Capítulo 11

—¿Y bien? —preguntó Maggie.

Se limpió la nieve de las botas en la alfombrilla de la furgoneta de Stride, luego cruzó los brazos y lo miró con expectación.

—Y bien ¿qué? —pregunto Stride, sonriendo a pesar suyo.

Maggie soltó una exclamación y le dio un golpecito en el brazo.

—Conozco esa mirada —dijo, con una gran sonrisa—. Es la mirada de un hombre que anoche triunfó. ¿No te lo dije? ¿Tenía razón?

—Mags, déjame en paz.

—Vamos, jefe, detalles, detalles —insistió Maggie.

—Está bien, está bien… Nos quedamos despiertos hasta tarde, nos emborrachamos y acabamos en la cama. Fue fantástico. ¿Estás satisfecha?

—No, pero es evidente que tú sí.

Stride le dirigió una mirada de irritación y luego sacó la furgoneta del aparcamiento del edificio de Maggie. Los neumáticos resbalaron en la nieve blanda. Durante la noche habían caído cinco centímetros de pesada y húmeda nieve, suficiente para hacer que las carreteras fueran peligrosas, pero no lo bastante para sacar el quitanieves del garaje. Stride parpadeó. Tenía los ojos rojos.

—¿Y cómo te sientes? —preguntó Maggie.

Stride sostuvo el volante con fuerza y pisó el freno al llegar a una señal de Stop.

—Jodidamente culpable, ya que lo preguntas.

—Oye, no estás engañando a Cindy —dijo Maggie—. A ella le hubiera cabreado que esperases tanto tiempo.

—Lo sé —reconoció Stride—. Es lo que me digo a mí mismo. Pero mi corazón no se lo acaba de creer.

De hecho, había soñado con Cindy, y luego, al despertar y sentir una presencia cálida a su lado por primera vez en un año, había disfrutado durante un breve instante creyendo que Cindy estaba junto a él. Medio adormecido, creía que la tragedia del último año había sido el auténtico sueño y que la vida seguía siendo agradable y normal. Pero entonces vio a Andrea y sintió una punzada de dolor. No era justo: Andrea era dulce y hermosa. Su cuerpo desnudo, medio cubierto por la manta, le resultaba excitante. Pero tuvo que contener las lágrimas.

—Era tu primera vez —dijo Maggie—. Ya estás otra vez en el terreno de juego. Cuantas más citas tengas, más cómodo te sentirás.

—Tal vez. Andrea y yo hemos vuelto a quedar mañana por la noche.

Maggie sonrió con picardía.

—¿Ah, sí? Ya veo: en cuanto desenfundas, ya no dejas de disparar, ¿eh?

Stride la miró de soslayo.

—Eres muy grosera, Mags. ¿Quién te ha enseñado a ser tan grosera?

—Tú.

—Ya, ya… —dijo Stride riendo entre dientes.

—Ten cuidado, no dejes que la situación se te escape de las manos, ¿vale? —dijo Maggie—. Tú estás superando la muerte de Cindy y ella está superando un divorcio. Aún estáis rebotados.

—¿Desde cuándo eres una experta en relaciones? —preguntó Stride con acritud, arrepintiéndose de inmediato del tono de su voz.

—Digamos que sé algo sobre desengaños, ¿de acuerdo?

Stride no dijo nada y prosiguieron el trayecto en silencio.

Su destino se encontraba en el extremo sur de la ciudad. Pasaron junto al puerto por la derecha y atravesaron una red de vías férreas que entraban y salían de los muelles. Era una zona poco urbanizada, con poco más que un puñado de tabernas sin ventanas, licorerías y gasolineras. Un kilómetro más adelante llegaron a la periferia de la ciudad, donde un grupo de casas antiguas se asentaba en un terreno cercano a la carretera interestatal. La mayoría de los edificios databa de antes de la década de los años cuarenta, cuando eran viviendas modestas pero confortables para los trabajadores de los barcos. Ahora, la mayor parte estaban destartalados y el vecindario era un imán para el puñado de camellos que operaban en Duluth.

