Los médicos de la cárcel hicieron esperar tres días a la policía antes de interrogar a Blue Dog. En cuanto a Stride, pasó un día en el hospital por hipotermia y quemaduras de primer grado. Serena estaría hospitalizada varios días más, quizá semanas, pues los médicos tenían que tratarla por inhalación de humos y quemaduras más graves, la mayoría en las piernas. Necesitaría injertos de piel donde las úlceras eran peores y en los cortes del abdomen. Aún era demasiado pronto para conocer los efectos a largo plazo del humo en los pulmones. Con todo, había tenido suerte. Suerte de estar con vida y de que los daños no fueran más graves.
Stride estaba observando a Blue Dog a través de la ventana antes de entrar, y los músculos se le tensaron como nudos. Un odio salvaje le fluyó por las venas.
Teitscher, que se encontraba junto a él, notó su reacción.
—Esto es un asunto personal para ti. No deberías entrar.
—Quiero estar ahí —insistió Stride.
Abrió la puerta antes de que Teitscher pudiera alzar ninguna otra protesta, y los dos hombres entraron. La habitación era de un gris de institución, y olía a desinfectante. Las sábanas estaban blanqueadas con lejía. Teitscher cruzó los brazos y se plantó junto a la cama, con la mirada bajada hacia Blue Dog. Stride se apoyó contra la pared y hundió las manos en los bolsillos.
Las piernas de Blue Dog estaban esposadas al somier, al igual que su brazo derecho, cubierto de tatuajes. Los médicos le habían amputado el izquierdo cuando lo trajeron del lago, pues las consecuencias de la herida de bala eran demasiado graves como para salvarlo. Estaba conectado a sueros de morfina y antibióticos. Le habían cortado el largo cabello, dejándole una pelusa de unos centímetros de color negro y gris. Llevaba una espesa barba de tres días y su piel estaba pálida bajo los fluorescentes. Tenía el fornido pecho descubierto.
—Eh —lo llamó Stride—. Despierta, gilipollas.
Los ojos enrojecidos de Blue Dog pestañearon, y se dio cuenta de que había dos hombres en la habitación. Se agitó, forcejeando con sus ataduras, y el dolor atravesó todo su cuerpo, provocándole una mueca. Bajó la mirada al muñón vendado del costado izquierdo de su torso.
—Duele, ¿eh? —preguntó Stride—. Bien.
—Que te jodan.
Teitscher se sacó una grabadora digital del bolsillo y la colocó en la mesita de noche.
—Vamos a grabar esta conversación. Soy el detective Abel Teitscher y éste es el teniente Jonathan Stride, de la policía de Duluth.
—Ya sé quiénes sois —replicó Blue Dog. Miró a Stride—: Lo único que siento es que sacaras a esa zorra de la caseta de pesca. Me hubiera gustado oír sus gritos cuando las llamas la alcanzaban.
Teitscher lo ignoró.
—Ya te leyeron tus derechos cuando te arrestaron. ¿Necesitas que te los lea otra vez?
—Conozco mis derechos.
—¿Quieres un abogado?
—¿Para qué? Un abogado no me serviría de nada.
—¿Quieres hablar con nosotros?
—¿Qué ganaría con eso?
Teitscher se encogió de hombros.
—Ya nos hemos puesto en contacto con las autoridades de Alabama: están ansiosos por que vuelvas a Holman. Acabarán juzgándote por los agentes a los que mataste en el huracán y luego te pincharán el brazo. Claro que tendrá que ser el derecho.
—Que te jodan —respondió Blue Dog.
—Yo sólo te digo cómo funciona. Antes de volver a ese agujero infecto del sur, donde te ejecutarán seguro, tendrás que hacer una visita a los tribunales de aquí. Te juzgaremos por asesinato, intento de asesinato, violación, asalto, chantaje, fraude… lo que quieras.
—A lo mejor no tengo que volver a Alabama —dijo Blue Dog—. A lo mejor podéis retenerme aquí.
Teitscher negó con la cabeza.
