Serena vio a Boni de pie en el umbral de la suite. No importaba lo pequeño o viejo que fuera ese hombre: seguía teniendo una aureola de poder. La llevaba adherida a él y se le ajustaba como un guante. Claire también lo vio, y Serena trató de desentrañar las emociones que reflejaba su rostro al ver otra vez a su padre. Amor. Nostalgia. Y, sobre todo, desdén.
Una desdichada reunión familiar.
Boni ni siquiera miró a Blake; su mirada lo pasó de largo y se posó en Claire. Serena vio en sus ojos un amor paternal intenso y apasionado; había echado terriblemente de menos a Claire durante todos esos años. Y vio algo más, algo que no hubiera esperado de Boni Fisso: culpabilidad. Se reflejaba en cada porción de su rostro y en su manera de estar ahí. Apenas podía mirar a su hija a los ojos, y casi encogió ante la intensa ira que captó procedente de Claire.
No parecía Boni en absoluto.
Blake frunció el ceño.
—Llevo mucho tiempo esperando esto. Encontrarme cara a cara contigo.
Boni avanzó un paso en la terraza al aire libre, donde la luz de neón jugueteó con sus rasgos. Siguió ignorando a Blake.
—¿Estás bien? —le preguntó a Claire.
—Es un poco tarde para preocuparse por eso —respondió ella.
—Lo siento.
—No pienses siquiera en que vaya a perdonarte. Ni ahora, ni nunca.
Blake señaló a Serena y a Claire con la pistola.
—Vosotras dos, de rodillas.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Boni.
—Creo que sabes exactamente qué estoy haciendo —replicó Blake—. Tú mejor que nadie.
Se estaba preparando para matarlas, pensó Serena. Un apretado nudo de frustración y desespero volvió a instalarse en su pecho, como le había ocurrido al ver a Blake en su dormitorio. Serena se arrodilló cerca del borde de mármol de la piscina, con Claire justo a su lado. No apartaba la vista de Blake, a la espera de que tal vez se distrajera en algún momento y ella pudiera echársele encima.
Claire no miraba a Blake ni a la pistola. Mantenía la cabeza erguida y le devolvía, furiosa, la mirada a su padre.
—Quítate el abrigo —le dijo Blake a Boni—. Quiero ver que no traes nada.
—Siempre llevo un arma de autodefensa —dijo Boni—. Está en el bolsillo derecho de mi abrigo. Pero no irás a creer que puedo sacarla lo bastante deprisa para dispararte.
—He dicho que te quites el abrigo —repitió Blake.
Boni se encogió de hombros y obedeció. Serena se asombró ante la frialdad de aquel hombre, que en plena noche recibía una llamada anunciándole que su hija podía morir al cabo de veinte minutos y, aun así, se tomaba su tiempo para vestirse de manera impecable, incluido el nudo perfecto de su corbata. Boni hizo un ovillo con su abrigo y lo arrojó al extremo opuesto de la terraza, bien lejos de todos ellos.
—Aquí me tienes —le dijo Boni a Blake—. ¿Qué es lo que quieres?
—¿Qué quiero? ¿Qué diablos crees que quiero?
—No tengo la menor idea. No eres más que un asesino.
Blake se encogió de hombros.
—De tal palo, tal astilla.
Boni lo señaló con un dedo.
—No te atrevas a juzgarme. He proporcionado entretenimiento a millones de personas. He proporcionado hogar, comida y educación a miles de empleados. He construido hospitales, parques y residencias de día. En este suelo que estamos pisando ahora mismo va a construirse el mayor centro de la ciudad. Así que no trates de comparar tu pequeña y patética vida con la mía, despreciable pedazo de mierda.
—¡Tú me convertiste en lo que soy! —escupió Blake.
—Eso es una gilipollez. Así que te dieron malas cartas… ¿Y a mí qué coño me cuentas? Yo nací sin nada y me lo gané todo yo mismo. Si sigues siendo un crío llorica que se esconde en su armario de Reno no es culpa mía.
Blake dio un paso adelante y clavó con fuerza la pistola en la frente de Claire. Ésta abrió los ojos aterrorizada e intentó retroceder, pero Blake la tenía agarrada por la garganta.
