Capítulo 18

El domingo por la mañana, Serena se encontraba en medio de los campos desiertos y los cielos abiertos de la zona nordeste de la ciudad. El centro urbano de Duluth se agrupaba en unos pocos kilómetros cuadrados alrededor del lago, bancales dragados en colinas en pendiente, como una réplica en miniatura de las calles empinadas de San Francisco metida en un globo de nieve. En la meseta sobre el lago, sin embargo, la tierra se nivelaba rápidamente y se volvía llana y desolada. Autopistas como flechas se extendían a lo largo de kilómetros. Las casas estaban dispersas, con hectáreas de terreno que separaban a unos vecinos de otros.

Sentía como si el trayecto la llevara al fin del mundo si alguna vez alcanzaba la línea del horizonte. La nieve ligera se deslizaba y danzaba sobre el asfalto como agua en una sartén muy caliente. Para Serena, había algo grandioso e intimidatorio en aquel lugar. Si el desierto era como una serpiente, vigoroso, taimado y hermético, las tierras del norte eran como un oso, enorme y pesado, lleno de pelo, grasa y músculos. Vivir allí era como internarse en una tierra habitada por gigantes.

Giró a la izquierda en una carretera polvorienta con una señal de camino sin salida y avanzó un par de kilómetros hasta el terreno arbolado donde Tony Wells tenía su hogar. Era un rancho de los años setenta, y a Maggie le gustaba señalar que la casa, igual que Tony, era marrón. Vio el todoterreno de Tony, un Lexus LX de color beis, estacionado en el camino de grava.

Serena se detuvo detrás del todoterreno y salió del coche. Hacía un frío glacial, con una temperatura que rondaba los cero grados. Exhaló una nube de vapor. Pese al frío, siempre se detenía allí antes de entrar, en parte para hacer un ovillo con todos sus problemas cotidianos y dejarlo en el capó del coche, para recogerlos después, y en parte para disfrutar de la soledad de aquel hermoso y apacible lugar. Los bosques eran de abedules jóvenes y altos matorrales, una red densamente tejida con una alfombra de nieve debajo. No había casi ningún árbol de hoja perenne, así que podía verse a una sorprendente distancia a través de ellos. Un camino estrecho atravesaba el bosque y se veían huellas de esquís de montaña avanzando por la nieve. Un riachuelo, ahora congelado, ocupaba otro hueco entre los árboles.

Avanzó hacia un lateral de la casa. Tony había construido un anexo en la parte de atrás de su despacho, con una cristalera abierta a los bosques. A través de una puerta lateral se accedía a una sala de espera sin ventanas, decorada con muebles de Ikea y monótonas acuarelas, y luego se llegaba a aquel espléndido espacio con el techo abovedado y unas vistas que se extendían hasta el infinito.

Tony tenía una cámara de seguridad que le permitía ver desde su escritorio a los pacientes que entraban en la sala de espera. Serena saludó a la cámara y se sentó. Oyó un ritmo de heavy metal detrás de la puerta del despacho. Steven Tyler cantaba Walk this way.

Serena no pudo evitar sonreír. Igual que Maggie, Tony era un fanático del rock duro, aunque nadie lo hubiera dicho al verle. Era el típico coleccionista serio que merodeaba por eBay en busca de objetos extraños, como una aguja hipodérmica usada por uno de los chicos malos de Motley Crue para chutarse cocaína, o un informe de mantenimiento con los daños del estadio deportivo de Philadelphia después de un concierto de Metallica. Ambos estaban enmarcados y colgados sobre el sofá, junto a sus tres diplomas de la Universidad de California. Podía recitar los datos de cualquier álbum, gira de conciertos y Grammy de Aerosmith, y cada verano se pasaba dos meses siguiendo a grupos de música por todo el país. Como contrapartida, el resto del año mantenía el despacho abierto los siete días de la semana. Muchos de sus pacientes eran policías y víctimas que se recuperaban de traumas de índole sexual, así que visitaba a todas horas.

