Capítulo 3

Stride llamó al timbre. Vio una sombra a través del cristal cubierto de escarcha y oyó el sonido de unos pasos. La puerta de roble tallado se abrió hacia dentro.

Un hombre de una altura parecida a la de Stride, elegantemente ataviado con un suéter de cachemir de cuello de pico, camisa blanca de vestir con las puntas del cuello abotonadas y pantalones de pinzas de color tostado, le tendió la mano. Con la otra, removía el hielo de su bebida.

—Usted es el teniente Stride, ¿me equivoco? —le saludó el hombre.

Le dio una fuerte sacudida de mano, con la sonrisa fácil de alguien que está acostumbrado a las fiestas sociales del club de campo.

—Kyle nos dijo que vendría. Soy Graeme Stoner.

Stride dio a entender con un gesto que estaba al corriente; había captado el mensaje. Kyle era Kyle Kinnick, jefe de policía y de Stride. Graeme quería asegurarse de que Stride comprendía cuáles eran sus influencias en el ayuntamiento.

Vio las discretas arrugas que trepaban por la frente de Graeme y alrededor de las comisuras de su boca y calculó que el hombre tendría su misma edad. Su cabello, de un tono chocolate, lucía un corte de estilo ejecutivo. Llevaba gafas metálicas con una delgada montura esférica. Su rostro era ancho y suave, sin pómulos destacados ni barbilla protuberante. Incluso a esas horas de la noche, la barba de Graeme era casi imperceptible, cosa que llevó a Stride a frotarse involuntariamente su áspera mejilla.

Graeme le puso una mano en el hombro.

—Vayamos al porche de atrás —dijo—. Me temo que la sala de estar queda demasiado expuesta a la multitud de ahí fuera.

Stride siguió a Graeme hacia la sala, amueblada con delicados sillones y antigüedades, todo ello barnizado de un brillante color nogal. Graeme señaló una vitrina de porcelana con fondo de espejo llena de botellas.

—¿Puedo ofrecerle algo de beber? No tiene por qué ser con alcohol.

—No, estoy bien, gracias.

Graeme se detuvo en el centro de la habitación y, por un momento, pareció incómodo.

—Debo disculparme por no haberme preocupado antes, teniente. La verdad es que cuando Kevin se presentó el sábado por la noche, no me inquieté por el hecho de que Rachel no hubiera vuelto Kevin es muy susceptible respecto a Rachel, ¿sabe?, y creí que estaba exagerando.

—Pero ahora no piensa lo mismo —dijo Stride.

—Han pasado dos días. Y mi esposa me ha recordado con toda la razón lo de la otra chica desaparecida.

Graeme le guió a través del comedor principal y, tras cruzar una puerta acristalada, entraron en un amplio estudio, calentado por el fuego de la chimenea de mármol gris que ardía en la pared este. La alfombra blanca era exuberante y estaba impoluta. La pared norte estaba constituida en su totalidad por ventanas que ocupaban toda la superficie, excepto por dos puertas de vidrio tintado que conducían a la oscuridad de un jardín trasero. Una serie de focos dorados, fijados a intervalos en cada una de las demás paredes, iluminaba la habitación con un resplandor pálido.

A la derecha de la pared del jardín, dos sillones abatibles a juego descansaban a cada lado de la chimenea. Perdida en uno de esos enormes sillones, una mujer sostenía un vaso de brandy con forma de campana.

Sin levantarse, la mujer hizo a Stride un gesto con la cabeza.

—Soy Emily Stoner, la madre de Rachel —dijo suavemente.

Emily tenía unos años menos que Graeme, aunque no era una jovencita. Stride apreció que en el pasado debía de haber sido una mujer hermosa, pero no había envejecido bien. Sus cansados ojos azules estaban demasiado maquillados y tenía ojeras. El pelo, corto y liso, de una tonalidad oscura, estaba sucio. Llevaba un sencillo jersey azul marino y vaqueros azules.

