Serena le dejó a Cordy conducir su PT Cruiser hasta las oficinas de Premium Security. Ella se sentó en el asiento del copiloto y miró por la ventanilla, tratando de adivinar cuál sería la emoción que se acabaría imponiendo. Estaba enfadada consigo misma por recrearse en el pasado, confusa respecto a sus sentimientos por Claire, locamente enamorada de Jonny y más caliente que una gata en celo. Tenía donde elegir.
Cordy había sintonizado una emisora de radio en español, y estaba tamborileando con los dedos sobre el volante al ritmo molesto y taladrante de una canción que ella no entendía. Cuando Serena ya no pudo aguantarlo más, alargó el brazo y apagó la radio.
—¿Te carcome algo, mami? —preguntó Cordy.
—No, nada. Sólo que no estoy de humor para bailar La Bamba ahora, ¿de acuerdo?
—Sí, claro, como quieras.
Se detuvieron ante un semáforo en rojo y Cordy siguió tarareando la melodía sin la música.
—Dime una cosa —empezó Serena—. Entre tú y Lavender había algo bonito. ¿Por qué la jodiste?
Cordy señaló a través de la ventana. Una morenita de piernas largas hacía ejercicios en una esquina, como si esperara a que cambiase el semáforo para seguir corriendo.
—¿Ves eso? Es una muchacha[30] sexy. La veo y lo primero que hago es quitarle toda la ropa en mi cabeza. ¿De qué color son sus pezones? ¿Cómo son de grandes? Ya sabes: ¿como una moneda de un cuarto de dólar, como una de medio, mayores? ¿Qué clase de bragas lleva? ¿Biquini, tanga o tal vez nada? Entonces me pregunto qué le gustará en la cama, ¿vale? Pienso que ella…
—Ya basta —dijo Serena, interrumpiéndole.
Cordy se encogió de hombros.
—Tú has preguntado.
Serena esperaba que lo dejara ahí, y así lo hizo él. De todos modos no necesitaba el consejo de ningún hombre: lo que estaba sucediendo en su mente no tenía que ver con la lujuria. O no tan sólo.
Se preguntaba si era bisexual. No había pensado en ello desde hacía años. Incluso cuando estaba con Deidre nunca había pensado en ellas como chica y chica, sino sólo como dos amigas que utilizaban el sexo para reconfortarse la una a la otra. Nunca había salido con ninguna otra mujer. Sus experiencias con los hombres, hasta Jonny, habían sido inestables en el mejor de los casos, pero ella lo atribuía a su postura agresivo-defensiva, derivada del infierno por el que pasó en Phoenix.
Con Claire no había ocurrido nada, se decía a sí misma. Aunque no podía consolarse demasiado con su fuerza de voluntad: cuando Claire intentó seducirla, ella estuvo a punto de ceder y fue solamente la llamada de Jonny lo que había roto el clima y le había dado una excusa para marcharse.
—Ya estamos —dijo Cordy al llegar ante un sucio centro comercial en Spring Mountain Road que parecía que fuera a venirse abajo si soplaba una brisa un poco intensa.
Estaban a unos tres kilómetros al oeste de Las Vegas Boulevard.
Serena levantó la mirada y frunció el ceño.
—¿Esto es Premium Security?
Cordy señaló un rótulo en la puerta de cristal que tenían delante, donde se anunciaba el nombre de la agencia con pintura blanca desconchada. Las ventanas eran oscuras para que no se pudiera ver el interior. Serena tomó nota de los demás ocupantes del pequeño centro, que incluía un puesto de comida rápida con luces giratorias, una tienda de recambios de automóvil y una casa de empeños que anunciaba revólveres.
—Para un poco más adelante —dijo Serena.
—Ajá.
Salieron del coche y se acercaron a la puerta, pero la encontraron cerrada. Serena vio un timbre y lo pulsó varias veces. Escudriñó a través de los cristales oscuros, sin ver nada, aunque sospechó que los estaban grabando. Unos segundos más tarde oyó un suave clic y la puerta se abrió. Entraron en un vestíbulo claustrofóbico, de alrededor de un metro cuadrado, con una puerta cerrada en el otro lado. Había acertado: una cámara apuntaba hacia ellos desde lo alto.
Oyó una voz femenina a través de un altavoz elevado.
—Por favor, asegúrense de que se cierra la puerta exterior.
Cordy se aseguró y, esta vez, oyeron dos clics. Cuando volvió a tirar de la puerta, estaba bloqueada desde dentro. Se encontraban atrapados.
—¿En qué puedo ayudarles? —dijo la voz incorpórea.
Serena explicó quiénes eran y sostuvo su placa frente a la cámara. Se oyó otro clic y en esta ocasión la puerta interior se abrió ante ellos.
Entraron en una sala de espera sorprendentemente lujosa, que no encajaba con el resto del centro. En el aire flotaba una suave música de jazz. La mesa de recepción era de madera de cerezo, con un gran jarrón de narcisos amarillos y brillantes. Una rubia menuda estaba sentada al otro lado del escritorio y a Serena le llegó una ráfaga de su perfume.
