Stride estaba esperando en el despacho del teniente Sawhill, mientras removía el café de su taza y miraba hacia abajo por la ventana del tercer piso a un gato negro que cruzaba la calle sigilosamente y desaparecía en un patio trasero lleno de basura. Poco después, un policía pasó a toda velocidad montado en una bicicleta de montaña que parecía demasiado pequeña para él. Las nalgas se le salían del sillín y llevaba las rodillas casi pegadas al mentón. Gato y agente, patrullando los dos en busca de ratas.
El departamento de homicidios se hallaba fuera del Downtown Command, el edificio insignia de la Metro, moderno y de color beis, cuya entrada estaba flanqueada por palmeras. Los padres de la ciudad lo habían ubicado en uno de los barrios más feos, a pocas manzanas de los casinos del centro, como si la presencia del cuartel policial pudiera reducir mediante osmosis el índice de criminalidad de los alrededores. No era el caso.
Stride comprobó su reloj y vio que era casi mediodía. Le rugía el estómago. No estaba seguro de qué era lo que más deseaba, si comer o dormir.
A su espalda, la puerta del despacho se abrió y se cerró. Stride saludó con la cabeza a Lester Sawhill, que frunció el ceño y señaló con el dedo la silla que había frente a su escritorio. Sonó el teléfono y Sawhill lo cogió. El teniente se instaló en su sillón de cuero, tan grande en comparación con la constitución menuda de su ocupante que le daba el aspecto de un niño de visita en el despacho de su padre. Stride también tomó asiento y esperó.
—Buenos días, gobernador —saludó Sawhill, al parecer nada impresionado, como si hablara cada día con aquel hombre.
Serena decía que no recordaba haber estado nunca en el despacho de Sawhill sin que éste hablara por teléfono con algún político. Le gustaba tener público. Así le recordaba a todo el mundo qué lugar ocupaba él en la jerarquía. En Minnesota, Stride estaba bajo las órdenes del inspector jefe, un hombre que parecía un duende y se llamaba Kyle Kinnick —alias K2—, con orejas de elefante y una voz aflautada que sonaba como un clarinete tocado por un crío de seis años. Sawhill no era mucho más alto que K2, pero era un ejemplar más perfilado. Parecía que fuera a cortarse el pelo cada cinco días, pues el nítido corte de su escaso cabello castaño nunca se modificaba en absoluto. Tenía la cara estrecha como una «V» mayúscula, mejillas picadas de viruela y unas medias gafas que llevaba colgando de una cadena cuando no descansaban sobre el pequeño bulto redondeado que remataba su nariz.
Sawhill vestía un modesto traje gris, viejo pero bien cuidado. Era su uniforme. Lo mismo daba si era un día de julio y había un sol abrasador, por lo que decía Serena. Sawhill nunca llegaba hasta el punto de desabrocharse el botón del cuello de la camisa y aflojarse el nudo de la corbata. Nunca levantaba la voz, que carecía de tono pero estaba completamente controlada. No parecía experimentar ninguna emoción, al menos ninguna que consiguiera aflorar a su rostro o que encendiera la chispa de sus ojos castaños.
—Es un gesto muy considerado, gobernador —dijo Sawhill por teléfono.
Tenía una bola antiestrés de color rosa en el escritorio y la estrujaba rítmicamente, tensando sus finos dedos. De vez en cuando se estudiaba una uña, como si tal vez necesitara limársela.
Era como si Stride fuese transparente, mientras escuchaba aquella conversación a una sola voz.
Le había costado años confiar en K2, porque en lo más hondo de sí mismo Stride siempre había creído que escalar puestos en la burocracia policial implicaba ser un político astuto y renunciar a los atributos de un buen agente. Pero K2 era distinto. Para él los policías eran lo primero, y Stride lo respetaba por su lealtad.
Tal vez algún día Sawhill lo convenciera de que también él estaba en el bando de los buenos. Aunque no lo creía. Con eso no quería decir que Sawhill fuese una mala persona. No lo era: Stride sabía que tenía un profundo sentido de la moralidad. Era mormón, como tantos otros oficiales mayores de Sin City. Ni cafeína, ni tabaco, ni alcohol. Y muchos hijos, al menos siete, supuso Stride al contar las fotografías que veía diseminadas por las estanterías, detrás del escritorio de Sawhill. Pero Sawhill ponía a Dios y Las Vegas por delante de sus agentes.
Stride no entendía cómo podían sobrevivir aquí Sawhill y los demás mormones. Podían trabajar en los casinos, pero no apostar. Eran religiosos en una ciudad sin dios. Le parecía extraño y algo hipócrita, como si el camarero de un bar pensara que beber es malo pero no le importara ver que otros se remojaban la garganta con veneno.
