Capítulo 22

—¿Y ahora qué? —preguntó Amanda.

Se encontraban en el exterior de la casa de Moose.

—Volveré a llamar a Walker Lane por la mañana —dijo Stride—. Al diablo con Sawhill, me importa un comino lo que diga.

—Walker no admitirá que mató a Amira.

—No, pero tal vez sepamos quién está haciendo esto y por qué. No se trata de una venganza al azar; es algo personal.

—Si Walker mató a Amira, ¿por qué no lo eliminó Boni? —preguntó Amanda—. Suponiendo que Moose esté en lo cierto cuando dice que Boni y Amira eran amantes.

Stride pensó en la suite del ático de las Charkombe Towers y en Boni Fisso mirando el viejo casino a sus pies. Y en su nuevo proyecto Orient.

—Una cosa es matar a miembros de la familia. Pero un productor famoso como Walker… eso es mucho más difícil de encubrir. Si Walker Lane fuera asesinado o desapareciera, la gente haría preguntas.

—Walker desapareció —respondió Amanda—. Huyó a Canadá.

Stride asintió.

—A lo mejor estaba huyendo de Boni. A lo mejor todavía está huyendo.

Oyó el timbre de su teléfono móvil. Lo cogió esperando que fuese una llamada de Serena, pero no reconoció el número que aparecía en la pantalla.

—Stride —contestó.

Oyó una voz masculina, llana e indiferente. Un extraño.

—¿Ya la habéis encontrado?

Stride comprendió sin necesidad de preguntar. Desde el instante en que había visto al asesino dejándoles su huella dactilar en el Oasis, sospechó que llegaría este momento. Ese hombre hallaría la forma de establecer contacto, de convertirlo en algo personal.

Chasqueó los dedos con fuerza en dirección a Amanda para llamar su atención. Ésta interpretó su rostro mientras él se señalaba el teléfono y pulsaba el botón del altavoz.

—Ahora estamos en la casa de Moose —dijo.

—Ella no —replicó la voz con impaciencia—. La chica no.

—¿De quién hablas? —preguntó Stride.

Movió los labios en dirección a Amanda: «¿Otra víctima?».

—Tendrás que ser más rápido, detective. No tengo tiempo para darte todas las pistas masticadas. Me marché en un Lexus plateado. Eso debería acotar el terreno.

Stride escuchaba en busca de cierto regodeo en el tono de voz, pero no lo detectó. No sonaba desequilibrado como un monstruo.

—¿Por qué me llamas ahora? —quiso saber Stride.

—Estoy haciendo el trabajo en tu lugar, detective. Voy a atrapar a un asesino.

—¿Por qué cometer un crimen para atrapar a un asesino? —preguntó Stride con aspereza—. Las personas a las que has matado eran inocentes. ¿Por qué no vienes simplemente y nos dices lo que crees saber sobre la muerte de Amira? Deja que nosotros le hagamos justicia.

—¿Como habéis hecho durante estos cuarenta años? —preguntó el hombre.

—Mataste a un niño —le soltó Stride—. Eso es peor que cualquier cosa que sucediera entonces.

Se hizo un largo silencio, lo que le llevó a Stride a pensar que había logrado encontrar una vena que sangrar. Notó que la respiración del hombre se volvía más rápida y violenta.

—Tú no entiendes lo que sucedió entonces —dijo el hombre finalmente.

—Explícamelo —dijo Stride—. Y cuéntame qué tiene que ver todo eso contigo. —No estaba hablando con un anciano; como mucho, alguien de su edad tal vez. No había forma de que hubiera participado en los acontecimientos del Sheherezade—. ¿Estás ahí? —añadió Stride al ver que el hombre no contestaba—. ¿Hola?

El silencio se instaló en el aire. Comprobó la pantalla y vio que la llamada había terminado. Su interlocutor había colgado.

Cuando pulsó un botón para volver a marcar el número, sonó y sonó sin que nadie lo descolgara.

—Mierda —dijo—. Tenemos otro cuerpo.

Pero éste estaba vivo.

Media hora más tarde encontraron a Cora Lansing, una viuda de setenta y cinco años, atada a una enorme silla de nogal en su comedor, en otra casa cercana a la residencia de MiraBella de Moose. Una tira de cinta adhesiva le cubría la boca. Tenía los ojos agrandados por el miedo y se había hecho sus necesidades encima, llenando de hedor el hogar perfumado de lavanda. Pero no estaba herida.

