Capítulo 24

El lunes por la mañana, Serena bajaba por el Point en dirección a Canal Park, por el sendero que las máquinas habían despejado de nieve y hielo. Corría dando largas y elegantes zancadas. Llevaba camiseta de lycra, mallas y un chaleco, con una bufanda que le cubría las orejas y el largo cabello recogido en una cola de caballo. Corrió cuatro kilómetros y medio en media hora y llegó al puente levadizo que dominaba las alturas como una guillotina gris. Serena hizo un alto y se inclinó, apoyando las manos en las rodillas. Respiró hondo varias veces y entonces echó la cabeza atrás y contempló el cielo. Dio algunos pasos torpes, como un pavo real, sacudiendo las piernas para mantenerlas flexibles. Abrió con el pulgar la botella de agua que llevaba sujeta con una cinta de velero a la cintura y tomó un buen sorbo. Estaba helada.

Fue paseando por la acera hasta el centro del puente. La temporada de navegación había terminado, por lo que el puente rara vez se subía en esta época del año. El agua del puerto a su izquierda estaba congelada, e incluso el estrecho canal que penetraba en el lago Superior estaba vidrioso por el hielo. Se asomó por la barandilla de acero para contemplar el lago.

Estaba sola, pero no podía liberarse de aquella sensación de sentirse observada. Incluso la persiguió hasta su casa, y hasta el punto de creer que estaba compartiendo su vida con un fantasma. Se acordó de aquella época en Las Vegas, cuando Tommy Luck le seguía la pista. Serena recordaba encontrarse en el apartamento de aquel hombre después de que le arrestaran, y descubrir toda una pared empapelada con fotografías suyas que le había sacado a hurtadillas. Como un santuario. Algunas en la calle; otras en su coche; otras, con teleobjetivo, a través de la ventana de su dormitorio. Y en todas aparecía desfigurada y violada, como si fantaseara con hacerlo realidad. Después de eso no perdió a Tommy de vista, y cuando salió en libertad condicional, pensó seriamente en encargarse de él de una vez por todas antes de que se volviera a avivar su obsesión. Los agentes de Las Vegas habrían hecho la vista gorda, pero Tommy era un don nadie y decidió que no quería ese cargo de conciencia.

No era la primera vez que se veía tentada a actuar de ese modo. Cuando Serena estaba en Phoenix, compartiendo un infierno de vida con su madre y Blue Dog, constantemente ideaba formas de matarlos. Por las noches se acostaba intentando reunir el valor suficiente para empuñar un cuchillo y rebanarle a él la garganta mientras dormía, y luego hacérselo a su madre. Asesinarlos y desaparecer. Nadie los echaría de menos y nadie la encontraría a ella. Varias veces estuvo a punto de coger un cuchillo de cocina y quedarse en la puerta del dormitorio viéndoles dormir, pero nunca cruzó el umbral. En lugar de eso, huyó a Las Vegas sin mirar atrás.

Serena se preguntaba en qué cambiaría ahora su vida si las cosas hubieran sido diferentes.

Si hubiera entrado en el dormitorio de su madre con el cuchillo de cocina.

Si hubiera ensartado una bala en la cabeza de Tommy Luck.

Sonó su teléfono móvil. Se lo sacó del bolsillo del chaleco y comprobó el número, que no reconoció.

—Serena Dial.

—Me llamo Nicole Castro —anunció una mujer—. Archie Gale me dio su número.

—Ah, ¿sí?

—Me dijo que usted y yo tenemos algo en común.

El tono era irónico y severo, como el de un cómico con demasiados espectáculos a cuestas.

—¿Y qué es? —preguntó Serena.

—Usted se acuesta con un tipo llamado Jonathan Stride, y yo tenía un jefe que se llamaba Jonathan Stride.

A Serena no le hizo gracia.

—¿Qué desea exactamente, señora Castro?

—Llámeme Nicole. Quiero hablar con usted sobre el asesinato de Eric Sorenson.

—Debería acudir a la policía.

Nicole se burló.

