Estar ahí arriba, pensaba Stride, era como estar en la cima del mundo, mirando hacia abajo. Cumbres de montañas áridas e irregulares de roca rojo anaranjado se recortaban contra un cielo azul que parecía tan alto como el limbo. Las grietas de la erosión en los precipicios parecían muescas que hubieran sido talladas en las colinas con un cuchillo. Una belleza agreste y abrumadora cercaba el valle.
El clima de última hora de la tarde era templado, pero no caluroso, aunque incluso en el resplandor agonizante del sol sentía con qué facilidad podía volverse feroz. Se acordó del verano y de cómo se había asado, de que apenas podía respirar y de que notaba como una arenilla recalentada que le obstruía los pulmones. Ni rastro de las brisas del lago o las tormentas de Minnesota, ni espectáculos eléctricos de relámpagos ni aquella fresca humedad. Sólo un horno, puesto en la función parrilla y encendido durante tres meses.
Echó un último vistazo al estuco blanco de la admirable residencia de Helen.
—¿Cómo crees que es en la cama? —preguntó, mirando a Serena de soslayo y con una sonrisa.
—Creo que es más de lo que tú podrías resistir —replicó Serena.
—Tienes toda la razón.
Le sonó el teléfono móvil. Otra vez Sara Evans. Nunca descansaba.
—Es Sawhill. —Stride se lo imaginó con su bola antiestrés en la mano, estrujándola rítmicamente—. Hola, teniente —contestó.
Serena se cruzó la garganta con un dedo y movió los labios: «Nos va a cortar la cabeza».
—Cordy dice que creéis que puede haber alguna relación entre el asesinato de MJ y la muerte de Peter Hale —dijo Sawhill.
—Es lo que parece.
Stride le explicó cómo habían descubierto el vínculo entre Helen Truax y Walker Lane, y lo que Helen les había contado sobre Amira Luz.
—Creí haberte dicho que esa línea de investigación estaba muerta —dijo Sawhill.
Stride escogió las palabras con cuidado:
—Lo hizo, señor. Y lo estaba. Ha sido curiosidad profesional, nada más. Fue una cuestión de suerte que Serena reconociera a la abuela del niño en una foto que salió en LV, en el artículo de Rex Terrell.
—Curiosidad profesional —dijo Sawhill, repitiendo la frase como si estuviera probando un vino agriado—. Dime, detective, ¿esperas que me trague ese cuento?
—Ni por un instante —replicó Stride.
Sawhill se rió.
—Muy bien. Suelo despedir a los policías que me toman por un idiota, y respeto a un policía que sigue sus instintos, aunque acabe escaldado. Cosa que puede sucederte, Stride.
—Me doy cuenta de ello —reconoció Stride.
—¿Qué hay del asesinato de Reno?
—Serena habló con Jay Walling. De momento no parece que la mujer asesinada, Alice Ford, o su familia tuviera ninguna relación con el Sheherezade o con Amira. Pero Jay seguirá en ello.
Mientras hablaba con Sawhill en la acera, Stride oyó que también sonaba el móvil de Serena. La vio responder la llamada y ahuecarse la mano junto al oído, retrocediendo varios pasos.
Sawhill seguía hablando.
—Por ahora debemos mantener a la prensa al margen, ¿entendido?
—De acuerdo.
—Mi prohibición sigue en pie: no vuelvas a hablar con Walker Lane sin decidirlo antes conmigo.
—Está bien —dijo Stride.
No mencionó que Walker Lane se encontraba otra vez en su lista, junto con otro nombre que sacaría de quicio a Sawhill: Boni Fisso. Aquella investigación tenía todos los ingredientes para convertirse en un terremoto político y arrastrar a un montón de gente.
—¿Cuál será tu próximo movimiento? —preguntó Sawhill.
—Quiero hablar con Nick Humphrey —dijo Stride—. El detective que llevó la investigación original sobre la muerte de Amira.
—Muy bien, te daré su dirección —respondió Sawhill—. Todavía vive en la ciudad.
Stride oyó que pulsaba algunas teclas y luego Sawhill recitó una dirección del norte de Las Vegas. Stride la anotó en su libreta.
—Ándate con cuidado, detective. Quiero que sigas adelante porque parece ser que tu instinto era acertado; pero mantén a raya tu curiosidad profesional.
Sawhill colgó. A unos pasos de distancia, Serena hizo lo mismo.
—Un aplazamiento —le dijo él—. Sawhill cree que la relación es débil, pero no va a apartarnos del caso. Todavía.
Serena estaba sonriendo.
—Es un bastardo mentiroso.
—¿Cómo?
—Era Cordy —siguió Serena—. No hay nada débil en la relación. Hemos buscado huellas en el Aztek y había una, preciosa, esperándonos dentro, en el parabrisas frontal. Concuerda con la huella que encontrasteis en la máquina tragaperras del Oasis. Era el mismo tío.
—Hijo de puta —dijo Stride—. ¿Sawhill lo sabe?
—Cordy acaba de salir de su despacho.
—Y pensar que he sido incluso educado con él —se rió Stride.
Se subieron al Bronco y descendieron la larga extensión de Bonanza, de vuelta a la ciudad. Los edificios elegantes desaparecieron detrás de ellos a medida que bajaban hacia el valle, reemplazados por monótonas casas de clase media con muros grises. Stride se detuvo ante un semáforo en rojo, se volvió y miró pensativo a Serena. Otra vez estaban trabajando en el mismo caso. Como en el asesinato de Rachel Deese, aquel verano en que se conocieron. Eso le proporcionaba un chute de adrenalina.
—Así que tenemos a un mismo asesino —dijo Serena—. Y el tío va dejando su tarjeta de visita en el escenario de cada crimen.
—¿Buscó Jay Walling las huellas en el escenario de Reno?
Serena asintió.
—No había ninguna.
—Pues a lo mejor no hay ninguna relación —dijo Stride.
—O aún no la hemos encontrado. Es posible que al autor no se le ocurriera dejar una huella tras de sí hasta el atropello. Y entonces decidió que quería guiarnos en una alegre cacería. Por eso dejó el recibo como pista con la que vincular el asesinato de Alice Ford en su rancho.
—Salvo que tanto Helen como Walker Lane aparecen mencionados en el artículo de Rex Terrell en LV. Tienen una relación con Amira Luz. Los Ford no, hasta donde sabemos.
—¿Crees que el artículo de Rex podría ser la relación? —preguntó Serena—. ¿Que es lo que hizo que empezara todo?
—Es posible —respondió Stride—. Hacía años que nadie se preocupaba por Amira hasta que él empezó a husmear. Puede que Rex haya llamado la atención de alguien.