Capítulo 14

El Java Jelly, donde Tanjy había tomado café el lunes por la tarde antes de desaparecer, estaba a tres manzanas del Silk bajando por la calle Superior. Era un lugar para treintañeros y un refugio para músicos folk los fines de semana, con suelos de madera combados, mesas antiguas y dispares y fotografías publicitarias en blanco y negro colgando de las paredes. El techo era bajo, y negras tuberías vibraban en lo alto sin una buena sujeción. Stride vio a unos cuantos estudiantes usando el wi-fi con sus portátiles y bebiendo café con leche. El local olía a alubias asadas y a calcetín sudado. La mujer del mostrador era corpulenta, debía de pesar unos cien kilos y tenía el pelo castaño recogido en dos colas. Llevaba una camiseta con un motivo hecho con lejía, muy años setenta y que dejaba al descubierto diez centímetros de barriga desnuda que sobresalían sobre el cinturón de sus tejanos. Tenía un piercing en el ombligo y otro en el labio superior, y un alambre de púas tatuado alrededor del cuello.

—¿Puedo ayudarte? —le preguntó la mujer.

Su voz era cortés pero fría. Tenía poco más de treinta años, aunque aparentaba menos. Como ciudad universitaria, Duluth cumplía con su cupo de ex estudiantes que nunca superaban la fase hippie.

—Me gustaría hacerte unas preguntas.

—Las preguntas entran mejor con una magdalena, ¿no te parece? —le preguntó ella pasando el paño por el mostrador.

—Lo siento, pero no tengo hambre —dijo Stride, y añadió—: Soy policía.

—¿Y qué? ¿Hay alguna regla que prohíba comer magdalenas en horas de servicio?

—Acepto. Una de arándanos.

—Marchando una de arándanooos, la magdalena del estaaado de Minnesotaaa.

Cogió un plato y puso en él una magdalena que sacó con unas pinzas de la estantería que había detrás de ella. Stride le dio el dinero.

—¿Eres Katrina?

Ella asintió.

—Katrina Kulli. Soy la dueña del negocio y la encargada; yo decido la música y limpio las mesas cuando no vienen los estudiantes, que es la mitad del tiempo.

—Publicidad de primera —dijo él.

—Y tú pareces ser un experto en las cosas de primera —le espetó ella, chasqueando la lengua—. ¿Cómo te llamas? ¿Joe Friday[7]? ¿Bob Thursday? ¿Tom Monday?

—Me Hamo Jonathan Stride.

—Ah, vale… —Katrina cruzó los brazos sobre su amplio pecho—. Ya lo pillo, sí señor.

—No te entiendo.

—Maggie Sorenson es amiga mía —le explicó ella—. He tenido que escuchar muchas historias sobre ti.

—Estoy seguro de que ninguna de ellas me dejaba en buen lugar.

—Te sorprenderías. —Katrina frunció el ceño como si volviera en sí—. ¿Cómo está Maggie?

—No muy bien.

—He oído que la han suspendido.

—Está de baja mientras se investiga todo esto.

—No creo que ella pudiera hacer lo que dicen.

Stride no quiso seguir por aquel camino.

—¿De qué la conoces?

—Coincidimos en una clase de aeróbic el año pasado.

Stride puso cara de póquer, pero un pequeño temblor en el labio le traicionó y Katrina se dio cuenta al instante.

—¿Te crees que las chicas mayores no bailan? —preguntó.

—Para nada.

—Déjame decirte que las chicas mayores hacen de todo, y podríamos dar unas cuantas lecciones a alguna de esas muñequitas de las revistas para adultos. No se trata de qué y cuánto tienes, sino de cómo lo usas.

Él alzó las palmas de las manos en señal de rendición.

—Tú ganas. ¿Podemos hablar?

—Sí, por supuesto. —Katrina extendió la mano hacia un chico de pelo negro y grasiento que estaba tirado en una silla junto a la chimenea del local con un ejemplar manoseado de Ulises—. Billy, vigila la caja, ¿quieres?

El chico gruñó sin levantar la vista.

