Tony no había cambiado.
Maggie llevaba casi dos meses sin verlo, pero sus hábitos seguían siendo los mismos, pasara el tiempo que pasara. Siempre estaba en su sillón de cuero al llegar ella, con la cabeza inclinada sobre sus apuntes y la papada asomando como un pez globo bajo la barba. Siempre tenía su taza negra de café en una mano y un bolígrafo Cross de plata en la otra, que frotaba con nerviosismo entre los dedos. Sus ojos rumiaban como la mirada de un perro dormido, y las cejas recortadas eran la única parte de su cuerpo que movía alguna vez. Era tan predeciblemente insulso que carecía de personalidad propia. Era un observador. Una máscara.
Salvo cuando se trataba de Aerosmith.
Aquélla era la única clave que había encontrado de quién era Tony. Siempre estaba escuchando heavy metal al llegar ella, y solían pasarse los primeros minutos de su hora juntos hablando de música y grupos. A veces de Motley Crue, otras de Guns N’Roses y la mayoría de Aerosmith. Maggie sabía que era una forma de que ella se relajara lo bastante como para hablar de los monstruos que acechaban su mente. Hoy, Tony escuchaba su último gran sencillo, Jaded, y había algo en la letra que resultaba nostálgico, como si estuviera dando un raro paseo por el jardín de los recuerdos. Hablaba de la infancia pasada, de cosas que se habían perdido para no volver más.
Apagó la música cuando ella se sentó en el sofá, y el silencio se hizo audible. Era de noche, y la pared acristalada que daba a la espesura detrás de él era como un espejo oscuro. El despacho parecía el fin del mundo, como si allí donde acababa la moqueta pudieras saltar y ser succionado por la gravedad de un agujero negro.
Maggie se agitó para ponerse cómoda. Los pies le colgaban sobre el suelo, haciéndole sentirse como una adolescente. Tony no alzó la vista. Nunca lo hacía hasta que ella hablaba. Se quedaba ahí sentado, sorbiendo café, a veces agitando la taza como si se hubiera acumulado un poso en el fondo y lo sacara a la superficie para darle sabor.
—Cuánto tiempo —dijo Maggie.
Tony se llevó la taza negra a los labios y tomó un sorbo con calma.
—Sí.
Entonces se dignó mirarla, sosteniendo la taza delante de la cara como un bozal.
—¿Te has enterado de todo lo que ha pasado? —le preguntó ella.
Él asintió, y la luz del techo danzó sobre el liso y alto cuero cabelludo de su frente.
—¿Cómo está Serena?
—Se recuperará, pero necesitará ayuda.
—Desde luego.
No la presionaba ni le hacía preguntas. Cómo estás, qué es lo que sientes, qué te pasa por la cabeza… A veces se pasaban mucho rato sin decir nada de nada. Él se limitaba a escudriñarla desde detrás de la taza de café, y ella se sentía como una rata de laboratorio.
—Debería haber acudido a ti cuando me violaron —le confesó Maggie.
—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó Tony.
—Pensé qué, si no se lo decía a nadie, podría hacerlo desaparecer. Bloquearlo. Soy buena en eso.
—Pero no lo suficiente.
—No —admitió—. Nadie lo es.
—He oído que cogiste al violador.
—Sí.
—¿Eso ayuda? —le preguntó.
—Pensé que ayudaría, pero sinceramente, no es así. No del todo. No me malinterpretes; me alegro de que ese imbécil esté fuera de circulación, pero es como si después de que apagaras el fuego se te incendiara la casa.
—Entiendo. ¿Y qué piensas hacer al respecto?
—¿A qué te refieres?
—Bueno, no puedes cambiar lo ocurrido. Ya está hecho.
—Esperaba poder andar por ahí deprimida y compadecerme a mí misma por un tiempo —contestó Maggie—. Comer Doritos, ver culebrones…
Tony no sonrió.
—La verdad es que estoy pensando en adoptar a un niño —admitió.
Se preguntó por qué le estaba contando eso. Cuesta romper las viejas costumbres.
—Ajá.
—Ajá, ¿qué?
—Nada. Continúa.
—¿Crees que es demasiado pronto?
—¿Qué crees tú? —le preguntó Tony.
—Creo que estaría bien obtener alguna respuesta de vez en cuando con todo el dinero que pago.
