?
—Rachel.
Gale fijó la mirada en Graeme.
—Así que piensa que está viva.
—Estoy seguro de ello.
—¿Y las pruebas de su coche? ¿Y el establo?
—Una trampa.
—¿Para incriminarle a usted?
—Exacto.
Gale entornó los ojos.
—¿Y por qué querría Rachel hacer eso?
—Es una chica complicada.
Gale se dio cuenta una vez más de lo mucho que le desagradaba la sonrisa de su defendido. Cada vez que empezaba a convencerse de que su cliente era realmente inocente, se dibujaba esa sonrisita en su rostro y un brillo diabólico cruzaba su mirada fugazmente.
—¿Por qué está tan seguro? ¿No podría haberla matado otra persona y luego incriminarle a usted?
—Parece una explicación razonable, así que contestaré que sí.
—Pero no lo cree —dijo Gale.
Graeme negó con la cabeza.
—¿Fue un plan elaborado por Rachel? —preguntó Gale—. ¿Falsificó todas esas pruebas para meterle a usted en la cárcel?
—Eso es lo que creo —dijo Graeme.
—¿Sabe? Sólo hay una cosa que podría hundirnos y llevarle a prisión.
—¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata, abogado?
—Que Daniel consiguiera hacer creer al jurado que usted realmente se follaba a esa chica.
—Es difícil demostrar lo que nunca ha ocurrido —dijo Graeme.
El rostro de Graeme se había oscurecido bajo las sombras de la habitación. Gale sólo podía ver sus ojos, que no pestañeaban. La voz de Graeme expresaba la misma sinceridad calmada de siempre y su lenguaje corporal era perfecto. No había ninguna señal que revelase falsedad, ninguno de los síntomas habituales que había aprendido a detectar y explotar. Pero Gale se daba cuenta de que esta vez no se creía ni una palabra. Ni una sola. Su cliente era culpable.
Casi se sintió aliviado. Ahora podía defenderle.
—Espero que eso sea cierto —dijo Gale—. Si tuvo relaciones sexuales con ella y Daniel puede demostrarlo, tendrá un grave problema.
Graeme sonrió.