Rex Terrell llegaba treinta minutos tarde.
Eran las cinco en punto y Stride y Amanda estaban instalados en la esquina del Battista’s, bajo una pared llena de antiguas fotos de famosos que cubrían varias décadas. Ya habían echado al acordeonista que pretendía amenizarles con una serenata y habían rechazado el vino de la casa que venía con la cena. Pero finalmente decidieron aceptar dos platos de macarrones con salsa de carne a cuenta de la casa.
Terrell había elegido el lugar, que estaba en una calle lateral detrás del Barbary Coast.
—El auténtico Las Vegas —dijo—. Monumento histórico.
Stride había obtenido el número de Terrell del contestador de MJ, y por fin le había localizado a media tarde. Resultaba que Rex Terrell trabajaba por su cuenta escribiendo artículos de cotilleos para revistas de entretenimiento, incluida LV. Stride quería saber lo que Terrell le había explicado a MJ Lane sobre su padre y el Sheherezade.
Esperaban con impaciencia. Amanda pinchó un poco de pasta con su tenedor.
—¿Y cómo es Minnesota? —preguntó.
Stride sonrió.
—¿Estás pensando en mudarte?
—¿Quién sabe? Ya me imagino cómo suena, pero no me importaría vivir en un lugar algo menos extraño. Bobby y yo hemos hablado de irnos de aquí —y añadió—: También sería agradable estar en algún sitio donde no todo el mundo estuviera enterado, ¿me entiendes? Me refiero a mi secretillo.
Stride asintió.
—Minnesota es frío.
—¿Frío? ¿Y eso es nuevo? Te diré algo, Stride: ¿sabes aquella cosa blanca que está ahí colgada durante seis meses? Se llama nieve.
—No me refiero a eso —contestó Stride—. A mí no me preocupa el tiempo: yo vivía justo a la orilla del lago Superior. Desde mi porche veía entrar y salir a los grandes cargueros.
—¿Y por qué te marchaste? —preguntó Amanda.
Dudó, preguntándose hasta dónde quería explicar, hasta que se dio cuenta de que seguía siendo el de siempre: un nativo de Minnesota, cerrado al mundo exterior.
—Empecé a notar que era un lugar frío. Cuesta conocer a la gente de allí. No te dejan entrar en ellos. No encontrarás gente más agradable, pero puedes vivir décadas a su lado y no llegar a conocer lo que de verdad cuenta: el interior. Nunca se abren.
—Parece que estés hablando de Serena —dijo Amanda.
Stride sacudió la cabeza.
—No me malinterpretes: también yo soy así. Y Serena, es cierto. Pero nosotros hemos sido capaces de llegar el uno al otro de una forma en que nadie más lo había hecho. Y descubrí que me gustaba. Para mí era algo por lo que valía la pena mudarse.
—Pero echas de menos Minnesota —dijo Amanda.
—Claro que sí.
—¿Y Las Vegas? Si a mí me resulta extraño, no me imagino lo que te parecerá a ti.
Stride dejó vagar la mirada por el restaurante. Amanda tenía razón: aquello era Las Vegas en todo su esplendor hortera y malévolo. Pensó en Walker diciendo que era una ciudad inmoral y en trabajadores como Gerard Plante, del Oasis, manipulando tranquilamente a sus clientes. Pero estaban también las montañas y las aguas azules del lago Mead. Y Serena. Y algo irresistible y terrible en todo ello.
Levantó la vista y, por fortuna, no tuvo que responder.
Rex Terrell les estaba saludando mientras cruzaba el restaurante, con el otro brazo alrededor de la espalda del maître. Llevaba una camisa verde lima por fuera de unos pantalones caros de seda negra. Cabello rubio engominado que salía disparado en púas irregulares y gafas de sol negras y estrechas. Unos treinta años, peso medio, y musculoso. Traía un vaso en forma de globo con una bebida cobriza que se derramaba por el borde a medida que él se aproximaba.
—Rex Terrell —dijo, extendiendo la mano—. ¿Sois los detectives…? Vaya movida. Un auténtico caso de asesinato. Como CSI.
Stride le estrechó la mano, que estaba húmeda, y se presentó. Amanda hizo lo mismo.
—¿Amanda Gillen? —Rex se quitó las gafas y se acercó a su cara—. Dios mío, te conozco. Qué titulares tan deliciosos. «Metro Sexual: policía travestí dice que su “arma” no es gran cosa». —Soltó una risita, derramando más bebida—. ¿Te acuerdas de ése?
