Capítulo 15

—Debes de tener frío —dijo el camarero, al tiempo que echaba una ojeada por encima de la barra a las piernas desnudas de Maggie.

Su falda de piel negra le llegaba a la mitad de los muslos y, cuando se sentó, mantuvo las piernas bien pegadas para no proporcionarle al mundo una panorámica de sus bragas rosa brillante. Su abrigo de lana roja estaba doblado sobre el taburete que tenía al lado. Llevaba una blusa sin mangas de seda color borgoña.

Sí, tenía frío.

—¿Qué quieres tomar? ¿Una humeante taza de té? —preguntó el camarero con una sonrisa.

Maggie también sonrió y pidió una jarra de cerveza de barril. Cuando el camarero volvió, dejó la cerveza delante de ella. En las paredes del vaso había hielo adherido que se deslizaba al interior.

—¿Qué eres? ¿Modelo o algo así? —preguntó el camarero.

Maggie se rió.

—Eso ha estado muy bien. Me ha gustado. Soy policía.

—Sí, claro —dijo el camarero.

Maggie cogió el abrigo rojo que descansaba en el taburete y desdobló la solapa. Su placa, sujetada en el interior, brilló ante los ojos del camarero, que puso los brazos en alto, rendido.

—Muy bien, tú ganas. ¿No había algo sobre los polis y la bebida cuando están de servicio?

—¿Quién dice que estoy de servicio? —preguntó Maggie.

En realidad aún lo estaba, pero necesitaba una copa.

Maggie bebía cerveza a sorbitos. Era lunes por la noche y el bar estaba medio vacío. Durante todo el día, había padecido las miradas lascivas de los adolescentes. Y todo para nada. Niente. Cero. No encontró a un solo chico que admitiera que él o algún otro se hubiera tirado alguna vez a Rachel detrás del infame establo. Todos tenían muchas cosas que decir cuando Maggie cruzaba o descruzaba las piernas casualmente, pero en cambio se cerraban en banda ante el nombre de Rachel. Nadie quería dibujarse una diana en el pecho para la policía.

Se dio cuenta de que había un muchacho muy nervioso de pie junto a ella.

—¿Es usted la señorita Bei? —preguntó Kevin Lorry.

Maggie lo miró de reojo. Era un muchacho robusto y fuerte, de pelo rubio rapado casi al cero. Llevaba el sencillo uniforme de los camareros del restaurante: unos vaqueros negros y una camiseta roja que apenas alcanzaba a rodearle el ancho pecho. Como los demás chicos, Kevin saltaba rápidamente con la mirada de un lado a otro del cuerpo de Maggie, tomando nota de sus piernas.

Escogieron una mesa pequeña, en un rincón alejado del humo y el ruido de ambiente. Maggie se llevó su cerveza con ella. Preguntó a Kevin si quería una bebida sin alcohol, pero él negó con la cabeza. Maggie se relajó y se inclinó hacia Kevin con los codos encima de la mesa. Él se sentó, incómodo, delante de ella.

—No muerdo —dijo Maggie con una cálida sonrisa.

Kevin respondió con una sonrisa fugaz que enseguida desapareció.

—¿Cómo está la señora Stoner? —preguntó con discreción.

—En estado crítico. Pero el último informe del hospital dice que se pondrá bien.

—Lo siento mucho. Ha tenido una vida difícil.

—¿A causa de Rachel? —preguntó Maggie.

Kevin se encogió de hombros.

—A veces. Los padres y los hijos siempre tienen sus problemas.

—Por lo que parece, ellas tenían más problemas de lo normal —dijo Maggie.

Esbozó una sonrisa.

—Tal vez.

—¿Por qué crees que se tomó todas esas pastillas?

—Supongo que ya no podía aguantar más —dijo Kevin.

—Aguantar ¿qué? —preguntó Maggie.

—Todo.

Maggie esperó hasta que Kevin levantó la mirada.

—La gente me ha dicho que estabas muy unido a Rachel. Dicen que a ella le hubiera ido mejor contigo, pero que nunca te supo valorar. Debe de ser frustrante.

Kevin suspiró.

—Rachel siempre ha sido una especie de fantasía. Nunca esperé que realmente hubiera nada entre nosotros.

—¿Y qué me dices de la última noche? —preguntó Maggie con brusquedad—. Nos contaste que Rachel coqueteó contigo.

—Eso no fue nada. Sólo estaba siendo cruel.

—¿Es posible que se viera con alguien más aquella noche? ¿Con otro chico?

—Tal vez. Rachel tenía muchas citas. No hablábamos de ello.

Maggie asintió.

—¿Sabes? Es gracioso: hoy he hablado con docenas de chicos en el instituto, pero ninguno ha admitido haber salido con Rachel.