Sawhill colgó el teléfono.
—Era el gobernador Durand —explicó, por si Stride no lo había pillado—. Eso debería darte una idea de la importancia que se le da a este homicidio.
—Soy consciente de ello —replicó Stride.
—Es un caso muy público, detective —añadió Sawhill—. Han asesinado a un famoso. El departamento de comunicaciones ya está sorteando las pesquisas de la prensa de todo el mundo.
Stride no sabía muy bien qué quería decir Sawhill con eso. Si el teniente hubiera sabido que aquel caso resultaría ser tan destacado, nunca habría recurrido a sus ovejas negras: el detective novato de Minnesota y su compañera transexual. Ni en un millón de años. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, a no ser que Stride le diera un motivo metiendo la pata.
—Lo que me recuerda… —continuó Sawhill—. Desvía cualquier pregunta de los medios a la oficina de relaciones públicas. ¿De acuerdo? Tienes un caso que resolver; así que no quiero que malgastes tu tiempo con los periodistas. Y eso también va por Amanda.
Por Amanda sobre todo, pensó Stride. Sawhill no quería que ninguno de los dos representara a la ciudad o, aún peor, acaparase la atención.
—¿Cómo va la investigación? Necesito decirle algo al alcalde.
—Tenemos al autor en un vídeo —dijo Stride—. Nos dejó su huella dactilar. Deliberadamente. Es un gesto muy temerario. No es propio de un asesino a sueldo que sólo está haciendo un trabajo.
Sawhill entornó los ojos.
—¿Estaban sus huellas en el banco de datos?
—No. Tampoco pudimos obtener una buena imagen de su cara: sabía dónde estaban las cámaras. En resumen, actuó con mucha sangre fría.
—Pero ¿estás seguro de que andaba detrás de Lane? ¿No fue un horrible asesinato al azar?
—No fue el típico golpe pero ¿al azar? No. Iba detrás de MJ. Lo siguió y lo mató.
—¿Tienes alguna idea acerca del móvil? —preguntó Sawhill, impaciente.
—Drogas, juego, mujeres… Elija uno y ya tiene un móvil. Pero de momento nada hace pensar que lo mataran por alguno de ellos.
—¿Y cómo piensas resolver el caso?
Ahora se mostraba inquisidor, rastreando alguna debilidad, esperando que Stride le proporcionara una excusa para apartarle del caso.
—Estamos haciendo un esquema con lo que tenemos, que no es mucho. El Oasis está revisando todas sus filmaciones de la entrada del último mes, para ver si ese hombre estuvo allí explorando el terreno y fue un poco menos cuidadoso a la hora de ocultarse el rostro. Estamos reconstruyendo el recorrido de MJ de aquel día y utilizando el esquema para comprobar si alguien vio al asesino cuando éste le seguía los pasos. Amanda y yo estamos hablando con cualquiera que conociera a MJ o le hubiera visto recientemente, para ver si encontramos la pista de alguien a quien hubiera podido cabrear. Y quiero hablar con el padre de MJ: algo pasaba entre ellos. A lo mejor no es nada, pero de momento es el único indicio de que algo iba mal en la vida del juerguista de MJ.
Sawhill negó con la cabeza.
—Tal vez sea mejor que yo mismo hable con Walker Lane.
—¿Y eso por qué? —preguntó Stride, esforzándose para que su voz no delatara su irritación.
—Walker Lane es un hombre rico e influyente —dijo Sawhill. Su tono era el de un maestro aleccionando a un alumno poco despierto—. El propio gobernador se ha encargado de darle la noticia. Supongo que no estarás sugiriendo que el señor Lane es sospechoso…
—No tengo ningún motivo para pensar eso —dijo Stride—. Pero Walker y MJ estaban reñidos. Creemos que hablaron una hora antes del asesinato. Es posible que MJ estuviera involucrado en algo que condujo a su muerte, y Walker tal vez sepa qué es.
Sawhill tamborileó con los dedos encima del escritorio. Asintió, no muy contento.
—Muy bien, de acuerdo. Tú haces la entrevista. Pero mañana, no hoy. —Stride empezó a protestar, pero Sawhill se lo impidió con un gesto—. Concedámosle al señor Lane un intervalo decente para el duelo. Tienes muchas otras pistas que investigar. Y sé considerado, detective; se trata de un hombre poderoso que acaba de perder a su hijo.
—Entendido —dijo Stride.
—¿Cómo os lleváis Amanda y tú? —preguntó Sawhill.