Sentado junto al hogar, al lado de Emily y sosteniendo su mano izquierda, se hallaba un hombre que rondaba la cincuentena. Tenía el pelo gris y llevaba un estudiado peinado con el que intentaba disimular sus crecientes entradas. El hombre se puso en pie y estrechó la mano de Stride, en la que dejó un rastro de humedad que éste intentó limpiarse con discreción.

—Hola, teniente. Me llamo Dayton Tenby. Soy el pastor de la parroquia de Emily. Me ha pedido que les acompañe esta noche.

Graeme Stoner tomó asiento juntó a las ventanas del jardín.

—Estoy seguro de que tiene muchas preguntas que hacernos. Le diremos todo lo que sabemos, aunque me temo que no es mucho. Además, también queremos acabar cuanto antes con los aspectos desagradables. Ni mi esposa ni yo estamos involucrados en la desaparición de Rachel, pero comprendemos que es su obligación decidir si la familia tiene algo que ver en este tipo de casos. Naturalmente, colaboraremos en todo lo que podamos, incluida la prueba del polígrafo, si es necesario.

Stride estaba sorprendido. En general, ésta era la parte incómoda: hacer saber a los parientes que eran sospechosos.

—Para ser sinceros, sí, nos gustaría que la familia se sometiera a la prueba del polígrafo.

Emily miró a Graeme, nerviosa.

—No estoy segura.

—Es simple rutina, querida —dijo Graeme—. Teniente, envíe sus preguntas a Archibald Gale. Él representará nuestros intereses en este asunto. Podemos hacerlo mañana, si lo desea.

Stride hizo una mueca. Vaya colaboración. Archie Gale era el abogado criminalista más temido del norte de Minnesota, y Stride se había enzarzado varias veces desde el estrado con aquel carcamal engreído.

—¿Cree que es necesario recurrir a un abogado? —preguntó Stride con frialdad.

—No lo malinterprete —replicó Graeme, tranquilo y cordial—. No tenemos nada que ocultar. Aun así, en los tiempos que corren, sería una imprudencia por nuestra parte no tener a alguien que nos aconseje.

—¿Desea hablar conmigo ahora, sin la presencia de Gale?

Graeme sonrió.

—En estos momentos, Archie se halla en un avión procedente de Chicago. Aunque a su pesar, ha accedido a que revisemos los hechos sin él.

«A su pesar». Stride conocía a Gale, y probablemente se trataba de un eufemismo. Pero no pensaba dejar pasar de largo esa oportunidad: tal vez fuese la última para hablar con la familia sin tener a su lado a un abogado analizando palabra por palabra.

Stride sacó un bloc de notas de su bolsillo trasero y destapó un bolígrafo. A su izquierda había un escritorio con cubierta corrediza. Apartó una silla giratoria de detrás del escritorio y se sentó en ella.

—¿Cuándo vio a Rachel por última vez? —preguntó Stride.

—El viernes por la mañana, antes de que se marchara al instituto —dijo Graeme.

—¿Se llevó el coche?

—Sí. No estaba cuando llegué a casa el viernes por la noche.

—Pero, ¿no la oyó volver?

—No. Estaba en la cama. Tengo un sueño profundo, nunca oigo nada.

—¿Qué hizo el sábado?

—Estuve en la oficina gran parte del día. Lo normal.

—Señora Stoner, ¿estuvo en casa durante ese tiempo?

Emily, quien contemplaba el fuego, se giró, sobresaltada. Bebió un largo sorbo de brandy, y Stride se preguntó cuánto habría bebido ya.

—No, he regresado a primera hora de esta tarde.

—¿Dónde estaba?

Se tomó un momento para concentrarse.

—De camino a casa, desde Saint Louis, en coche. Mi hermana se mudó allí hace varios años. Salí de allí el sábado por la mañana, pero por la noche estaba demasiado cansada para continuar. Hice noche en Minneapolis y he conducido hasta mediodía.

