Capítulo 21

—¿Se trata de Tanjy? —preguntó Stride.

Abel Teitscher asintió. Tenía las cejas y el bigote cubiertos de nieve, que caía ininterrumpidamente sobre el lago como una cortina.

—Parece un palito de cangrejo congelado.

—¿Causa de la muerte?

—Alguien le abrió la parte de atrás del cráneo.

Stride blasfemó y se dirigió al grupo de agentes reunidos junto a la caseta de pesca. Aquello era como un campamento gitano sobre el lago, un batiburrillo de cajas de contrachapado, tiendas de campaña, casetas de pesca de aluminio, caravanas y furgonetas de reparto. Huellas de neumáticos y motos de nieve formaban un laberinto en el suelo blanco. Había desperdicios por todas partes: cajas viejas, botellas de cerveza, guantes destrozados, cabezas de pescado y cigarros a medio fumar. El lago en sí era inmenso, con unos tentáculos como patas de araña que rodeaban penínsulas boscosas, pero desde donde se encontraba sólo veía un pequeño fragmento de él. Lo llamaban Lago del Infierno porque era famoso por sus zonas peligrosas, áreas como cáscara de huevo donde el hielo nunca se solidificaba debido a las fuertes corrientes que fluían por debajo. O quizá fuera porque la lava manaba directamente desde el infierno para calentar el agua. Era un lugar incierto, en el que resultaba fácil perderse al caer la niebla, desviándose de los pedazos densos de hielo a las frágiles capas surcadas de grietas. Cada año había que lamentar varios accidentes, personas desaparecidas bajo el hielo; y a la mayoría, no las rescataban nunca.

Soplaba un viento feroz a través del hielo. Sin árboles que lo entorpecieran, cabalgaba sobre el lago como un patín de vela. El cadáver de Tanjy yacía tristemente sobre un trozo de plástico, a la entrada de la caseta de pesca. Su piel había perdido el pigmento. O su asesino o la corriente del lago la habían desnudado. Stride sintió una punzada de pesar: Tanjy se había pasado la vida obsesionada con las violaciones y ahora realmente habían profanado su cuerpo.

Stride se volvió hacia Teitscher.

—Deberías haberme llamado inmediatamente.

Teitscher frunció el ceño, aunque su rostro extenuado permaneció imperturbable.

—Acordamos que yo llevaría la investigación.

—Así es, pero quiero estar en el ajo.

—Para mí, eso significa pasarte mi papeleo —zanjó Teitscher—, no que me cuestiones en la escena del crimen. No te quiero aquí, teniente. Ahora mismo, no sé de qué lado estás.

—Tú ponme al corriente —le dijo Stride.

—Dan Erickson quiere estar enterado de cualquier movimiento tuyo en este caso —explicó Teitscher.

—¿Es una amenaza?

—Sólo un aviso.

—No me preocupa Dan —respondió Stride.

Teitscher se encogió de hombros.

—Hemos encontrado el coche de Tanjy. Alguien lo llevó al interior del bosque, al final de un camino sin salida.

—¿Cerca de aquí?

—A un kilómetro aproximadamente.

—Háblame de la escena del crimen —pidió Stride.

—Hay sangre en el maletero. En una capa profunda de nieve hemos conseguido huellas de botas que se alejan del coche para volver al camino. Ahí se detienen.

—Así que no la mataron donde habéis encontrado el coche.

—No, al parecer la mataron en alguna otra parte y luego la arrojaron al maletero para llevarla hasta el hielo. Encontraron una caseta abierta, dejaron el cuerpo en el lago y después abandonaron su coche en el bosque.

—¿En plural?

—Estoy pensando que a una persona sola le habría costado mucho lograrlo. Si no fue asesinada donde abandonaron su coche, quienquiera que lo dejara allí necesitaba otro vehículo para largarse. Y alguien tenía que conducirlo.

—¿De qué tamaño son las huellas?

—Grandes, al menos del 44 —explicó Teitscher, y añadió—: Eric Sorenson calzaba un 44.

—No vayas tan deprisa.

Teitscher se encogió de hombros.

—Por lo que sabemos, fue una de las últimas personas que vieron a Tanjy con vida.

—¿Qué hay de la hora de la muerte? —preguntó Stride.

