Cuando Serena pudo ver otra vez después de que sus ojos se adaptaran a la luz deslumbrante, supo que iba a morir: Blake estaba de pie en el umbral apuntándole directamente a la cabeza con una Sig Sauer.
—Siento interrumpir —dijo.
Una fría sonrisa afloró a su rostro. En sus ojos se reflejaba la excitación, mientras miraba a las dos mujeres entrelazadas en la cama.
En su mente, Serena empezó a lamentarse. Porque nunca había ido a Hawai. Porque nunca había podido tener hijos, aunque a lo largo de los años se había convencido a sí misma de que no le importaba. Porque Jonny las encontraría así, juntas, desnudas, y comprendería que lo había traicionado. Porque sus debilidades eran más fuertes que ella. Porque no sabría cuánto lo quería.
Su mirada saltó a la mesita de noche y en un instante calculó el tiempo que le llevaría abalanzarse sobre su arma y disparar. Mucho. Demasiado.
Blake observaba su mirada.
—Por favor, no lo hagas. No me obligues a matarte.
—Como si no fueras a hacerlo de todos modos.
Serena lo miró desafiante y se puso un brazo sobre el pecho, cubriéndose Jos senos.
—Mantengamos la calma —dijo Blake—. Claire, sal de la cama y ponte al otro lado de la mesita.
Claire vaciló, y Serena le cogió una mano y se la apretó.
—Todo irá bien —le dijo.
Una mentira.
Claire hizo lo que le mandaban.
—Bien —dijo Blake—. Ahora, con dos dedos, coge la pistola de la mesita y dámela.
Claire cogió el arma como si fuera un pez muerto en la playa y dejó que la culata colgara de sus dedos. Blake mantuvo su mirada y su pistola apuntando a Serena todo el tiempo. Cogió el arma de Claire y se la guardó en el cinturón.
—Vestíos —les dijo.
Claire no se movió, sino que esperó hasta que Blake la miró. Los ojos de éste recorrieron su cuerpo desnudo de arriba abajo, y entonces parpadeó como si se hubiera violentado. Serena pensó que era una reacción sorprendentemente humana para un asesino múltiple.
—¿Sabes quién soy? —le preguntó Claire.
—Eres la hija de Boni —soltó él.
—¿Y sabes en qué me convierte eso? —siguió preguntando. Lo miraba con insistencia—. Lo sabes, ¿verdad? Tienes que saberlo.
La compostura de Blake mostró una pequeña grieta.
—Sí.
—Entonces, ¿cómo puedes hacerlo?
Serena esperó a ver si Blake contestaba. Parecía haberse quedado sin palabras.
—Vestíos las dos.
—Mi ropa está en la otra habitación —dijo Claire.
—Ponte algo de ella. Vamos, daos prisa. Sin movimientos bruscos.
Serena se preguntaba qué diablos pretendía hacer. ¿Para qué vestirse? Creía que las mataría a las dos al instante, pero Blake parecía estar siguiendo un plan más elaborado. Eso estaba bien. Cuanto más tiempo siguiera con vida, más oportunidades tendría de escapar o de vencerlo.
Sacó las piernas fuera de la cama mientras seguía intentando cubrirse. Rápidamente se puso la ropa que había dejado sobre una silla: bragas, camiseta y vaqueros. Abrió dos cajones de su armario y sacó ropa para Claire, que era más baja y menuda que Serena. Las prendas le venían holgadas y Claire se arremangó las perneras.
—¿Adónde vamos? —preguntó Serena.
Blake no respondió. Se sacó un rollo de cinta de embalar del bolsillo trasero y se lo pasó a Claire.
—Átale bien las muñecas.
Serena miró a Claire; sus ojos se encontraron. Serena extendió las manos, con las palmas juntas.
Claire parecía paralizada. Tenía la cinta en sus manos pero no se movía.
—¡Hazlo! —ordenó Blake.
Los ojos de Claire apuntaron lejos, a algo que había más allá de Serena, y luego volvieron a ella. Lo hizo otra vez. Y otra. Dirigiendo la atención de Serena hacia algo.
Ésta tardó solamente un segundo o dos en comprender.
Su mesita de noche. Su teléfono móvil.
—No puedo creer que confiara en ti —dijo Claire con aspereza.
—Lo siento.
—¡Dijiste que me protegerías!
—¡Callaos! —insistió Blake.
—¿A ti? —preguntó Serena—. ¡Eres una pequeña zorra arrogante! ¡Podías haberte escondido detrás del dinero de papá, y en vez de eso haces que me maten a mí también!
—¡Que te jodan! —chilló Claire, dando un paso adelante y poniendo sus manos sobre el pecho de Serena para empujarla violentamente hacia atrás.