—Vaya sorpresa —dijo Kevin—. Todo el mundo está asustado; saben lo que encontraron en el establo.

—Así que están mintiendo.

—Claro —dijo Kevin—. Apuesto a que salió con todos ellos.

Notó cierta acritud en su voz.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó Maggie.

—Ya he dicho que yo no.

—Excepto aquella noche —dijo Maggie—. Es bastante curioso, ¿no te parece? Ella te intenta seducir y esa misma noche desaparece.

Los ojos del chico se inundaron de ansiedad.

—¿Qué quiere decir?

—Dices que Rachel quedó contigo para salir el sábado por la noche. Pero cuando llegaste a su casa, ella no estaba. —Kevin asintió—. ¿Estás seguro de que la cita no era para el viernes por la noche? ¿No planeasteis ir a su casa más tarde?

—¡No! —exclamó Kevin con un tono de voz creciente.

—¿No regresaste?

—No, no lo hice. Me fui a casa. La policía habló con mis padres, usted sabe que eso es lo que pasó.

Maggie sonrió.

—Sé que hay un montón de chicos que son muy buenos escabulléndose de su casa sin que sus padres se den cuenta. Mira, si Rachel hubiera querido desaparecer, tú la habrías ayudado, ¿verdad? Habrías hecho todo lo que ella te pidiera.

Kevin se mordió el labio inferior y no dijo una palabra. Miraba a su alrededor como si buscara una escapatoria.

—¿Lo hiciste? ¿La ayudaste a huir? —dijo Maggie.

—No —insistió Kevin.

—¿Regresaste más tarde, de todos modos? ¿Tenía otra cita? Eso te habría cabreado, ¿no? Puedo entenderlo, Kevin. La has querido durante toda tu vida, ella es tu fantasía. Y entonces empieza a jugar contigo. Eso tuvo que volverte loco. —Kevin sacudió la cabeza con violencia—. ¿No fue así? ¿No volviste y la esperaste? ¿No intentaste convencerla de que estaba perdiendo el tiempo con todos esos tíos? No eran buenos para ella. Pero tú sí. Y en cambio te rechazaba.

Ahora Kevin estaba enfadado.

—No la vi. No fui a su casa.

—Tienes que admitir que tenías un buen motivo.

—Basta ya —dijo Kevin.

—Quizá salisteis los dos a dar una vuelta en coche. Para hablar. Y quizá la llevaste al establo. Quizá la charla se puso fea.

Kevin cerró los puños.

—Eso es mentira.

—Encontramos sangre y condones en la escena del crimen, Kevin. ¿Qué vamos a descubrir cuando analicemos el ADN?

Kevin se levantó, temblando de rabia.

—¡Descubrirán que no es mío! ¡Porque yo no estuve allí!

Maggie también se levantó. Le tocó el brazo suavemente, pero él lo apartó. Ella intentó que la mirase.

—Siéntate, Kevin. Sé que no estuviste allí. Pero la mayor parte de las veces no lo sé… no hasta que presiono a la gente. Los culpables nunca se apartan de este modo. Siéntate, por favor.

—Rachel es la última persona del mundo a la que yo haría daño —dijo Kevin.

—Lo sé. Pero parece ser que alguien sí se lo hizo. Así que, si tú no fuiste a casa de Rachel, ¿quién fue?

Kevin negó con la cabeza.

—¿No cree que si lo supiera ya se lo habría dicho?

—¿No recuerdas nada que dijera Rachel? ¿No oíste rumores en la escuela? Según tengo entendido, el establo es un sitio muy popular. Es difícil creer que no circulen historias por ahí.

—Claro que sí, todo el mundo sabe lo del establo. Mucha gente habla de ello. Pero, ¿quién sabe qué es cierto y qué son sólo gilipolleces de vestuario? ¿Entiende?

—Pero estás seguro de que ella iba allí —dijo Maggie.

—No lo sé con seguridad, pero me niego a creer que no fuese nunca.

—¿Por qué?

Kevin extendió los brazos, exasperado.

—Hablaba de sexo continuamente.

—¿Sólo hablaba? —preguntó Maggie—. ¿O realmente lo hacía?

—No lo sé. No mencionaba nombres.

Por el rabillo del ojo, Maggie vio a una adolescente rellenita con el cabello castaño que estaba de pie en la puerta del bar. Tenía los brazos apoyados firmemente en las caderas y giraba la cabeza examinando cada mesa como un velociraptor. Cuando divisó a Kevin en la esquina, su rostro se iluminó con una sonrisa. Entonces vio a Maggie, evaluó su indumentaria de un solo vistazo y frunció el ceño. Se puso en marcha hacia ellos.

