Dan Erickson tenía un vaso de ginebra en la mano e iba vestido con pantalones negros y camisa de vestir, y la corbata aflojada alrededor del cuello. Estaba despeinado. Al ver a Stride en su puerta a medianoche, encogió la boca en una mueca y sus ojos delataron ansiedad. Stride apoyó ambas manos en el pecho de Dan y lo empujó al interior de la casa, donde tropezó en el suelo de madera; la bebida y los cubitos se derramaron y el pesado cristal se alejó rodando hasta dar con la pared.
—Pero ¿qué te pasa? —preguntó Dan.
—La tiene él, estúpido y arrogante hijo de puta —gritó Stride—. Tiene a Serena y quiero saber quién es.
Dan se apartó el pelo de la cara.
—No sé de qué estás hablando.
—No juegues conmigo. Ni se te ocurra siquiera. Alguien te apretó las pelotas y tú contrataste a Serena para que te sacara del lío.
—¿Te lo ha dicho ella?
—¿Qué pasa? ¿Quieres poner una reclamación? Es hora de hablar claro, Dan. Y no me importa que lo pierdas todo por eso. Vas a contarme qué está pasando.
—Yo no tengo que contarte nada.
Stride negó con la cabeza.
—Puede que Lauren no tenga más que agua helada en las venas, pero tú no. No creo que en tu caso se tratara sólo de dinero y poder.
—Pues me parece que soy más superficial de lo que piensas.
—Está bien, quizá lo seas —dijo Stride—. Me importa una mierda. Lo que estoy diciendo es que la vida tal como la conoces se te ha acabado. Todo está saliendo a la luz. Tienes dos opciones, o me lo cuentas ahora mismo y me ayudas a salvar la vida de Serena, o te callas y los periodistas empiezan a cebarse contigo a partir de mañana. Tú eliges.
Dan se apoyó contra la pared, exhalando como si el aire saliera rechinando de un neumático. Cuando se retiró pasillo abajo, Stride frunció el ceño. Una puerta de nogal se abrió a un despacho oscuro, donde la pantalla de un ordenador brillaba sobre el escritorio de Dan. Éste se sentó en la silla reclinable, echó el respaldo hacia atrás y clavó la mirada fija en el techo, con las piernas separadas y los brazos colgando. En la pared, encima de su cabeza, había una foto de Lauren y él, sonriendo y exultantes.
—Lo siento por Serena.
—El hecho de que lo sientas no cambia nada —replicó Stride.
Dan se irguió.
—¿Sabes por qué soy tan bueno metiendo a gente en la cárcel? Porque entiendo el proceso mental de los criminales. Sé lo que es perseguir algo que quieres y no pensar en absoluto en las consecuencias. Soy como un adolescente que echa un polvo sin usar protección.
—Me estás haciendo perder el tiempo, Dan.
—Sólo quiero que lo entiendas, ¿vale? Pero tú no lo entiendes. Eres demasiado disciplinado, Stride. Nunca pierdes el control.
—No soy así en absoluto.
—Pero nunca permitirías que una mujer te tuviera cogido por la polla, ¿verdad? Pues ésa es mi vida.
Stride oyó un movimiento tras de sí y vio a Lauren, que aguardaba en la tenue luz del umbral, escuchando. Sus miradas se encontraron. Él nunca había visto sus ojos azules tan duros y glaciales. Entró despacio en el despacho, con las manos en los bolsillos de unos vaqueros lavados a la piedra. Llevaba una camisa de franela azul marino por fuera, con los dos botones de arriba sin abrochar, y botas de ante.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó.
Dan se la quedó mirando y Stride vio reflejado en su expresión lo que implicaba una vida de impotencia bajo el yugo de una mujer rica.
—Esto no te concierne.
—¿No? He oído que mencionabas tu polla, Dan. Eso siempre me concierne.
—Muy gracioso.
—No, no tiene ninguna gracia —dijo Lauren—. ¿Qué has hecho?
Dan guardó silencio. Ella se volvió hacia Stride con mirada interrogante.
—Le están chantajeando —explicó Stride—. Contrató a Serena como intermediaria y el chantajista la ha raptado esta noche.
—Oh, Dios mío.
—Ese tipo está haciendo estallar todas las minas que había enterrado, Dan —le dijo Stride—. Mitchell Brandt le estaba pagando a tu chantajista por hacer negocios con información confidencial, y el tío ha decidido joderlo. Tú eres el siguiente. ¿Lo pillas, Dan? Ha salido tu número. Ese tío es capaz de cualquier cosa. Pensamos que al delito del chantaje ya ha añadido los de violación y asesinato.
—¿Cuánto le has pagado? —preguntó Lauren a su marido.
Dan no respondió.
—¿Cuánto?
—Ciento diez mil dólares.
—Idiota —espetó ella.
—¿Que tiene contra ti? —quiso saber Stride.
Dan vaciló y miró a Lauren.
—Díselo —ordenó ella—. Dínoslo a los dos.
Dan se encogió de hombros.
—Era por Tanjy.
—¿La violaste? —preguntó Stride—. ¿La mataste? ¿Es de lo que va todo esto?
—¡No! Teníamos una aventura.
Stride negó con la cabeza.
—¿Y por qué valía eso tanto dinero?
—Ya sabes cuáles eran las fantasías de Tanjy. Hicimos cosas que nadie entendería. El tipo tiene fotos de nosotros. Si salieran a la luz sería desastroso.
—¿Mataste a Tanjy para cerrarle la boca? —preguntó Stride.
—No, no, no es eso lo que ocurrió.
El rostro de Lauren era de granito.
—¿Te das cuenta de lo que esto significa? Carnaza para los periódicos. —Lauren miró a Stride—. ¿Tengo razón?
Él asintió.
—Adiós a Washington —le dijo a Dan—. Estamos acabados.
—No tenía por qué saberse —protestó Dan.
—¿Quién te crees que eres? ¿JFK? ¿Bill Clinton? ¿Crees que puedes salir airoso de cualquier embrollo? No puedo creer que me hayas hecho esto. Todo ha terminado, Dan. ¿Te das cuenta? Has destrozado nuestras vidas.
—Lo siento —dijo él.
—¿Realmente valió la pena? —le preguntó Lauren—. ¿Valía ella la pena?
Dan la miró con dureza, y Stride se preguntó si era la primera vez en su vida que le decía la verdad.
—Sí, la valía.
Lauren cruzó la habitación indignada y le pegó un bofetón tan fuerte que sonó como el disparo de un rifle. Fue como la escenificación de una ruptura. El final de todo. Lauren y Dan estaban al borde del precipicio. Ella dio media vuelta y salió resueltamente de allí, y cinco segundos después la puerta principal se cerró con tanta fuerza que la vieja casa tembló.
—Tenemos que encontrar a ese tío —repitió Stride—. Tengo que saber quién es.
—No tengo ni idea.
—Entonces nos sentaremos aquí y pensaremos cómo ha podido arruinar tu vida, y cómo ha arruinado la de Mitchell Brandt, y cómo sabía lo de Sonia y el maldito club sexual. Y no me digas que no sabes que el club existe.
—Sí, lo sé —admitió Dan—. Mira, Stride, no quería contarte esto, pero hay algo más. No creo que nos ayude a encontrarle, pero seguramente deberías saberlo.
—Dispara.
—Ese tío está obsesionado con Serena —dijo Dan—. Lo estaba desde el principio.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Stride. Apenas podía respirar.
—No fue casualidad que yo contratase a Serena como intermediaria. Formaba parte del trato. Era parte del precio. No sólo quería dinero cuando contactó conmigo por primera vez. Quería a Serena.