Su rostro estaba impertérrito, pero Stride se preguntó si ocultaba una sonrisa.
—Ningún problema. Es lista. Me cae bien.
—Oh, estupendo.
Pareció decepcionado.
Stride apenas había vuelto del despacho de Sawhill cuando Amanda asomó la cabeza por la pared de su cubículo.
—Tenemos compañía —le dijo alegremente y con la mirada chispeante—. Karyn Westermark en carne y hueso. Sobre todo carne.
Stride siguió a Amanda a la sala de juntas del tercer piso, cuyos amplios ventanales daban a la conejera de cubículos que conformaban la brigada de detectives.
—¿Por qué la han llevado a la pecera? —preguntó Stride.
Amanda se limitó a sonreír, y Stride lo entendió al llegar ante la ventana y ver que Karyn llevaba una camisa blanca desabrochada y con los faldones atados en un nudo flojo debajo de los pechos, que corrían un serio peligro de salírsele cada vez que se inclinaba hacia delante. Stride también se dio cuenta de que la mayoría de los detectives había encontrado algún motivo para recorrer el largo camino hasta la cocina en busca de un refresco, una ruta que pasaba por delante de los ventanales de la sala de juntas.
Entró y le pidió a Amanda que cerrara los estores.
—Claro, así soy yo la mala —masculló Amanda entre dientes.
Karyn se puso en pie y se inclinó sobre el escritorio para darle la mano, ofreciendo otra generosa visión de su escote. Stride no se atrevió a dejar que su mirada descendiera hacia el sur, y vio cierta expresión divertida en el rostro de Karyn, como si disfrutara al verle esforzarse.
—Soy Karyn —dijo, pronunciando su nombre como si se escribiera «Corinne».
Stride no estaba familiarizado con su trabajo como actriz, pero Amanda ya le había preparado. La revista Us, le volvió a advertir su compañera. Karyn era una prometedora estrella de culebrones, que intentaba dar el salto a la liga de los grandes. Era una belleza despampanante de Los Ángeles, con un pelo rubio y liso que le llegaba más abajo de los hombros y brillaba como un campo de trigo en verano. Tenía un perfecto rostro alargado y unos serenos ojos azules, que reflejaban la inteligencia aguda de alguien que conocía a la perfección el poder que detentaba simplemente por su aspecto. A través de la mesa de cristal, Stride vio una falda roja que le llegaba a medio muslo, y luego la larga y sedosa extensión de sus piernas desnudas.
—Gracias por venir a hablar con nosotros, señorita Westermark —dijo Stride—. ¿Puedo ofrecerle una taza de café?
—Uno con leche y sin espuma estaría muy bien —contestó Karyn.
—Me temo que tenemos café solo, y hay un polvo blanco con cucharillas de plástico —replicó Stride, y añadió—: El polvo va dentro del café.
Karyn le sonrió, pero sus ojos eran gélidos y no había en ellos el menor agradecimiento.
—No tomaré café.
—Siento mucho lo de MJ. Parece ser que usted y él estaban muy unidos.
—Yo no diría tanto —respondió Karyn.
—¿No? Hemos oído que pasaban mucho tiempo juntos. Incluida la pasada noche en el Oasis.
—Quedábamos para follar —dijo ella encogiéndose de hombros—. Nos veíamos cuando los dos estábamos en Las Vegas. Fiesta, juego, sexo. Eso es todo.
—¿Le sorprendió oír que lo habían asesinado, justo después de que usted le dejara?
—Claro.
A Stride no le pareció que fuera a echarse a llorar.
—¿Tiene alguna idea de quién mató a MJ, o por qué?
Karyn negó con la cabeza.
—Para nada.
—Cuando quedaban los dos, solían ir al Oasis.
—Casi siempre. Pero también íbamos a otros sitios. Al Hard Rock, al Mandalay… Si había una pelea o un concierto, allí estábamos.
—¿Cuánto hace que le conocía? —preguntó Stride.
—Un par de años. Le conocí en una fiesta en el Oasis. Ya sabe, era joven, mono y le soltaba dinero a todo el mundo. ¿A quién no le gustaría? Aquella primera noche iba en limusina y fuimos a dar un paseo, y creo que así es como empezó todo.
—¿Se acostó con él? —preguntó Stride.
Karyn se inclinó hacia delante. Sus senos rozaron el cristal. A través de su sonrisa, Stride vio un destello de su lengua de color cereza.
—Aposté con él en la fiesta que podía hacer que se corriera usando solamente mi pezón derecho.
«No preguntes, no preguntes, no preguntes», se dijo Stride a sí mismo.
—¿Y quién ganó? —preguntó.
«Mierda».