—Hola, Kevin —saludó la chica.

Kevin levantó la mirada, sorprendido.

—¡Sally!

Se puso en pie de un salto y besó a Sally en los labios.

—He venido a cenar con mis padres —dijo Sally—. Paula me ha dicho que estabas aquí. Estaba un poco cabreada. —Luego añadió sin rodeos—: ¿Quién es ésta?

—Es la señorita Bei —dijo Kevin—. Es de la policía.

—¿La policía? —contestó Sally enarcando las cejas.

Maggie se levantó y le tendió la mano; Sally se la estrechó blandamente.

—Ya hemos hablado con la policía los dos —dijo Sally.

—Lo sé. Kevin me estaba explicando que no conocía a ninguno de los novios de Rachel —dijo Maggie—. Estamos pensando que alguien debió de ir a su casa después de que ella os dejara a vosotros. ¿Se te ocurre alguien?

—No creo que Rachel sintiera un interés especial por nadie —dijo Sally—. Utilizaba a las personas y luego las dejaba tiradas.

—Eso parece una buena manera de enfurecer a la gente —dijo Maggie—. ¿No hay nadie que pareciera obsesionado con Rachel? ¿Nunca se quejó de alguien que no la dejara en paz?

—¿Quejarse? —dijo Sally—. No era difícil.

—Bien, olvidémonos de Rachel por un momento. ¿Y las demás chicas de la escuela? ¿Han hablado alguna vez de chicos que las molestaran?

Kevin se rascó la barbilla y miró a Sally.

—¿Qué me dices de Tom Nickel? Recuerda que Karin decía que siempre le estaba mandando esas notas repugnantes. Un verdadero capullo.

Sally se encogió de hombros.

—Sí, pero eso fue hace dos años. Se graduó el curso pasado.

—Pero va a la Universidad de Minnesota —dijo Kevin—, todavía está por la zona.

—Supongo.

Maggie anotó el nombre en su libreta.

—¿Alguien más?

—La mayoría de los chicos del instituto son unos memos —dijo Sally—. Por eso yo soy tan afortunada.

Pasó un brazo por la cintura de Kevin y él le besó los cabellos.

—¿Y alguna chica que pasara un mal rato en el establo? —preguntó Maggie.

«Bingo».

Duró sólo medio segundo, pero Maggie lo vio en la mirada de Sally. Su conducta cambió por completo y la fría arrogancia fue sustituida por miedo. Entonces, con la misma rapidez, el instante pasó. Sally se volvió y besó a Kevin, sin mirar a Maggie. Cuando se giró, se había cubierto el rostro con una máscara.

—Yo no voy con chicas que visitan el establo —dijo.

Maggie asintió.

—Entiendo.

—¡Kevin! —Alguien gritó desde la puerta del bar. Una mujer de cincuenta y tantos, con cara de mal humor, agitaba una pila de menús en el aire—. Aquí fuera no podemos más. Te necesito ya, ¿me oyes? ¡Ahora mismo!

Kevin se volvió hacia Maggie.

—¿Algo más? Tengo que irme.

Maggie sacudió la cabeza. Kevin se despidió de Sally con un beso y se marchó del bar a toda prisa. Sally se dispuso a seguirle, pero Maggie tiró suavemente de su brazo.

—¿Puedes concederme otro minuto? —preguntó Maggie.

De mala gana, Sally se sentó en el lugar que había ocupado Kevin. Maggie bebió un sorbo de cerveza con la mirada fija en ella. La chica la observaba nerviosa.

Cuando Maggie dejó la jarra, puso su mano encima de la de Sally, sobre la mesa. Ésta la miró, confusa y asustada. La muchacha celosa y peleona había desaparecido.

—¿Quieres hablarme de ello, Sally? —preguntó Maggie suavemente.

Sally intentó parecer sorprendida.

—No lo entiendo. Hablarle ¿de qué?

—Vamos —dijo Maggie—, Kevin ya no está aquí. Tus padres no están cerca. Sólo estamos nosotras. Puedes contármelo.

—No sé de qué me está hablando.

Esta vez, Maggie le cogió la mano con fuerza.

—Te ocurrió algo. Cuando he mencionado el establo, casi te desmayas. Has estado allí, ¿verdad? Mira, yo no juzgo. Pero si estuviste allí y alguien se aprovechó de ti, tengo que saberlo.

Sally negó con la cabeza.

—No ocurrió de ese modo.

—No hace falta que me des excusas. Soy una mujer, ¿vale? Sé cómo pueden ser los hombres.

—No quiero meter a nadie en un lío —dijo Sally—. Nunca lo consideré algo importante. Quiero decir que me he olvidado del tema. E incluso cuando dijeron que habían encontrado el brazalete de Rachel en el establo, en fin, no pensé que pudiera haber ninguna relación.