Era casi imposible alterar a Tony, pero Serena disfrutaba con el reto y en cada visita trataba de sorprenderle con algo nuevo. Aquel día se levantó y bailó una parodia de rock de los sesenta frente a la cámara, sacudiendo la cabeza para que su pelo revoloteara y agitando los brazos a modo de pistones, en plan chica gogó. Diez segundos después la música se interrumpió, y la puerta del despacho se abrió con un suave clic.

Ella entró con aire despreocupado. Tony se hallaba sentado ante su gran escritorio de roble, enfrente de la cristalera. Tras él se alzaba la espesura. Estaba escribiendo en un bloc amarillo y no alzó la vista.

—Muy divertido —dijo con una sonrisa exigua.

Serena se dejó caer en un sofá en el lado opuesto de la habitación.

—A mí también me lo ha parecido.

Tony se levantó de la mesa y se sentó en un sillón de cuero cerca de Serena. Tenía lo ojos enrojecidos.

—Supongo que vas a soltarme otro discurso sobre George Strait y Diamond Rio.

—Un poco de guitarra acústica no te mataría, Tony.

Éste se aclaró la garganta. Medía poco más de metro setenta, con un cuerpo blando y bien alimentado. Serena y él tenían la misma edad: cumplidos los treinta y cinco, rodaban cuesta abajo hacia los cuarenta. Él desprendía un aura de profesional serio y concentrado, lo que hacía aún más inverosímiles sus gustos musicales. Aunque nunca se sabía: Serena conocía a abuelas que coleccionaban porno. Tony llevaba holgados pantalones de pana de color café, una camisa blanca y un chaleco color chocolate que hacía juego con su barba y su menguada corona de pelo.

—Pareces cansado, Tony.

Sus pesados párpados se cerraban más de lo habitual sobre sus ojos oscuros. Las bolsas de debajo estaban hinchadas como una maleta a punto de reventar.

—Una llamada de madrugada —aclaró.

—Ah. Lo siento.

—¿Café? —le ofreció él.

—No, gracias.

Tony se dirigió a un mueble de caoba con un pequeño bar de espejo. Tenía una cafetera enchufada, y se sirvió de la jarra en una taza de cerámica negra. Abrió seis sobres de azúcar, los vertió cuidadosamente y removió.

—¿Quieres un poco de café con el azúcar? —preguntó Serena.

—Me gusta dulce.

—Entonces ¿por qué bebes café? Tómate un Mountain Dew[8].

Tony se volvió a sentar y tomó un sorbo de café. Buscó en el interior del chaleco y sacó un bolígrafo de plata Cross, que hizo girar entre los dedos.

—¿De qué quieres hablar hoy?

—Fantasías sobre violaciones —respondió Serena. El rostro de Tony no reflejó sorpresa ni desaprobación.

—Ese tema es nuevo para ti.

—No son mis fantasías.

—¡Ah!

—Hablo de Tanjy Powell.

Él frunció el ceño.

—Ya veo.

—¿Sabes que ha desaparecido?

—Lo sé.

—Me gustaría ayudar a Jonny a descubrir qué le ha ocurrido.

Tony mostró una expresión afligida.

—Me encantaría poder ayudarte, pero en esta ocasión no puedo.

—¿Por qué no? —Serena pensó en ello y añadió—: Maldita sea, Tanjy es paciente tuya, ¿verdad?

Tony suspiró.

—Sabes que no te lo puedo decir. Pero, y estoy hablando hipotéticamente, si buscaras un terapeuta en esta ciudad especializado en casos relacionados con violencia sexual, ¿a quién acudirías?

—Acudiría a ti, Tony, ¡a nadie más que a ti! —respondió ella exagerando, al tiempo que le guiñaba el ojo.

Tony se abstuvo de hacer el menor comentario, y su cara barbada la observó como si fuera un perro adormilado.

—Y hablando también hipotéticamente —continuó ella—, ¿qué me podrías decir de una mujer que fantasea casi exclusivamente con que la violen?

—Eso depende de la persona —respondió él.

—Digamos que esta mujer es por lo demás conservadora y religiosa. ¿Es eso una contradicción?

—¿Hipotéticamente?

—Exacto —sonrió Serena.

