Capítulo 17

Stride instó a su equipo a guardar silencio mientras se preparaban para el registro, pero no sirvió de nada. Mientras un ejército de coches patrulla se situaba ante la casa de los Stoner, Bird Finch se adueñó de las ondas y describió a Graeme Stoner como a un Jekyll y Hyde que había seducido a su hijastra adolescente y luego la había matado. Cuando Stride oyó la radio, apagó las noticias, asqueado. Maggie, sentada a su lado, sacudió la cabeza.

—¿De dónde diablos saca la información? Si nadie lo sabe…

Stride se encogió de hombros.

—Vamos allá —le dijo.

Emprendieron el largo camino de entrada que llevaba a la puerta principal de la casa de los Stoner junto a un enjambre de agentes uniformados. Stride se dirigió a uno de los policías y lo llevó aparte.

—Se ha corrido la voz —dijo—. Ya podemos prepararnos, la prensa empezará a llegar en manada. No quiero a nadie por aquí, ¿de acuerdo? Acordonad la zona y mantenedles alejados. Tampoco quiero vecinos chismosos.

El agente asintió y se retiró a uno de los coches patrulla, indicando a otros tres policías que fueran con él.

Stride susurró a Maggie:

—Vamos a andarnos con mucho ojo durante el registro, ¿de acuerdo, Mags? Quiero que todo quede certificado y atestiguado. Nada de cagadas. Si al final presentamos cargos contra ese tipo, ya tiene a Archie Gale para defenderle, y te puedo asegurar que todo lo que hagamos será cuestionado.

—Iremos con cuidado —dijo Maggie—. Cuenta con ello, jefe.

Stride no tuvo que llamar al timbre. Mientras subía las escaleras, Graeme Stoner abrió la puerta de golpe. Stride notó la furia helada en los ojos del hombre.

—Hola, teniente —dijo Graeme—. Veo que se ha traído a unos amigos.

—Señor Stoner, tenemos una orden de registro para buscar pruebas relacionadas con la desaparición y el presunto asesinato de Rachel Deese.

—Eso suponía. ¿Y es una práctica habitual de la policía incurrir en una difamación antes de que existan pruebas? Mi teléfono ya está empezando a sonar, gracias al reportaje de Bird Finch de hace cinco minutos. He llamado a Kyle personalmente para presentar una queja formal.

Stride se encogió de hombros. De poco iban a servirle ahora a Graeme sus contactos.

—Me quedaré con usted mientras mis agentes efectúan el registro.

Graeme dio la vuelta y avanzó por la sala de estar sin mirar atrás. Stride le siguió y Maggie reunió a los agentes en el vestíbulo para dar instrucciones. Guppo dirigiría al equipo del sótano; ella se encargaría de las habitaciones de arriba; dejarían el primer piso, el exterior y los vehículos para el final.

—Ceñíos a las reglas —les dijo, reiterando la advertencia de Stride—. Manteneos junto a vuestro compañero todo el tiempo. Si encontráis algo, le hacéis una foto, lo metéis en una bolsa y la etiquetáis. ¿Lo habéis entendido?

Los robustos agentes de policía, todos ellos cuarenta centímetros más altos que la pequeña detective asiática, asintieron dócilmente e iniciaron el registro. Sus pasos sonaban como truenos cuando se dispersaron arriba y abajo de las escaleras.

En el porche, Stride notó la frialdad que flotaba en el ambiente y que emanaba de las dos personas que se encontraban allí. Emily Stoner estaba sentada en el mismo sitio que cuando la vio por primera vez, en un sillón junto a la chimenea. Parecía muy frágil y su rostro había perdido el color. Su cuerpo estaba contraído y la piel parecía colgar sin fuerza de sus huesos. Los cabellos le caían lánguidamente por la cara. Estaba mucho más envejecida que semanas atrás.

Emily no se movió ni dijo una palabra, pero siguió a Graeme con la mirada mientras él se sentaba en el sillón situado frente a ella. Hacía tiempo que Stride había advertido cierta tensión entre la pareja, pero aquello era diferente. Emily había oído las noticias, como todo el mundo. Stride sabía lo que pensaba: que el hombre que estaba sentado tranquilamente a unos centímetros de distancia, y que había compartido su cama durante cinco años, tal vez fuese un monstruo.