—Tomen asiento —dijo, con una gran sonrisa—. El señor Kamen estará con ustedes dentro de un momentito.
Serena y Cordy se sentaron en un sofá demasiado inflado que parecía que fuera a tragárselos. Enfrente de ellos, una mesita de centro ofrecía números recientes de Economist, NewYork Times y Variety. Esperaron casi diez minutos antes de que se abriera la puerta que había detrás de la recepcionista, y de aquel despacho interior salió un hombre a saludarlos. Ambos batallaron por desincrustarse del sofá y le estrecharon la mano.
—Soy David Kamen, presidente de Premium Security.
Kamen iba vestido con un cuello de cisne de punto negro y pantalones grises. Tenía treinta y tantos, era alto y apuesto y tenía el pelo de color rubio arena y una tez pecosa típica del sur de California. Llevaba unas gafas rectangulares y negras, pasadas de moda hacía ya tanto tiempo que Serena supuso que volvían a estar a la última.
Kamen se los llevó a su despacho, decorado con tanto gusto como la recepción. Serena se dio cuenta de lo pesada que era la puerta cuando se cerró detrás de ellos con un sólido ruido sordo.
—Antes de que nos sentemos, ¿me permiten ver sus credenciales, por favor?
Serena y Cordy le presentaron sus placas y Kamen las estudió cuidadosamente. Se las devolvió con una educada sonrisa y les hizo un gesto para que se sentaran alrededor de una mesa de reuniones circular y de roble. Madera con incrustaciones. Más narcisos.
—Tenemos a algunos ex miembros de la Metro en nuestro equipo —les informó Kamen.
Serena asintió y pronunció un par de nombres; quería que Kamen supiera que habían hecho los deberes. Él efectuó un leve asentimiento de apreciación.
—Fue usted tirador, ¿eh? —comentó Cordy, señalando una fotografía en la pared que mostraba a Kamen vestido de camuflaje y con un rifle en la mano.
Era una de las pocas fotos que había en una pared cubierta con papel oscuro y metálico.
Asintió.
—Afganistán.
—¿Un tirador profesional con gafas? —preguntó Serena.
Kamen le guiñó el ojo.
—Me ha pillado. Mi visión es perfecta. Más que perfecta. Las gafas hacen que la gente piense lo contrario, y me gusta que sea así. Además, son guais, ¿no le parece?
—Hay un largo trecho entre disparar a moros y proteger a modelos en Las Vegas —dijo Cordy—. ¿Cómo acabó aquí?
—Me reclutaron.
Kamen cruzó las manos y sonrió, sin dar más detalles. No era la clase de hombre que proporciona información de buena gana. Esperó a que continuaran ellos, manteniendo una expresión educada pero lanzando ojeadas al reloj de encima de la mesa.
Al ver que Cordy se disponía a sacar el retrato robot del interior de su chaqueta deportiva, Serena le cogió suavemente el brazo para detenerlo. Quería oír lo que podían sonsacarle a aquel hombre antes de ponerle delante el rostro del asesino.
—Ya sabrá que Tierney Dargon murió asesinada anoche —dijo.
—Por supuesto. Es terrible.
—Su empresa le proporcionaba servicios de seguridad, ¿no es así? —preguntó Serena.
—La señora Dargon recurría a menudo a nuestro personal de seguridad cuando estaba en Las Vegas. Moose es un hombre extremadamente rico y les preocupaban los intentos de secuestro. Pero se sentían seguros cuando estaban en MiraBella, y allí no utilizaban nuestros servicios.
—Mal hecho, ¿no? —dijo Cordy—. Supongo que hubiera sido mejor que tuvieran a algunos de sus chicos por allí.
Kamen no respondió.
—¿Tierney le llamó ayer para cancelar el servicio que había solicitado? —preguntó Serena.
—Sí, así es.
—¿Cuál era el acuerdo inicial?
—Ella iba a pasar la velada en un casino del Strip. Uno de mis hombres tenía que recogerla y escoltarla, pero ella se puso en contacto con nosotros hacia mediodía para indicarnos que había decidido quedarse en casa esa noche y que no necesitaría nuestros servicios.
—¿Habló usted con ella directamente?
Kamen negó con la cabeza.
—Habló con nuestra recepcionista.
—Supongo que trabajan ustedes con muchas estrellas —dijo Cordy—. Deben de ver muchas locuras. Me imagino que será como el Servicio Secreto: tienen que mantener la boca cerrada.
—Somos muy discretos.
—¿Qué me dice de esa actriz de culebrón, la que hizo el vídeo porno con MJ Lane? ¿Trabajan para ella alguna vez?
—Karyn Westermark es cliente nuestra, sí —reconoció Kamen.
—Pero ¿MJ Lane no?
—No.
—¿Y el sábado pasado? —preguntó Serena—. ¿Estaba uno de sus hombres con Karyn?