Serena perdió el equilibrio, tropezó con la mesita al caer y tiró al suelo todo lo que había encima. Al caerse la lámpara se hizo pedazos la bombilla, y libros y llaves se desperdigaron sobre la alfombra. Serena se dio la vuelta para aterrizar de cara, pero ya tenía el teléfono móvil localizado al darse con él en las rodillas.
—¡Arriba! —gritó Blake—. ¡Ni una palabra más!
—¡Que te jodan a ti también! —replicó Claire.
Giró sobre sus talones y tapó parcialmente a Serena al agacharse y empezar a luchar con ella. Blake saltó adelante y tiró de Claire por el pelo. Ésta siguió arañando para liberarse.
—¡Basta!
Blake empujó a Claire lejos y disparó su pistola contra una almohada. La detonación hizo vibrar las paredes y una gran nube de plumas invadió el dormitorio, volando y flotando sobre las dos mujeres.
—La próxima bala matará a Serena —advirtió.
Ambas quedaron paralizadas. Claire estaba llorando.
—Lo siento.
—Levántate —le dijo Blake a Serena.
Ésta volvió a ponerse en pie, con las mejillas encendidas.
—Y ahora átale las manos —le repitió Blake a Claire.
Ésta asintió dócilmente y empezó a envolver las muñecas de Serena con la cinta.
—Más fuerte —le indicó Blake—. Que llegue más arriba.
Claire frunció el ceño y tensó más las siguientes vueltas; continuó enrollando la cinta hasta llegar casi a los codos de Serena. Ladeó la cabeza y se las arregló para levantar una ceja mirándola, y ella respondió con un leve gesto. El esbozo de una sonrisa asomó y desapareció del rostro de Claire.
Cuando acabó, Serena tenía los brazos inmovilizados delante de ella con las manos colgando más abajo de la cintura.
—Y ahora la cara. Amordázala. ¡Hazlo!
Claire cogió un último pedazo de cinta y le cubrió la boca a Serena.
—Túmbala en la cama —dijo Blake.
Al ver que Claire vacilaba, se interpuso entre las dos y empujó bruscamente a Serena, que aterrizó de espaldas en la cama, con la parte superior del cuerpo incapaz de moverse. Observó a Blake atar también a Claire y amordazarla a su vez.
—Vamos —les ordenó—. Adelante, vosotras primero. Si intentáis cualquier cosa moriréis las dos, y quizá también alguna otra persona inocente.
Cogió a Serena por el hombro y la obligó a ponerse en pie. Ésta salió del dormitorio con Claire pisándole los talones. Avanzaron por el pasillo y bajaron las escaleras hasta la planta baja. Blake pasó delante y abrió la puerta. Salió al porche; sus ojos saltaban de un lado a otro. Con un gesto de cabeza, las incitó a salir y luego a bajar los peldaños que las separaban de la calle.
Un viejo Impala blanco estaba aparcado en el bordillo, bloqueando el Mustang de Serena.
De algún modo Blake se las había apañado para robar el coche y las llaves. O quizás había estado reservando otro vehículo para la jugada final. Utilizó el mando a distancia del llavero para abrir el maletero. A Serena se le encogió el corazón otra vez, y tuvo visiones de Blake llevándoselas a las dos y arrojándolas al desierto para que se pudrieran. O enterrándolas vivas. Sus deseos de venganza eran tan hondos que cualquier cosa era posible.
—Al maletero —dijo—. Deprisa.
Serena intentó doblar la cintura y acomodarse dentro, pero con los brazos atados apenas podía moverse. Blake se colocó detrás de ella y, cogiéndola por la camiseta y el cinturón, la levantó en volandas como a un maletín y la arrojó dentro. Su cara impactó contra la dura superficie y notó el sabor de la sangre en la boca; trató de tragársela rápidamente para no ahogarse. Al intentar moverse, su cabeza golpeó el techo. Rodó hacia la parte de atrás y, dos segundos después, el vehículo se balanceó cuando Blake tiró también a Claire al interior. Oyó un lamento amortiguado. El cuerpo de Claire quedó encajonado con el suyo.
Blake cerró el maletero de golpe.
Un velo negro y claustrofóbico envolvió a Serena. Apenas era capaz de moverse, imposible hablar. Lo único que podía hacer era escuchar.
Y notar el teléfono móvil atrapado en el interior de sus vaqueros.
Oyó que se abría la puerta del conductor, pero los siguientes ruidos no parecían tener sentido: un grito, un alarido y una detonación. Un repiqueteo cuando la pistola de Blake cayó al suelo. El vehículo volvió a balancearse, como si algo grande y pesado golpeara el Impala por encima de ellas. Como si algo chocara, resbalara y cayera.
Le llevó un rato entender que aquel sonido era Blake, al que habían lanzado sobre el techo del coche.