Pero lo que más le sorprendía era el comportamiento de Graeme. Stride había tratado muchas veces con criminales en el momento en que la verdad salía a la luz. La mayoría se ponían furiosos y se declaraban inocentes, negando lo evidente. Otros se derrumbaban y confesaban, quitándose de encima el peso de la culpa que habían estado soportando. Pero nunca había visto a ninguno que pareciera tan tranquilo y confiado como Graeme Stoner. El hombre estaba furioso, pero mantenía el control. Y continuaba con aquel aire distante y divertido, como si todo este proceso no fuese más que una atracción de feria.

Stride no sabía cómo interpretarlo. En general, creía poder decir si un hombre era culpable o inocente leyendo la verdad que llevaba escrita en los ojos y en el rostro. Pero el de Graeme era una máscara.

—¿Se da cuenta de que ha destruido mi reputación en esta ciudad? —le dijo Graeme con una mirada resuelta—. Espero que el alcalde pueda permitirse pagar los daños cuando interponga una demanda.

Stride ignoró sus palabras y se dirigió a Emily.

—Le pido que acepte mis disculpas, señora Stoner. Si existiera el modo de facilitarle las cosas, lo habría hecho. Sé por lo que está pasando.

Emily asintió, pero no dijo nada. Continuó mirando a su marido, haciendo lo mismo que intentaba hacer Stride: ver la verdad. Pero el rostro de Graeme no revelaba nada.

—Señor Stoner, tengo que leerle sus derechos —dijo Stride.

Graeme levantó una ceja.

—¿Me va a arrestar?

—No, pero es usted sospechoso en esta investigación. Quiero asegurarme de que comprende sus derechos antes de seguir adelante.

Stride recitó los derechos constitucionales de un tirón mientras observaba a Graeme poner la misma cara de disgusto que él.

—A pesar de que le ampara el derecho de guardar silencio, ¿quiere contestar algunas preguntas, incluso sin la presencia del señor Gale?

También él se encogió de hombros.

—No tengo nada que ocultar —dijo Graeme.

Stride se sorprendió. Los sospechosos adinerados jamás hablaban. Pero Stride no pensaba cuestionar su buena suerte.

—Es lamentable que se haya filtrado información sobre el caso, señor Stoner. Le pido disculpas, no sé cómo ha ocurrido.

Stride no quería pasar directamente a las preguntas difíciles y permitir que aquel hombre se diera cuenta de que estaría mejor callado. De este modo, pretendía abordar poco a poco los detalles desagradables. Pero algo en la mirada de su interlocutor le convenció de que Graeme era muy consciente de su estrategia.

—Le sugiero que averigüe cómo ha ocurrido, teniente.

Stride asintió.

—Sin embargo, comprenderá que algunos de los detalles que hemos descubierto nos plantean nuevas preguntas. Nos gustaría conocer su versión de la historia; por eso estoy aquí.

—Estoy seguro de ello.

—¿Se acostaba usted con Rachel? —preguntó Stride.

La habitación se sumió en un silencio denso. Emily parecía contener la respiración, a la espera de que Graeme respondiese. Stride observó al hombre apretar las mandíbulas y vio un rostro iracundo. Su expresión no delataba culpabilidad, tan sólo desprecio. Su convicción hizo que Stride se preguntara si no estarían cometiendo un error. ¿O acaso aquel hombre era un actor consumado?

—Qué pregunta tan ofensiva. Pero la respuesta es no, nunca. Nunca me habría acostado con mi hijastra, teniente. No ocurrió tal cosa.

—Rachel dijo que sí —insistió Stride.

—No me lo creo —replicó Graeme—. Puede que esa chica no tuviera la mejor relación del mundo con nosotros, pero me niego a creer que inventara una mentira tan injuriosa.

—Le contó a una orientadora de la escuela, Nancy Carver, que empezaron a tener relaciones sexuales poco después de que usted y Emily se casaran.

Stride oyó que Emily se estremecía y cogía aire. Graeme echó un vistazo a su esposa y luego volvió a mirar a Stride.