—Al casarse con Graeme, Emily subió varios peldaños en la escala social —dijo Maggie—. Tiene su mérito haberlo pescado. Me pregunto cómo lo hizo.

—Bueno, el reverendo dice que hace unos años estaba bastante bien.

—¿Eso dijo?

—Textualmente. Pero es evidente que Emily sigue muy unida a Dayton. Y parece que él sabe más que nadie sobre Rachel y su madre.

—Pero, ¿nos contará algo? —preguntó Maggie.

—Ha accedido a vernos; es un comienzo.

Stride recorrió una serie de calles cubiertas de nieve de aquel silencioso vecindario. Los coches aparcados eran como pequeñas colinas blancas que había que sortear en las callejuelas estrechas.

La iglesia en la que Dayton ejercía como pastor era una especie de torre de defensa desde la que los vecinos intentaban que el crimen y el vandalismo se batieran en retirada. La parcela de la iglesia estaba meticulosamente limpia y ajardinada con arbustos hábilmente recortados, que exhibían blancos vestidos de nieve y que habían sido plantados con esmero frente al césped blanco. Había una gran zona de juegos y columpios para los niños, construida con madera de cedro. La iglesia propiamente dicha lucía una fresca capa de pintura y molduras de color rojo brillante alrededor de las ventanas altas y estrechas.

Dibujaron el primer rastro de neumáticos del aparcamiento cuando entraron con el automóvil. Al salir del vehículo, el aire era gélido y cortante. Caminaron por la nieve hasta la puerta principal de la iglesia. El amplio vestíbulo del interior estaba frío, pues el calor se desvanecía en el alto techo. Ambos se encogieron y miraron a su alrededor. Stride vio un tablón de anuncios con información sobre rehabilitación de drogas, prevención de malos tratos y consejos sobre divorcio. En el centro del tablón había un aviso que denunciaba la desaparición de una persona, con la foto de Rachel bien visible.

—¿Hola? —llamó Stride.

Oyó un movimiento en algún rincón de la iglesia y luego una voz amortiguada. Unos segundos después, apareciendo entre las sombras de un largo corredor, Dayton Tenby se reunió con ellos en el vestíbulo.

Dayton llevaba unos pantalones negros de vestir y un suéter de lana gris con parches de piel en los codos. Les saludó con una sonrisa nerviosa y su mano, al igual que la primera vez que Stride se la había estrechado, estaba húmeda. También su frente estaba cubierta de sudor. Bajo el brazo llevaba una libreta amarilla, abarrotada de una escritura afilada, y se había encajado un bolígrafo detrás de la oreja.

—Siento no haber estado aquí para recibirles —dijo Dayton—. Estaba escribiendo el sermón de mañana y he perdido la noción del tiempo. Vayamos atrás, allí se está más caliente.

Les guió por el pasillo. Las estancias de Dayton eran pequeñas, con muebles de madera oscura y una gran pintura al óleo de Cristo colgada sobre la repisa de una modesta chimenea. El fuego estaba encendido, lo que proporcionaba un agradable calor a la habitación. Dayton tomó asiento en una silla tapizada de color verde junto al fuego y dejó su libreta amarilla en la mesa ornamentada que tenía aliado. Señaló un sofá tan antiguo como incómodo, en el que Stride y Maggie se sentaron. Ella cabía perfectamente, pero Stride se retorció hasta encontrar una posición adecuada a su estatura.

—En nuestro primer encuentro, usted me dijo que creía que Rachel se había escapado —dijo Stride—. ¿Continúa pensando lo mismo?

Dayton se mordió el labio.

—Es mucho tiempo para mantener una broma, incluso para Rachel. Nunca diría esto a los Stoner, pero empiezo a temer que pueda tratarse de algo más que una chiquillada.