—Pero ambas sabemos que Abel ya le ha echado el ojo a un sospechoso. Créame, no escuchará nada de lo que yo tenga que decirle.

—¿Y eso por qué?

—Él era mi compañero.

Serena se enderezó y se limpió la frente con la manga.

—¿Qué clase de información tiene, Nicole?

—Será mejor que lo hablemos cara a cara.

—No recuerdo que Jonny la haya mencionado nunca —le dijo Serena.

—¿Jonny?

—Stride.

—Oh, claro. Bueno, no creo que piense demasiado en mí. Todos quieren olvidarme. Oiga, Archie dice que usted quería echar una mano en este caso. Así que, ¿quiere mi ayuda o no?

—Si ha de ser útil, desde luego.

—Entonces venga a verme.

—Podríamos comer en el Grandma’s —propuso Serena.

Nicole habló con voz cortante.

—Nada me gustaría más, créame. Pero por desgracia ya no vivo en Duluth. Estoy en las Ciudades Gemelas, en un pueblo llamado Shakopee.

—Está bien, mañana tenía que ir a las Gemelas de todos modos. ¿Dónde quiere que nos veamos?

—Tendrá que venir aquí. Estoy en la cárcel.

Serena exhaló vapor y miró a su alrededor para ver si alguien la observaba. La barandilla del puente estaba fría bajo sus dedos.

—Creía haber entendido que es usted policía.

—Así es. Antes estaba en el departamento de detectives de Duluth. Hasta que me incriminaron en el asesinato de mi marido. Igual que a Maggie.

Grassy Point Park era una pequeña mancha verde en forma de cuchillo que se adentraba en el estrecho canal de la bahía de San Luis. Se encontraba en una calle sin salida en el centro de la zona industrial de la ciudad, cerca de muelles metalíferos y vías de ferrocarril. Stride tenía el puerto helado a su izquierda. Podría haber conducido por encima del hielo y coger un atajo de vuelta a casa, rodeando la península de Wisconsin. A su derecha, donde terminaba el parque, vio los vagones de Santa Fe cargados de piedras hasta el tope al otro lado de una alambrada. El viento era intenso y frío, y el cielo de la mañana parecía una mortaja gris sobre su cabeza.

Ése era el lugar donde Tanjy aseguraba que la habían llevado, la habían atado a una verja alta junto a la cochera del tren y la habían asaltado.

Intentó meterse en la mente de Tanjy, imaginándose que era una noche de principios de noviembre. Al norte brillaban las luces del puente a Superior. Se encontraba lo bastante cerca del agua para oír las olas rompiendo en la orilla. Tanjy forcejeó, pero tenía un cuchillo en la garganta y no hizo ningún ruido. Estaba atada y desnuda. El metal de la verja se le clavaba en la piel expuesta.

Después, se encontró sola. Humillada. No gritó pidiendo ayuda. Se liberó sin ayuda de nadie, condujo de vuelta a casa y se lavó la vergüenza y las pruebas.

Stride negó con la cabeza. Alguna pieza del rompecabezas no encajaba.

Cuando Tanjy le contó por primera vez lo sucedido, hubo un detalle que le pareció extraño. Después de violarla, el asesino dejó allí el coche de Tanjy porque había otro vehículo esperándole en el parque. En aquel momento, Stride se preguntó cómo habría podido el violador dejar allí un coche para él y salir del parque para volver a la ciudad. Cuando Tanjy confesó que había mentido respecto a la violación, él se olvidó de esa anomalía. Ahora, se le había vuelto a meter en la cabeza.

La escena del asesinato lo dejó con el mismo recelo. Si el asesino de Tanjy la transportó al Lago del Infierno en el maletero del coche de ella, y luego se deshizo del vehículo en el bosque tras arrojar el cadáver al hielo, ¿dónde estaba el coche de él? No podría haber llegado muy lejos con temperaturas bajo cero. Tampoco le habría sido fácil conducir dos coches a la vez. ¿Cómo abandonó entonces el lúgubre bosque donde dejó el coche de Tanjy?

Respuesta: había alguien más involucrado. Alguien que conducía otro vehículo.

