Capítulo 15

Linda Hale les dijo que cogieran la carretera de Bonanza hacia el este hasta que les entraran ganas de hacerse mormones. Ahí era donde vivía su madre.

Su madre —la abuela de Peter—, que había bailado en los escenarios con Amira Luz.

Stride no entendió el comentario sobre los mormones hasta que él y Serena emprendieron el camino. Allí donde se acababa Bonanza, en la frontera de las montañas orientales, se encontraron a menos de una manzana del gigantesco templo mormón de la ciudad, con sus capiteles blancos visibles desde todo el valle. En el barrio que rodeaba el templo había viviendas espléndidas con Jaguars aparcados en los caminos de entrada, jardines adornados con altos saguaros y piscinas de color azul claro y con forma de riñón.

La madre de Linda, Helen Truax, tenía una casa de luminoso estuco blanco casi delante del templo, con unas vistas al valle que Stride calculó que valdrían al menos dos millones de dólares. Según Linda, su madre no era mormona y disfrutaba haciendo saber a sus religiosos y acaudalados vecinos que había sido una bailarina ligera de ropa.

Cuando Helen abrió la puerta, Stride pensó que no se parecía a ninguna abuela que hubiera visto nunca. Estaba mojada y goteaba, y llevaba una diáfana bata blanca echada sobre los hombros y abierta, mostrando el traje de baño turquesa de una sola pieza que había debajo. Iba descalza y era al menos tan alta como el propio Stride. Éste sabía que tenía sesenta años, aunque podría haberle puesto cuarenta.

—Pasen, por favor.

Sonrió a Stride con unos dientes blancos como la nieve. Sostenía una copa acampanada de vino blanco y tenía los ojos azules más impenetrables que él hubiera visto jamás.

—Su hija dijo que tenía usted una belleza de artista. —Subrayó Serena—. Y estaba en lo cierto.

Helen se rió.

—Me encantaría decirle que todo esto forma parte del equipamiento original, pero no es verdad. Si algo empieza a flaquear, lo levanto. Si empieza a arrugarse, lo estiro. —Ahuecó las manos y se cubrió ambos senos con ellas—. Sin ayuda exterior, a estas alturas estas dos ya estarían apuntando al suelo.

Giró sobre sus talones. La bata no le llegaba tan abajo como el bañador, y Stride contempló el ritmo de sus nalgas al seguirla. Serena le propinó un súbito codazo en las costillas.

La casa de Helen estaba decorada con discreción. Había grandes paredes vacías, pintadas de blanco reluciente y tonos pastel. La misma moqueta de color oro miel cubría los suelos de todas las habitaciones. El poco arte que había era italiano, en su mayoría piezas artesanales de cristal y óleos de paisajes generosos en sombras y sienas. Sin embargo, en un amplio pasillo que daba a la parte de atrás de la casa Stride vio una serie de fotografías colgadas en marcos delgados. Helen, primorosamente vestida, con Sinatra. Helen con Wayne Newton.

Helen con Boni Fisso.

Se dio cuenta de que Stride admiraba las fotos.

—Helena Troya —dijo—. Ése era mi nombre artístico. ¿No le encanta?

—Al parecer conocía usted a todas las grandes estrellas —comentó Stride.

—Pues claro que sí. En esa época era una ciudad pequeña; dentro del mundo del espectáculo nos conocíamos todos. Las Vegas era como nuestro recreo particular, y el mundo nuestro escenario. Los turistas que venían eran como niños con las narices pegadas a un cristal, observándonos y deseando llevarse un poquitín de ese glamour.

—¿Y ya no es así? —preguntó Stride.

—Oh, no. La gente no aprecia la magia de ese período. Los sesenta fueron nuestra época dorada. Había un gran sentido de la elegancia. Pero hoy en día todo es mercantilismo, Disneylandia con una Minnie Mouse en topless. Ya no existe la calidad artística que la ciudad tenía en el pasado. Ma y Pa Kettle llegan aquí desde Kansas y se visten como si llevaran a los chicos a Six Flags[21]. Incluso los famosos que se quedan aquí ahora son horteras. Echo de menos los viejos tiempos, de verdad que sí.