—Así que tu hijo te importa una mierda —dijo Blake—. Tal vez tu hija no te importe una mierda.
Boni habló con voz de hielo:
—Suéltala.
—Háblame de Amira.
—Suelta a mi hija —repitió Boni.
Blake apartó la pistola y apuntó a Boni.
—Amira —repitió.
—¿Qué quieres saber? —preguntó Boni.
—¿Por qué la obligaste a entregar a su hijo?
Boni vaciló. Serena pudo verlo otra vez: las cavilaciones que revoloteaban en su mente mientras buscaba la mejor opción. Mientras buscaba la mano ganadora.
—Nuestro hijo —replicó Boni con calma—. El padre era yo.
—¿Te crees que no lo sabía, papá? —exclamó Blake—. Eso hace que sea aún peor.
Boni sacudió la cabeza.
—No tuve elección. Eva, mi mujer, sabía lo de Amira. Eva no había conseguido quedarse embarazada, y se puso furiosa al descubrir que Amira iba a tener un hijo. Mi hijo. Quiso que el niño desapareciera, y hablo literalmente. Un aborto. Pero yo no estaba dispuesto a eso. Por lo tanto envié a Amira fuera para que tuviera el bebé y dejé que Eva creyera que había abortado y que estaba en París superándolo. Superándome.
—Amira quería tenerme —dijo Blake.
Boni dudó, y rozó a Claire con la mirada.
—Sí, por supuesto, la destrozó tener que entregar a su hijo.
Serena recordó lo que Boni les había contado con anterioridad: que Amira no veía el momento de deshacerse de aquel mocoso llorón. Que no sentía el menor interés por el niño. ¿Les había mentido, o estaba tratando ahora de suavizar los sentimientos de Blake para aplacarlo?
—Luego, al final Eva se quedó embarazada —continuó Boni—. Mientras Amira estaba fuera. Eso me llevó a pensar que tal vez había estado tomando precauciones todo aquel tiempo sin avisarme.
—Pero Eva murió —dijo Blake—. Murió al dar a luz a Claire, y tú tuviste a tu hija. Y yo me quedé en manos de un monstruo. ¿Por qué no fuiste a buscarme? ¿Cómo pudiste darle la espalda a tu propio hijo?
—Nadie sabía que se trataba de mi hijo. Sólo Amira, Eva y yo. Llegados a ese punto ya no podía admitirlo fácilmente. Sobre todo…
Boni se detuvo.
Blake terminó la frase:
—Sobre todo porque asesinaste a Amira. —Boni se quedó callado—. Cuéntame lo que ocurrió —insistió Blake.
—No tengo nada que decir sobre eso.
—Cuéntamelo.
—No va a cambiar nada.
Blake se giró hacia Claire como un torbellino y volvió a clavarle la pistola en la cara, tumbándola casi de espaldas.
—¡Cuéntamelo!
Blake respiraba con dificultad. Serena vio que estaba concentrado en Boni y prestaba menos atención a lo que ocurría a su alrededor. Empezó a mover un pie lentamente, colocándose en una posición más adecuada para saltar en cuanto tuviera ocasión.
Fue entonces cuando divisó algo en la oscuridad, por encima del hombro de Blake: un movimiento en el tejado, en la esquina de la terraza. Por primera vez se percató de que había una estrecha escalera que se extendía por el muro embaldosado, y de que alguien había aparecido en el horizonte, encaramándose al primer peldaño.
Su corazón se aceleró.
«Jonny».
Stride supo que era el momento. Blake estaba absorto en la intensa discusión con Boni, y no pensaba en nada que ocurriera por detrás o por encima de él.
Pensó en dispararle desde el tejado. «Si lo tienes a tiro, apuntas y disparas». Eso es lo que diría Sawhill. Acabar de una vez por todas. Pero la distancia, el viento y la salvaje luz de neón actuaban en su contra. Tanto Claire como Serena estaban en su trayectoria. No podía ver con claridad. Si disparaba y fallaba, podía darle a una de las dos y no quería correr ese riesgo.
