Cuando Katrina Kulli abrió la puerta Stride recordó que, cuando la conoció en el café Java Jelly, ella se había cubierto los moretones de la cara con maquillaje y había restado importancia al corte del cuello. Lamentaba no haber averiguado antes la verdad.
Katrina sostuvo la puerta abierta y aguardó, tensa, a que Stride entrara en su apartamento.
—Me alegro de que volvieras a llamarme —dijo.
Katrina cerró la puerta y echó la llave.
—No estoy poniendo una denuncia. No quiero que esto se haga público.
Señaló un futón amarillo junto a las ventanas de la sala de estar y Stride se sentó. Ella se aseguró de que las persianas estuvieran bajadas y entonces se dejó caer con cautela en una silla tapizada que había enfrente. Él la vio hacer una mueca al respirar.
—¿Todavía te duele?
Katrina se encogió de hombros.
—Un par de costillas rotas. Hoy en día no te lo curan. Toca aguantar y poner buena cara.
—¿Tienes otras heridas?
—Chichones, cortes y moretones. Me estoy curando.
—Sólo quiero asegurarme de que tienes asistencia.
—Sí, la tengo.
—¿Y un asesor?
—Me han dado varios nombres —dijo Katrina—, pero aún no he llamado a ninguno. Creí que estaría histérica, ¿sabes? Pero en realidad no siento nada. Es raro.
—A veces es así. He hablado con muchas mujeres que han pasado por esto, Katrina. Algunas se vuelven muy sensibles y otras se quedan en estado catatónico; es normal. Pero no intentes sobrellevarlo sola. Llama a uno de esos números, ¿de acuerdo?
—Sí, lo haré.
Katrina llevaba una camisa de franela holgada y pantalones grises de deporte. Su cara redonda carecía de expresión y el pelo le caía en mechones sobre la frente. Cada tantos segundos se tocaba el corte del cuello con ternura, como si pudiera haber desaparecido desde la última vez que lo había acariciado. Las manos le temblaban, y el tatuaje de la alambrada se estremecía.
—¿Cuándo ocurrió? —preguntó Stride.
—El mes pasado.
—¿Aquí?
Ella asintió.
—¿Cómo entró?
—Subió por la escalera de servicio.
—Me gustaría que un equipo forense buscara pruebas en el apartamento.
—No habrá rastros de ADN. Hice limpieza.
—Aún podría haber pelos, huellas, residuos…
—Llevaba guantes y una media en la cabeza. Créeme, no dejó nada. Me gustaría ir deprisa.
—¿Tienes alguna idea de quién era?
—No, y no quiero saberlo.
Stride se inclinó hacia delante y apoyó los brazos en las rodillas.
—¿Por qué no quieres denunciarlo?
—¿Bromeas? Si a un bombón como Tanjy la ultrajaron una y otra vez en los medios, imagínate qué harán con una chica como yo. Sé exactamente la clase de chistes que haría la gente: «No es seguro que puedan acusarle de violación; ¿acaso es un crimen tener sexo con un animal de granja?».
—Nadie diría eso.
—Claro que sí.
—¿Se lo contaste a alguien después de que ocurriera?
Ella asintió.
—A Sonia, en la tienda.
—¿A Maggie no?
—En especial a ella no.
—¿Por qué? Dijiste que erais amigas.
—Hace tiempo que no hablamos —respondió Katrina—. Además, es poli.
Stride pensó en lo que había dicho Tony Wells, que asaltaba a mujeres sexualmente vulnerables.
—Hay algo más, ¿verdad, Katrina? —quiso saber.
—¿A qué te refieres?
—A que ese tío no elige a sus víctimas por azar, sino a mujeres que tienen algo que esconder.
—¿Hay otras víctimas? —preguntó Katrina.
—Sí, y además han aprendido la lección de Tanjy, igual que tú; no lo denuncies si quieres seguir guardando tu secreto.
Katrina se levantó de la silla. Oteó la oscuridad a través de las persianas, después dio la vuelta y cruzó los brazos. Escudriñó a Stride.
—Si te lo cuento, todo el mundo lo sabrá.
—No necesariamente, aunque no puedo prometerte nada.
Katrina apretó los labios en un gesto desafiante.
—Lo que yo haga en mi vida privada sólo es asunto mío.
—Lo entiendo.
—Tienes razón —aceptó, finalmente—, no denuncié el asalto porque hay ciertas cosas sobre mí que habrían salido a la luz. Cosas embarazosas.
Stride aguardó.
—Yo era una chica alfa —continuó Katrina.
—¿Qué es eso?
Ella vaciló y se sentó en el otro extremo del futón.
—No sé si debería contártelo. Si no sabes lo que es, significa que no conoces el club. Esto podría causar problemas a mucha gente.
—Katrina, fuiste violada.
—Ya lo sé.