Katrina guió a Stride hacia un entarimado que servía también de escenario cuando había concierto. Las sillas se combaron al sentarse, y la mesa se tambaleó inestable sobre sus patas cuando Stride metió las rodillas debajo para inclinarse hacia Katrina. El aliento le olía a té de frambuesa. Al acercar su rostro al de ella, vio restos de maquillaje seco sobre unas contusiones moradas en los pómulos y el cuello, y un corte profundo que asomaba por el cuello de la camisa como un gusano.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó él.

Katrina se encogió de hombros.

—Nada.

—Esto no es nada —le dijo Stride.

—Resbalé en el hielo. Suerte que mis tetas amortiguaron la caída, o habría sido peor.

—¿También te cortaste en el hielo?

—Creo que había un trozo de vidrio, sí.

Se cubrió la incisión con la mano.

—Parece que te haya golpeado alguien.

—No me importa lo que parezca.

—No intento ser indiscreto, pero no me gusta que los maridos o novios usen a sus mujeres como sacos de boxeo.

—Bueno, pues no tengo ninguna de las dos cosas, ¿de acuerdo? Y ahora, ¿qué quieres?

—Sonia Bezac, de la tienda de ropa, me ha enviado aquí.

Los ojos de Katrina refulgieron de furia.

—¿Qué te ha dicho?

—Tan sólo que quizá supieras algo sobre Tanjy Powell.

—Oh. —Katrina dejó caer los hombros.

—¿Conoces a Tanjy?

—Hablando de muñequitas de revistas… —replicó Katrina, y sacó la lengua en gesto burlón.

—Supongo que eso es un sí.

—Sí, voy mucho al Silk y la veo allí. Sonia me busca las mejores galas cuando voy a la discoteca en las Gemelas —leyó la expresión de Stride y añadió—: ¿Tengo que repetir el discurso sobre las chicas mayores?

—No.

—Bien. No es divertido el modo en que la gente nos trata a las gordas, ¿sabes? Y no sólo los hombres, las mujeres son aún peores. Las chicas como Tanjy me miran como si fuera un bicho raro.

—¿Estás segura de que no es por el piercing en el ombligo, la camiseta y el tatuaje? —preguntó él.

—Vale, lo admito, a veces parezco un bicho raro. ¡Qué diablos! Soy un bicho raro y estoy orgullosa de ello. Pero ponme una falda corta y una pista de baile… y soy capaz de liarla. Algunas mujeres se sienten ofendidas; ¡que las jodan! Yo soy quien soy, y no pienso ir por ahí con una túnica sólo porque nací con el gen de la obesidad y adoro comer.

—Ya veo por qué os entendéis Maggie y tú —dijo Stride.

—Sí, Maggie también suelta perlas por esa boquita que tiene. Me encanta. Para ser una muñequita, no está nada mal.

—¿Y qué me dices de Tanjy?

Katrina soltó un gruñido.

—Ésa es una zorra. Va de un lado a otro de la tienda con unos aires de superioridad que apestan. Tiene la cabeza metida siempre en la Biblia, y de repente descubres que le gusta que la aten y la maltraten. Jodida hipócrita.

—¿Viene mucho por aquí?

—Oh, sí, se toma un café casi cada día. Me trata como si yo fuese una simple empleada. ¿Y qué demonios es ella? ¡Una dependienta!

—¿Cuándo fue la última vez que la viste?

Katrina se cogió las coletas y las agitó como si fueran antenas.

—Hago esto cuando necesito pensar. Ayuda a focalizar las ondas mentales —pensó durante un momento y añadió—: Supongo que fue el lunes.

—¿Estaba con alguien?

—No. Llegó, pidió un café para llevar y se fue.

—¿Cuándo fue eso?

—Oh, mierda, no me acuerdo. En algún momento de la tarde.

—¿Qué aspecto tenía?

Katrina se frotó la nariz con el dorso de la mano.

—El mismo de siempre, supongo. La misma actitud de zorra estirada.

—¿Estaba disgustada? ¿Nerviosa?

—No, que yo notara.