—¿Cómo has llegado a esta decisión? —quiso saber él.
—No es una decisión. Es algo que me estoy planteando. Siento que eso es lo que le falta a mi vida, ser madre. Todo lo malo me empezó a suceder después de los abortos. Fue entonces cuando el mundo se me vino abajo.
—Y si te conviertes en madre, las estrellas volverán a su sitio.
—Algo parecido.
—Suena como si pidieras aprobación o censura.
—Eso hago.
—¿De mí? —preguntó Tony.
—No, de ti no —respondió ella, demasiado rápido—. Supongo que estoy buscando mi propia aprobación.
—¿Y?
—Aún no estoy lista para concederla.
—¿Y eso por qué?
—Todavía no he encontrado la salida.
Tony levantó las cejas.
—¿Qué quieres decir?
Maggie suspiró.
—¿Alguna vez has observado una araña en un mosquitero? Se mete por una rendija de la malla y luego se queda atrapada dentro, y da vueltas y más vueltas y más vueltas tratando de encontrar esa misma juntura para poder salir. Puede tirarse días así. La cuestión es si podrá encontrarla antes de morirse de hambre.
—¿Y cuál es tu rendija en la malla, Maggie?
—¿No es evidente? Eric fue asesinado.
Tony dejó de juguetear con el bolígrafo y se quedó inmóvil con la taza de café a medio camino de su cara. Sus miradas se encontraron.
—Por supuesto.
—Necesito averiguar quién lo hizo. Hasta entonces no podré seguir adelante.
—Creí que el asesino era ese violador, ese preso fugitivo.
Maggie negó con la cabeza.
—Tiene una coartada.
—Nadie seguirá pensando que lo hiciste tú.
—Un motón de gente. No pueden demostrarlo, pero eso siempre estará ahí. No puedes ser un policía sospechoso de asesinato.
El labio superior de Tony desapareció bajo su bigote.
—Ambos sabemos que los asesinatos no siempre se resuelven, y no es culpa de nadie. No puedes cargar con todos.
—No, pero ésta es mi montaña, Tony. O la subo o me quedo atascada para siempre. Si la supero, podré continuar con mi vida. Cualquier otra cosa sería despeñarse.
—Parece que pienses que puedo ayudarte.
—Tú fuiste la última persona que vio a Eric esa noche —le dijo Maggie.
—Ya te he dicho todo lo que sé.
—Sígueme la corriente —dijo Maggie—. Cuéntamelo otra vez.
Tony bebió de su taza de café y examinó el rostro de ella.
—Eric me dijo que te habían violado y creía saber quién había sido. Quería que le informara sobre cómo averiguar si tenía razón. Quería saber qué clase de preguntas tenía que hacer para determinar si alguien podía ser un delincuente sexual.
—Pero no te dio ningún nombre.
—No, no sé de quién sospechaba —respondió Tony.
—Eric no habló con Blue Dog —continuó Maggie—. Lo que significa que pensaba que me había atacado otra persona, y estaba equivocado. El problema es que sigo pensando que lo mató el tipo del que sospechaba. Una locura, ¿no?
Tony frunció el ceño.
—Si Eric se equivocaba, ¿qué motivo tendría nadie para matarlo?
—A lo mejor esa persona tenía algo que ocultar.
Las palabras flotaron como hojas muertas suspendidas en el aire sin tocar nunca el suelo.
—Hace mucho que nos conocemos, Tony —dijo Maggie con suavidad—. Desde el caso de Enger Park.
—Sí, es verdad.
Maggie recordó lo jóvenes que eran todos por entonces. Los tres —Stride, Tony y ella— pasaron horas juntos siguiendo pistas, buscando un patrón, construyéndose una imagen del asesino. Tony era quien trazaba el perfil: «Nos enfrentamos a un asesino en serie —les explicó—. Volverá a hacerlo. Seguramente es un hombre casado de cuarenta y tantos años. Tiene una hija adolescente y o bien abusa de ella o tiene fantasías al respecto. No creo que lo de cortar la cabeza y las manos sea para ocultar la identidad de la víctima. Tiene que ver con la ira y la culpabilidad del asesino. Necesita borrar a esa chica».
Ese perfil que tanto sentido tenía no los llevó a ninguna parte.
—El caso de Enger Park vuelve a estar de actualidad —añadió Maggie.
—Ya lo sé.