—Que te jodan —respondió Amanda.
Terrell se sentó y cogió un tenedor, con el que robó un bocado de pasta del plato de Amanda.
—¡Oh, no, no, a mí me encantaba! ¿Y tu pleito? Estuve contigo todo el tiempo. Te aclamé cuando ganaste. ¡Y mírate, eres lo más! El transexual es definitivamente el nuevo gay.
Stride se percató de la gélida mirada de Amanda; estaba sosteniendo su vaso de agua con tanta fuerza que creyó que lo iba a hacer añicos con la mano.
—Estás jugando con fuego, Rex —le dijo Stride.
Terrell siguió parloteando.
—Oye, cielo, ¿qué me dices de un artículo en LV? Podríamos incluir un desplegable. No me refiero a chica con polla, nada por el estilo, aunque eso haría subir las ventas. Más bien algo de buen gusto, erótico, con clase, tal vez un relleno en el lugar adecuado. Estoy hablando de algo artístico.
Amanda agarró a Terrell por la mandíbula y se la apretó hasta que se calló. Luego le acercó la cara a la de ella.
—Céntrate, Rex, y escucha atentamente. No soy un monstruo de feria. No soy un número de circo. Soy Amanda. Puede que sea algo diferente a la mayor parte de la gente, pero lo único que quiero es llevar una vida normal. No quiero que nadie invada mi vida privada, así que déjame en paz o ahora mismo cojo un cuchillo de untar mantequilla y practico contigo la operación que decidí no hacerme yo. ¿Entendido?
Apartó a Terrell de un empujón y éste se frotó la mandíbula.
—Vaya, vaya. —Miró a Stride—. Es una bestia. Pero me gusta, me gusta de verdad.
—Tal vez ahora podamos ir al grano —dijo Stride.
—Oh, por supuesto. Aquí me huelo una historia. ¿MJ asesinado? Quiero el material.
Stride negó con la cabeza.
—Nada de historias, Rex. Esto es extraoficial, y la conversación va en un solo sentido. Tú nos dices lo que sabes sobre MJ.
—Empieza por explicarnos dónde estabas el sábado por la noche —añadió Amanda.
—¿Pensáis que yo lo maté? Qué excitante. Pero no. David y yo llegamos al Gipsy a las diez y estuvimos allí toda la noche. —Le guiñó un ojo a Amanda—. Puedes llamar a David y comprobarlo si quieres, pero que no lo haga tu compañero, porque David tiene debilidad por los tíos fuertes y silenciosos.
—MJ —insistió Stride.
—En fin, ¿qué puedo deciros?
—¿Cómo os conocisteis? —preguntó Stride.
—Me llamó después de que saliera el artículo. Muy disgustado. Pero quién le culparía, ¿no? Quiero decir, si fuese mi padre…
—¿Qué artículo? —quiso saber Amanda.
Terrell se llevó una mano al corazón.
—Lo mejor que he publicado en LV. Estaba seguro de que recibiría amenazas de muerte, pero ni una. Qué decepción. Sin embargo, dije nombres y nadie más lo hizo. Dos nombres importantes en especial: Walker Lane y Boni Fisso.
Stride se acordó: había un número de la revista LV en la mesita de noche de MJ, debajo del periódico con la historia sobre la demolición.
—¿Y de qué iba ese artículo? —preguntó Stride.
—Se llamaba «El feo secreto del Sheherezade». ¿Te vale de pista?
—MJ llamó a su padre asesino —dijo Stride—. ¿Es eso lo que decías en tu artículo?
—Así es. Un escándalo, ¿eh?
—Hemos hablado con Walker Lane. Dice que tú le metiste ciertas ideas en la cabeza a MJ.
—¿Hablasteis con Walker? ¿Y me mencionó a mí? Oh, eso es demasiado. Me preguntaba si le habría llegado algo. Walker Lane hablándole a la gente de Rex Terrell. Dios, David flipará con esto.
Stride y Amanda intercambiaron una mirada exasperada.
—Cuéntanos la historia —dijo Stride—. La versión abreviada, por favor.
Terrell asintió. Agitó su copa vacía hacia la camarera.