Se agachó y dio la vuelta, de espaldas a la terraza. Se agarró a la barandilla de hierro de la escalera con una mano, y con la otra sostuvo la pistola. Cuando miró abajo, le pareció que Serena lo miraba furtivamente y luego se volvía con rapidez hacia Blake.
El viento lo zarandeaba. Notó la barandilla vibrar bajo su mano. La escalera estaba floja e inestable, y no sabía lo que pasaría cuando cargara la plataforma con noventa kilos de peso. Pasó la pierna derecha por encima del borde. Su pie tocó con cautela el peldaño más alto. Procuró tantearlo, inclinando su peso encima, y notó que la escalera se balanceaba bajo las ráfagas y la masa de su cuerpo.
Pero aguantaba.
Cogió con fuerza la barandilla y enlazó su brazo y su muñeca con el metal para sujetarse mejor. Mantuvo la pistola enfocada hacia Blake, aunque su brazo seguía moviéndose, alejándose del blanco. Ahora pasó su pierna izquierda y ancló ambos pies en el peldaño superior de la escalera. Sintió una vibración que le recorría el cuerpo a través de las piernas.
Dio un paso hacia abajo y descendió un peldaño, cogido de una mano.
Entonces todo se vino abajo.
La atmósfera pareció gemir, tomando una profunda inspiración y exhalándola luego a través de la muesca del tejado como un tornado. Las ráfagas le azotaron la espalda y lanzaron todo su cuerpo contra la frágil escalera. Su muñeca colisionó con la barandilla, lo que le hizo saltar la pistola de la mano, y observó horrorizado cómo el arma caía sobre el suelo de la terraza. Se tambaleó, ya sin equilibrio, mientras el viento cambiaba y lo engullía hacia atrás. Uno de los tornillos oxidados que sostenían la escalera reventó, y un instante después Stride estaba volando. La escalera revoloteó trazando un perezoso arco en dirección a la barandilla. Él colgaba de una mano, sintiendo cómo el hierro se zarandeaba y giraba mientras su cuerpo ejercía toda su presión sobre el último tornillo oxidado.
Con un chirrido espantoso, el tornillo cedió.
La escalera empezó a inclinarse hacia delante por la mitad, mientras el metal se partía y se doblegaba. Stride miró abajo al caer, y vio las cúpulas que se extendían sobre el muro y, detrás de ellas, veinte pisos de vacío.
Serena vio cómo la pistola se deslizaba de la mano de Jonny. Apoyó el pie izquierdo contra el mármol y contempló a Blake, a la espera. Cuando el arma impactó contra el suelo, Blake se giró instintivamente para mirar detrás de él y, justo en ese momento, Serena se le echó encima, impulsándose con las rodillas. Embistió a Blake con los dos puños juntos y dirigió los brazos a su abdomen. La pistola voló de entre sus dedos y resbaló, alejándose detrás de él. Blake se tambaleó hacia atrás; el ímpetu hizo caer a Serena con él y ambos perdieron el equilibrio. Con las manos atadas, Serena no pudo frenar la caída y el duro suelo le incrustó las manos en el pecho, vaciando de aire sus pulmones. No podía respirar.
Intentó levantarse y ponerse de rodillas. Sus ojos escudriñaban las sombras.
¿Dónde estaba la pistola?
Notó que el aire volvía a entrar lentamente. El pecho se le hinchaba. El arma de Blake estaba a sólo unos centímetros de distancia, casi a su alcance. Extendió los brazos para cogerla y luego intentó ponerse en pie, pero antes de poder hacerlo notó una descarga eléctrica de luz y dolor que le atravesaba el cráneo: el codo de Blake le golpeó la cabeza, proyectándola contra el suelo. A continuación Blake saltó sobre ella, compitiendo por la pistola.
El antepecho salió disparado contra la cara de Stride, que se quedó colgando de la barandilla al desintegrarse la escalera, columpiándose sobre el gran abismo de la calle. Por un instante quedó suspendido, con los pies en el aire, y le pareció que las entrañas se le convertían en agua. El hierro chirrió y protestó y cayó un poco más. Las manos le resbalaban de la barandilla debido al sudor. Stride buscó un apoyo, pero no notó más que el vacío, hasta que por fin rozó el borde del muro con el zapato. Movió el peso de su cuerpo y quedó sobre el antepecho, con medio pie en la cornisa.