—¿Qué te dice tu instinto, Tony? ¿Podríamos estar buscando al mismo autor?
—¿Diez años después? Eso es mucho tiempo entre un crimen y otro.
—Pero esas cosas pasan. Es decir, a veces los asesinos en serie esperan mucho.
Tony se encogió de hombros.
—Sí, depende de si encuentran alguna otra forma de resolver su patología. Algo que les proporcione una sensación similar de poder o de escape.
—¿Cómo podría «resolver» su patología un violador y asesino? —quiso saber ella—. Siempre me lo he preguntado.
Tony se levantó y fue hasta el bar de caoba donde tenía la cafetera y se sirvió otra taza. Su barriga formaba un bulto bajo el jersey. Hizo una mueca al beber: el café estaba frío. Se quedó de pie frente a la pared acristalada, y Maggie sólo veía reflejos y la oscuridad encuadrada detrás de él.
—Hay muchas vías —explicó él—. Depende del individuo. El criminal necesita encontrar a una sustituta para su comportamiento depravado, algo que satisfaga su necesidad subyacente de poder y control. Mira a BTK[19], el asesino de Wichita, acabó como líder de su iglesia, y el estatus social que adquirió en ese papel parecía bastar para evitar que cometiera más asesinatos durante varios años.
—Suena demasiado fácil.
—No, no lo es en absoluto. No olvides que la mayoría de esos asesinos quieren controlar su violencia. Viven en una lucha constante y a muerte entre el bien y el mal. Algunos controlan sus impulsos durante toda su vida, pero otros fracasan. Los más afortunados encuentran el modo de enjaular a su bestia.
—¿Siendo por ejemplo una especie de voyeur sexual? —sugirió Maggie—. Ya sabes, estar involucrado de algún modo en casos de violación, trabajar con víctimas de esos casos, cosas así. ¿Podría funcionar?
Tony entornó los ojos.
—Tal vez.
—Entonces, supongo que ser policía funcionaría.
—Es posible.
—O trabajar con policías. Eso también serviría.
—Como ya he dicho, cualquier cosa es posible.
Maggie asintió.
—Te acuerdas de Nicole Castro, ¿verdad?
Tony se sentó detrás de su escritorio, en el otro extremo de la sala. Se reclinó en su silla Aeron.
—Sí.
—No sabía que la tratabas —continuó Maggie.
—Trabajo con muchos agentes, pero no puedo hablar de los pacientes.
—Claro, secreto profesional, ya lo sé.
Tony tomó un sorbo de café frío.
—Stride ha venido a verme esta noche —explicó Maggie—. Abel Teitscher ha estado por la tarde en las Gemelas hablando con Nicole sobre el caso de Enger Park.
—¿De veras?
—Resulta que Nicole creía estar acercándose a algo importante justo antes de que la arrestaran. Dice que tú fuiste de gran ayuda.
—¿Yo? No lo recuerdo.
—Dice que tú la orientaste en la dirección correcta. Le dijiste «ve por ahí[20]». ¿Lo pillas? Aerosmith. Qué gracioso, ¿no?
—Me he perdido.
—Bueno, tú la ayudaste a enterarse de muchas cosas sobre páginas web y chats de fans de Aerosmith, y no sé si sabes que creía haber averiguado quién era la chica de Enger Park. Piensa que es una chica a la que un tipo recogió en un concierto de Aerosmith en Kansas City en 1997. Eso ocurrió un par de días antes de que encontraran su cadáver en el parque. Así que Nicole supone que el asesino también estuvo en el concierto.
—Parece un pajar muy grande como para ponerse a buscar una aguja —dijo Tony.
Maggie puso los ojos en blanco.
—Sí, ni que lo digas. Nicole pecaba de optimista. Esos conciertos son como zoológicos, decenas de miles de personas acuden a ellos. Pero no hace falta que te lo cuente a ti.
—No.
Maggie se giró y entornó los ojos alzando la mirada hacia los diplomas colgados en la pared detrás de ella.
—Estoy fatal, necesito gafas. Dime una cosa: ¿me equivoco o fuiste a la Universidad de Minnesota? ¿Estuviste allí a principios de los noventa?
—Sí. Allí me licencié e hice también el posgrado.
—Seguramente debíamos de rondar por ahí hacia la misma época, aunque nunca nos cruzamos.
