Stride estaba sentado en su Bronco delante de la casa de Sonia Bezac. Tenía la ventanilla abierta y estaba de un humor de perros. Sostenía un cigarrillo en el exterior para que el viento se llevara el humo hacia atrás. Eran casi las nueve de la mañana. La calle parecía sacada de una obra de Norman Rockwell, con viviendas estilo Tudor que ocupaban holgadas parcelas. La mediana estaba ajardinada con árboles de hoja perenne, lo bastante separados entre sí para fragmentar la visión desde un lado al otro. La nieve salpicaba los tejados. Aquél era un vecindario de personas maduras, familias y parejas de cuarenta y tantos, a menos de dos kilómetros del Hunters Park y la Universidad de Duluth; un lugar tranquilo con mujeres que practicaban Pilates y paseaban sus golden retrievers y hombres que bebían brandy y cuya aspiración era ser como sus padres.
Se preguntaba si los vecinos estarían enterados de la existencia del club sexual. No lo creía. Los vecinos de al lado seguramente pensaban que Sonia y Delmar organizaban cenas elegantes, y se sentirían horrorizados si descubrieran lo que pasaba en realidad tras las cortinas echadas. Horrorizados. Curiosos. Excitados. Furiosos por no haber sido invitados.
Delmar, el marido de Sonia, urólogo, salió por la puerta principal, vestido con un traje gris y un abrigo de lana. Era unos centímetros más bajo que Sonia y considerablemente más ancho. El viento alborotó los pelos que atravesaban su calva. Se los aplanó y se puso tras el volante de un Mercedes sedán negro y flamante.
Los penes daban para vivir bien.
Delmar retumbó colina abajo. Stride apagó el cigarrillo, salió de su Bronco y cruzó la mediana. La puerta principal se abrió otra vez y salió Sonia. Sintió una ráfaga de nostalgia al verla. Se vio transportado a una época en que tenía un cuerpo joven que rebosaba hormonas, como un coche de exposición anhelando la autopista. A sus cuarenta y tantos, Sonia seguía desprendiendo un aura sexual. Su cabello pelirrojo era como un tornado. Era alta y daba unos pasos veloces y prudentes, clavando sus tacones en el hielo de las baldosas de la acera. El abrigo abierto dejaba ver una blusa de seda de color verde selva y una falda negra.
Cruzó el resto de la calle, y también ella se enterneció un poco al verle. Había en su rostro una dulzura capaz de asomar y desaparecer rápidamente. Advirtió que él no sonreía.
—Hola otra vez —dijo.
—Necesito hablar contigo, Sonia. ¿Podemos entrar?
—Llego tarde, tengo que abrir la tienda. Ya es mía, ¿sabes?
—No lo podemos aplazar.
Sonia cruzó los brazos.
—A lo mejor veo demasiada televisión, pero no tengo ninguna obligación de hablar contigo, ¿no es así? Puedo meterme en mi coche e irme tranquilamente.
—Claro. Sólo que entonces hablaré con los periódicos en lugar de contigo.
—¿De qué?
Él se le acercó y murmuró. Notó su perfume a jazmín.
—De las chicas alfa.
El rostro de Sonia, ya pálido de por sí, se puso blanco como el papel.
—Está bien.
Lo guió de vuelta a la casa. Una vez dentro, se quitó el abrigo y le indicó el camino al salón. Él tomó asiento en un sofá de color limón, lo bastante firme para no ceder bajo su peso. Era una habitación moderna y cara. Vio colgada en la pared una pintura al óleo, que le parecieron garabatos rojo y azul. La mesita de centro era de vidrio y cromo. Una escultura abstracta de metal representaba un desnudo cerca de la chimenea.
Sonia se quitó los zapatos de un puntapié y se sentó en un sillón delante de él. Cogió un paquete de cigarrillos.
—Puedes fumar, si quieres.
Se encendió uno y soltó el humo hacia el ventilador del techo.
—Ya me he fumado el de la mañana.
—Qué fuerza de voluntad. —Apoyó un pie enfundado en la media sobre la otomana. Su pierna era larga y esbelta—. El club se reúne abajo, si es eso lo que te estás preguntando.
—No me lo preguntaba.
—¿Y qué, Serena y tú queréis uniros? Nos encantaría teneros con nosotros. —Sonrió.
—No, gracias.