—¿No tiene idea de qué otra cosa podría ser? —le preguntó Maggie.

—No, no la tengo. ¿Creen que la han raptado?

—No descartamos ninguna línea de investigación —dijo Stride—. En este momento intentamos obtener más datos sobre las relaciones de Rachel y su pasado. Pretendemos construirnos una imagen de ella. Puesto que hace mucho tiempo que conoce a la familia, creemos que usted puede ayudarnos.

Dayton asintió.

—Comprendo.

—Parece reacio —dijo Maggie.

Dayton cruzó las manos sobre su regazo.

—No se trata de eso, detective. Trato de decidir lo que puedo y lo que no puedo decir. Hay cosas de las que me he enterado en calidad de consejero religioso y que, naturalmente, deben continuar siendo confidenciales. Estoy seguro de que lo entienden.

—¿Quiere decir que aconsejó a Rachel? —preguntó Stride.

—Hace ya mucho, y por poco tiempo. He trabajado más con Emily. Ella y yo hemos intentado solucionar los problemas con Rachel durante muchos años. Y me temo que no hemos tenido mucho éxito.

—Cualquier cosa que pueda decirnos nos será de ayuda —le aseguró Maggie.

—De hecho, le hablé a Emily de esta visita —admitió Dayton—. Sospechaba que podría surgir esta cuestión, ¿saben? Emily fue muy gentil y me dio permiso para hablar con ustedes con toda libertad de nuestras conversaciones. Naturalmente, no tengo el permiso de Rachel, pero tal vez, dadas las circunstancias, causaría un perjuicio si ocultara cierta información. Por supuesto, tengo que decir que Rachel no me contó casi nada que pueda arrojar alguna luz sobre su alma.

—Tal vez si empieza por el principio… —sugirió Stride.

—Sí, es cierto. En fin, ya saben que muchos de los problemas entre Rachel y Emily se remontan al primer matrimonio de ésta con Tommy Deese. Él abrió una brecha entre las dos que, tras su muerte, sólo hizo que empeorar. Por supuesto, no fue hasta transcurrido un tiempo que me enteré de la mayor parte de todo esto. Conocía a ambos de la parroquia, pero ninguno mostró interés por confiarme sus problemas.

—¿Vivían cerca de aquí? —preguntó Maggie.

—¡Oh, sí! Al final de la calle.

—¿Tenía Rachel muchos amigos? —inquirió Stride.

Dayton tamborileó con los dedos en el borde de la mesa.

—Nunca estuvo muy unida a nadie. Excepto a Kevin, tal vez. Estaba loco por ella, pero me parece que no era un sentimiento recíproco.

—¿Se refiere al Kevin que estuvo con ella en Canal Park aquella última noche? —preguntó Maggie.

—Así es. Kevin vive aquí con su familia. Creo que algún día llegará a ser abogado o vicepresidente, un verdadero ejemplo de superación. Me temo que su única debilidad es Rachel: parecía querer salvarla. Pero Rachel no tenía gran interés en ser salvada. En fin, ya está bien así, él está mucho mejor con Sally, la chica con la que sale ahora. Lo siento, suena bastante frío, ¿no? No es que tenga nada contra Rachel, pero no le habría hecho ningún bien a Kevin.

Maggie asintió.

—¿Debo entender que no cree que Kevin tuviera nada que ver con la desaparición de Rachel?

La expresión de Dayton mostró verdadera sorpresa.

—¿Kevin? Oh, no, no. Imposible.

—Hablemos de Emily y Graeme —dijo Stride—. ¿Estaba Rachel resentida con Graeme? ¿Le molestó que Emily introdujera a otro hombre en sus vidas?

—Sería lógico pensarlo, ¿verdad? —contestó Dayton—. Pero no era así. Parecía que les iba bien, al menos durante un tiempo. Creo que Rachel pensó que podría utilizar a Graeme para atacar a Emily, igual que había hecho Tommy con ella. Enfrentar a Emily y a Graeme, ya me entienden. Y quizá funcionó, pues no ha sido un matrimonio muy feliz.