—¿Te refieres al estado de Minnesota, donde no rige la pena capital? ¿Donde no se hacinan veinte prisioneros en una celda? Lo siento, pero el hecho es que nadie tiene tantas ganas de que te quedes por aquí. Pero puede ser rápido o puede ser lento. Puedes estar de vuelta en Holman en un par de meses, o todo el proceso podría alargarse y tardar un año o más en mandarte otra vez allí. Incluso tal vez tendríamos que ponerte en una celda privada debido a tu estado de salud. Así que, ¿dónde te gustaría pasar el próximo año? ¿En Minnesota o en Alabama?
Blue Dog frunció el ceño.
—Vale, ¿qué es lo que queréis?
—Que nos hables de Lauren Erickson y de Tanjy Powell.
—¿Por ejemplo?
—¿Violaste a Tanjy? —preguntó Teitscher.
—Sí, lo hice, pero fue idea de Lauren.
—Seguro que tú se la metiste en la cabeza.
—No, yo no. Eh, a mí Tanjy me importaba una mierda. Yo quería dinero. Sabía que Lauren pagaría por mantener las fotos de Dan y Tanjy lejos de los periódicos; fue ella quien le dio la vuelta a todo y me dijo que lo hiciera.
—¿Por qué? —quiso saber Teitscher.
—Castigo, venganza… llámalo como quieras. Esas fotos volvieron loca a Lauren.
—¿Y qué se torció?
—No se torció nada, todo salió tal como Lauren había planeado. Pero entonces Tanjy la llamó hace un par de semanas y dijo que sabía quién la había violado. Lauren se asustó y me llamó a mí.
—¿Qué hiciste?
—Lauren me dijo que me reuniera con ella en su casa del lago. Las dos estaban allí cuando llegué yo. Cuando Tanjy me vio llegar seguramente pensó que era Dan, ¿sabes? Luego pareció que iba a echar a correr, pero Lauren le dio fuerte. Muy fuerte. La otra se desplomó como un saco de cemento. Entonces la metimos en el maletero y nos la llevamos del lago.
—¿Y Maggie y Katrina? —preguntó Stride desde la pared—. ¿Las atacaste tú?
—Sí, fui yo.
—¿También fue idea de Lauren?
—No, ella no supo nada de eso hasta más tarde.
—¿Y por qué las violaste? —lo interrogó Stride.
—¿Por qué no iba a hacerlo? Después de lo de Tanjy me di cuenta de lo que era. Joder, era como tirarme a Serena en mi cabeza antes de hacerlo de verdad, ¿sabes?
Stride deseó haber tenido mejor puntería en el Lago del Infierno y que ese animal que se hacía llamar Blue Dog estuviese ya muerto.
—Además, era seguro —continuó Blue Dog—. Me enteré de lo del club sexual de Sonia por su ordenador. Supuse que las chicas alfa no querrían que los medios les dispensaran el mismo trato que a Tanjy. Y no me equivoqué.
—¿Qué hay de Eric Sorenson? —preguntó Teitscher.
—¿Qué pasa con él?
—¿Trabajaste con su ordenador?
—No.
—¿Le habló Tanjy de ti?
—No.
—Entonces, ¿cómo te encontró? ¿Cómo averiguó que habías violado a Tanjy y Maggie?
—No lo hizo.
Las palabras de Blue Dog fueron como si un pájaro chocara contra el cristal de una ventana.
—¿Qué?
—Él no sabía nada de mí.
Teitscher y Stride se quedaron mirando mientras intentaban dar un sentido a sus pensamientos.
—¿Nos estás diciendo que no tuviste nada que ver con el asesinato de Eric? —preguntó Teitscher.
—Me enteré de que lo habían matado cuando lo vi por la tele.
—¿Sabes quién lo hizo? —quiso saber Teitscher.
—Me imaginé que se lo había cargado su mujer, como dijeron en las noticias —contestó Blue Dog, riéndose al mirar a Stride—: A lo mejor, después de hacerlo conmigo su marido ya no daba la talla.
Stride contraatacó.
—Eric era el marido de Maggie y tú la violaste. Él lo descubrió y se enfrentó a ti esa noche.
—Yo no conocía de nada a ese tal Eric —insistió Blue Dog—. ¿No me creéis? Comprobad mi coartada.