—¿Carver? No me extraña. Esa pequeña zorra entrometida. ¿Sabe que me llamó para interrogarme? Pero nunca me salió con acusaciones de ese calibre. Creo que es a ella a quien deberían investigar, Stride: es evidente que esa mujer es lesbiana. Recuerdo que incluso llamé, a la escuela para quejarme.

Stride apuntó algo en su bloc de notas. Quería comprobar si realmente se había presentado una queja contra Nancy Carver.

—¿Por qué iba a inventarse Rachel una historia como ésa?

—Yo no creo que lo hiciera. Seguramente Carver se lo inventó todo.

—Rachel también se lo contó a otra persona —mintió Stride.

Esta vez captó un atisbo de duda en los ojos de Graeme, pero se desvaneció enseguida.

—Me cuesta creerlo. Pero si Rachel lo hizo, lo único que se me ocurre es que la chica tenía problemas. A lo mejor tenía fantasías sobre mí. O tal vez intentase abrir una brecha entre Emily y yo. ¿Quién sabe?

—¿Nunca se acostó con ella?

—Ya le he dicho que no.

—¿Nunca la tocó ni mantuvo ninguna clase de contacto sexual con ella?

—Por supuesto que no —dijo Graeme bruscamente.

—Y ella tampoco le tocó a usted.

—No soy Bill Clinton, teniente. Nada de sexo significa nada de sexo.

Stride asintió. Una negación rotunda resultaría de gran ayuda en un juicio, si encontraban alguna prueba que respaldara la teoría de una relación entre Rachel y Graeme. Pero sabía que eso era mucho suponer. Dudaba de que Graeme fuese tan categórico en su negativa si existía algún modo de demostrar que había habido algo entre ellos dos. ¿O acaso decía la verdad?

—¿Conoce a una amiga de Rachel llamada Sally Lindner? —preguntó Stride.

Graeme frunció el ceño.

—Creo que sí. Sale con ese chico, Kevin, según recuerdo. ¿Por qué?

—¿Se la ha llevado alguna vez a dar una vuelta en su coche?

—La verdad es que no me acuerdo —dijo Graeme—. Tal vez.

—¿Tal vez?

Graeme se frotó la barbilla.

—Creo que la llevé un día hasta su coche. Se le había roto la cadena de la bicicleta. Hace muchos meses y, sinceramente, no recuerdo si era ella.

—¿Dónde la recogió?

—Pues en algún lugar al norte de la ciudad, creo recordar. Yo volvía de visitar una de nuestras sucursales.

—¿Y adónde la llevó? —preguntó Stride.

—Como ya he dicho, la llevé hasta su coche.

—¿Se detuvo en algún sitio?

—No, que yo recuerde —dijo Graeme.

—Ella dice que la llevó al establo.

—¿Al establo? No, seguro que no. La recogí y la dejé en su coche. Eso es todo, teniente.

—¿Entonces no es cierto? —preguntó Stride—. ¿Nunca fue allí con ella?

—No, no es cierto —dijo Graeme con firmeza.

—En ese caso, ¿por qué iba Sally a decir lo contrario?

Graeme suspiró.

—¿Cómo diablos voy a saberlo, teniente? Quizá Rachel le dio la idea.

—¿Rachel? —dijo Stride—. ¿Por qué iba Rachel a hacer eso?

—Es una chica complicada —dijo Graeme.

Maggie señaló un archivador de madera de roble con tres cajones.

—Empieza por ahí, yo miraré en el escritorio.

El otro agente, un joven desgarbado de veinticinco años que aún no había dejado atrás la etapa del acné, asintió y mascó chicle ruidosamente. Se llamaba Pete y era un novato que había trabajado varios años en una empresa privada de seguridad antes de unirse al cuerpo, hacía unos meses. A Maggie le gustaba su seguridad un poco chulesca, aunque aún tenía mucho que aprender. Pete había cometido el error de hacer un globo con el chicle y explotarlo con las manos enguantadas. Maggie casi le arranca la cabeza mientras le cantaba las cuarenta sobre la contaminación de la escena de un crimen. Y además, el ruido la sacaba de quicio.

Pete dejó de hacer globos pero continuó mascando chicle, sólo para molestarla. Eso era exactamente lo que ella habría hecho, así que le gustó.