—El Sheherezade fue el primer gran local de Boni Fisso —dijo—. Eso sí que era Las Vegas de verdad. Como esto, el Battista’s. Auténtico. Es decir, si te fijas en los bares que hay ahora por aquí, la mayoría es un engaño. Tienen sus fotos de famosos, claro, pero sólo salen Tara Reid y Lindsay Lohan, y de hace diez años; la gente las ve y pregunta quiénes son. Sinatra era auténtico. Alan King. Rose Marie.
—Rex —le advirtió Stride entre dientes.
—Es decir, yo soy hijo de Las Vegas —continuó Terrell—. ¿Cuántos hay así? Nacido y criado. Soy auténtico. Hoy en día todo el mundo es de California.
Amanda cogió un cuchillo de postres y empezó a dar golpes con él contra la palma de su mano. Terrell se puso pálido.
—Muy bien, muy bien. Por vosotros, me ahorraré lo mejor. En 1967, el Sheherezade era el mejor local de la ciudad. Junto con el Sands. Parte del éxito de ese antro era el espectáculo, ¿sabéis? Tenían una bailarina increíble: Amira Luz. Una belleza española, cabello negro, todo un carácter. Una absoluta máquina sexual, y no miento. Hacía un número de desnudo que llenaba todos los asientos, hasta los topes todas las noches. En aquella época había un montón de tetas saltando por los escenarios, pero todas eran del montón, mortalmente aburridas. Amira hacía un baile de flamenco y se desnudaba como una puta de mil dólares. Brutal.
—¿Y? —preguntó Stride.
Terrell se inclinó hacia delante y murmuró:
—Pues que una calurosa noche de julio encontraron a Amira en el fondo de la piscina de la suite preferente, en la terraza del Sheherezade. Alguien le había roto el cráneo.
—¿Y piensas que fue Walker Lane?
—Sin duda. Entonces todo el mundo lo sabía, pero nadie estaba dispuesto a soltar prenda, no en esa época. —Terrell enlazó el dedo índice con el corazón—. Boni Fisso y Walker Lane estaban así de unidos. Walker era el mejor cliente de Boni. Iba al casino cada fin de semana y se alojaba en la misma suite preferente donde Amira fue asesinada. Era un juerguista, nunca tenía bastante de Las Vegas y le gustaba codearse con el crimen organizado.
—Eso no quiere decir nada —dijo Amanda.
Terrell adoptó una expresión de falsa sorpresa.
—Oh, vamos, no te hagas la inocente conmigo. Hablé con gente que vio a Walker en el casino ese fin de semana, aunque la versión oficial es que no estaba en la ciudad. No estaba en su suite. Venga ya. Walker era como un perro en celo. Quería engancharse en la pierna de Amira y luego ir subiendo hasta su coño. La gente me contó que estaba obsesionado por ella, pero a Amira no le interesaba y le dio calabazas. La cosa es que a Walker no le apetecía escuchar un «no» en boca de una bailarina española de striptease. Muerta y al agua.
—Al parecer, no es eso lo que pensó la policía —dijo Stride—. Nunca arrestaron a Walker.
Terrell suspiró con dramatismo.
—¿La policía? Eso fue en 1967, detective. ¿Crees que Boni no era capaz de ahuyentar a la policía? Bah. El detective encargado del caso era Nick Humphrey, y Boni tenía a Nicky en el bolsillo. Todo el mundo lo sabía. Así que Boni hizo desaparecer a Walker de la ciudad. El tío se fue a estilo de Roman Polanski y dejó el maldito país[16]. Y Nicky miró hacia otro lado. ¿Un asesino en una suite preferente? Por el amor de Dios… ¿Cuántas posibilidades había? En cambio, la policía concluyó que había sido obra de algún fan que se había colado en el jardín desde el área de mantenimiento del tejado y la mató.
—¿Qué estaba haciendo Amira en la suite? —preguntó Amanda.
—El caso es que había seducido a uno de los recepcionistas para que le dejara una llave, y le gustaba subir ahí a nadar desnuda después del espectáculo, cuando la suite no estaba ocupada. De nuevo, la versión oficial. Es decir, como si lo fuera.
Stride sacudió la cabeza.
—¿Pusiste todo eso en tu artículo? Prepárate para un pleito, Rex.
—Oh, hicimos que un abogado leyera cada palabra —replicó Terrell, poniendo los ojos en blanco—. Añadimos un montón de «quizás» y «supuestamente» y otras palabras igual de escurridizas. Y en cualquier caso, ¿crees que Walker desea que esta historia se extienda a base de demandas? Yo creo que no. Walker quiere que todo esto desaparezca. Igual que Boni, para poder levantar su nuevo palacio del bacará y los ojos sesgados.