Tal vez. O tal vez Abel y él estaban pensando lo que el asesino quería que pensaran.

Stride agarró la verja con ambas manos. Cuanto más se imaginaba la violación de Tanjy, más intensa era la punzada de rabia y dolor que sentía al pensar en Maggie. Debía controlar esa ira y repartirla como dosis de adrenalina inyectadas en vena. En Las Vegas sintió esa misma furia cuando dispararon a su compañera, una furia que le hizo tambalearse en los límites del autocontrol.

También estaba enfadado con Maggie. Enfadado por su actitud de dejadez, por destruir las pruebas, por no denunciar el crimen. Era consciente de lo fácil que era para él emitir ese juicio cuando no había pasado por lo mismo, pero aun así no podía evitar enfurecerse porque ella le hubiera dejado al margen de su vida al no compartir su dolor, al no confiar en él. Sintió como si se hubiera roto el lazo de intimidad que los unía, aunque pensó que no tenía derecho a esperar lo contrario.

Se giró al oír una sinfonía de ruidos amortiguados y notar la pulsación de unos bajos retumbando dentro de su pecho. Vio un Lexus SUV aparcando junto a su Bronco. El motor se apagó y cesó la música. Apareció Tony Wells, con un vaso de café Starbuck’s en la mano, del que dio varios sorbos mientras caminaba hacia Stride. Llevaba un anorak marrón con capucha ribeteada de piel, pantalones de vestir y unos zapatos muy poco adecuados para la nieve que se acumulaba sobre la hierba del parque.

—Buenos días, teniente.

—Te agradezco que hayas venido, Tony —señaló el coche y añadió—: Degollando cerdos otra vez, ¿eh?

—Ah, lo olvidaba… otro fan de la música country —dijo Tony con una leve sonrisa—. Los Smahing Pumpkins ganaron un Grammy por esa canción, ¿sabes?

—¿Por qué? ¿Por una canción que le da a uno ganas de hacerse su propia autopsia?

Tony se bajó la capucha y se alisó el pelo cada vez más ralo.

—Hace poco leí un artículo sobre unos pobres ratones de laboratorio que fueron sometidos a la música de Toby Keitht[12] veinticuatro horas al día durante un mes. Todos desarrollaron un cáncer.

Stride se rió. Era una vieja discusión entre ellos.

Seguramente él era uno de los pocos agentes de Duluth que nunca había visitado a Tony Wells con carácter profesional. El trabajo de policía causaba este efecto: revolvía nidos de ratas y te hacía hacer cosas que nunca hubieras creído hacer, como beber, pegar a tu mujer o dar bandazos con el coche por una carretera resbaladiza. Tony era bueno dominando esas ratas. Tanto a Maggie como a Serena les gustaba. También Stride había necesitado terapia una vez, pero nunca aceptó visitar al loquero de los polis. No le gustaba compartir sus cosas con alguien que conocía las de todos los demás. Tras la muerte de Cindy, encontró un terapeuta a veinte kilómetros de distancia, en Two Harbors, al que visitó una vez a la semana durante seis meses, lo que no bastó para evitar que se equivocara casándose otra vez.

—¿Sabías que es aquí donde Tanjy Powell aseguró que la habían violado? —le preguntó Stride.

Observó a Tony calibrar la zona a su alrededor. En invierno, los parques eran unos lugares solitarios desprovistos de vida.

—Sí.

—Tú sabes que realmente la violaron, ¿verdad? No se lo estaba inventando.

Tony movió la mandíbula como si tuviera a alguien atrapado entre sus dientes.

—Estoy en una posición comprometida, teniente. Quiero ayudar, pero no sé si puedo.

—Tanjy está muerta —le recordó Stride—. No puedes hacerle ningún daño hablando conmigo, pero sí ayudarme a averiguar quién se lo hizo.

—Tanjy era una persona extremadamente reservada.

—Eso ya lo sé, pero necesito tu ayuda, Tony. Hace mucho que nos conocemos. Respeto tu lealtad, pero tu paciente está muerta. Pienso que ella querría que hablases conmigo.

