Capítulo 12

Sawhill volvía a estar al teléfono con el gobernador Durand.

Stride y Serena se sentaron en las dos sillas que había delante de su extenso escritorio, mientras el teniente le lamía el culo al gobernador vía telefónica. Cordy estaba apoyado contra la pared, con las manos en los bolsillos. Amanda también se quedó de pie y Stride reprimió una sonrisa al verla juguetear con Cordy: se iba acercando unos centímetros y éste, con aire apocado, se desplazaba un poco más allá, intentando mantener la distancia. Luego ella inspiró hondo hinchándose el pecho y estiró perezosamente los brazos hacia arriba. Cordy no pudo evitar mirarla.

Sawhill también vio el juego y chasqueó los dedos en su dirección.

—Ahora mismo tengo una reunión con mi equipo —le explicó Sawhill al gobernador, con voz informal y familiar—. No, no, le aseguro que esa línea de investigación está cerrada. Puede informar al respecto.

A Stride no le gustó cómo sonaba eso. Sawhill lo estaba mirando fijamente mientras lo decía, y él tuvo la intensa sensación de que estaban a punto de atarle las manos.

No era ningún secreto que Sawhill tenía grandes aspiraciones en el departamento, con un ojo echado al puesto de sheriff. Stride debía reconocer el mérito de Sawhill: el teniente conocía las reglas del juego y sabía qué contactos políticos iba a necesitar para ganar la partida. El sheriff actual ya había anunciado su jubilación para el año siguiente. Al menos dos veteranos de la Metro, mayores y más experimentados que Sawhill, habían dado voces de que lucharían por conseguir el puesto; pero nadie descartaba a Sawhill. La elección de un sheriff tenía más que ver con la promoción que con los votos, y Sawhill se había pasado la última década cultivando amistades en las altas esferas. Y sobre todo, sabía que los titulares sobre asesinatos eran poco diplomáticos.

Sawhill colgó y cogió una copia de la edición del martes del Sun de Las Vegas.

—Tengo dos investigaciones por asesinato en primera plana —les dijo—. Al gobernador no le gusta. A mí no me gusta. Por eso os quería a todos aquí, para que me expliquéis lo que estáis haciendo para que estos casos desaparezcan de las portadas.

Lo dijo como si de algún modo a los cuatro detectives que había en la sala les gustara y estuvieran disfrutando con los focos de los medios de comunicación.

—Serena —continuó el teniente, bajándose sus medias gafas para poder mirarla por encima de la montura—, tú primero. Cuéntame lo del asesinato cerca de Reno y sí está relacionado con el atropello del chico de Summerlin.

—A una maestra de escuela llamada Alice Ford le seccionaron la garganta en su rancho —explicó Serena—. Jay Walling y yo estuvimos una hora y media con el marido de la víctima. No pudimos encontrar ninguna relación entre Alice Ford en Reno y la familia de Peter Hale en Summerlin. No hay ni el menor asomo de un móvil común a ambas víctimas.

—O sea que a lo mejor no hay conexión —concluyó Sawhill—. Estamos hablando de una arteria importante entre Reno y Carson City. Puede que parezca insignificante comparado con Las Vegas, pero miles de coches circulan cada día por esa carretera. El hecho de que el autor del atropello comprara donuts por ahí el mismo día que asesinaron a Alice Ford no significa que lo hiciera él.

—No me gustan las coincidencias.

—A mí tampoco, pero ocurren. Aparte del recibo que encontraste, no hay nada para enlazar los dos casos.

—Es cierto —admitió Serena.

—¿Y si fuese un asesino a sueldo? —sugirió Amanda desde el otro lado de la habitación—. Podrían ser dos trabajos independientes y tú te tropezaste con el hilo conductor.

—Claro, es posible —dijo Serena—. Pero ¿quién contrata a un profesional para matar a un niño de doce años y a una maestra de escuela jubilada?