—No es ningún aquelarre, por el amor de Dios. No le hacemos daño a nadie.
—Creo que un violador se ha fijado tu club como blanco.
Su sonrisa se desvaneció.
—Eso no tiene ninguna gracia.
—No, desde luego. Sabes lo que le ocurrió a Katrina, ¿verdad?
—Sí, pero ¿qué te hace pensar que eso tuvo algo que ver con el club?
—A Katrina la atacaron un día después de la última fiesta. ¿Pensaste que sólo era una coincidencia?
Sonia lo apuntó con el cigarrillo.
—Conozco a todos los hombres que estaban. No podía ser ninguno de ellos. Así que sí, pensé que sólo era una coincidencia. Y hasta…
—¿Qué?
—Hasta pensé que tal vez Katrina se lo estuviera inventando. Ya sabes, igual que Tanjy. Pensé que tal vez se sintiera culpable por lo que había hecho en el club. Esas cosas pasan.
—No fue sólo Katrina —le explicó Stride—. Otra chica alfa también fue atacada.
Sonia cerró los ojos.
—Hijo de puta —murmuró—. ¿Quién?
—No puedo decirlo.
—¿Estás seguro de que era del club?
—Sí.
—¿Esto va a salir a la luz?
—Es muy probable.
—Mierda, mierda, mierda. —Negó con la cabeza—. ¿Tienes idea del daño que nos va a causar esto?
—Intento pensar en las mujeres a las que maltrataron, Sonia.
—Sí, por supuesto, lo sé. Sólo que me resisto a creer que esto pueda afectar al club. Somos muy cuidadosos con quien admitimos.
—¿Qué hay de Tanjy? ¿Fue una chica alfa? —preguntó Stride.
—No. La tanteé un par de veces, pero no le interesaba.
—¿Tanjy no tenía ninguna relación con el club?
—Ninguna. ¿Me estás diciendo que realmente la violaron? Oye, eso significa que tiene que haber alguna otra conexión. Tanjy no sabía nada del club.
—No te precipites. Dos de tus chicas alfa han sido atacadas. No es una coincidencia —y añadió—: Explícame cómo funciona todo esto, Sonia. Cómo consigues miembros. Con qué frecuencia os reunís. Qué sucede.
Sonia dejó su cigarrillo en un cenicero de concha turquesa.
—No sé si debería contarte nada de esto.
—Todas las mujeres que pertenecen a tu club corren peligro, Sonia. Incluida tú.
—Aun así, quizá sería mejor que antes de hablar contigo lo hiciera con un abogado.
—Adelante, pero entonces se sabrá todo —dijo Stride—. ¿Quieres que consiga una citación? ¿De veras quieres que todo esto esté en un archivo del juzgado? No hemos hecho más que empezar con la información que necesito.
Sonia echó la cabeza hacia atrás y fijó la mirada en el techo. Su cuello era delgado como el de un cisne.
—¿Quedará entre nosotros? —preguntó.
—Por ahora.
—Está bien —dijo, con evidente desgana—. El club lo forman unos veinte miembros. La mayoría parejas, pero también algunos solteros. No se admite a nadie sin una invitación personal mía y de Delmar. Sólo personas con referencias. Comprobamos los antecedentes de todo el mundo antes de admitirles.
—¿Alguna vez le has tenido que pedir a alguien que se fuera? ¿Alguien cuyo comportamiento fuera inapropiado?
Sonia asintió.
—En una ocasión una pareja se negó a usar condones para practicar sexo entre ellos dentro del club. Soy muy estricta con este punto, así que no les volvimos a invitar. Otra vez vino un hombre que pegó a una chica alfa. Dos de los miembros lo echaron inmediatamente.
—¿Cómo se llamaba?
—Wilson Brunt. Aunque no creo que encuentres nada que le implique, hace al menos seis meses que lo trasladaron a otro estado. Ahora vive en Oregon.
Stride apuntó su nombre.
—¿Cuánto hace que funciona el club?
—Cerca de un año. Fue idea mía.
—Qué sorpresa.
—Oh, vamos, Jonathan, ¿acaso no te aburres alguna vez? —Sonia agitó la mano dibujando un círculo a su alrededor, como si despreciara su entorno—. Pasamos de los cuarenta. La tercera edad está llamando a la puerta. ¿Te crees que ahora mi pelo rojo no sale de un bote? ¿Acaso piensas que el aparato de Delmar cobra vida con sólo ver cómo me desnudo? Tictac, tictac… el maldito reloj de la mortalidad nos mira directamente a la cara. Tú puedes salir a comprarte un descapotable para superar tu crisis de la mediana edad. Yo quería algo más.