Kamen asintió.
—La señorita Westermark se puso en contacto con nosotros al llegar a la ciudad, y Blake, uno de los nuestros, la acompañó mientras iba de compras por la tarde. Ella prefiere la seguridad en la sombra; que nos quedemos en un segundo plano, no a su lado. Estamos allí si nos necesita, pero nuestra presencia no es evidente.
—¿Blake estuvo también con ella el sábado por la noche?
—No. Lo despidió cuando iba a encontrarse con MJ —y añadió—: Espero que no estén sugiriendo que alguno de mis empleados podría estar involucrado en esta cadena de asesinatos. O que hemos proporcionado información sobre los planes de nuestros clientes.
—Sólo estamos buscando conexiones —dijo Serena—. Cuando dos de las víctimas tienen relación con la misma agencia de seguridad, nos pica la curiosidad.
—Nosotros trabajamos con cientos de clientes, detective, incluidos muchos famosos. Si alguien decide matar a gente conocida, o a personas cercanas a ella, es muy probable que nosotros estemos relacionados. No hay nada raro en ello.
Serena sabía que tenía razón. Buscar famosos en Las Vegas era como pescar peces en un barril. Estaban por todas partes.
Le mencionó los otros nombres (Linda y Peter Hale, Albert y Alice Ford) y no le sorprendió descubrir que ninguna de esas familias de clase media tenía nada que ver con Premium Security. Kamen pareció aliviado.
—¿Tiene algún otro cliente famoso que guarde alguna relación con el casino Sheherezade? —le preguntó Serena.
Vio un asomo de duda en su mirada.
—Estoy seguro de que habrá muchos —replicó con cautela—. El Sheherezade duró años. ¿Por qué?
—Podría haber un vínculo entre las víctimas y el casino.
—¿Qué clase de vínculo? —preguntó Kamen.
—Todavía no lo hemos hecho público —contestó Serena—. Parece como si nos estuviera ocultando algo, señor Kamen.
Éste se quedó en silencio, mientras se mordía los labios y la estudiaba intensamente. Serena tuvo la incómoda sensación de que era la misma mirada que utilizaba para las víctimas a través de la mirilla de su rifle de francotirador.
—¿Señor Kamen? —insistió.
—No tenemos ninguna relación propiamente dicha con el Sheherezade —dijo.
Cordy se inclinó hacia delante.
—¿Propiamente dicha? ¿Y qué tal impropiamente dicha? ¿Qué tal alguna relación secundaria? Denos una pista, Dave.
Kamen lo miró como si prefiriese masticar vidrio.
—La agencia es propiedad de Boni Fisso —dijo.
—¿Boni Fisso es el dueño de Premium Security? —preguntó Serena.
—Es el dueño de muchos negocios —respondió Kamen—. Fabricación de tragaperras, marketing directo, artículos de golf… No tiene un papel activo en el día a día de nuestra actividad. Simplemente es una inversión.
Los dientes blancos de Cordy brillaron al sonreírle a Kamen.
—¿Me está diciendo que usted y los chicos nunca hacen ningún trabajo privado para el señor Fisso, como advertir a unos cuantos tramposos que se están metiendo con el tío equivocado?
—Nada de eso —dijo Kamen entre sus apretados dientes.
Serena no se lo tragó ni por un instante. Una agencia de seguridad propiedad de Boni Fisso era una forma estupenda de tener músculos disponibles y encubrir sus asuntos más turbios bajo la apariencia de una actuación legítima. También explicaba el local de bajo coste y que la agencia estuviera camuflada. Se preguntó si los secretos de algún famoso llegarían hasta Fisso de modo que éste pudiera hacerle chantaje.
Pero sabía que no tenían material suficiente —éste se basaba sólo en el vínculo entre Karyn y Tierney— para conseguir una orden con la que abrir sus archivos y ponerse a indagar. Por el momento, Kamen y Boni estaban a salvo.
—Si alguien más muere asesinado y averiguamos que usted tenía información que podría haberlo evitado, nos veremos obligados a hacer una larga e intensa visita a Premium Security —dijo—. ¿Queda claro?
Serena sabía que era una amenaza insustancial, pero la pronunció con voz fría y dura.
—Por supuesto, detective.
Kamen no estaba intimidado. Cordy buscó en el bolsillo interior de su chaqueta para sacar una copia del retrato robot y le entregó el papel por encima del escritorio.
—Y ahora le toca observar, Dave.
—Queremos que se fije bien en este retrato y que luego se lo muestre a sus hombres —añadió Serena—. Si alguien ha visto a esta persona, necesitamos saberlo inmediatamente. Y dígales que vigilen que no se acerque a sus clientes.
—Desde luego —dijo Kamen.
Desplegó la hoja y la colocó cara abajo encima de su mesa, empleando los pulgares para allanar las arrugas. Luego le dio la vuelta y los ojos oscuros del asesino lo miraron.
Serena lo observó palidecer.