—¿Qué coartada? —repitió Teitscher.
—Mi jefe y yo nos pasamos toda la noche quemándonos las pestañas con el sistema de una empresa de Hermantown cuando asesinaron a ese tío. Preguntádselo.
—Nos has contado que Tanjy sabía que tú la habías violado —le recordó Stride.
Blue Dog dibujó una sonrisa.
—Tanjy se equivocó.
—¿Cómo?
—Lauren me lo explicó cuando nos deshacíamos del cuerpo: Tanjy creía que lo había hecho otra persona. Gracioso, ¿eh? Cometió un estúpido error y la mataron por eso.
—¿Quién pensó que la había violado?
—Lauren no me lo dijo.
Stride se pasó la mano por el pelo. Blue Dog lo había trastocado todo. Ahora que creía dar la investigación por acabada, comprendía que las principales preguntas todavía estaban por responder.
¿Quién mató a Eric? ¿Y por qué?
—¿Conoces a una mujer llamada Helen Danning? —preguntó Stride.
Blue Dog negó con la cabeza.
—Nunca he oído ese nombre.
—¿Nunca te has topado con un blog llamado «La dama que hay en mí» en alguno de los ordenadores que reparabas?
—No.
—Si nos mientes en algo de esto, te envío de regreso a Holman en el próximo vuelo.
—Es la verdad —respondió Blue Dog.
Stride le hizo una seña a Teitscher y ambos se dirigieron a la puerta.
—¿Crees que es sincero respecto a Eric? —preguntó Teitscher, una vez estuvieron a solas en el pasillo.
Stride deseaba contestar que no, pero no podía mentirse a sí mismo.
—No creo que nos diera una coartada que luego no se sostuviese.
—Ya sabes lo que esto significa —continuó Teitscher.
—Maggie no lo hizo —insistió Stride.
—¿Quién, entonces?
—Lauren mató a Tanjy. A lo mejor también mató a Eric.
Teitscher negó con la cabeza.
—Eso no colará: Lauren estaba en Washington esa noche, lo comprobé.
—Pues a lo mejor Blue Dog está mintiendo. Maggie le dio una buena paliza y tal vez quiere hacerle cargar con el asesinato.
—Sabes que eso no sucederá —dijo Teitscher—. Mira, no sé si lo hizo Maggie o no; sigo pensando que es muy probable que lo hiciera, pero está libre y limpia. No presentaremos cargos contra ella: hay suficientes dudas razonables como para que Archie Gale no quiera oír hablar de ello.
—La duda seguirá planeando sobre ella si no averiguamos quién mató realmente a Eric —aseguró Stride.
—Todos llevamos alguna carga.
—Ese tío dice que Tanjy se equivocó —dijo Stride—: Eric y Tanjy creían que el responsable de las violaciones era otro. Quienquiera que fuese, tal vez mató a Eric.
Teitscher negó con la cabeza.
—Eso no tiene sentido, teniente. Si Eric se equivocaba, ¿por qué matarlo? Si yo acuso de un crimen a alguien que no lo ha cometido, ¿por qué diablos va a matarme por ello?
Stride sabía que eso era cierto. Algo se le estaba escapando.
Los dos hombres alzaron la vista cuando un guardia abrió la puerta al otro extremo del estrecho pasillo y Max Guppo apareció corriendo hacia ellos. Guppo nunca corría, y para cuando los alcanzó gruesas gotas de sudor le caían de la frente y el ancho pecho se le hinchaba y deshinchaba desbocado. Al inclinarse hacia delante soltó unos ruidosos gases, y ambos retrocedieron un paso por un acto reflejo.
—Eres un cabrón, Guppo —se quejó Teitscher.
Stride contuvo una sonrisa y preguntó:
—¿Qué pasa, Max?
Guppo tomó aliento con dificultad. Se aflojó la corbata y se subió el cinturón por encima del protuberante estómago.
—Se va a montar una buena.
—¿Con qué?
—Otro cuerpo —les dijo Guppo—. Tenemos un cuerpo en Enger Park. Justo donde encontraron a esa chica hace diez años.