Helen suspiró. Los condujo a un nivel más bajo, donde había una sala de estar con vistas al valle. La pared este estaba hecha de piedra vista e incorporaba una gran chimenea. A la derecha de Stride había una barra de bar, y detrás de éste una vitrina de cristal de espejo. Helen les hizo atravesar unas puertas acristaladas que daban al patio exterior. Cogió tres sillas de alrededor de la mesa de vidrio y las colocó de forma que la sombrilla les tapara el sol.

Stride divisó dos sillas de terraza dispuestas una al lado de la otra junto a una piscina de doce metros. Dos pares de pisadas húmedas se secaban rápidamente al sol de la tarde. Era evidente que Helen tenía un acompañante que no estaba invitado a la entrevista.

—Linda estaba muy alterada cuando me ha llamado —dijo—. Por su tono parecía como si ustedes creyeran que yo soy en cierto modo responsable de la muerte de Peter.

—No es nada de eso —la tranquilizó Serena—. Estamos investigando si hay alguna relación entre la muerte de Peter y el asesinato de MJ Lane el pasado fin de semana.

—¿Quién? —preguntó Helen. No había asomo de engaño en su voz. Al ver que se sorprendían, añadió—: Seguramente pensaran que estoy anticuada, pero sólo utilizo el televisor para ver viejas películas. Y no leo los periódicos: demasiadas malas noticias.

—MJ Lane murió asesinado muy cerca del casino Oasis —dijo Stride—. Era el hijo de Walker Lane.

Helen pestañeó y pareció incómoda.

—Está bien, conocí a Walker Lane. Pero eso fue hace cuarenta años. No veo qué relación podría haber con la muerte de Peter.

—Se han cometido dos asesinatos en el intervalo de una semana y en circunstancias poco corrientes —dijo Serena—. Las dos víctimas tenían lazos de parentesco con personas relacionadas con el casino Sheherezade en 1967, y especialmente…

—Especialmente, relacionadas con Amira Luz —dijo Helen, terminando la frase.

—Así es —dijo Stride. Siguió una corazonada—: Usted habló con Rex Terrell, ¿verdad? Él la mencionaba en su artículo de LV como una de las personas cuya carrera se benefició de la muerte de Amira.

Helen asintió.

Stride se inclinó hacia delante y apoyó los codos encima de la mesa.

—¿Por qué no nos cuenta exactamente lo que ocurrió en esa época?

Helen fijó la mirada en el valle y luego volvió a observar a Stride con una expresión muy dura.

—Tengo una vida agradable. Mi marido es un abogado experto en derecho internacional y gana un montón de dinero. Y está fuera a menudo. Estoy segura de que me entiende.

Sabía que Stride había detectado las pisadas.

—Una cosa es cotillear con un periodista entre bastidores —continuó Helen—, y otra es declarar como testigo para la policía. Estamos hablando de un crimen cometido en un casino propiedad de Boni Fisso. Boni tiene mucho peso y mucha memoria.

—¿La han amenazado alguna vez? —preguntó Serena—. ¿Cree que alguien podría haberle enviado un mensaje asesinando a su nieto?

—No —dijo Helen con rotundidad—. En absoluto. No me ha llegado nada de nadie. Y desde luego no de Boni. La sola idea de que la muerte de Peter pudiera implicarme de alguna manera por lo que ocurrió en el pasado… es demasiado para mí. No veo cómo ni por qué.

—Por eso necesitamos saber lo que pasó en 1967 —le explicó Stride—. Para encontrar la relación.

—Tal vez sea el único modo de averiguar quién mató a Peter —añadió Serena.

—Peter —murmuró Helen, venciendo su resistencia—. No puedo creer lo que le sucedió. Nunca he sido una persona muy emocional, detectives. No soy de los que creen que los compromisos duran para siempre. Pregunten si no a mis ex maridos. Pero quería a ese niño.

Tamborileó con las uñas sobre la mesa del patio y se mordió el labio.