—¿Y qué hay de MJ? —preguntó Amanda—. ¿Cómo encaja en todo esto?
—Un momento, guapa, que me vibra el culo. Jodido móvil. Te juro que me llaman tan a menudo que podría llegar al orgasmo si me lo guardara en los calzoncillos. —Se sacó un teléfono fino como un pan de hostia del bolsillo de atrás y miró quién llamaba—. Oh, ella otra vez. No importa, es una agente de prensa. Una rubita que nunca tiene una verdadera historia que vender. Seguro que se folla a sus clientes.
—Rex, se nos está acabando el tiempo —dijo Stride.
—Tranqui, detective. Como he dicho, MJ me llamó en cuanto leyó el artículo. Me preguntó por mis fuentes y no se las di, claro; sólo le sugerí que consultara los archivos de la biblioteca. En aquella época casi todo quedó desterrado a las columnas de cotilleos, siempre que pudieras leer entre líneas. Nada más que chismes. Me preguntó si yo pensaba que su padre había matado a la chica, y sinceramente le dije que sí. Fin de la conversación.
—Pero le llamaste y dejaste un mensaje el día que murió —dijo Stride.
—Claro que sí. En mi trabajo, yo te doy un poco a ti y tú me das un poco a mí. Lo que me recuerda que a vosotros os estoy dando mucho, chicos, así que no os olvidéis de vuestros amigos. Pensé que MJ me proporcionaría algún trapo sucio de Karyn Westermark, pero en fin, alguien se lo cargó antes.
—¿Y tienes alguna idea de quién quería verle muerto? —preguntó Amanda.
—¿Aparte de Walker y Boni? —sonrió Terrell—. No, MJ parecía un famoso bastante decente. Más bien soso, si me lo preguntáis. Aunque la meneaba mucho por ahí, así que a lo mejor tendríais que buscar a algún marido celoso.
—¿Como quién? —preguntó Stride.
—Bueno, todo lo que tengo son chismes. Rumores.
—Cuéntanoslos —dijo Amanda.
Terrell miró las demás mesas a su alrededor.
—Sé que la mujer de Moose Dargon, la pequeña camarera de veintitantos, se pasea con muchos famosos por el Oasis buscando rollo. Oí que había quedado muy impresionada con la actuación de MJ en la cinta de su sesión de sexo con Karyn. Es cierto que a Moose ya no se le levanta la salchicha, ni siquiera con Viagra. Y todos sabemos el temperamento que gasta Moose. En sus buenos tiempos, visitó todas las celdas del lugar por dar de puñetazos a la gente.
—Su mujer se llama Tierney, ¿no? —preguntó Stride.
Recordó que Karyn Westermark ya la había mencionado como una de las amantes de MJ.
—Tierney —gruñó Terrell—. Bah, ¿qué ha pasado con los nombres corrientes? ¿Oísteis que a un actor de Hollywood le pareció lo máximo llamar Tinkle[17] a su hija?
—¿Qué aspecto tiene Tierney?
—Morena, con el pelo un poco de plumero. Salió en Playboy el año pasado. Pechos como las pirámides de Egipto. ¿Sabes a qué clase me refiero?
Stride lo sabía. Comprendió que eran Tierney y sus pechos cónicos los que salían en el vídeo del apartamento de MJ. Se preguntó qué haría alguien como Moose Dargon sí viera a su mujer fornicando ante la cámara y si eso bastaría para decidir contratar a un asesino profesional.
—¿Qué más puedes decirnos sobre Moose? —preguntó.
—Sigue siendo la hostia y media, incluso con un pie en la tumba —dijo Terrell—. Básicamente está retirado, pero sigue haciendo cosas de beneficencia, recaudando fondos para el gobierno, cosas así… Sus chistes son guarros, guarros, guarros; te mueres de risa.
—¿Aún tiene tanto temperamento?
A Terrell se le iluminó el rostro; se inclinó hacia delante y susurró.
—Oooh, ¿como para liquidar a MJ por metérsela a la pequeña Tierney? Es una idea deliciosa. Bueno, y también sería muy irónico, ¿sabes?
—¿Por qué? —preguntó Stride.
—Porque Moose era un habitual del Sheherezade en los sesenta. ¿Y a quién se follaba por aquel entonces? Nada menos que a Amira Luz.