Estaban en el despacho de Graeme, en el piso de arriba, ordenado de forma impecable. Había un monitor y un teclado sobre el gran escritorio de roble hecho a medida, una pequeña selección de libros clasificados por temas y dos columnas de discos compactos. Maggie les echó un vistazo. Una parte de ellos reflejaba los gustos musicales de Graeme, que incluían las enérgicas sinfonías de Mahler. La otra parte contenía discos etiquetados como confidenciales, que llevaban el sello del banco de Graeme.

—Tendremos que decir a Guppo que eche un vistazo a todo esto y el disco duro —dijo ella—. Asegúrate de clasificarlos y de llevárnoslos.

Pete gruñó y metió las manos enguantadas en el primer cajón del archivador.

Maggie miró a su alrededor, absorbiendo las preferencias del hombre. Las paredes estaban empapeladas con un dibujo azul oscuro moteado en oro, a juego con el suntuoso dorado de las alfombras. Tenía colgadas varias acuarelas originales, la mayoría de paisajes, que, a los ojos poco versados de Maggie, parecían auténticas y caras. El escritorio y su elaborada silla de piel constituían el mobiliario principal, complementado con el archivador, toda una pared de estanterías empotradas y una silla con demasiado relleno bajo su tapiz y una otomana a juego. En una de las esquinas del escritorio descansaba una esbelta lámpara de metal con una pantalla de globo.

Era una estancia lujosa y estéril, rebosante de dinero y desprovista de carácter. Lo mismo habían encontrado en el dormitorio principal: la clase de lugar elegante en el que resultaba difícil creer que realmente viviera alguien. Ella y Pete habían dedicado unas dos horas al dormitorio y el cuarto de baño, revisando cajones y buscando secretos. Encontraron poca cosa. Las habitaciones resultaban tan interesantes por lo que había en ellas como por lo que no había. Ni anticonceptivos, ni juguetes sexuales, ni vídeos para adultos. Se preguntaba cuándo Graeme y Emily habrían mantenido relaciones sexuales por última vez.

Aunque, en realidad, eso poco importaba. La cuestión era si Graeme y Rachel habían mantenido relaciones sexuales. Pero aún no habían descubierto nada en la casa que probase la acusación de Nancy Carver, y sabía, desde su primer registro en el dormitorio de Rachel después de su desaparición, que ésta no había dejado ninguna prueba física de una relación incestuosa.

Maggie se estremeció. Intentaba imaginarse a Rachel a solas con Graeme en aquella casa. ¿Lo hacían en el dormitorio? ¿En el de ella? ¿En el suelo del cuarto de baño? ¿Se ponía él encima o la hacía sentarse a horcajadas sobre él? ¿La embestía desde atrás? ¿La obligaba a arrodillarse y practicar sexo oral?

Pruebas. Eso era lo más difícil. Graeme estaba a salvo si negaba la relación, siempre que Rachel no apareciera, ya que nada demostraba que dos personas hubieran practicado el sexo allí. Sólo tenían lo que Rachel había dicho, y eso no tenía ningún valor en un tribunal.

—¿Qué hay en el archivador, Pete? —preguntó Maggie.

El policía se encogió de hombros.

—Facturas, garantías… este tío lo guarda todo.

—Comprueba cada carpeta y mete las facturas en las bolsas. Necesitamos hacer copias.

Maggie se concentró en el escritorio. Cogió cada uno de los libros, los hojeó y los volvió a dejar. Abrió los cajones uno a uno, examinándolos hasta el fondo, y luego se agachó y comprobó la parte de abajo para asegurarse de que no hubiera nada pegado.

Encendió el ordenador. No tenía tiempo para examinar el disco duro bit a bit —eso era trabajo de Guppo—, pero al menos quería buscar correos electrónicos y revisar las páginas que Graeme había visitado en internet. Para no alterar las pruebas accidentalmente, primero imprimió una copia de la lista completa de los archivos, tomando nota de los detalles de cada carpeta del disco duro. Luego conectó un disco externo a la salida USB del aparato y efectuó una copia del disco duro de Graeme. Cuando terminó, lo conectó al portátil que había traído ella y pasó un duplicado del ordenador de Graeme al suyo.