—Supongo que lo primero que diré es que me siento como si también yo tuviera las manos manchadas de sangre. Yo odiaba a Amira: estaba locamente celosa de ella. Cuando la mataron, debo decir que me alegré. Es curioso lo mezquino que parece con la distancia, pero por entonces yo apenas tenía veintiún años y era ambiciosa, y Amira se interponía en mi camino.

—¿Cómo era ella? —preguntó Serena.

—¿Amira? Era un escándalo.

—¿En qué sentido?

Helen les dedicó una sonrisa picara.

—Ustedes dos son demasiado jóvenes para entender aquella época. Estábamos en medio de una revolución sexual, pero aún había mucho del universo de los cincuenta. Pelo encrespado; horribles gafas de color negro que nos daban aspecto de bibliotecarias; sombreros ridículos; minifaldas con vuelo con las que prácticamente enseñábamos el coño, mientras se suponía que todavía éramos vírgenes… —Se rió. Stride pensó que Helen se alegraba de que su lenguaje los sorprendiera—. Había un montón de carne —continuó—. El Lido en el Stardust, el Folies en el Tropicana, Minsky en el Slipper… Todo con los pechos al aire, aunque bastante soso. Aun así, causábamos sensación. En Henderson teníamos varios concejales que pensaban que unas cuantas tetas sobre un escenario significaban el fin de la civilización tal como la conocíamos. Querían que las chicas llevaran medias, que los escenarios fueran elevados y estupideces por el estilo. Por suerte nadie los escuchó. Como ya he dicho, era una desnudez bastante inocente.

Bebió un sorbo de vino.

—Pero entonces llegó Amira. Al mirar atrás ahora, puedo admitirlo: Amira tenía algo especial, algo de lo que yo carecía. Era totalmente desinhibida. Cuando Boni convirtió a Amira en bailarina principal de nuestro espectáculo de destape, fue toda una sensación. Y era un espectáculo bastante conservador. Pero Llama… Dios mío. Todo el mundo creía que era una prima donna que se había ido seis meses a París, pero cuando volvió y dio a conocer Llama… Nadie había visto nada igual. Amira no se desnudaba. No bailaba. Era como si se masturbara ahí mismo, en el escenario. Para 1967, queridos, aquello sí era un escándalo.

—¿Cómo era Amira como persona? —preguntó Stride.

—Fría, ambiciosa y egoísta. —Helen repasó el borde de su vaso de vino con una uña lacada—. ¿Suena muy duro? Confieso que yo no era imparcial con ella, porque me trataba como a una mierda. Hacía lo mismo con las demás bailarinas. La mayoría de nosotras nos hacíamos amigas y cuidábamos de las otras. Pero Amira no; sólo estaba interesada en sí misma.

—¿Sabe cómo acabó en Las Vegas? ¿Cómo fueron sus inicios?

—Cualquier chica joven de entonces con ganas de ser una estrella iba a uno de estos dos sitios —dijo Helen—: Hollywood o Las Vegas. No creo que a Amira le atrajera la idea de ser actriz de cine. Se alimentaba de la gente. Le gustaba actuar delante del público, y era muy sexual. Las Vegas era el lugar más natural para ella.

—Pero uno no entra en una ciudad y se convierte en una estrella —dijo Serena.

—La mayoría de la gente no. Pero Amira no era como la mayoría. Lo primero que hizo fue tener una aventura con Moose y él la metió en su espectáculo. Eso le proporcionó un público, y a partir de ahí, su atractivo sexual le fue abriendo puertas.

—¿Cómo consiguió relacionarse con Moose?

Helen se rió.

—Moose no era exactamente un hombre difícil en aquella época. Más tarde me explicó que con Amira había echado los mejores polvos de su vida. Por supuesto, no se daba cuenta de que esa pequeña zorra se daría la vuelta y lo apuñalaría por la espalda, llevándose su espectáculo.

—Debió de enfadarse mucho —dijo Stride.

