Capítulo 48

Stride dejó que el silencio se instalara entre ellos y se tornara violento. La hostilidad llenó la habitación como humo fluyendo de los respiraderos. Se quedaron mirando el uno al otro. El ordenador del escritorio de Dan runruneaba al girar el ventilador. En algún lugar del exterior, el motor de un lujoso sedán aceleró cuando Lauren salió del garaje alejándose de la propiedad como alma que lleva el diablo.

—No tenía ni idea de que fuera a ocurrir algo así —dijo Dan.

—Seguro que sonó alguna alarma en tu cabeza, pero simplemente no hiciste caso. Estabas intentando salvar tu culo.

Dan se encogió de hombros.

—De acuerdo, tal vez sí.

—Si le ocurre algo a Serena, acabaré contigo.

—Tendrás que hacer cola.

—¿Es todo lo que tienes que decir?

—Oye, yo nunca pensé que esto pudiera acabar así. Sabes tan bien como yo que la mayoría de los chantajistas no son violentos. Bien al contrario, en el fondo son unos cobardes. Pensé que a lo mejor ese tío estaba colado por Serena, o qué diablos, llegué a pensar que podían estar juntos en esto. Ella era nueva en la ciudad, yo no tenía ni idea de quién coño era.

Stride no le creyó, pero eso no importaba. Dejó su ira de lado.

—¿No tienes ninguna pista de quién es ese hombre?

—Ya te he dicho que no.

—¿Y Serena?

—Si la tenía, no me lo ha dicho nunca.

—¿Cómo contactó contigo?

—La primera vez fue por teléfono —dijo Dan—. Me llamó a casa.

—¿Cuándo?

—El martes pasado.

—¿Qué dijo? —preguntó Stride.

—Sabía lo de mi aventura con Tanjy.

—¿Qué quería?

—Diez mil dólares, o de lo contrario se lo contaría a la prensa y a Lauren.

—¿Dijo por qué quería implicar a Serena?

—No, sólo que sabía que yo no querría hacer el trabajo sucio personalmente, y propuso que alguien hiciera de intermediario. No sé de qué la conoce ni por qué la quería a ella.

—¿Cómo supo lo de Tanjy y tú?

—No tengo ni idea.

—¿Qué pasó luego?

—Le pagué, fin de la historia. Serena hizo la entrega. Unos días después, le dio a Serena una fotografía muy explícita de Tanjy y yo en Grassy Point Park. Esta vez aumentó el precio.

—¿De dónde sacó la foto?

—Ya se lo dije a Serena, no lo sé. Las hizo Tanjy, pero yo las borré de su ordenador. No había forma de que ese tipo pudiera llegar a encontrarlas.

—¿Había copias guardadas en algún otro sitio? ¿Las tenías en tu ordenador?

—No, Tanjy las tomó con una cámara digital y yo se las descargué en su PC. Por lo que sé, eso era todo. Puedes estar seguro de que Tanjy no las habría compartido con nadie más. Me deshice de ellas el pasado noviembre, después de que estallara el asunto de la violación y Tanjy y yo rompiéramos.

—Así que pudo haberlas recuperado.

—¿Tanjy? La pobre necesitaba un manual de instrucciones para encender el ordenador.

—Pues alguien las recuperó. A menos que ese tío las encontrase antes de que tú las borraras.

—Entonces ¿por qué esperó para chantajearme?

Stride asintió. Aquello no tenía lógica, pero se daba cuenta de que se estaba acercando a algo importante. Era indudable que el chantajista tenía acceso al ordenador de Tanjy.

—Podría tratarse de un hacker —aventuró Stride—. Un pirata informático que interceptara el correo electrónico, o se metiera a través de internet, o pinchando una red inalámbrica.

Al pensar en todo lo que sabía el chantajista, Stride sintió que le subía la adrenalina. Mitchell Brandt y su tráfico de información confidencial. «Fechas, compras e importes», dijo Brandt. El club sexual y Sonia, que guardaba un registro detallado en el disco duro. Fotos de Dan y Tanjy, almacenadas en el ordenador de ésta.

—No hay forma de que ese tío accediera a la máquina de Tanjy desde el exterior —dijo Dan—. Tuvo que ser alguien que estuviera dentro de su apartamento.

Stride rememoró su primera visita al apartamento de Tanjy y se acordó del chico al otro lado de la calle que se pasaba el día espiándola desde la ventana de su dormitorio. ¿Cómo diablos se llamaba? ¿Doug? ¿Duke? Si Stride se había colado en casa de Tanjy simplemente abriendo una ventana, ¿cuántas veces habría hecho lo mismo ese chico? ¿Y si había encendido el ordenador y había encontrado una mina de oro?

Stride estaba excitado con la idea, pero la descartó ipso facto: aun en el caso de que el chico tuviera alguna relación con Tanjy, eso no explicaba cómo podría haber averiguado lo que ocultaban Mitchell Brandt y Sonia Bezac.

Pensó en lo que Dan acababa de decir.

—¿Por qué estás tan seguro de que no podía piratear desde el exterior?

—Me aseguré de que Tanjy instalara el cortafuegos más avanzado —contestó Dan—. Yo sabía la clase de cosas que ella guardaba en su sistema, y no quería que nadie les echara mano.

—Has dicho que era una negada con los ordenadores.

—Y así es. Llamó a Byte Patrol. Ellos le configuraron el cortafuegos.

Stride se detuvo. Todo se detuvo.

—¿Byte Patrol? Esos tíos de las furgonetas púrpura, ¿no? ¿Y camisas púrpura también?

—Sí, se les ve por toda la ciudad.

Uno tras otro, Stride recordó los detalles que se iban destacando de la masa de hechos en su cabeza y caían como monedas en la cubeta metálica de una máquina tragaperras. Las cerezas se alinearon y le tocó el premio gordo.

Estaba en el dormitorio de Tanjy, y vio la carpeta púrpura fosforescente al lado del ordenador.

Estaba en la sala de estar de Sonia, mientras ella le hablaba del sistema de seguridad a prueba de piratería informática que le había instalado Byte Patrol.

Estaba hablando con Mitchell Brandt y le oía hablar del software que utilizaba. Diseñado por Byte Patrol.

Estaba en Silk mientras Sonia regañaba a un técnico con camisa púrpura. Era un tipo enorme como un oso, aporreando el teclado con sus pezuñas gigantes. Stride trató de recordar el aspecto exacto de ese individuo, pero lo único que recordaba era el instante en que la mirada del técnico se cruzó con la de Stride y aquél le hizo un guiño.

El empleado de Byte Patrol sabía exactamente quién era Stride. Se estaba riendo de su propia broma. Era el hombre que conocía todo lo que se ocultaba dentro de los ordenadores. Era el hombre que manejaba los hilos y vendía secretos por toda la ciudad. Era el hombre que había violado a Maggie.

Stride pensó en Eric hablando con Tony Wells. «¿Hay algún modo de saber si una persona corriente puede ser un criminal sexual?».

«Ése es el hombre —pensó Stride—, al que Eric fue a ver esa noche».

El hombre que tenía a Serena.