—La universidad es como una ciudad —comentó Tony.
—Desde luego. Hay miles de estudiantes y nunca conoces a más de un puñado. Nunca te enteras de sus vidas. Como Helen Danning; fue a la universidad en la misma época que nosotros, pero lo dejó y nunca volvió a estudiar. Qué pena.
—¿Quién es Helen Danning? —preguntó Tony sin entonación alguna.
—La segunda chica de Enger Park —le explicó Maggie—. La mujer que encontramos ayer.
Tony se atusó la barba y cerró brevemente los ojos. Cuando los volvió a abrir, Maggie lo estaba observando sin pestañear. Tenía los ojos brillantes y fríos. Le estaba hablando en silencio. Diciéndole la verdad. Desafiándolo. Era como si estuvieran conectados por una cadena invisible, un cordel de cera atado al fondo de dos vasos de papel, y ella le susurraba al oído.
—No he oído que hayáis identificado el cadáver —dijo Tony.
—No, aún no se lo han comunicado a la prensa, pero es ella. El asesino cometió un gran error, pasó por alto el tatuaje que ella llevaba en el tobillo.
—Ah, ¿sí?
—Las siglas LDHM. Helen tenía un blog: «La dama que hay en mí». A través de ese blog fue como Eric le siguió la pista hasta el Ordway de Saint Paul.
—¿Eric?
—Así es. Eric fue a ver a Helen Danning justo antes de morir asesinado. Ella desapareció al día siguiente. Como ves, aún estamos encajando piezas, pero pensamos que Eric la encontró por una historia que Helen escribió en la web sobre la violación que sufrió cuando estudiaba en la universidad.
Tony se encogió de hombros.
—¿Por qué iba Eric a querer hablar con ella de eso?
—Sí, ahí está la verdadera cuestión, ¿verdad? ¿Qué pudo hacer pensar a Eric que la violación de una universitaria llamada Helen Danning podía tener algo que ver con la mía quince años después?
—Creo que vas a decírmelo.
Maggie buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó una hoja de papel.
—Ésta es la parte del blog que a Stride y a mí nos parece interesante —dijo—. Lo escribió Helen: «¡Lo que más me repatea es que el cabrón que me hizo eso ahora se dedica a aconsejar a víctimas de violaciones! ¡Es psiquiatra en Duluth!».
Tony contemplaba la lustrosa superficie de su escritorio como si se tratara de un espejo.
—Así que corrígeme si me equivoco, Tony —continuó Maggie—. Eric estaba intentando averiguar quién nos había atacado a Tanjy y a mí y se topó con esa página web para víctimas de violaciones. Vio lo que Helen había escrito y las alarmas empezaron a sonar en su cabeza, porque sabía que Tanjy y yo teníamos una cosa en común, nuestro loquero. Así que Eric fue a ver a Helen Danning para confirmar a quién se refería exactamente, quién era ese psiquiatra de Duluth que la había violado cuando era estudiante. Pero él ya sabía qué le iba a contestar, le respondió que eras tú, Tony. Por eso Eric vino a verte la noche que lo asesinaron. No vino a informarse de cómo alguien normal y corriente puede ser un violador. No te dijo que iba a ver a otra persona después de dejarte. Vino a acusarte de violarnos a Tanjy y a mí. Tony levantó la cabeza de su mesa.
—El problema de esta historia es que no os violé ni a ella ni a ti, Maggie. Aunque Eric sospechara algo tan ridículo, ¿a mí qué más me daba? Era inocente.
—Claro, puede que seas inocente de violarnos a Tanjy y a mí. Pero ¿y tu ADN?
—¿De qué estás hablando?
—Hablo de la chica de Enger Park, Teena. La chica a la que conociste en el concierto de Aerosmith en Kansas City. La chica a la que violaste, mataste y mutilaste. Dejaste semen en su interior, Tony. No pensaste en eso entonces, ¿verdad? Pero si ahora comprobáramos tu ADN, nos conduciría de vuelta al caso de Enger Park. Por eso mataste a Eric, para asegurarte de que eso no ocurriera.
—Por favor, Maggie, no soy un pardillo —contestó Tony—. Conozco los procedimientos que aplica un tribunal para aceptar la solicitud de tomar una muestra de ADN. Rumores e insinuaciones como ésos no constituyen una causa probable.