Los ojos de Karyn bailaban, y él vio briznas de oro en un océano azul.
—Esa noche bebimos una botella de Krug en el Spago. Pagó MJ.
Stride se aclaró la garganta y procuró ceñirse a lo suyo.
—¿Era una relación seria?
—¿Como un matrimonio? Ni hablar. Yo no quería firmar un acuerdo prenupcial de ochenta páginas.
—¿Veía MJ a otras mujeres?
—Estoy segura de ello.
—¿Como quién? —quiso saber Stride.
—La verdad es que no le seguía la pista, detective. La única de la que estaba enterada era Tierney Dargon.
Stride apuntó el nombre.
—¿Qué puede decirme de ella?
—A Tierney le gusta hacer como si fuera una de las nuestras, pero no era más que una camarera de cócteles que tuvo suerte y se casó con un humorista rico y viejo.
—¿Humorista? ¿Se refiere a Moose Dargon? —preguntó Stride.
—El mismo.
Stride había oído a Moose Dargon, un humorista de la época del Rat Pack[12] que tenía fama de chico malo cuando era joven. Le había visto un par de veces en la tele y casi no recordaba nada de él, excepto que el tío tenía un asombroso par de cejas que se movían en su cara como orugas gigantes. Ni siquiera se le había ocurrido que Moose siguiera vivo.
—¿Qué aspecto tiene Tierney? —preguntó, pensando en la morenita del vídeo que habían visto en el apartamento de MJ.
—Pelo castaño, como ondulado. Delgada. Mona.
La descripción encajaba con la chica del vídeo, y con la mitad de las mujeres de Las Vegas, pensó Stride.
—Moose debe de tener más de ochenta años —comentó—. ¿Cuántos tiene Tierney?
—Veinticinco, quizá. —Karyn se rió—. Estoy segura de que se casó por amor, detective.
—¿Estaba Tierney anoche por ahí?
—No la vi. Pero MJ dijo que Tierney siempre estaba pendiente de él. Tenía intención de quitársela de encima. Tiene un buen cuerpo, pero al fin y al cabo sigue siendo una camarera.
—¿Sabía Moose Dargon que MJ tenía una aventura con su mujer?
—Eso tendría que preguntárselo a Moose —dijo Karyn.
—Si MJ veía a otras mujeres, ¿qué sacaba usted de la relación? —preguntó Stride.
—Era rico —replicó Karyn—. Me gusta vivir de esa forma. Además, siempre que estaba con él solían aparecer los paparazzi. No me encuentro en un punto de mi carrera en el que me pueda permitir que eso me fastidie. Les necesito.
—Pero anoche no había fotógrafos —señaló Stride.
—No llegué a la ciudad hasta esa misma tarde. Supongo que aún no nos habían olisqueado.
—¿Quién más sabía que ustedes dos iban a quedar?
Karyn se lo pensó.
—Mi ayudante; está en Los Ángeles. Y mis padres, en Boca Ratón.
—¿A quién se lo dijo aquí en la ciudad?
—Pues a la gente del Oasis cuando me registré. También utilicé un guardaespaldas para ir de compras por la tarde, pero le dije que no le necesitaría para la noche. E hice una reserva con nuestros nombres en el Olives.
—¿A quién cree que se lo habría dicho MJ?
—La verdad es que no lo sé, detective. No sabía gran cosa de las otras parcelas de su vida.
—¿Qué hay de la cinta de usted y MJ? —preguntó Stride—. La que acabó en internet. ¿Cómo ocurrió?
—¿Se refiere a por qué lo hice? —preguntó Karyn, lamiéndose los labios brillantes—. ¿O quiere que le firme una copia?
—Me refiero a cómo la robaron.
Stride creyó ver un asomo de sonrisa en el rostro de Karyn.
—No tengo ni idea —dijo ella—. Pero me alegro de que lo hicieran. Conseguí más titulares por que me la metiera por el culo en ese vídeo que si hubiera ganado un premio de la Academia.
—¿Qué le pareció a MJ que la cinta saliera a la luz? —preguntó.
—Le pareció guay. Nadie sabía quién era él antes de eso.
—Hablemos de las fiestas en los casinos. ¿Había drogas?
Karyn entornó los ojos.
—Empiezo a pensar que necesito un abogado.
Desde el umbral, Amanda interrumpió la conversación.
—Esto es Las Vegas, Karyn. Lo que pase aquí, aquí se queda, ¿recuerda? No estamos aquí para trincarla por nada. Sólo necesitamos información. Así que hable.
Karyn advirtió la presencia de Amanda por primera vez, y la miró larga y detenidamente. Asintió en señal de aprobación.