—¿Habló con Rachel mientras estuvo fuera? —Emily negó con la cabeza—. ¿No llamó a casa?

La mujer vaciló.

—No.

—¿Cuándo empezaron a preocuparse?

—Después de que llegara Emily —contestó Graeme—. Como no sabíamos nada de Rachel, llamamos a sus amigos. Nadie la ha visto.

—¿A quién han llamado?

Graeme recitó varios nombres y Stride los apuntó en su bloc.

—También hemos telefoneado a gente del instituto —añadió Graeme—. Y a varios clubes y restaurantes que han mencionado sus amigos. Nadie la ha visto.

—¿Tiene novio? —preguntó Stride.

Emily levantó la vista. Se apartó un mechón de pelo de la cara. Su voz sonaba cansada.

—Rachel tiene montones de novios, pero ninguno le dura.

—¿Tiene una vida sexual activa?

—Al menos desde que tenía trece años —dijo Emily—. La sorprendí una vez con un chico.

—Pero, ¿ninguno en especial?

Emily negó con la cabeza.

—¿Han hablado con sus parientes? ¿Alguien a cuya casa hubiera podido ir?

—No tenemos ningún pariente. Mis padres ya murieron y Graeme no es de aquí. Sólo nos tiene a nosotros.

Stride escribió: «¿Cómo se juntaron estos dos?».

—Señora Stoner, ¿qué relación tiene con su hija?

Emily hizo una pausa.

—Nunca hemos estado muy unidas. De pequeña, era el ojito derecho de su padre. Y yo era la bruja malvada.

Dayton Tenby frunció el ceño.

—Eso no es justo, Emily.

—Pues es lo que parecía —respondió Emily con brusquedad. Derramó un poco de brandy y se frotó el jersey con los dedos—. Cuando murió su padre, Rachel se alejó aún más. Tenía la esperanza de volver a ser una familia cuando me casé con Graeme. Sin embargo, todo ha ido a peor.

—¿Y usted, señor Stoner? —preguntó Stride—. ¿Cómo es su relación con Rachel?

Graeme se encogió de hombros.

—Nos llevábamos relativamente bien después de casarme con Emily, pero como dice ella, conforme se hace mayor se vuelve más distante. Y así sigue. Fría.

—Intentamos acercarnos a ella —dijo Emily—. Graeme le regaló el coche el año pasado. Creo que a ella le parecía que intentábamos comprar su amor, y supongo que es cierto. Pero no ayudó.

—¿Ha mencionado alguna vez que tuviera la intención de escaparse?

—Hace tiempo que no lo hace —dijo Emily—. Sé que parece una locura, pero siempre he creído que ella pensaba que podía causarnos más problemas quedándose por aquí y amargándonos la vida. Le proporcionaba una cruel sensación de satisfacción.

—¿Tenía instintos suicidas? —preguntó Stride.

—Jamás. Rachel nunca hubiera intentado suicidarse.

—¿Por qué está tan segura?

—Rachel se tenía en gran estima. Siempre se mostraba desafiante y segura de sí misma. Es a nosotros a quien despreciaba. O a mí.

Emily sacudió la cabeza.

—Señor Stoner, ¿ocurrió algo mientras su esposa estaba fuera? ¿Una discusión, una pelea o algo por el estilo?

—No, nada. Me ignoraba. Era nuestra rutina.

—¿Dijo si iba a verse con alguien?

—No, pero supongo que no me lo hubiera dicho aunque así fuese.

—¿Vio algún vehículo desconocido en el camino de entrada o en la calle? ¿O la vio con alguien a quien no reconociera? —Graeme sacudió la cabeza—. Hábleme de su situación personal, señor Stoner. Trabaja para el Range Bank, ¿no es así?

Graeme asintió.

—Soy el vicepresidente ejecutivo para las operaciones que el banco realiza en Minnesota, Wisconsin, Iowa y las dos Dakotas.

