Capítulo 35

Sawhill colgó el teléfono. Tenía la cara de color escarlata. El teniente que mantenía a raya sus emociones con mano de hierro estaba perdiendo el control, y Stride pensó que le iba a dar un ataque allí mismo, delante de ellos.

—Era el gobernador Durand —dijo Sawhill en tono tirante—. Se pregunta por qué este criminal sigue vivo, cuando uno de mis detectives lo tuvo a tiro ayer por la noche. Se pregunta por qué hizo falta media docena de coches patrulla para rodear a una pareja de Nebraska en luna de miel, mientras un asesino en serie fue capaz de marcharse caminando de la escena del crimen, donde asesinó a un agente de policía sin que a nadie se le ocurriera pedirle que se identificara.

Stride recordó por qué odiaba a los políticos.

—No quiero ofender al gobernador, pero él no estuvo allí. Ese tipo es muy hábil. Utilizó una artimaña para atraer a Claire al exterior, y nos metió a todos en tal situación que nos vimos obligados a extremar las precauciones para evitar víctimas civiles. No podíamos disparar a diestra y siniestra.

—Sí, sí, he leído el informe. Se enfrentó a ti en un duelo, Stride. Lo tenías al alcance de la mano y él te toreó.

—Eso es cierto —admitió Stride—. Es un mercenario entrenado.

—Bueno, pues lo siento si aquí los criminales son más sofisticados de lo que te tenían acostumbrado en Minnesota —atacó Sawhill. Cogió la bola antiestrés de su mesa y se puso a estrujarla con furia—. Pero espero de mis detectives que estén mejor entrenados que la gente a la que intentan atrapar. Lo único que conseguiste fue darle a un Escalade, que, por cierto, ha resultado ser de un alto directivo de Harrah’s y buen amigo de mi padre. Generalmente, mi norma es: si lo tienes a tiro, apuntas y disparas.

Stride se preguntó si Sawhill habría leído eso en Siete reglas para detectives altamente eficaces.

—Estoy de acuerdo —dijo.

—Así que el criminal se pone una peluca y consigue burlarse de todos —continuó Sawhill—. Esa pareja posee una franquicia de Subway en Lincoln Falls[38], y estuvimos a punto de volarle la cabeza al hombre porque les dijiste a unos coches patrulla que era un asesino en serie que acababa de matar a un policía.

—Era el coche del criminal —dijo Stride, aunque detestaba poner excusas.

Sabía que la había jodido.

—Y una vez más demostró ser más inteligente que la gente que va detrás de él. Dime al menos que hemos sacado algo del coche.

Stride negó con la cabeza.

—Huellas dactilares, pero ya las teníamos. Se compró el coche con dinero en efectivo hace tres meses. Con nombre y dirección falsos. No hay ni un pedazo de papel en el interior que sugiera dónde puede estar viviendo. Estamos llevando a cabo una investigación forense para ver si hay barro o cualquier otra prueba que pueda darnos una clave, pero llevará tiempo.

—No lo tenemos —dijo Sawhill—. ¿Está protegida Claire?

Stride asintió.

—Serena le está haciendo de niñera.

—¿Y qué estamos haciendo para encontrar a ese tío?

Amanda, que había permanecido en silencio observando la partida de ping-pong entre Stride y Sawhill, tomó la palabra:

—Podríamos tenderle una trampa. Hacer que Claire vuelva a entrar en el juego en un entorno que controlemos nosotros.

Sawhill resopló.

—No utilizaremos a la hija de Boni Fisso como cebo. Y punto, fin de la discusión. Serena está con ella y el criminal no sabe dónde se encuentra. Vamos a dejarlo así.

—Hemos comprobado las bibliotecas de toda la ciudad —añadió Amanda—. Nada por ahora.

—La mitad del cuerpo está trabajando en esto, y están ansiosos por atraparlo —dijo Stride—. Mató a un policía y también a un niño. Todo el mundo quiere pillar a ese tipo.

—Igual que yo. Igual que el gobernador. Esto es malo para la ciudad. ¿Cuál creemos que va a ser su próximo movimiento?

—Creo que irá otra vez detrás de Claire —dijo Stride—. Necesitamos atraparle antes de que lo haga. También hemos doblado las medidas de seguridad en torno a otras personas que podrían estar en su lista, pero el hecho de que lo intentara anoche con Claire me hace pensar que ya ha llegado al final.

—¿Creéis que podría ir directamente a por Boni? —preguntó Sawhill.

Amanda asintió.

—No es su pauta, pero podría ser.

—Boni no es un blanco fácil —comentó Stride—. Pero el Sheherezade se echa abajo la próxima semana. Y es el vínculo con Amira.

—Estupendo. Esto es estupendo. La demolición será televisada a nivel nacional, ¿sabes?

—A lo mejor se carga a Boni en la ceremonia —dijo Stride—. Haría subir los índices de audiencia. Y el turismo aumentaría.

Sawhill se inclinó hacia delante.

—¿Te parece gracioso?

—No es necesario que me explique cómo funciona este sitio —respondió Stride—. Dentro de seis meses tendremos un circuito diario en autobús por las escenas de los crímenes, junto con una nueva campaña publicitaria: «El pecado vuelve a Sin City».

—Llegaste hace unos pocos meses, detective. Yo he vivido casi toda mi vida aquí. Mi padre consagró décadas de su vida a este sitio. Éste es nuestro hogar, y tú sirves a esta ciudad, así que trátala con respeto.

Amanda se puso en pie y tiró del brazo de Stride hasta que éste se levantó a su vez. Luego asintió con la cabeza en dirección a Sawhill.

—Estamos cansados, señor. No se preocupe, nos estamos tomando este caso con absoluta seriedad.

Se dispuso a arrastrar a Stride fuera del despacho. Sawhill se puso en pie y apoyó las manos en su escritorio.

—Procurad que sea así —gritó a sus espaldas.

Él y Stride intercambiaron una mirada glacial y luego Amanda se llevó a su compañero al pasillo y cerró la puerta tras de sí.

Amanda se apoyó en la pared y se secó la frente. El aire acondicionado volvía a funcionar, y aunque el ambiente de la oficina era helado estaba sudando. Le dedicó a Stride una sonrisa y un quedo silbido.

—Eso sí que es ser diplomático.

—Lo sé, y lo siento. No pretendía involucrarte en esto.

—Ésta es una ciudad corporativa —señaló Amanda—. La imagen es importante para esos tíos.

Stride sacudió la cabeza.

—El dinero es lo importante.

—No vas a cambiar este sitio, Stride.

Él asintió.

—Ya lo sé. —Y antes de poder reprimirse, añadió—: No estoy seguro de que vaya a quedarme.

Amanda pareció asombrada.

—¿Qué?

—En Minnesota quieren que vuelva —explicó—. Me lo estoy pensando seriamente.

—¿Y qué pasa con Serena? —le preguntó ella.

Stride no dijo nada. Sabía que ésa era la cuestión; la cuestión de la que dependía su vida. ¿Qué pasaba con Serena?

—Nada es eterno —le dijo Stride—. Primero atrapemos a Blake Wilde.