—No; eso tendría una consistencia psicológica —afirmó Tony—. Las fantasías de violación son más comunes entre mujeres sexualmente reprimidas a las que se les ha enseñado que el sexo está mal o es un pecado. Se expresan a sí mismas a través de estas fantasías porque de ese modo no tienen que sentirse culpables. El concepto de violación las exime del control. Al ser forzadas a practicar sexo, pueden disfrutarlo.

—Una apreciación bastante enfermiza.

—No tanto. Muchas mujeres profesionales usan estas fantasías para adoptar un rol sumiso cuando tienen que ser poderosas y controladoras en las demás facetas de su vida. Puede ser un modo saludable de liberar estrés —y añadió—: Dado tu pasado, por supuesto, entiendo que pienses en la vertiente patológica.

—No puedo creer que a los tíos les pongan este tipo de mujeres.

Tony jugueteó con el bolígrafo y negó con la cabeza.

—Para algunos hombres, es como la virgen y la puta fundidas en una. Estas mujeres pueden ser (no siempre, pero cabe la posibilidad) sexualmente explosivas. También pueden exhalar un aura de vulnerabilidad y necesidad que atrae a algunos hombres. No es necesario que te diga que ellos también se entretienen con sus propias fantasías de violación.

—De acuerdo, de acuerdo —suspiró Serena—. He oído que Eric vino a verte el miércoles por la noche. ¿Qué quería?

—Una vez más, me gustaría hablar de ello, pero no puedo.

—¿Pero…? —lo instó a seguir Serena, intuyendo que iba a decir algo más.

—Pero ojalá Maggie me diera permiso para hablar con la policía sobre la visita de Eric.

—¿Eso la ayudaría?

—De nuevo en plano hipotético, podría daros una idea completamente nueva de por qué mataron a Eric y quién lo hizo. Y deshacer este entuerto sobre Maggie.

—¿Maggie es reacia a darte permiso por alguna razón?

—Extremadamente reacia.

—Hablaré con ella —afirmó Serena—. Pero es una cabezota, ya lo sabes.

Tony sonrió por fin. Ambos conocían a Maggie.

—¿Cómo te sientes acerca de todo esto, Serena? —le preguntó después de una pausa.

—¿Qué quieres decir?

—¿Está desenterrando malos recuerdos de tu propio pasado?

Serena se recostó en el sofá. Estaba pagando por la hora, así que quizá pudiera obtener algún beneficio para ella misma.

—Sí. Jonny me preguntó si alguna vez tenía fantasías de violaciones, como Tanjy, y perdí los estribos.

—¿Por qué?

—Me cabreé. Pero para mujeres como Tanjy, la violación es un juego. Para mí, fue un ritual diario en Phoenix durante más de diez años. Blue Dog hizo lo que quiso conmigo, porque yo era básicamente su esclava y mi querida madre se sentaba allí a mirar, colocada hasta el tuétano.

—¿Y trae tu miedo de vuelta? ¿Tu sensación de indefensión?

Serena pensó en el encuentro nocturno con el chantajista.

—Por supuesto que sí.

—¿Cómo te has enfrentado a ello?

—Probé la técnica de autorrelajación que me sugeriste. Literalmente, me recordé a mí misma que esos sentimientos eran de la niña que fui, no de la mujer que soy hoy.

—¿Y te fue de ayuda?

—Sí. Fui capaz de controlar el miedo.

—Bien.

—Quiero regresar un minuto a mi hipotética chica con fantasías —requirió Serena. Tony se mostró cauto.

—¿Sí?

—¿Podría una mujer así ser proclive a la violencia? Si tuviera una relación sexual con alguien y su pareja rompiera con ella de un modo que le resultara humillante, ¿podría buscar venganza?

Él se frotó los ojos cansados.

—¿Me estás preguntando si es posible que Tanjy matara a Eric?

—Supongo que sí.

Tony frunció los labios y negó con la cabeza.

—Creo que es muy poco probable que Tanjy matara a nadie. Lo siento. No creo que ésa sea la respuesta.

—¿Sabes por qué desapareció?

—No tengo ni idea. De verdad. Obviamente, espero que esté sana y salva.

—Yo también —replicó Serena—. Tal vez Tanjy sea la única que sabe qué le ocurrió realmente a Eric.