Stride estaba desnudo, tumbado en la cama. El ventilador del techo giraba sobre él, haciendo circular el aire bochornoso que se introducía por la ventana. Eran las tres de la madrugada. Cuando finalmente habían vuelto a casa desde la escena del crimen en el Limelight, se encontraron con que se había ido la luz. El dormitorio estaba oscuro como boca de lobo mientras él yacía ahí tumbado, con los ojos abiertos y sin ver nada.
Tenía todo el cuerpo dolorido. Era un dolor de huesos de la peor clase, profundo y punzante; no como los músculos, que podían tensarse y masajearse. Ahora se notaba todas las partes de su cuerpo con las que había impactado y rodado por el pavimento. Hubo un tiempo, a los veintitantos, en que no le salía tan caro castigarse de esa manera. Pero ya no era así.
Le escocían las quemaduras de la piel. Llevaba una venda en el corte del pecho, pero tenía otros rasguños y ampollas que no había descubierto hasta que se quitó la ropa y halló sitios donde el menor toque le provocaba una mueca de dolor. Se obligó a tomar una ducha, y sintió el martilleo del agua caliente como si fueran cuchillas. Pero se encontró mejor después de limpiarse toda la inmundicia y tenderse en la cama.
Oyó que la puerta del dormitorio se abría y se cerraba suavemente al entrar Serena. Ésta se acercó a la ventana y se quedó ahí de pie, mirando el exterior. Una silueta espigada y adorable.
—¿Y Claire? —preguntó él.
—Durmiendo. Le he dado un somnífero. —Fue hacia él y se sentó en la cama—. He tenido miedo de que te mataran ahí fuera —le dijo.
—Ahora mismo desearía que hubiese sido así.
Notó el movimiento de los dedos de ella, trazando círculos sobre su pecho.
—¿Te duele? —le preguntó.
—Todo el cuerpo.
—A ver si puedo hacer que te sientas mejor.
Ejerció una leve presión con las manos sobre su piel, apretando, buscando terminaciones nerviosas eróticas que le permitieran notar que estaba a su lado.
—Claire está enamorada de ti —dijo él—. Es evidente.
—Ya lo sé.
Claire no hacía ningún esfuerzo por ocultarlo. Se veía en cómo miraba a Serena, en cómo se había aferrado a ella durante el trayecto a casa.
—¿Y tú? —preguntó Stride.
Serena tocó un punto sensible y él contuvo el aliento, dolorido.
—Uy —dijo ella.
—Lo has hecho a propósito.
—Pues no hagas preguntas tan idiotas.
Ahuecó la mano sobre su piel mientras el dolor se mitigaba y luego empezó otra vez a tocarle.
—Te he estado ocultando algo, Jonny, pero no sobre Claire.
Él emitió un ruido quedo, como para interrogarla. No importaba lo que le contase ahora; no mientras siguiera haciendo eso.
—Deidre y yo fuimos amantes —dijo Serena con calma—. Cuando éramos adolescentes. Lo siento, debería habértelo dicho antes.
Le cogió una mano y le acarició los dedos con el pulgar, y luego se metió las yemas en la boca. Un instante después, él oyó abrirse el cajón de la mesita de noche. Serena sacó algo del interior.
—Muchos hombres lo encuentran excitante —continuó—: Dos mujeres juntas.
—Lo sé.
—¿Tú no?
—¿A ti qué te parece? —contestó él.
No hacía falta preguntar: ya notaba el efecto que le estaba causando.
Stride siempre había sospechado que había algo más en la relación entre Serena y Deidre de lo que ella había dado a entender. Ojalá la hubiera presionado más, pues era una pieza muy importante en el puzle que constituía Serena.
Las manos de ésta volvieron a su cuerpo, esta vez a las piernas, masajeando los músculos de sus muslos. Luego subió hacia el estómago y después bajó hasta los dedos de los pies.
—Mi psiquiatra diría que es una transmisión —dijo Serena—. Me siento culpable por Deidre y por eso me atrae Claire.
—¿Qué estás diciendo?
—Es una chica increíble, me pone a mil. —Serena se rió.
Se retiró y él oyó un extraño ruido de plástico, como si quitara un tapón, y luego se estremeció cuando un líquido fresco le goteó por el pene. Las dos manos de Serena regresaron, y de pronto se notó escurridizo mientras esas manos frotaban arriba y abajo, como deslizándose sobre piel enjabonada.
—Es culpa tuya —le dijo ella—. Me has convertido en una maldita adicta al sexo.
Él trató de hablar, pero ya no estaba seguro de saber articular las palabras. Era como si su cuerpo se estuviera elevando de la cama. El dolor se evaporó.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó ella, y aunque no la veía supo que estaba sonriendo.
Cuando los espasmos empezaron a sacudir su cuerpo, Stride se encontró reteniendo el aliento, y la falta de oxígeno hizo brotar imágenes en su cabeza. Cindy, su primera mujer, en la cama, haciendo el amor. Maggie, su compañera. Amanda. Serena. Pensó en la sensación de desarraigo y en estar, por un instante, desconectado de su cuerpo, alzándose por encima de éste, mirando abajo en la oscuridad.
No estaba muy seguro del tiempo que había transcurrido antes de que ella entrase en el cuarto de baño y volviese con una toalla húmeda que utilizó para limpiarlo. Se metió en la cama a su lado y se quedó dormida casi de inmediato, con la cabeza sobre el brazo de él y el aliento soplándole en la cara. Él creyó que también se dormiría, pero no fue así. Tenía la cabeza demasiado llena de cosas: de ella, de Minnesota y de lo que significaba tener un hogar. Un buen rato después, por fin notó que se adormecía, pero creyó, o tal vez lo soñó, que oía los pasos de Claire en el pasillo, y se preguntó si habría estado allí todo el tiempo, escuchándoles.