Sawhill hizo un gesto con la mano para cortar la conversación.

—Que Reno se ocupe de Reno —le dijo a Serena—. El crimen que me concierne a mí está aquí mismo. ¿Qué más tienes?

Cordy se aclaró la garganta y luego chilló y saltó en el aire, como si hubiera mirado abajo y visto una tarántula trepándole por el pie.

—¿Y a ti qué te pasa, Cordy? —preguntó Sawhill.

Cordy se puso de color escarlata.

—Nada —murmuró—. Lo siento.

Stride vio que Amanda se esforzaba por mantenerse seria.

Cordy trató de recuperar la sangre fría.

—Nos dimos otra vuelta por el barrio, en Summerlin. Pensé que ahora que sabíamos que era un Aztek, podríamos refrescar algunas memorias. Es un coche feo como el culo, ¿quién no lo vería?

—¿Y? —preguntó Sawhill.

—Dimos en el blanco: una vecina recordó haber visto un Aztek azul estacionado al otro lado de la calle, pocos minutos antes del atropello. Lo que significa que nuestro hombre estaba al acecho: quería darle al chico.

—¿La testigo vio al conductor? —preguntó Sawhill.

Cordy negó con la cabeza.

—Estaba en el segundo piso. Ni siquiera vio si había alguien dentro del coche.

—¿Y qué es lo siguiente?

—Jay Walling me ha enviado un montón de recibos de la tienda que vendió esos donuts de crema —dijo Serena—. Compras con tarjeta de crédito en los dos últimos meses en que la persona pidió donuts y Sprite. Más otros clientes que estuvieron en la misma tienda en la hora siguiente a nuestro hombre. Podría obtener ayuda haciendo algunas llamadas.

Sawhill asintió.

—También estamos comprobando la investigación de otro atropello mortal en el suroeste, con otro niño involucrado —continuó ella—. A lo mejor este tipo ya había hecho esto antes. Y estamos averiguando si algún pariente o amigo podía tener una cuenta pendiente.

—Sed discretos —les recordó Sawhill. Apuntó a Cordy con el dedo—. Tú también, Cordy.

Ambos asintieron. Stride sabía que él era el siguiente.

—Detective Stride, eres nuevo en este departamento —le dijo Sawhill—. En cambio, el gobernador Durand ya conoce tu nombre.

—Me siento halagado —replicó Stride en tono agradable.

Serena le dio una patada.

—No lo estés. Ha puesto algunos calificativos delante: Walker Lane le llamó quejándose porque tú parecías más interesado en un asesinato de hace cuarenta años que en descubrir quién mató a su hijo.

—Yo no sabía nada del asesinato de Amira Luz cuando hablé con Walker. Fue él quien nos llevó hasta Rex Terrell.

Sawhill resopló.

—Rex Terrell ha convertido la revista LV en el National Enquirer[18]. Escribe basura y cotilleos. No tiene ningún papel en esta investigación.

—Pero hubo un asesinato en el Sheherezade.

—Sí, conozco ese crimen, detective.

—Me gustaría hablar con el detective que llevó la investigación entonces —dijo Stride—. Nick Humphrey. ¿Aún está vivo?

—Así es, pero sería una pérdida de tiempo. —Sawhill se inclinó hacia delante y se quitó las gafas—. Lo que seguramente olvidó de mencionar Rex Terrell es que el asesinato de Amira Luz quedó resuelto.

Stride titubeó; aún no había consultado los archivos sobre la muerte de Amira.

—Tiene razón, no lo sabía.

—El asesino se suicidó —replicó Sawhill resueltamente—. Era un acosador; un desempleado de Los Ángeles adicto al juego. Un mes después de que mataran a Amira Luz, lo encontraron colgado en su apartamento de Los Ángeles Tenía fotografías de la chica colgadas por todo el dormitorio, y un recibo del Sheherezade de la noche del crimen. Supongo que Rex omitió este pequeño detalle.