Maggie señaló con el dedo a modo de pistola a la mano derecha de Tony, con la que sostenía la taza de café.
—Pero eso a Eric no le importaba. Él cogió una muestra para sí mismo. ¿Sabes? Me había olvidado por completo de la taza de café. Cuando volví a casa la noche en que mataron a Eric, estaba borracha. Eric me escribió una nota y la dejó en la encimera debajo de una taza de café negra. No le dediqué ni dos minutos de atención. Lo malo es que desapareció, y yo no me di cuenta. Ni siquiera he hecho encajar las piezas hasta que te he visto a ti sosteniendo esa taza. La misma de siempre. Como si me desafiaras a comprenderlo. Eric te la robó esa noche, ¿verdad? Iba a pedirme que comprobara tu ADN. Así que tenías que recuperarla.
Tony rompió a reír. Aquella risa sonaba rara brotando de un hombre que nunca sonreía. Se quedó mirando la taza, negó con la cabeza como si fuera la cosa más graciosa del mundo y luego la lanzó a través de la habitación. La taza dio vueltas en el aire y el café se derramó y ensució la moqueta, dejando un reguero de manchas oscuras. Al impactar contra el suelo, rebotó y rodó hasta detenerse junto a la pared.
Tony abrió el cajón del medio de su escritorio.
—No lo hagas —dijo Maggie, que sabía qué estaba buscando.
Tony sacó una Glock negra y la sostuvo en la mano.
—Echa un vistazo a la cámara —dijo.
Él lanzó una mirada hacia el monitor que ofrecía una vista de su sala de estar. Allí estaba Stride, pistola en mano, devolviendo la mirada a la cámara como si supiera que Tony le estuviera observando y decidiendo si escapar o no.
—Y a la puerta —añadió Maggie.
Tony se dio la vuelta y escudriñó la puerta de vidrio que conducía del despacho al campo de abedules, y vio a Abel Teitscher, alto y despeinado, contemplando a Tony con su rostro mal afeitado. También él iba armado.
—Hay más —continuó Maggie—. Estamos rodeados. No vas a ir a ninguna parte, Tony. Así que deja esa pistola y vámonos.
Tony sostuvo la Glock como si la sopesara y comprobara su solidez al tacto.
—¿Sabes? Pensaba matarte a ti también, Maggie. Esa noche. Pero no lo hice.
—Preferiste utilizar mi arma para matar a mi marido y culparme a mí —le acusó ella.
—No pretendas que fue una gran pérdida… Tú no le querías.
—Vete a la mierda. Eso no tiene nada que ver.
—Una vez hube matado a Eric, no podía arriesgarme a volver a subir las escaleras —explicó Tony—. Echar a tu marido de tu cama te salvó la vida. Qué ironía.
—¿Y Nicole Castro? —preguntó Maggie—. También le tendiste una trampa a ella, ¿verdad?
Tony deslizó su dedo alrededor del gatillo de la Glock.
—Sí, en una de nuestras sesiones juntos me habló de seguirle la pista a la chica del concierto de Kansas City. Me quedé aturdido. Sabía que si escarbaba lo bastante, me encontraría.
—¿Y por qué no limitarte a matarla?
—Si mataba a Nicole la gente se preguntaría el porqué, pero si acababa en la cárcel por asesinato, todo colaría. Conocía a Nicole, sabía que nunca apunta nada. Siempre se olvidaba de nuestras citas porque no llevaba una agenda.
—Así que mataste a su marido y su amante y preparaste pruebas contra ella.
—Siempre dejaba algún pelo en ese sofá —explicó Tony—. La verdad es que fue bastante fácil. Todo funcionó durante años hasta que Eric empezó a meter las narices. Se puso a delirar y a decir que yo os había violado a ti y a Tanjy, que era un monstruo, que a quién más habría violado en el pasado… ¿Puedes imaginarte qué horror? Todos esos años guardé mi secreto, combatí a mis demonios y los encerré en una caja. Y ahora ese idiota iba a descubrirme por algo que yo no había hecho.
—¿Qué ocurrió?
—Fui a vuestra casa y esperé hasta que llegasteis los dos. Tienes razón, necesitaba recuperar esa taza.
—¿Por qué me esperaste a mí?
—Esta vez tenía que mataros a ambos —expuso Tony—. Quería que la atención se centrara en ti, no en Eric. Pero como ya he dicho, no estabais juntos en la cama. Y la trampa funcionó con Nicole, así que supuse que podía amañarlo otra vez.