—Vale, está bien. Todo el mundo sabe que esnifábamos de vez en cuando.
—¿Quién la conseguía? —preguntó Stride—. ¿Tú o MJ?
—Yo no quiero saber de dónde sale, ¿vale? Si está ahí, haré de ella un uso recreativo igual que los demás. Pero yo no compro ni vendo.
—¿Y MJ?
—MJ nunca tuvo problemas para conseguir —explicó Karyn—. No sé de dónde la sacaba.
—¿Ninguna idea?
Karyn se encogió de hombros.
—Siempre hay parásitos. Gente marginal. A lo mejor es un chófer o un camarero. Cuando tienes la pasta que tenía MJ y llevas la clase de vida que llevaba él, no tienes que preocuparte por el tema. Esa gente te encuentra.
—¿Encontraron a MJ anoche?
—Yo no lo vi.
—¿Qué clase de vida llevaba MJ? —preguntó Amanda.
Hacía todo lo posible por parecer cínica y fría, pero Stride pensó que estaba algo impresionada por la presencia de Karyn.
—Era el alma de las fiestas —contestó Karyn, atravesando a Amanda con sus ojos azules—. Es divertido estar en el carril rápido, ¿sabe? Debería venir algún día con nosotros, detective.
—Creo que se sorprendería —respondió Amanda, riéndose.
—¿Por qué? ¿Porque es transexual? —preguntó Karyn, y sonrió mientras Amanda se quedaba boquiabierta—. Puede colar con mucha gente, detective, pero una mujer de verdad ve la diferencia. No es que para mí sea un problema. Muchas personas de nuestro círculo lo encontrarían excitante.
Stride la interrumpió.
—He aquí el problema que veo en todo esto, señorita Westermark: puede que MJ fuera el alma de las fiestas, pero alguien le siguió y le metió una bala en el cerebro. Así que alguien tenía alguna queja respecto a él.
—No sé quién —dijo Karyn, rompiendo el contacto visual con Amanda a regañadientes y volviéndose hacia Stride—. MJ era un chollo, siempre pagaba todas las cuentas. ¿Quién echaría a perder algo así?
—¿Nunca perdió los nervios?
—¿MJ? No. Era como un niño. Quería gustar a todo el mundo. Las únicas veces que le oí discutir con alguien fue con su padre. Siempre estaban igual.
—Su padre es un productor de cine de Canadá, ¿no? —preguntó Stride.
—Claro, y Tom Hanks es un actor —replicó Karyn con desdén—. En este negocio todo el mundo conoce a Walker Lane. Joder, admito que la primera vez que me acerqué a MJ fue para ver si le hablaba bien al viejo de mí. Pero enseguida comprendí que MJ no quería tener nada que ver con Walker, excepto por su dinero.
—¿Le explicó por qué?
—No, pero siempre había algo. Discutían por pasta, discutían por mamá, discutían porque MJ vivía en Las Vegas… Hace unas semanas yo estaba en el apartamento de MJ cuando Walker llamó. MJ se puso como loco. Cogió el teléfono y lo lanzó contra la pared. Nunca le había visto de ese modo.
—¿Sabe cuándo habló con su padre por última vez? —quiso saber Stride.
—Claro. Ayer por la noche.
—¿Y de qué hablaron?
Karyn se encogió de hombros. Jugueteaba con un pedazo de papel del escritorio; hizo una bola con él y lo frotó entre dos largas uñas.
—No lo sé, pero MJ estaba cabreado; y yo también. Nos tomamos un descanso del blackjack y subimos a enrollarnos a mi suite. Yo necesitaba un buen polvo, ¿sabe? Pero apenas habíamos empezado cuando sonó el móvil de MJ. Era Walker. Se chillaron el uno al otro durante unos minutos y luego MJ ya no estaba de humor. Así que me fui. Le dije que a ver cuándo crecía.
—¿Y después?
—Después, nada. Fui a un club y estuve allí casi hasta las cinco. He oído que MJ volvió a las mesas y siguió bebiendo. Y que luego salió a buscar una puta. Mala elección, ¿eh? Si se hubiera quedado conmigo, esto nunca habría pasado.
«O tú también estarías muerta», pensó Stride.
—Me gustaría mucho saber por qué discutían él y su padre —le dijo.
—Y como ya le he explicado, yo no lo sé. Debería preguntarle a Walker. Pero tengo algo para usted. Quiero decir que oí algo que MJ le dijo a su padre. Bastante irónico, viendo lo que le ha pasado.
—¿Qué dijo? —preguntó Stride.
Karyn dibujó una sonrisa felina.
—Llamó asesino a Walker.