—¿Por qué dice eso? —preguntó Maggie—. ¿Ha habido peleas o infidelidades?

Dayton levantó una mano.

—Me temo que empiezo a tener sed. Necesito un vaso de agua. ¡No puedo dejar que se me seque la garganta antes de mi sermón! ¿Quieren beber algo?

Tanto Stride como Maggie negaron con la cabeza. Dayton sonrió, se disculpó y desapareció por otra habitación. Oyeron sus pasos en el duro suelo y después el estrépito de las cañerías al abrirse el grifo. Regresó unos segundos más tarde, bebiendo de un vaso de plástico rojo.

—Lo siento —dijo mientras se sentaba de nuevo. Parecía más relajado—. ¿Dónde nos habíamos quedado?

—Emily y Graeme —dijo Maggie.

—Sí, sí. Bueno, no creo que haya habido violencia en el matrimonio. Más bien al contrario: el problema es que no hay pasión. No parece haber mucho amor entre los dos.

—Entonces, ¿por qué se casaron, para empezar? —preguntó Stride.

Dayton frunció el ceño.

—Graeme es un hombre de éxito. Creo que Emily se cegó con todos aquellos ceros que aparecían en su cuenta. Cuando llevas toda la vida luchando para llegar a fin de mes, puede ser muy tentador imaginar un mundo en el que dispones de mucho más tiempo libre. Tal vez Emily dejó que algunos de sus sueños se hicieran realidad.

—¿Y Graeme? —preguntó Maggie—. Sin ánimo de ofender, Emily no parece ser un gran partido para un alto cargo de un banco.

Dayton escrutó a Maggie con una extraña sonrisa, como si le divirtiera la pregunta.

—Bueno, ¿quién sabe por qué una persona se siente atraída por otra? Emily es una mujer encantadora. Rachel no heredó su belleza sólo de Tommy, a pesar de lo que Emily pueda decir. Además, muchos hombres se sienten atraídos por mujeres que necesitan que alguien cuide de ellas. Tal vez sea el caso de Graeme.

Stride no tenía la sensación de que Graeme fuese en absoluto de esa clase.

—¿Cómo se conocieron? —preguntó.

—Oh, por lo que cuenta Emily, fue muy bonito —dijo Dayton. De repente, su voz sonó más fuerte y embravecida. Parecía forzada—. Graeme llevaba casi un año en el banco, y deduzco que la mayor parte del personal femenino le consideraba un soltero de oro. Buena presencia, gran seguridad en sí mismo y un puesto muy bien pagado en el banco. No está nada mal. Pero no parecía interesarle nadie. Emily me habló de él un par de veces, pero ni siquiera soñaba con que se fijara en ella, ni siquiera se molestó en acercarse a él. Era de las pocas que no lo intentaron, y tal vez eso jugó a su favor. Quizás él la vio como la única inmune a sus encantos. En cualquier caso, un día Graeme se le acercó en el aparcamiento después del trabajo y le preguntó si quería tomar una copa. Al parecer, se había sentido atraído por ella desde hacía tiempo pero nunca se había atrevido a pedirle una cita. Curioso, ¿no? Nunca se sabe…

—Supongo que no —dijo Stride.

Miró a Maggie y ésta frunció el ceño.

—Y poco después, ya estaban casados —continuó Dayton—. Fue un idilio arrollador.

Maggie sacudió la cabeza.

—Y unos años más tarde, ¿ya no queda ninguna pasión?

—Cosas que pasan —dijo Dayton—. Lo veo demasiado a menudo.

Stride asintió.

—Perdone, padre, pero hay algo que no tengo claro. Por mucho que Graeme invitara a salir a Emily, me cuesta creer que tuvieran tantas cosas en común como para que él se lanzara al matrimonio. Sé que sonará cruel, pero, ¿le tendió Emily alguna trampa?