Al iniciar el navegador de internet, se sorprendió al ver que el historial de páginas visitadas había sido borrado. No quedaba nada registrado y en la lista de Favoritos no figuraba nada.

—Esto es muy interesante —dijo Maggie en voz alta—. Parece ser que Graeme se ha estado lavando la cara.

—¿Eh? —dijo Pete.

—No hay constancia de ninguna página web en el historial. Sin embargo, este hombre es jefe de operaciones electrónicas en su banco. ¿Acaso tiene sentido? No quiere que nadie vea por dónde ha estado navegando.

Maggie abrió el Outlook. El software del correo electrónico estaba igual de limpio: nada en la bandeja de entrada, nada en mensajes enviados… nada grabado. Era como si ese hombre jamás hubiera mandado un mensaje electrónico con su ordenador, aunque Maggie sabía que eso era absurdo.

Aquello no encajaba. Se preguntaba si el tipo tendría una cuenta de correo en Yahoo o Hotmail, a través de la cual podía enviar y recibir mensajes personales sin dejar rastro en su ordenador. Pero eso iba a ser mucho más difícil de encontrar.

Su walkie-talkie crujió y Maggie habló.

—¿Sí?

Era Guppo.

—Hemos acabado con el sótano.

—¿Nada?

—Limpio como una patena. Hasta las herramientas de jardinería brillan como recién compradas. No creo que pasen mucho tiempo aquí abajo.

—Maldita sea —dijo Maggie.

Tenía la esperanza de encontrar pruebas del asesinato, aunque no pudieran demostrar que Graeme y Rachel mantenían relaciones sexuales. Pero por la prueba del establo, era consciente de las escasas, por no decir nulas, posibilidades de que la hubiese matado en la casa. Parecía más lógico que hubiesen ido al establo y allí hubiese ocurrido algo entre ellos… algo que acabó con la vida de Rachel.

—Bien, Guppo, tú y Terry id al coche y dadle un buen repaso. Revisad cada centímetro, levantad la moqueta, pasad el aparato de rayos ultravioleta para encontrar restos de sangre, pelos, fibras, semen, huellas… cualquier cosa. Quiero saber si Rachel estuvo en el vehículo.

—De acuerdo.

La siguiente voz que se oyó a través del walkie-talkie pertenecía a Terry.

—Diablos, Maggie, ¿vas a encerrarme en una camioneta con Guppo? Ya he tenido bastante con meterme en un sótano con él.

Maggie se rió.

—Oye, Terry, ya tuve lo mío en el establo, así que no conseguirás darme lástima. Corto y cierro. —Volvió a colgarse el walkie-talkie en el cinturón—. Voy a empezar con las estanterías —dijo al tiempo que observaba con desagrado la pared cubierta de libros.

—¿El ordenador está limpio? —preguntó Pete.

—Sí, al menos en lo básico. Al parecer, Graeme es muy pulcro. Tendremos que pedir a Guppo que realice una búsqueda más completa.

—¿Y fotos? —dijo Pete—. Ya sabes, gif, jpg, cosas así. A lo mejor tenía por ahí fotos o material pornográfico.

Maggie asintió y se dispuso a buscar en el disco externo. Primero escribió «Rachel» y realizó una búsqueda global de cualquier carpeta que pudiera incluir el nombre de la chica. Imaginaba que eso sería demasiado sencillo, y tenía razón: la búsqueda no obtuvo ningún resultado. Volvió a intentarlo con carpetas que empezaran por «R», pero había en demasiadas. Buscó por «SEXO», «FOLLAR» y «PORNO», pero no halló nada.

Entonces tuvo otra idea. Limitó la búsqueda para identificar cualquier archivo que hubiera sido creado o modificado en el período de las dos semanas anteriores a la desaparición de Rachel e inmediatamente después.

Aparecieron tan sólo unas cuantas entradas. Las repasó despacio, descartando los archivos del sistema y comprobando solamente los que parecían un documento de texto o una hoja de cálculo. Todo parecía ser material relacionado con el trabajo, con profusión de detalles sobre transacciones inmobiliarias e informes de pérdidas y beneficios. Saltó de archivo en archivo, tachándolos mentalmente de la lista, mientras dudaba de que esa búsqueda fuese a dar mejores resultados que las demás. Graeme era demasiado listo.