Llamaron a un equipo médico, que le administró oxígeno y le quitó cuidadosamente la cinta de la boca. Ésta dejó tras de sí un sarpullido y unos residuos pegajosos que la mujer se tocó con irritados golpecitos de uñas. Era frágil como un pajarito, pero estaba furiosa, incluso después de ducharse y cambiarse de ropa. Stride le sirvió un vaso largo de Remy Martin, que sacó de su mueble bar, para tranquilizarla.

Enseguida obtuvieron su historia. Había estado de compras en Nieman’s y, al volver, se encontró a un extraño dentro de su Lexus. El hombre la obligó a regresar por las colinas hasta la entrada de la orilla sur de Lake Las Vegas y se escondió en el asiento de atrás mientras ella saludaba al guardia. Le había dejado bien claro que si lo alertaba los mataría a los dos, y lo dijo con tal tono de voz que Cora no dudó que lo haría.

La mujer condujo hasta su casa, donde él la ató, la amordazó y esperó a que cayera la noche. Luego se marchó llevándose su coche.

—¿Vio qué aspecto tenía? —preguntó Stride.

—Claro que sí —replicó Cora inmediatamente, para su sorpresa—. Nunca olvidaré su cara.

Stride sintió una oleada de excitación, mezclada con aprensión. Le dijo a Amanda:

—Que venga un dibujante.

Stride miró a Cora y dijo para sí mismo lo que nunca le hubiera dicho en voz alta a la mujer: «¿Por qué diablos sigue con vida?».

—¿Puede describírmelo? —preguntó.

Cora retrató con rapidez a un hombre de constitución similar al que había visto Blonda en la parada de autobús antes del asesinato de MJ: no tan alto como Stride, delgado pero muy fuerte, con el pelo corto y oscuro y rostro anguloso. O se había afeitado la barba, o la que usó el sábado por la noche era postiza. Cora proporcionó detalles suficientes para que el dibujante de la policía pudiera ofrecer una interpretación sólida. Stride echó un vistazo a su alrededor, a los objetos caros y de buen gusto que había en la casa de Cora. Tenía buen ojo.

—¿Le ha dicho algo? —preguntó Stride—. ¿Sobre quién era o por qué estaba haciendo esto?

Cora negó con la cabeza.

—Ni una palabra. Apenas ha dicho nada. Pero era muy autoritario, muy aterrador.

Stride le dio las gracias y buscó a una mujer policía para que se sentara con ella mientras esperaban a que el dibujante llegase de la ciudad. Salió de la sala de estar de Cora y volvió al exterior. La llamada del asesino seguía vivida en su mente. Ojalá hubiera sido más larga, porque no estaba seguro de que ese hombre volviera a llamar: ya había dicho lo que necesitaba decir para implicar a Stride en la caza. Pero ¿la caza de qué?

Amanda se reunió con él.

—No pareces muy contento —le dijo—. ¿No es esto lo que se llama un punto de partida, una pista? Es algo bueno, ¿no?

—Sólo lo hemos conseguido porque él nos lo ha dado —dijo Stride—. Podría haber matado a esa mujer y no tendríamos una mierda. Pero ahora quiere que sepamos qué aspecto tiene. ¿Por qué?

—A lo mejor es un bastardo arrogante. No sería el primer asesino en serie que la caga por culpa de su ego. Mira a BTK[29]. Nunca lo habrían trincado en Wichita si él no hubiera empezado a mandar cartas a los periódicos treinta años después.

—Sabe que está corriendo un riesgo. Sabe que es posible que le encontremos. Su imagen va a salir en todos los periódicos. Alguien puede localizarle.

—Quizá piense que ha ocultado tan bien su rastro que no importa.

—No lo creo, Amanda. Estoy seguro de que ha ocultado su rastro, pero no creo que nos diera algo tan importante si no formara parte de su plan. Joder, podría haber matado a Tierney en la ciudad cuando quisiera. No tenía por qué pensar un modo de saltarse el sistema de seguridad que hay aquí. Y te aseguro que no tenía por qué proporcionarnos su rostro.

—Está fardando —sugirió Amanda.

Stride lo pensó un momento. Oyó otra vez la voz del asesino en su cabeza. Frío y centrado. Quejándose por tener que darles las pistas masticadas. Como si la policía estuviera interfiriendo en sus planes.

—O mandando un mensaje —dijo Stride.