—¿Ha recibido alguna amenaza en casa o en el trabajo? ¿Llamadas telefónicas extrañas?

—No, que yo recuerde.

—¿Nunca se ha sentido en peligro?

—No, en absoluto.

—¿En el banco tienen conocimiento de sus ingresos?

Graeme frunció el ceño.

—Bueno, supongo que no son ningún secreto. Como directivo, tengo que dar cuenta al SEC, así que queda constancia de ello. Pero no es la clase de información que sale en los periódicos.

—¿Tiene algún indicio de que Rachel pueda haber sido secuestrada?

—No, ninguno —aseguró Graeme.

Stride cerró su bloc de notas.

—Me parece que eso es todo, de momento. Por supuesto, necesitaré hablar con ustedes más adelante, a medida que avance la investigación. Estaré en contacto con el señor Gale.

Emily abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Era evidente que quería intervenir.

—¿Qué ocurre? —preguntó Stride.

—Nada, sólo que… en fin, existe un motivo para que estemos tan preocupados. El motivo por el que insistí a Graeme para que llamara a Gale.

—Kerry McGrath —murmuró Dayton.

—Vivía muy cerca —exclamó Emily—. Iban a la misma escuela.

Stride esperó hasta que Emily volvió a mirarle y le sostuvo la mirada, poniendo tanta compasión en sus ojos como pudo.

—No voy a mentirles. Estamos buscando coincidencias con la desaparición de Kerry. Sería una negligencia que no lo hiciéramos. Pero el hecho de que haya ciertas semejanzas aparentes no significa que el caso de Rachel tenga algo que ver con el de Kerry.

Emily gimoteó con fuerza. Asintió con la cabeza, pero sus ojos brillaban a causa de las lágrimas.

—Si tiene alguna pregunta que hacerme, por favor, no dude en llamarme —dijo Stride, mientras se sacaba una tarjeta del abrigo y la dejaba encima del escritorio.

Dayton Tenby se levantó de su asiento junto al fuego y le sonrió.

—Le acompañaré a la puerta.

El sacerdote guió a Stride a través de la casa. Dayton era un hombre nervioso y afeminado, que parecía intimidado por el lujo ostentoso del hogar de los Stoner. Caminaba con delicadeza, como si las puntas de sus mocasines marrones estuvieran dejando sucias huellas en el suelo. Era bajo, de un metro cincuenta y cinco, con barbilla angosta, pequeños ojos castaños muy juntos y nariz estrecha. A Stride le dio la sensación de que era un vestigio de la vida anterior de Emily. A. G.: antes de Graeme.

Al tiempo que se acariciaba la barbilla, Dayton echó una ojeada curiosa a las luces y al gentío allí reunido.

—Son como buitres, ¿verdad? —observó el sacerdote.

—A veces. Pero pueden resultar útiles.

—Sí, supongo que sí. Le estoy muy agradecido por haber venido, teniente. Rachel es una jovencita difícil, y no me gustaría que le ocurriera algo malo.

—¿Cuánto hace que la conoce? —preguntó Stride.

—Desde que era una niña.

Stride asintió. «A. G.», pensó.

—¿Cuándo comenzó a tener problemas?

Dayton suspiró.

—Como ha dicho Emily, después de la muerte de su padre. Rachel adoraba a Tommy. No pudo soportar la pérdida y dirigió toda su ira y dolor contra su madre.

—¿Cuánto hace de eso?

Dayton frunció la boca y miró el techo abovedado mientras hacía memoria.

—Rachel tenía ocho años cuando él murió, me parece, así que fue hace unos nueve años.

—Dígame, padre, ¿qué cree que le ha ocurrido? ¿Es posible que Rachel se haya marchado? ¿Que se haya fugado?

Dayton parecía tan seguro de sí mismo como los dioses.

—Quizá sea sólo un deseo, pero eso es lo que creo. Que descubrirán que se encuentra ahí fuera, riéndose de nosotros en alguna parte.