—Dime de qué va todo esto. Si se trata de algo ilegal…
Ella negó con la cabeza.
—No es ilegal. Al menos, no lo creo. Inmoral, tal vez. Yo formaba parte de un club sexual de la ciudad. Fui la chica alfa de una noche.
Stride pensó en su breve etapa en Las Vegas, una ciudad que vivía del sexo, donde podías ver tus deseos más infames anunciados en un taxi o pregonados en las aceras. La única diferencia entre cualquier otro sitio y Las Vegas era que ésta no ocultaba su lujuria. La ciudad no inventó el pecado; lo importó. Todo el mundo, todos los deseos, llegaban al desierto desde algún otro lugar. De lugares como Duluth.
—¿Cómo entraste en ese club?
—Sonia me reclutó.
A Stride no le sorprendió que el nombre de Sonia Bezac apareciera implicado.
—¿Ella es miembro?
—Ella y Delmar fundaron el club. Todo se desarrolla en su casa. Hay una habitación abajo a la que ella llama el templo.
—¿Cuántas personas lo integran?
—No estoy segura. Cuando yo fui chica alfa, había una docena o más de personas. Quizá siete u ocho hombres y unas cuantas mujeres.
—¿Qué es una chica alfa?
Katrina se agitó en el sofá.
—Mira, yo no me avergonzaba de ello. Lo hacía porque soy una chica desenfadada y me gusta experimentar. No estoy colgada por el sexo. Pero es distinto cuando tienes que hablar de ello.
—Yo no te juzgo.
—Sí, bueno, eso ya lo veremos. Cada vez hay una chica alfa diferente. Básicamente, estamos para practicar sexo con cualquiera que nos desee. A veces son hombres a los que les gusta hacerlo en presencia de otra gente. A veces son mujeres a cuyos maridos les gusta ver cómo lo hacen con otras mujeres. A veces son el marido y la mujer al mismo tiempo. También hay parejas a las que simplemente les excita ver sexo en público y mirar o masturbarse mientras nos miran.
—Todo eso parece una invitación para contraer enfermedades de transmisión sexual.
—Los condones son norma. Nadie va a pelo. Hasta los matrimonios que practican sexo entre ellos deben usar condones cuando están allí.
—Me está costando entender por qué querías hacerte eso a ti misma —dijo Stride, que procuraba elegir las palabras con cuidado.
—¿No has dicho que no me juzgabas? Ja. Lo admito, somos unos libertinos, ¿y qué? Ya te he dicho que la mayoría de la gente no lo entendería, por eso es un secreto. Por eso no voy por ahí anunciándolo, ni nadie lo hace.
—A mí me resulta deshumanizador, no erótico.
—Bueno, es tu forma de ser. A mí me encantó. En toda mi vida nunca me había excitado tanto como esa noche. No tienes ni idea de la lucha interna que soporta una chica como yo con su propia imagen. Pero esa noche todos los hombres querían acostarse conmigo, y también unas cuantas mujeres. Nunca me he sentido tan deseada.
Stride quería ir a los hechos y acabar con todo esto.
—¿Cuándo sucedió?
—El mes pasado. En diciembre.
—¿Con qué frecuencia se reúne el club?
—No estoy segura. Una vez al mes, quizá.
—¿Crees que el violador conocía la existencia del club?
—Joder, vino a por mí la noche después de la fiesta. No puede ser una coincidencia, ¿no?
—¿Podría tratarse de alguien que estuvo en la orgía contigo?
—No lo sé. A lo mejor. Lo dudo.
—¿Quién más estaba allí?
—No lo sé.
—¿Quieres decir que no les reconociste?
—Quiero decir que todo el mundo llevaba máscara. El anonimato forma parte del juego.
—Así que, cuando vas allí, ¿no sabes quién más habrá?
—No. Aparte de Sonia y Delmar, claro.
Se agitó nerviosa, y presionó los labios. Clavó la mirada en el suelo.
—¿Qué sucede?
—Reconocí a alguien —admitió.
—¿A quién?
—El marido de Maggie, Eric. Era fácil de reconocer con su pelo largo y rubio.
Stride pensó en Maggie. «¿Te crees que no tengo secretos?».
—¿Sabía Maggie lo de Eric y el club? —preguntó, aunque ya adivinó la respuesta de Katrina.
—Oh, sí. Lo sabía.
—¿Estás segura?
—Hablamos de ello antes de que yo lo hiciera.
Stride negó con la cabeza. No podía creer nada de lo que estaba oyendo.
—¿Y qué te dijo?
—Me dijo que hiciera lo que quisiera, pero desde entonces no hemos hablado. La llamé después de que mataran a Eric; no me respondió. No la culpo por ello.
—¿Me estás diciendo que Maggie estaba en el club? —preguntó Stride, saboreando el horror como vino agrio en su boca.
—Abróchate el cinturón, teniente. Maggie fue la chica alfa anterior a mí.