Durante unos segundos que parecieron eternos estuvo ahí colgado, atrapado en el ir y venir de los remolinos de viento. Finalmente, una ráfaga rugió y le empujó hacia el hotel, y Stride soltó la mano del hierro. Se agachó en busca de una de las cúpulas, pero le quedaban demasiado lejos y se tambaleó, cayó, aterrizó de golpe y rodó por la terraza.
El impacto lo dejó mareado, y vaciló al ponerse en pie. Buscó rápidamente su pistola pero no la vio. Entonces observó a Blake rebuscando en el mármol y vio otra pistola que yacía casi al alcance del asesino.
Stride atacó justo cuando Blake cerraba la mano alrededor de la culata de la pistola.
Con un destello de luz y un ruido ensordecedor, Blake disparó. Stride sintió que un dolor agudo le surcaba la pierna, y en ese momento no supo si se arrojaba o se desplomaba sobre Blake. Oyó un crujido y comprendió que era la muñeca de éste al romperse cuando el hombro de Stride le cayó encima del brazo. Blake ahogó un grito de dolor y la pistola se deslizó entre sus dedos. Stride se giró decidido a cogerla, pero su contrincante se resistió como un potro salvaje y se lo quitó de encima. Blake volvió a coger la pistola, aunque ahora apenas podía sostenerla. Stride rodó lejos y después se levantó. Su rival todavía estaba en el suelo, intentando levantar el arma, y Stride le pateó la muñeca rota con el costado del pie, arrancándole a Blake un nuevo alarido de dolor, y envió la pistola rodando a la piscina.
Stride se agachó y tiró de Blake. El cuerpo del criminal parecía de goma; su cara estaba magullada y tenía una expresión aturdida. Stride retrocedió para propinarle un puñetazo en la mandíbula, y se dio cuenta de que Blake lo había burlado cuando recibió un rodillazo brutal en la ingle. Con un dolor intenso que le recorría el cuerpo, retrocedió haciendo eses y vio el antebrazo izquierdo de Blake surcando el aire en dirección a su cabeza. Trató de esquivar el golpe, pero el otro le dio con fuerza en la mejilla y le hizo caerse de rodillas.
Serena vio la pistola de Stride tirada en el suelo a unos centímetros del muro del tejado, cerca de los restos retorcidos de la escalera. Al girarse, Blake siguió su mirada y también la vio. Ambos corrieron. Serena no había recuperado el aliento por completo, y se percató de que Blake iba más rápido, de que llegaría primero. Dio la vuelta y arremetió contra él, intentando derribarlo. Blake, que la vio venir, viró bruscamente y luego quiso saltar por encima de ella. Se le enredaron los pies con las piernas de Serena y, al tratar de liberarse, perdió el equilibrio, se tambaleó y se cayó.
Ella vio que Jonny volvía a estar en pie y también se movía para coger la pistola.
Entonces Serena sintió un brazo poderoso como una serpiente que se enrollaba alrededor de su cuello y la obligaba a arrodillarse, apretándole la garganta y bloqueándole la tráquea con una presión aplastante. Luchó, pero no podía respirar. Blake la tenía inmovilizada con una llave.
—¡Stride! —gritó Blake.
Vio que Jonny se quedaba inmóvil. Sentía como si los ojos se le salieran de las órbitas.
—La mataré.
Serena quiso gritarle que fuera a por la pistola. Que jodiera a Blake. Que acabase con todo aquello. Pero no pudo emitir el menor sonido; lo único que podía hacer era observar cómo el mundo empezaba a dar vueltas y a oscurecerse. Sentía los miembros tan impotentes como los de una marioneta. Se preguntó si había sido igual para Amira, cuando murió allí.
Oyó la esforzada respiración de Blake, cuyo brazo no la soltaba. La estaba matando, asfixiándola segundo a segundo. La sangre comenzó a rugirle en el cerebro y sus terminaciones nerviosas estallaron como fuegos artificiales, provocándole un dolor de cabeza como si le reventara el cráneo.