—¿Qué me dices de Helen Danning?
Tony se encogió de hombros.
—Cabos sueltos.
—Eres un cabrón.
—Si alguien la encontraba, la flecha apuntaría directamente hacia mí. Tenía que desaparecer. ¿Y sabes una cosa? Fue emocionante volver a hacerlo otra vez. Dejar de luchar contra el deseo y ceder por fin después de todos estos años. Abandonar otro cuerpo en Enger Park fue como revivir mi mayor triunfo. Era como gritaros a ti, a Stride y al mundo entero: «He vuelto, chicos, he vuelto». Le dije a Serena que llega un momento en que has de mirar fijamente a tu pasado y decidir quién eres en realidad. Yo sé quién soy, Maggie.
A Maggie se le puso la carne de gallina. Se levantó.
—Vámonos, Tony.
—No, me parece que no.
—No hay otra salida. —Se acercó un paso al escritorio.
—En realidad sí la hay. Siempre la he conocido. Sabía que el monstruo regresaría algún día y tendría que exterminarlo. Me engañé pensando que podría resistir para siempre.
—Tony —dijo ella en tono de advertencia.
—No pasa nada, Maggie. Soy psiquiatra, sé cómo funcionan estas cosas. ¿Sabes cuál es el truco de suicidarse? La velocidad. La vacilación es el enemigo. Si te metes la pistola en la boca y lo piensas, seguro que no lo harás. He tenido a un montón de gente sentada en mi sofá hablándome de ello, y el hecho es que si no aprietas el gatillo de inmediato, ya no lo haces.
—Baja el arma.
—Quiero que recuerdes algo, Maggie.
Ella no apartaba la vista de la pistola; todo su cuerpo estaba inmóvil, tenso como un cable extendido entre las torres de un puente. Estaba calibrando lo deprisa que podría huir y lo lejos que podría saltar.
—Los policías como Stride y tú pensáis que podéis descubrir al monstruo —siguió Tony—. Pensáis que si miráis a alguien a los ojos, veréis lo que hay en su corazón. Pero en realidad no tenéis la clave. Nada de eso. Todo el mundo lleva una máscara.
Maggie saltó. Gritó al avanzar dos pasos y lanzarse sobre el escritorio, con los brazos abiertos como las garras de un halcón dejándose caer sobre la tierra, y con los dedos encorvados para atrapar la pistola. No fue ni de lejos lo bastante rápida. Tony se tragó el cañón oscuro de la Glock y apretó el gatillo como si nada, sin dudar ni una milésima de segundo, y ya estaba muerto cuando ella alcanzó el otro lado del escritorio. La explosión retumbó en su cerebro como una canica rodando en un cuenco vacío. Ella siguió avanzando de todos modos, llevada por la inercia, y su cuerpo colisionó con el de Tony; ambos se cayeron dando tumbos y aterrizaron juntos, y la sangre de él, sus tejidos y fragmentos de hueso le salpicaron a ella la piel y la ropa.
Stride abrió una puerta de una patada. Teitscher irrumpió por la otra. Los dos entraron como un huracán, con las pistolas en alto.
—¡Estoy bien! —chilló Maggie. Apartó el cadáver de Tony de encima de su pequeño cuerpo y se puso en pie, escupiendo sangre y limpiándose la cara con el dorso del brazo. Se tambaleó un poco pero se enderezó, sin poder apartar la mirada—. Estoy bien.
Diez años de su vida llegaron y se fueron con el hombre que yacía en el suelo. Oyó que Stride decía algo, pero no supo el qué. El disparo aún resonaba en su cabeza, ensordeciéndola. Tuvo una visión de Eric en el sofá, recordó su cuerpo desnudo extendido cuan largo era, y siguió sin sentir nada de nada. Cuando al fin alzó la mirada, contempló los reflejos desordenados en el cristal oscuro, y en algún lugar de ahí fuera le pareció ver a la chica de Enger Park, no profanada y sola sino viva y bailando. Siguiendo el ritmo de una canción de Aerosmith. Así era como tenía que ser, como habría tenido que ser, con esa chica ahí fuera sin prestarle a ella ninguna atención.
Sintió los brazos de Stride rodeándola.
—Estoy bien.