Y entonces lo vio: Fargo4qtr.gif. El archivo contenía una fotografía y había sido creado dos días antes de la desaparición de Rachel.

El nombre hacía pensar en algo relacionado con los negocios, pero estaba en el directorio equivocado. Y no había visto ningún otro gif entre el material de trabajo de Graeme. Desplazó el cursor para colocarse encima del archivo y dudó antes de presionar el ratón. Contuvo el aliento. Con un movimiento de dedo hizo clic y vio que la pantalla se ponía en blanco. Tuvo la sensación de que la imagen tardaba una eternidad en descargarse, aunque sabía que sólo llevaba un segundo o dos escuchando el ronroneo del disco duro del portátil. Entonces, el monitor volvió en sí y una fotografía a todo color apareció en la pantalla.

Maggie susurró:

—¡Oh, Dios mío!

Oyó a Pete darse la vuelta movido por la curiosidad. Al ver la pantalla por encima de su hombro, también exclamó:

—¡Joder!

Era una de las fotografías más increíbles que Maggie había visto. Se consideraba a sí misma una heterosexual acérrima, pero incluso ella se encontró humedeciéndose los labios con la lengua. Los ojos de Rachel atraían los suyos como un imán.

En la imagen, Rachel estaba desnuda. Se encontraba en algún lugar, en plena naturaleza, con árboles desenfocados detrás de ella. La lluvia caía sobre su piel y se deslizaba por su cuerpo formando surcos plateados. La foto había capturado las gotas de agua en sus pechos, con pequeños riachuelos que bajaban hasta su húmeda entrepierna y caían al suelo. Rachel estaba de rodillas. Tenía una mano entre los muslos, con dos dedos que desaparecían en su hendidura. Con la otra mano se agarraba el pecho derecho, extendiendo los dedos hasta rozar el pezón. La boca abierta de Rachel expresaba placer, pero sus brillantes ojos verdes estaban abiertos, fijos en la cámara.

Maggie se dio cuenta de que Pete, detrás de ella, prácticamente estaba jadeando.

—Dios, espero que esa chica no esté muerta —dijo él—. Lo que daría por echarle un buen polvo.

—Cállate —dijo Maggie con acritud.

Cargó la foto en la impresora, que trabajó despacio, línea a línea, para escupir la imagen de aquella adolescente masturbándose en el bosque.

—Menudo hijo de puta —murmuró.

En el porche reinaba el silencio. Emily y Graeme estaban sentados en sillones opuestos. Ella miraba al horizonte con aire ausente, inmóvil y con las manos en el regazo. Graeme examinaba un documento con sus anteojos, ignorando a Stride deliberadamente. Cuando el detective se quedó sin preguntas, Graeme se limitó a volver al trabajo, como si no tuviera de qué preocuparse.

Stride sabía que parte de la actitud calmada de Graeme era una pose, porque la mera insinuación que se levantaba contra él bastaba para destruir su reputación. Le gustara o no, Graeme Stoner estaba acabado en Duluth, y él lo sabía. La única pregunta era si sería libre de marcharse a cualquier otra parte, o si encontrarían lo que necesitaban para encerrarle una larga temporada.

El jueguecito de la espera se iba agotando a medida que pasaban las horas. Oía a Guppo y a Terry peinando el piso de abajo y luego les oyó desaparecer por la puerta principal. Supuso que Maggie les habría ordenado registrar el coche, aunque no podía oír su conversación. Había apagado el walkie-talkie para que los Stoner no escucharan lo que se decía.

Miró fijamente a Graeme, escrutando sus rasgos. Sabía que el banquero podía sentir su mirada mientras pasaba las páginas de su documento, aunque ni siquiera rechistaba. Sería interesante observar a Dan Erickson batallando en el juicio para poner a ese hombre a la sombra… eso, si llegaba a celebrarse el juicio.

El tiempo seguía avanzando.

Stride oyó los pasos de Maggie, que entró en la habitación agitando una hoja de papel. Esta vez, Graeme levantó la mirada con curiosidad y nerviosismo.