Dayton se mordió el labio; parecía incómodo.

—No sé lo que quiere decir.

Maggie sonrió.

—Una trampa. Ya sabe, las mujeres son muy buenas manipulando a los hombres para conseguir que hagan lo que ellas quieren. Vaya, hasta Stride hace cuanto le digo. Es un arte.

Dayton sonrió, nervioso.

—Bueno, no creo que Emily siguiera ninguna estrategia. Estaba demasiado deslumbrada. Como ya he dicho, es posible que el dinero le hiciera pasar por alto el hecho de que en el fondo no sentía pasión por él; pero no creo que le engañara intencionadamente.

—Padre, necesitamos saber la verdad —le dijo Stride—. Es evidente que hay algo más.

Dayton asintió.

—Sí, lo sé. Pero no tiene nada que ver con Rachel, así que no sé por qué habría que sacar a la luz esa clase de trapos sucios.

—Si no disponemos de todas las piezas, no podremos resolver el rompecabezas —dijo Maggie—. Es así de sencillo.

—Supongo que sí. —Dayton se secó el rostro, que estaba húmedo—. En fin, verán… Cuando llevaban unas semanas saliendo, Emily descubrió que estaba embarazada. Eso es lo que les llevó al matrimonio.

—Seguro que Graeme estaba entusiasmado —murmuró Stride.

—En absoluto —dijo Dayton—. Quería que ella abortara. Ella se negó. Creo que él hubiera preferido mandarlo todo a paseo, pero en un lugar como Duluth, y con su posición, no quería un escándalo público. Así que se casó con ella.

—¿Y el bebé? —preguntó Maggie.

—Un aborto espontáneo a los seis meses. Emily estuvo a punto de morir.

—¿Graeme no intentó conseguir un divorcio amistoso? —preguntó Stride.

—No, no lo hizo —dijo Dayton—. Parecía haberse resignado al matrimonio, y supongo que pensó que un divorcio le saldría extremadamente caro. Así que fue aplazando el final. Pero no se equivoquen: no pensaba poner nada de su parte. Sólo se casó porque le convenía. Durante un tiempo, también a Emily le pareció bien. El amor no resulta tan importante cuando llevas años luchando por salir adelante.

—¿Durante un tiempo? —preguntó Maggie.

—El dinero no cura la soledad —dijo Dayton.

—¿Y cómo lo llevan ahora? —preguntó Stride.

—Creo que eso debería preguntárselo a ellos, detective.

—Mientras tanto, ¿Rachel se encontraba en medio de este ambiente tan alegre? —preguntó Maggie.

Dayton suspiró.

—Los tres en esa casa —dijo—. Y muy poca felicidad entre ellos. Es algo terrible. Por eso estaba tan convencido de que Rachel se había fugado. Tenía muchas cosas de las que huir.

—¿Le mencionó a usted alguna vez la posibilidad de fugarse? —preguntó Stride.

—No, no confiaba en mí. Creo que pensaba que yo estaba de parte de Emily, lo que me convertía en su enemigo.

—¿Y no hay nada más que crea que puede arrojar algo de luz sobre su desaparición? ¿Algo que observara u oyera?

—Me temo que no —dijo Dayton—. Ojalá lo hubiera.

Los tres se pusieron de pie. Se estrecharon las manos con torpeza y Stride se dio cuenta de que el sacerdote deseaba que se marcharan. Les acompañó por el pasillo hasta el frío vestíbulo de la iglesia. Cuando se cerró la puerta detrás de ellos, Stride y Maggie se detuvieron en el porche para abrocharse los abrigos y cubrirse el rostro con las bufandas. El viento había barrido sus huellas en la nieve.

—¿Qué te parece? —dijo Maggie.

Stride entornó los ojos ante el frío sol.

—Que no nos iría mal una buena pista.