—Se puso furioso, que en el caso de Moose, es decir mucho. Destrozó su camerino cuando Boni le comunicó que ya no tendría su propio espectáculo y que haría variedades en Llama. Boni tuvo que traer a Leo para que hablase con él.

—¿Leo? —preguntó Serena.

—Leo Rucci, la mano derecha de Boni. Se encargaba del día a día del casino.

—¿Qué cree que Leo le dijo a Moose?

—Creo que Leo le dijo que acabaría en la calle con la cara hecha pedazos si no se callaba.

—Así que Moose le guardaba mucho rencor a Amira —dijo Stride.

—Claro. Como casi todos nosotros. A Amira no le importaba a quién tenía que pisar para conseguir lo que quería.

—¿Tenía novio Amira? —preguntó Stride—. Después de Moose, quiero decir.

—Yo no lo vi nunca. De hecho, no creo que tuviera muchos amigos. Apenas se la veía por el casino cuando no estaba actuando. Al resto de nosotros nos gustaba apostar y beber con las demás estrellas, pero Amira hacía su actuación y desaparecía. Creo que eso formaba parte de la imagen que cultivaba. Era inalcanzable. Hacía que los hombres la desearan.

—Háblenos de Walker Lane —dijo Stride—. Hemos oído que él también deseaba a Amira.

Los ojos de Helen titilaron.

—Bueno, primero me deseó a mí.

—¿Se acostó usted con él? —preguntó Serena.

—Una vez. Aquella primavera estaba rodando su película de Las Vegas, Noches de neón. ¿La recuerdan? Bueno, enseguida cayó en el olvido, pero recaudó un montón de dinero en su época. Algunas escenas se grabaron en el Sheherezade y yo le conocí cuando vino al espectáculo. En el lapso de un par de meses, creo que se tiró a todas las bailarinas.

—¿Estaba Amira entre ellas?

Helen negó con la cabeza.

—En aquel momento no había vuelto de París. Pero cuando se estrenó Llama aquel verano, Walker se volvió loco por ella. Todos los fines de semana volaba desde Los Ángeles y se sentaba en primera fila, como un cachorrillo. Pero por lo que nosotros sabíamos, Amira no le dedicó ni un minuto de su tiempo.

—Hay un largo camino desde el amor no correspondido hasta el asesinato —dijo Serena—. Yo diría que Moose tenía un motivo mejor. O usted, en realidad.

—Es cierto —reconoció Helen—. Por otra parte, nosotros no abandonamos la ciudad justo después del crimen. ¿Por qué cree si no que se difundió el rumor de que Walker no había estado en Las Vegas esa noche? Boni estaba encubriendo a su cliente. Pero Walker estaba ahí; yo le vi en el primer show.

—Cuéntenos lo que pasó aquella noche —dijo Stride.

—No lo sé, de verdad. Hicimos nuestras dos actuaciones de Llama, a las ocho y a las once. Amira estuvo en las dos. Se fue hacia la una de la madrugada. La vi marcharse de la zona de bastidores. No hubo nada extraño en ello, pero a la mañana siguiente se rumoreaba en el casino que la habían matado.

—¿Vio a Walker en el segundo espectáculo? —preguntó Stride.

—No. Normalmente asistía a los dos si estaba en la ciudad, pero aquella noche sólo estuvo en el primero.

—¿No volvió a verle en el casino después del primer show?

—No volví a verle y punto. Nunca más.

Helen levantó las cejas como diciendo: «Eso es lo que llevo rato explicándoles».

—¿Qué hizo usted al terminar el último número? —preguntó Serena.

—Fui a una habitación del hotel. Leo se reunió allí conmigo y nos pasamos una hora llenando las sábanas de sudor.

—¿Leo Rucci, el director del casino?

Helen asintió.

—Así es como se llamaba a sí mismo: el director. Aunque para Boni básicamente era un musculitos. Controlaba a la gente a base de intimidar y amenazar y de dar palizas cuando era necesario.

—¿Y por qué se acostaba con él?

A Helen pareció divertirle su ingenuidad.