—Lleva varios días en el agua, no creo que lleguemos a saber cuántos exactamente. Eso hará feliz a Archie Gale.

—No hay nada que vincule a Maggie con esto, ¿verdad?

—Sólo que su marido estuvo liado con Tanjy y que él también está muerto.

—Para mí, eso significa que la muerte de Eric puede implicar más cosas de lo que a primera vista parece —dijo Stride.

—¿Sí? Eres fantástico lanzando teorías, teniente. A ver qué te parece ésta: Maggie y Tanjy tuvieron una pelea de las gordas por la aventura de ella con Eric. Tanjy acabó muerta. Maggie llamó a Eric para que la ayudara a deshacerse del cadáver, pero él en un acceso de lucidez quiso llamar a la policía. Maggie lo mató.

—No tienes ni la menor prueba que respalde eso.

—No, aún no, pero sólo digo que no hay que esforzarse demasiado para relacionar ambos casos.

Stride sabía que aquella discusión no llevaba a ninguna parte.

—¿Y la caseta? ¿Qué has encontrado ahí?

—Dos adolescentes han encontrado el cuerpo. Se estaban enrollando cuando la cabeza de Tanjy asomó. La caseta de pesca pertenece al padre del chico, pero los técnicos de pruebas disienten de que Tanjy fuese arrojada desde ahí. Podría haberse hundido en cualquier punto del lago y llegar hasta allí a la deriva. La gente deja estas chozas sin cerrar y pasan semanas enteras sin volver por aquí.

—Nunca conseguirás una orden para registrar todas las casetas del lago —dijo Stride.

—Lo sé. Lo mejor que podemos hacer es llamar puerta por puerta. Quizás alguien viera algo.

Stride sabía que, sin una hora de la muerte ni una escena del crimen de la que fuera posible obtener pruebas forenses, sería un caso difícil de resolver.

—Si puedo ayudarte, llámame. Lo digo en serio.

—No me malinterpretes, teniente, pero si quieres ayudarme, mantente fuera de mi camino.

Teitscher se volvió en la dirección del viento y se alejó. Sus pies resbalaron en el hielo y cayó sobre una rodilla. Mientras se levantaba gritó a uno de los agentes que había allí, y Stride vio que el policía, un buen chico, se encogía. El único método que conocía Teitscher de que se hicieran las cosas era gritándole a alguien a la cara. Era un caso perdido y no iba a cambiar.

Stride oyó una débil música de fondo; era su teléfono móvil, que estaba sonando. Lo sacó del bolsillo interior de su chaqueta de piel y oyó la canción de Alabama en su cabeza. Tengo prisa y no sé por qué.

Contestó mientras se dirigía a su todoterreno.

—Stride.

Era Maggie.

—Tengo que verte, es urgente.

—¿Qué ocurre?

—No quiero hablar por teléfono —respondió ella.

—Vayas a donde vayas, tendrás compañía. No pueden vernos juntos.

—Eso déjalo de mi cuenta. Estaré sola.

Stride no iba a negarse.

—Veámonos tarde. A las once.

—¿Dónde?

—En el aparcamiento del instituto. Colina arriba.

—Gracias, jefe.

—Me tienes en ascuas con todo esto —le dijo Stride—. Me estás ocultando información.

—Lo sé. Y lo siento. —Hubo una larga pausa, y entonces Maggie preguntó—: ¿Es cierto lo de Tanjy? ¿Habéis encontrado su cuerpo?

—Sí, es cierto.

Maggie soltó el aire como si lo hubiera estado reteniendo.

—Hay algo que debes saber; pero sólo tú, Teitscher no.

—¿El qué?

—Tanjy no mintió sobre su violación —le explicó Maggie rápidamente.

—¿Qué?

—Ya lo has oído… sucedió, fue real.

—Ni hablar. —Pensó en las fantasías del ordenador de Tanjy y en los explícitos detalles de su vida sexual que proporcionó Mitchell Brandt—. Tanjy me dijo claramente que se lo había inventado todo.

—Sé cómo suena, jefe. Yo misma no la creí, pero me equivoqué.

—¿Cómo diablos puedes estar tan segura?

Esta vez, la pausa fue tan larga que creyó que se había cortado la línea. Cuando oyó la voz de Maggie, no parecía ella en absoluto.

—Porque a mí también me pasó.