Stride la ignoró.
—¿Con qué frecuencia os reunís?
—Normalmente una vez al mes. En ocasiones más.
—¿Hay algún intercambio de dinero?
—¡No!
—¿Drogas o sustancias ilegales?
—En absoluto, de ninguna manera. —Sus ojos se movían de un lado a otro y él intuyó que le estaba mintiendo.
—Cuéntame lo de las chicas alfa.
Sonia se encogió de hombros.
—Yo fui la primera. Me tiré a seis hombres y tres mujeres en una sola noche. Sigue siendo el récord.
—Te felicito —zanjó él.
Sus miradas se encontraron. Sonia sabía lo que él pensaba y le tenía sin cuidado.
—Cuando empezamos, las chicas alfa sólo eran esposas de miembros —continuó—, pero a veces había mujeres interesadas en ser chicas alfa por una noche.
—¿Cómo se enteraban?
—A través de los miembros. La discreción es nuestra norma. Sólo nos acercamos a una mujer si tenemos motivos suficientes para creer que está sexualmente liberada, y aun así no nos precipitamos. No damos detalles sobre el club en sí hasta que la mujer muestra interés. Una chica alfa externa nunca conoce los nombres de los miembros. Todo es anónimo.
—¿Te refieres a las máscaras?
Sonia frunció el ceño.
—¿Lo sabes?
Stride no respondió.
—Sí, llevamos máscaras. En parte es para proteger las identidades pero, francamente, nos hemos enterado de que a las mujeres les gusta. Cuando no ven las caras sienten un placer añadido, una emoción extra.
—¿Qué ocurre exactamente?
—¿Por qué no vienes a verlo? —propuso Sonia.
—No te pases.
—No me paso. Siempre serás bienvenido. Le pregunté a Maggie si podía interesarte, pero dijo que antes te cortarías los pelos de la nariz con una navaja de afeitar —se dio cuenta de su error y añadió—: Mierda. Nunca digo nombres, es sólo que…
—No te preocupes, lo sé todo.
—Oh, Dios mío, ¿le ha pasado algo a Maggie?
Stride mostró una expresión pétrea.
—Oh, mierda, lo siento —dijo Sonia—. No puedo creerlo. Nunca volvió después de ser chica alfa, y simplemente pensé que le había afectado la experiencia.
—Y así es. Háblame de Maggie y Eric.
Sonia negó con la cabeza.
—Maldita sea, es terrible. —Recuperó su cigarrillo y éste tembló entre sus dedos—. Eric estuvo metido desde el principio. La primera chica alfa externa fue una atleta de la República Checa que estaba en la ciudad con su equipo olímpico.
—¿Maggie también estuvo desde el principio?
Stride contuvo el aliento, pues no quería oír la respuesta.
—No, sólo vino dos veces. La primera, Eric y ella se quedaron detrás de la pared.
—¿Qué significa eso?
Sonia titubeó.
—Una de las paredes del templo es de espejo. Detrás de la sección central hay una habitación pequeña desde donde se puede mirar. Eric quiso que Maggie viera cómo era el club.
—¿Y nadie sabía que estaban ahí?
—Sólo yo. Después, Eric convenció a Maggie para que fuera la chica alfa de la próxima reunión.
—Me encantaría saber cómo lo hizo —dijo Stride, en parte para sí mismo.
—A lo mejor ella lo consideró una forma de hacerle pagar a Eric todas sus aventuras. Él tenía que quedarse mirando.
—Ahórrate los detalles. ¿Qué pasó luego?
—Yo también me enrollé con ella, ¿sabes?
—He dicho que te saltes los detalles —cortó él, alzando el tono.
Sonia pareció alegrarse de haberlo irritado.
—Maggie no vino a la siguiente fiesta, pero Eric sí. Katrina era la chica alfa. Fue la última vez de Eric. Más tarde me dijo que lo dejaba por Maggie.
—¿Cuándo es la próxima fiesta? —preguntó él.
—Mañana.
«Mañana», pensó Stride. No tenían mucho tiempo, pero se le presentaba una nueva oportunidad de atraer al violador con un cebo.