—Pues en primer lugar, porque era ambiciosa, igual que Amira. Yo sabía que cuando ella decidiera que quería ganar más dinero en alguna otra parte, a mí me darían el papel principal directamente. Pensé que Leo podría dejarme bien delante de Boni; y lo hizo. —Guiñó un ojo—. Pero no se trataba sólo de eso: Leo también tenía la polla más grande que he visto nunca. Veintidós centímetros y gorda como una salchicha. Sólo podía hacerlo con él después del espectáculo, porque no había forma de bailar si antes me había metido esa cosa dentro.

Lo dijo con toda naturalidad. A Stride le daba la sensación de que a Helen le gustaba escandalizar. Procuró no ruborizarse, aunque se notaba las mejillas cada vez más calientes.

—¿Cuánto tiempo estuvo Leo con usted? —preguntó Serena, acudiendo en su auxilio.

—Cerca de una hora. Eso fue hacia las dos de la madrugada. Normalmente podía contar con Leo para un par de rondas, pero tuvimos que dejarlo.

—¿Por qué? —quiso saber Serena.

—Mickey lo llamó. Había un problema afuera.

—¿Quién era Mickey?

Helen se encogió de hombros.

—Un socorrista. Siempre había estudiantes que cogían trabajos de verano para sacarse dinero y tirarse de paso a algunas esposas mientras sus maridos estaban en las mesas. Mickey le dijo a Leo que había un tío borracho junto a la piscina intentando empezar una pelea. Leo salió a romperle la nariz.

—¿Es así como Leo solucionaba la mayoría de sus problemas? —preguntó Stride.

—Oh, sí. Era un hijo de puta vicioso. Enorme como un defensa de fútbol. También a mí me dio un par de bofetadas, y entonces fue cuando di nuestro asunto por terminado.

—¿Oyó algo más sobre la pelea? —preguntó Serena.

—Ni una palabra. Supongo que no era nadie. De haber sido Dean o Shecky, nos habríamos enterado. Además, al día siguiente sólo se hablaba de Amira.

—¿Y esa noche no volvió a ver a Leo?

—No, no hasta el día siguiente.

—¿Le contó algo sobre el asesinato? —preguntó Stride.

Helen sonrió.

—Sólo que debía mantener la boca cerrada y evitar hacer preguntas. A las otras chicas les dijeron lo mismo. Si alguien preguntaba, no teníamos ni puñetera idea.

—¿Qué hay del detective a cargo de la investigación? Se llamaba Nicholas Humphrey. ¿Habló con él alguna vez?

—Claro. Nos interrogó a todos juntos, y Leo estaba ahí también. Nadie dijo nada. Y si me lo pregunta, Nick no pareció muy decepcionado. No creo que le interesara mucho averiguar la verdad.

—¿Nick? —subrayó Stride—. ¿Le conocía?

—Era un habitual del Sheherezade —respondió Helen—. A veces hacía trabajos privados de seguridad para las estrellas.

Stride empezaba a pensar que a lo mejor Rex Terrell tenía razón y todo había sido amañado.

—¿Alguna vez se encargó Nick Humphrey de la seguridad de Walker Lane? —preguntó.

—Bueno, es posible que Nick le echara una mano en Noches de neón. No estoy segura. —Helen se acercó más a ellos. Unas cuantas gotas de agua cayeron de su traje de baño y aterrizaron en la mesa del patio—. ¿Puedo preguntarles algo? ¿En qué nos concierne esto a mí o a Peter?

—Nuestra primera idea fue que alguien intentaba que usted guardara silencio —dijo Serena.

—Pero nadie me ha amenazado —insistió Helen.

Stride la observó más de cerca. Desde ahí sí se podía ver su edad, por mucho que tratara de ocultarla con cirugía plástica y maquillaje. Y también se veía el vicio. Pero no engaño. Ni miedo. No se estaba escondiendo de nadie, ni encubriendo la verdad.

—Ahora mismo no sabemos quién hace esto ni por qué —admitió Stride—. Pero mientras tanto, por favor, tenga cuidado. Hasta que sepamos a qué juego está jugando esta persona, desconocemos cuál será su próximo movimiento.