Stride trató de encajar los hechos cronológicamente. Tanjy se fue del Silk para pedir un café y regresó media hora después, visiblemente afectada. Esa misma noche desapareció. ¿Por qué?

—¿Viste adónde iba?

—No.

—¿La viste hablar con alguien?

—Negativo.

—¿Conocías al marido de Maggie? —preguntó.

—¿A Eric? Sí.

—¿Alguna vez lo viste con Tanjy?

—Nunca.

Katrina se mordió una uña y la masticó.

—Pareces nerviosa —dijo Stride. Katrina no contestó—. ¿Pasaba algo con Eric?

—¿Cómo iba yo a saberlo?

—Eso no es una respuesta.

Katrina se agitó inquieta en la silla.

—No sé nada sobre Eric.

—¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

—También estuvo aquí el lunes —le dijo Katrina.

Las facciones de Stride se endurecieron.

—¿Eric y Tanjy estaban juntos?

—No —al ver la incredulidad manifiesta en la mirada de él, añadió—: Oye, es verdad, no estaban juntos, Eric entró unos diez minutos después de que Tanjy se fuera.

Después de salir de la cafetería, Stride se dirigió a la sucursal del Range Bank que había al otro lado de la calle y pidió al jefe de seguridad que recopilara las cintas de la cámara que registra el cajero del banco correspondientes al lunes por la tarde. El vídeo era en blanco y negro, pero de todos modos Duluth en enero parecía una película en blanco y negro. Se sentó bajo el fluorescente, sin mover un músculo, observando el ir y venir silencioso de los peatones en la cinta.

Cinco minutos después de las tres, vio a Tanjy Powell desaparecer por la puerta del Java Jelly. Tres minutos después salió con un café en la mano. Era extraño verla de nuevo, tan fría y misteriosa como siempre. Sorbió el café y Stride pudo imaginarse el calor del líquido sobre sus labios. Llevaba un abrigo de lana negra que le colgaba hasta los tobillos y un casquete de terciopelo en la cabeza. Era de leopardo blanco, con una bufanda a juego. El cabello azabache le asomaba por debajo del gorro y le cruzaba la cara como vetas de chocolate sobre la espuma de un espresso.

La imagen desapareció cuando un anciano se aproximó a la cámara y ocupó la pantalla con su rostro. Stride soltó una maldición, tratando de vislumbrar lo que había detrás de él. Alcanzó a ver a Tanjy alejándose de la cafetería, pero en dirección contraria al Silk. A Stride le hubiera gustado acercarse y apartar al hombre que le ocultaba la visión.

¿Adónde iba Tanjy?

Stride echaba chispas al ver que transcurrían un par de minutos. Finalmente el hombre cogió su tarjeta y se fue, y la cámara ofreció una vista despejada de la calle Superior. Se quedó sin respiración cuando vio a Tanjy, apoyada en la pared de un edificio…

Y Eric estaba con ella.

Llevaba un traje oscuro e iba sin abrigo. Su pelo largo y rubio se agitaba al viento. Ambos se encontraban muy cerca, como si estuvieran a punto de besarse. Eric hablaba animadamente y apoyaba una mano en el hombro de Tanjy. De repente, ella se giró, miró fijamente a la cámara, como si observara a Stride a través de la calle, y se llevó las manos a la boca en un gesto de puro horror.

Eric la agarró de nuevo y le dijo algo. Tanjy sacudió la cabeza con ímpetu, luego se soltó y se alejó por la calle. Vio cómo Eric la llamaba. Una vez, luego otra. Cuando ella se hubo marchado, Eric se quedó plantado en la gélida calle, parecía un dios nórdico. Hizo que no con un gesto, se dirigió a la cafetería y entró. Luego salió con un café y echó a andar en dirección contraria, cabizbajo, con el pelo ondeando tras él. Caminó hasta que su imagen desapareció de la pantalla.

Stride dejó avanzar la cinta. Vio pasar a más personas; todo el mundo iba con prisas, tratando de escapar del frío.

Sacó el teléfono móvil. Tras unos instantes de dudas, marcó un número.

—¿Abel? Soy Stride. Tenemos que hablar.