—Cuéntame lo que ocurrió —le pidió Maggie.

Sally suspiró.

—Nunca se lo he contado a Kevin. Ni a nadie.

—Está bien, puedes contármelo a mí. Puedo ayudarte, ¿sabes?

Podía ver la maraña de emociones en el rostro de la chica.

—¿De verdad piensa que puede ser importante? —preguntó Sally—. Es una tontería.

Maggie quería arrancar las palabras de la garganta de la chica, pero acarició la mano de Sally con paciencia y esperó. A la chica le temblaba el labio inferior.

—Hace unos seis meses, salí en bicicleta por el campo hacia el norte de la ciudad. Muchas veces voy allí y aparco el coche para ir en bici por las carreteras secundarias. Siempre está desierto los domingos por la mañana, así que pensé que se estaría bien.

Maggie se inclinó hacia delante. Dios, no se trataba de un novio, sino de un psicópata. Maldita sea. Pensó en Kerry McGrath e intentó transmitir el mensaje con la mirada. «Eso fue una estupidez, pequeña».

—¿Y? —dijo Maggie.

—Se rompió la cadena de mi bici y alguien me recogió.

—¿Alguien?

Sally asintió.

—Es decir, yo le conocía, por eso no tuve miedo.

—¿Te fuiste con él por propia voluntad? —preguntó Maggie.

—Sí. Estaba a kilómetros de mi coche.

—¿Intentó algo contigo?

Sally vaciló.

—Más o menos. Bueno, no; en realidad, no. Pero se detuvo en el establo.

Las alarmas empezaron a sonar en la cabeza de Maggie. Sentía que se le ponía la carne de gallina, como le ocurría siempre que un caso se destapaba. Por fin iban a obtener respuestas.

—¿Qué ocurrió, Sally?

Sally tragó saliva y se miró las manos, cruzadas en su regazo. De repente parecía una niña. Era extraño, pensó Maggie, el modo en que aquellos adolescentes pretendían ser tan adultos y maduros; pero con sólo rascar un poco la superficie, volvían a ser unos críos.

—Sólo estábamos hablando. Me dijo que estaba muy guapa. Que llevaba un conjunto muy bonito y que se notaba que estaba en buena forma. Pero parecía demasiado… serio, supongo. Empezó de forma inofensiva, pero al cabo de un rato se volvió escalofriante.

Maggie asintió.

—Bien, ¿qué ocurrió luego?

—Nos estábamos acercando a la carretera que lleva al establo. Me preguntó si había estado allí alguna vez. Le dije que no, que nunca había estado. Empezó a provocarme, diciendo que iríamos a ver si había alguien enrollándose. Y giró el coche. Se dirigía hacia allí. Yo estaba alucinando.

—¿Dijiste algo?

Sally sacudió la cabeza.

—Estaba demasiado asustada.

—Así que te llevó al establo —dijo Maggie.

—Sí. Aparcó en la parte de atrás. Yo estaba preparada para echar a correr, pero no intentó nada. Sólo seguía hablando, ya sabe, de chorradas. Como si intentara decidir si iba a hacerme algo.

—¿Tenías miedo de que te violara? —preguntó Maggie.

—No sé lo que pensé. Todo era muy raro.

—Pero en realidad no ocurrió nada.

Sally asintió.

—Llegó otro coche y aparcó detrás de nosotros. Así que arrancó. Era como si no quisiera que le reconocieran, ¿sabe? Casi no dijo una palabra durante el resto del trayecto, sólo me llevó hasta mi coche y me dejó allí. Eso fue todo.

—¿No pasó nada entre vosotros dos?

Sally sacudió la cabeza.

—No. Como ya le he dicho, yo estaba segura de que iba a intentar algo. Pero cuando todo terminó, empecé a pensar que había sido una estúpida.

Maggie le cogió la mano a Sally.

—Necesito que me digas quién era.

—Lo sé —dijo Sally—. Había pensado en venir antes, pero… no sabía si era importante. Supongo que simplemente me había convencido a mí misma de que estaba loca, ¿sabe? De que en realidad él no buscaba nada.

—Ahora no piensas lo mismo.

—No lo sé. De verdad que no lo sé.

—Está bien —dijo Maggie—. ¿Os vio alguien juntos? ¿Reconociste el coche que aparcó detrás de vosotros?

Sally sacudió la cabeza.

—Salimos de allí muy deprisa.

—Dímelo, Sally; no permitiré que te haga daño. ¿Quién era?

Sally se acercó a Maggie y le susurró un nombre al oído.

Maggie sacó el móvil de su abrigo de inmediato y marcó el número de Stride.