Stride podía ver la lucha interna que esa decisión representaba para Tony. Como psiquiatra que trabajaba en estrecha relación con la policía, había tratado con detectives, víctimas y criminales, y no siempre disponía de una clave con la que resolver los conflictos éticos que se le presentaban.

—Está bien —asintió Tony al fin—. Quisiera ver entre rejas a quienquiera que lo hizo. Tanjy se lo merece.

—Gracias.

—¿Qué puedo decirte?

—¿Sabes con quién se veía Tanjy cuando la asaltaron?

—No, nunca me dio un nombre, era muy discreta. En ocasiones eso entorpecía la terapia, porque me daba muy pocos detalles sobre su vida. —Tony vaciló.

—¿Qué pasa?

—Verás, Tanjy creía que alguien la acosaba. Me dijo que la vigilaban.

—¿Sabía quién era?

—No, dijo que sólo era una sensación.

—¿Cuándo fue eso?

—Poco antes de que la violaran.

—¿Te dio algún otro detalle?

—No, ninguno. Para ser sinceros, teniente, yo no estaba seguro de que la violación hubiera ocurrido realmente. Me explicó que se había retractado de su declaración sólo porque no podía soportar la humillación pública; pero aun así lo puse en duda. El episodio de la violación era sospechosamente similar a sus propias fantasías. No es así como funciona.

—A menos que fuera eso precisamente lo que buscaba el violador.

—¿Quieres decir que se convirtió en el blanco a causa de sus fantasías? —planteó Tony.

—Es una posibilidad.

Tony reflexionó sobre ello.

—No veo cómo, nadie las conocía.

—Su novio sí. Ella le hizo representar fantasías de ese calibre cuando practicaban sexo, y también colgó historias sobre violaciones en internet.

Tony ladeó la cabeza.

—Es cierto.

—¿Tenía Grassy Point Park algún significado para ella?

—Así es.

—¿Sabes cuál?

—Creo que tenía que ver con sus padres. Desde aquí puede verse el puente en el que murieron en un accidente de tráfico. El hecho de que Tanjy recreara sus fantasías sobre violaciones en un lugar que es visible desde el puente resulta significativo. Presumo que estaba manifestando su sexualidad reprimida delante de sus padres.

—Entonces, de haber tenido otros novios, ¿crees que los habría traído aquí?

—Sí, es probable.

—¿Sabes con quién más se estaba viendo aparte de Mitchell Brandt?

Tony negó con la cabeza.

—No, lo siento.

—De acuerdo, hablemos de Eric —dijo Stride.

Tony enterró la mano libre en el bolsillo y bebió más café. El viento asestó un latigazo que hizo que ambos se encogieran contra el aire gélido.

—Pisamos terreno resbaladizo —dijo Tony.

—Lo sé, pero no voy a pedirte información privilegiada. Eric habló de cosas que no tenían nada que ver con Maggie, ¿no es cierto?

—Sí, así es —reconoció Tony.

—¿Qué quería saber?

—Me preguntó si existían indicios concretos que revelasen que alguien podía ser un delincuente sexual, algo así como un patrón de conducta.

—¿Qué respondiste?

—Poca cosa —dijo Tony—. Le expliqué que habría que ser un profesional con formación y llevar a cabo una extensa entrevista para obtener una evaluación, y aun así eso no suponía plenas garantías. La mayoría de los delincuentes sexuales se han pasado toda la vida protegiendo sus disfraces.

—¿Te dijo a quién tenía en mente?

—No.

Stride observó los ojos inquietantes de Tony.

—Quizá se tratara de ti.

Tony le devolvió una mirada firme y dura.

—¿De mí? —dijo, sin alterarse.

—Ahora mismo, eres la única conexión entre Tanjy y Maggie. A lo mejor Eric pensaba que las habías violado.

—Tú también las conocías a las dos, teniente —contestó Tony—. A lo mejor él pensó que se trataba de ti.

—Estoy hablando en serio.

—Sí, ya lo sé, así que iré al grano, yo no violé a esas mujeres, ¿de acuerdo? No tenía nada que temer de Eric.