Maggie susurró al oído de Stride:

—Echa un vistazo.

Stride miró la foto y pestañeó ante la imagen de la muchacha desnuda. Tuvo que recordarse a sí mismo que se trataba de una adolescente desaparecida y presuntamente muerta.

Levantó la vista de la hoja y se encontró con los ojos de Graeme fijos en él. De repente, Stride se sintió con ventaja respecto a aquel bastardo arrogante.

—Dígame, señor Stoner, ¿posee una cámara digital? —preguntó Stride.

Graeme asintió.

—Por supuesto.

—Tendremos que llevárnosla —dijo Stride—. ¿Reconoce esta fotografía?

Le tendió el papel a Graeme. Su fortaleza se tambaleó, y Stride vio que le temblaba la mano mientras intentaba sostener la hoja con firmeza. Emily vio lo que había en la fotografía y se llevó la mano a la boca para ahogar un grito.

—¿Dónde lo han encontrado? —preguntó Graeme, intentando que su voz no sonase alterada.

—En el ordenador de su despacho —le explicó Stride.

—No tengo ni idea de cómo ha llegado allí. Nunca la había visto.

—¿De veras? —preguntó Stride—. ¿No tomó usted la fotografía?

—No, por supuesto que no. Ya le he dicho que no tenía ni idea de que estuviera en mi ordenador. Rachel debió de ponerla ahí. Para gastar una broma.

—¿Una broma? —preguntó Stride, alzando las cejas—. Pues menuda broma.

—¿Quién sabe por qué lo hizo? —dijo Graeme.

Stride asintió.

—¿No tiene idea de dónde o cuándo fue tomada?

—En absoluto.

Maggie escudriñó al hombre con mirada glacial.

—El archivo llegó a su ordenador dos días antes de la desaparición de Rachel.

—¿Dos días? —preguntó Graeme.

—Es mucha coincidencia —añadió Stride.

—Bueno, como ya he dicho, Rachel debió de introducirla. Tal vez fue su extraña forma de despedirse antes de escaparse.

Stride avanzó unos pasos hacia el hombre.

—Pero no se escapó, ¿verdad, señor Stoner? Aquella noche, usted fue al establo con ella. Usted quería mantener relaciones sexuales, como había hecho durante años. ¿Acaso en esa ocasión ella se negó? ¿Tal vez intentó huir? ¿Amenazó con contárselo a su esposa?

—Graeme —suplicó Emily con un hilo de voz—. Por favor, dime que nada de todo esto es cierto.

Él suspiró y la miró.

—Por supuesto que no.

—Sabemos que Rachel estuvo en el establo esa noche, señor Stoner. Sabemos que había vuelto a casa y que usted estaba aquí solo. ¿Le gustaría contarnos lo que ocurrió luego?

Graeme sacudió la cabeza.

—En ningún momento la oí entrar. No tengo nada más que decir hasta que no llegue el señor Gale.

Parecía aturdido. Stride se alegraba de ver que aquel hombre era susceptible de incurrir en errores humanos, después de todo; de que era capaz de cometer equivocaciones, dejar pistas y no saber cómo reaccionar cuando se descubrían sus mentiras.

—Seguid buscando, Mags —le dijo Stride.

Maggie estaba a punto de volver a subir las escaleras cuando su walkie-talkie graznó. Todos los presentes en la habitación oyeron la voz de Guppo.

—Maggie, Stride, os necesitamos aquí fuera. Hay restos de sangre en el suelo, bajo la moqueta de la parte de atrás y en un cuchillo guardado en la caja de herramientas.

Maggie desconectó rápidamente el auricular, pero ya era demasiado tarde.

Emily gritó. Stride y Maggie la miraron, y sintieron el dolor atroz que rasgaba su voz. Saltó de su sillón con la cara lívida. Se volvió y miró horrorizada a Graeme, que permanecía sentado con una extraña sonrisita congelada en el rostro, como un gato que acabara de tragarse un canario. Emily se cayó de rodillas.

Stride se acercó de un salto, preparado para sostenerla si se desmayaba. Pero en lugar de eso, Emily comenzó a gemir, luego se puso a cuatro patas y vomitó sobre la alfombra blanca.