—¿Quién es la chica alfa?
Sonia volvió a dudar, y Stride insistió:
—Déjate de tonterías y dímelo, Sonia. Se me amontonan las causas probables para una orden.
—Se llama Kathy Lassiter, es socia de un despacho de abogados de las Ciudades Gemelas. Tiene una casa en la orilla norte. Ha venido a varias fiestas, pero no como chica alfa.
—¿Has oído hablar alguna vez de una mujer llamada Helen Danning? ¿Estuvo en el club o fue una chica alfa?
—No, nunca he oído hablar de ella.
—Muy bien, hablemos de cómo se puede filtrar esta información. ¿Cómo podría alguien enterarse de que una mujer ha sido una chica alfa del club?
—No tengo ni idea —protestó Sonia—. Cada chica alfa no sólo firma un documento que nos libera de toda responsabilidad legal, sino también un acuerdo de no divulgación.
—¿Bromeas?
—En absoluto. No queremos que a la gente le dé un ataque de culpabilidad y nos demande, ni tampoco lenguas sueltas que vayan largando esto por toda la ciudad. Los miembros también firman documentos similares cuando se unen al club. Además de un código de conducta.
—Te deseo suerte cuando tengas que litigar esos contratos.
Sonia sonrió.
—Bueno, no creo que llevemos a nadie a juicio, pero firmar esos papeles es un trámite para que la gente sea consciente de que nos tomamos muy en serio la confidencialidad y una actitud responsable.
Stride intentó no reírse de lo irónico que era eso.
—Aun así, cualquiera que participe una noche determinada puede saber quién es la chica alfa.
—No necesariamente, porque no damos el nombre si la chica alfa es externa. Tendrían que conocerla de fuera del club y saber quién es.
—O seguirla.
—Supongo.
—¿Llevas un registro de los miembros y de quién asiste a las fiestas individuales?
Sonia asintió.
—Desde luego. Lo tengo guardado en el ordenador de arriba. No queremos líos legales con el club, así que somos obsesivos con los registros, los contratos, los acuerdos de confidencialidad, la comprobación de antecedentes, etcétera. Lo conservamos todo. Nunca nadie se nos ha enfrentado, pero estaremos preparados en caso de que alguien lo haga.
—¿Es seguro tu ordenador? ¿Tienes red inalámbrica?
—¿Estás de broma? ¡No!
—¿Y conexión a internet?
—Bueno, sí, pero es totalmente segura. Me instalaron el cortafuegos más sofisticado del mercado, el mejor a prueba de piratas que puedas conseguir. Créeme, nadie ha sacado información de nuestro ordenador.
—Lo que sólo nos deja a los miembros —dijo Stride.
Sonia frunció el ceño.
—Ya te he dicho que los investigamos.
—Voy a necesitar nombres.
—Oh, mierda, tiene que haber otra forma.
—No, tenemos que interrogarlos a todos.
—Oye, has dicho que han atacado a dos chicas alfa —expuso Sonia—. No todos los miembros vienen a todas las fiestas, la asistencia varía en función de sus horarios. Puedo decirte qué hombres estuvieron en las dos fiestas con esas mujeres, eso estrechará el cerco.
Stride asintió.
—Empezaré por ahí, pero dame toda la lista; necesito saber los nombres de los miembros y los participantes en cada fiesta. Eso incluye también a las chicas alfa. Tendré que hablar con todas ellas porque debo averiguar si han atacado a alguna más —al ver vacilar a Sonia, añadió—: No estoy bromeando. Iré al juzgado y llenaré los periódicos con esto si es necesario.
Sonia se levantó.
—Concédeme unos minutos —dijo, con voz ahogada.
—No tengo prisa.
Diez minutos después, Sonia volvió con un fajo de papeles en la mano.
—Aquí está todo. Oye, te suplico que seas discreto. Delmar me matará si esto sale a la luz.
—No te prometo nada, Sonia.
Encontró las listas de las dos fiestas donde Maggie y Katrina fueron chicas alfa, y tardó unos segundos en comparar los nombres y ver quién había asistido a ambas sesiones. Además del marido de Sonia, Delmar, sólo cuatro hombres más estuvieron presentes ambos días.
Tres de ellos le eran desconocidos.
El cuarto era el ex novio de Tanjy, Mitchell Brandt.