—Lo siento, Tony; tenía que preguntarlo.

Tony asintió.

—Sabía que lo harías. Conozco las reglas del juego. Que conste que le pregunté a Maggie la fecha exacta de su violación y luego revisé mi agenda del año pasado… aquella noche estuve en Seattle dando una conferencia. Puedo darte todos los detalles necesarios para comprobarlo.

—¿Y Tanjy?

—Saqué su expediente y lo contrasté con mi agenda, tenía terapia de grupo la noche en que la atacaron.

—Gracias. A veces tengo que hacer de poli malo, ¿sabes?

—Lo entiendo.

—Necesito saber si Eric dijo algo más. ¿Habló de su visita al Ordway durante el fin de semana?

—¿Al Ordway? —preguntó Tony—. No, ¿qué tiene eso que ver?

—Aún no lo sé. —Stride negó con la cabeza—. No me quedo satisfecho, Tony. Intenta ignorar por un momento la cuestión de que tanto Tanjy como Maggie fueron pacientes tuyas y céntrate sólo en los hechos de las violaciones tal como los conoces. Dame algún tipo de perfil.

Tony se rascó la barba.

—Apenas tengo información suficiente.

—Yo tampoco, pero otras veces hemos trabajado con menos. Échame una mano.

—En fin, no lo tomes al pie de la letra porque podría llevarte por el camino equivocado. Sea quien sea quien esté haciendo esto, seguramente es muy inteligente y metódico. Tiene un ego enorme y la necesidad de controlar a sus víctimas. Le gustan los juegos, como un gato persiguiendo a un ratón. Busca a esas mujeres a conciencia, las selecciona, las estudia, consigue saberlo todo sobre ellas y entonces actúa.

—¿Crees que hay otros asaltos que desconocemos?

—Es posible. Sabes tan bien como yo que muchas violaciones no se denuncian nunca. Este criminal parece elegir a unas víctimas que son vulnerables en el aspecto sexual, lo que aumenta las posibilidades de que desistan de acudir a la policía.

—¿A qué te refieres con «vulnerables en el aspecto sexual»?

Tony frunció el ceño.

—Por ejemplo, Tanjy y sus fantasías de violaciones.

—En otras palabras, mujeres con cosas que ocultar.

—Exacto.

—¿Y cómo averigua sus secretos?

—No lo sé, pero si eres capaz de descubrir eso, seguramente lo atraparás.

—¿Conoce a esas mujeres? ¿Podría tener una relación personal con ellas?

—Cabe dentro de lo posible. No es el perfil típico, pero el hecho de que sepa tanto sobre las víctimas me lleva a pensar que tiene alguna relación con ellas.

—¿Estaría actuando solo?

Wells arqueó las cejas, sorprendido.

—Qué pregunta tan extraña; los violadores casi siempre actúan solos.

Stride sabía que era verdad, pero aun así barajaba la posibilidad de que hubiera un cómplice.

—¿Es probable que ese individuo actúe otra vez?

Wells asintió.

—Los violadores siempre reinciden a menos que encuentren una solución alternativa para su patología, alguna otra manera de canalizar su tensión sexual. Y no creo que éste sea el caso.

—¿Por qué?

—Hay un lapso demasiado breve entre los asaltos. Quienquiera que sea, está actuando deprisa. Yo diría que nos enfrentamos a un sociópata, no tiene mala conciencia ni siente culpabilidad ni hay vacilación. Muchos criminales quieren parar y libran una intensa batalla interior para controlar sus tendencias violentas. Algunos lo logran durante meses o incluso años antes de delinquir otra vez. Pero éste no; disfruta con el juego. De hecho, debería decir que este violador es más peligroso ahora que nunca.

—¿Por qué? —quiso saber Stride.

—Tú lo has dicho, teniente, seguramente ese hombre asesinó a Tanjy y a Eric. Está subiendo peldaños, ahora ya no sólo viola, sino que también mata. Tal vez llegue a la conclusión de que asesinar a sus víctimas le proporciona emociones añadidas.