Su mirada se encontró con la de Jonny, y la imagen de él revoloteó en su visión. «Ve a por la pistola, Jonny».
Éste dio un paso hacia el arma.
—La mataré —repitió Blake.
Serena notó que el otro brazo de aquel hombre se deslizaba sobre su cabeza y la agarraba del pelo. Estaba a punto de retorcerle el cuello y partirle la columna. Pero a través de la oscuridad que se abatía sobre ella, Serena se dio cuenta de que Blake apenas podía aguantarle la cabeza con la otra mano. Crac. Su muñeca estaba rota; era frágil, vulnerable.
Esperaba poder pasarse los brazos atados por encima de la cabeza. Dio la orden a sus miembros de lo que debían hacer, y en algún punto entre los confusos impulsos que acribillaban su cerebro, sus brazos obedecieron. Levantó las manos atadas, agarró la muñeca que Blake le había puesto sobre la cabeza y presionó el hueso lo más fuerte que pudo.
Blake gritó. Serena tiró de la muñeca. Sólo por un instante, el otro brazo de Blake se aflojó y Serena pudo liberarse, jadeando en busca de aire y notando cómo la sangre volvía a irrigar su cerebro. Vaciló, incapaz de mantener el equilibrio.
A un metro y medio de distancia, Jonny se movió con rapidez a por la pistola. Lo mismo que Blake.
Éste se encontraba más cerca, pero Stride se le echó encima antes de que pudiera alcanzarla. Proyectó a Blake contra el antepecho con tanta fuerza que el asesino se golpeó contra él y rebotó. Stride, que lo estaba esperando, le envió un puñetazo directamente a la cara y le echó la cabeza hacia atrás. La sangre brotó de su boca. El asesino retrocedió hasta la pared y Stride lo siguió, golpeándolo de nuevo.
Stride sintió en la mano un dolor punzante que le llegaba hasta los huesos, y comprendió que seguramente se habría roto un par de dedos.
Blake cayó de rodillas con la cabeza hacia delante. Vaciló y luego se desplomó en el suelo, sin moverse. Stride respiró hondo y se llevó la mano a la espalda para coger las esposas.
Bajó la mirada. Algo iba mal.
Detrás de él, Serena lo vio también y gritó:
—¿Dónde está la pistola?
Stride cayó en la cuenta de que no la había vuelto a ver: Blake había girado su cuerpo deliberadamente para caer encima del arma. Stride vio que Blake movía el brazo y que se levantaba del suelo, con la pistola en la otra mano.
Blake apuntó, no hacia Stride ni hacia Serena, sino hacia sí mismo.
Presionándola contra el costado de su cabeza, apenas podía mantenerla quieta.
—Suéltala, Blake —le dijo Stride.
Blake arrastró los pies, tambaleándose de nuevo hacia el muro. Stride y Serena avanzaban por ambos flancos.
—Danos la pistola —dijo Serena.
Blake les ofreció una sangrienta sonrisa. Puso su mano herida sobre una de las cúpulas que coronaban el antepecho y se dio impulso, con una mueca de dolor, hasta hacer pasar una pierna por encima del muro. La pistola temblaba en su mano. Subió también la otra pierna y se quedó, en un precario equilibrio, sobre el delgado borde de piedra del muro. Blake se zarandeaba, pues el viento jugaba con él.
Apartó la pistola de su cabeza y la agitó con indiferencia hacia lo alto del edificio.
Stride dio un paso adelante, pero Blake alzó la mano para detenerle. Luego sacudió la cabeza. Miró largamente al suelo, muy por debajo de él.
—Amira —dijo.
Blake se inclinó contra el viento y abrió los brazos de par en par.
—No lo hagas, hermano.
Una voz seca procedente de la terraza lo retuvo justo antes de que se dejara caer. Blake miró a su alrededor y recobró el equilibrio sobre el muro. Lo mismo hicieron Stride y Serena. Y no pudieron creer lo que veían.
Era Claire, de pie junto a la piscina, con la pistola de Serena en sus manos extendidas. Estaba apuntando a la cabeza de Boni.