Stride sintió que le ardían las mejillas.

—Hay cosas que siguen sin encajar. Terrell dice que habló con gente que vio a Walker Lane en Las Vegas aquel día. Y luego salió del país y apenas ha vuelto desde entonces. ¿Por qué?

—A lo mejor prefiere el beicon canadiense. A lo mejor siempre quiso ser de la policía montada. No tengo ni idea, ni me importa. Walker Lane no mató a nadie.

—MJ pensaba que sí.

—MJ se equivocaba. Rex Terrell también. Y tú también. No hay ninguna relación con la muerte de MJ, porque no hay ningún misterio. Sigue por otro camino. ¿Está claro?

Stride asintió.

—Perfectamente.

Pero las dudas persistían. Deseaba aceptar que Rex Terrell podía haberse montado una película para contársela a ellos, con más ficción que realidad. Si Walker Lane se hubiera visto perseguido por unos rumores tan desagradables tras la muerte de la chica, habría optado por abandonar la ciudad de todos modos, aunque fuese inocente. Pero una y otra vez había salido otro nombre en toda esa historia, como un patito de plástico imposible de hundir en el agua de la bañera.

Boni Fisso.

Boni, que era dueño del Sheherezade y tenía lazos tanto con Amira Luz como con Walker Lane.

Boni, que había invertido dos billones de dólares en el proyecto del casino Orient. «Algo por lo que matar».

Sawhill no era estúpido y leyó la mirada de Stride.

—No pareces convencido, detective, así que dime: ¿qué relación podría haber entre la muerte de Amira Luz y el asesinato de MJ Lane?

Stride sacudió la cabeza.

—No se me ocurre nada —admitió.

—Bien. Busca una teoría más plausible para el crimen. Y realmente espero que encuentres una.

—Sabemos que MJ tenía una aventura con Tierney Dargon —dijo Stride.

—¿La mujer de Moose?

Stride se preguntó cuántas Tierney Dargon podía haber en Las Vegas.

—Había un vídeo en el apartamento de MJ donde salían los dos juntos. Nos han hablado de ello tanto Karyn Westermark como Rex Terrell, así que era algo sabido.

Sawhill se recostó en su silla y tiró de su barbilla puntiaguda.

—Moose es un salvaje. Siempre lo ha sido. Yo no descartaría que sea capaz de montar en cólera y matar a alguien. Ha estado cerca varias veces.

—Salvo que no fue un arrebato —señaló Amanda. Avanzó y se apoyó en el escritorio—. Fue un crimen planeado.

—Y a no ser que haya rejuvenecido varias décadas y haya perdido unos cuarenta kilos, el asesino no fue Moose en persona —dijo Stride.

—Podría haber contratado a alguien —dijo Sawhill—. ¿Hablaréis con Tierney?

Stride asintió.

—¿Y los vídeos grabados por el casino? ¿Hay alguna otra imagen del asesino?

—Si estuvo allí, no tenía el mismo aspecto que el sábado por la noche —contestó Stride.

—Muy bien, mantenedme al corriente.

Los despidió con un ademán y volvió a descolgar el teléfono. Con la otra mano agarró la bola antiestrés de color rosa de su escritorio y la estrujó. Stride se preguntó si sería más delicado con los pechos de su mujer.

—Quiero a vuestra gente en estos casos día y noche. Hacedlos desaparecer de primera plana o coged a los autores. Y Stride, no quiero que vuelvas a hablar con Walker Lane sin consultarlo conmigo.

—Entendido —dijo Stride.

Los cuatro salieron disparados por la puerta y Stride la cerró detrás de él al marcharse. Cordy le lanzó una mirada asesina a Amanda, que le guiñó el ojo y le hizo una pequeña seña doblando el meñique. Él se marchó hecho una furia.

—Por cierto, ¿qué le has hecho? —preguntó Stride.

Amanda soltó una risita.

—Le he pellizcado el culo.