Capítulo 11

El sábado por la mañana, Stride aparcó su Bronco en una plaza de aparcamiento del gimnasio 24/7 de Miller Hill. El edificio se abría a la calle a través de una serie de ventanales que se alzaban desde el suelo hasta el techo y que le permitieron ver a media docena de veinteañeras con los tops de deporte sudados, corriendo en las cintas mientras escuchaban sus iPods. El ritmo y el ruido de las máquinas le dejaron sordo al entrar. Vio torsos torneados y olió a transpiración. Stride escudriñó las caras enrojecidas en busca de Mitchell Brandt, el ex novio de Tanjy, y el hombre que había destapado ante la prensa los secretos de sus hábitos sexuales después de que ella afirmara que la habían violado. Brandt trabajaba en una empresa de inversiones en el centro de Duluth y ganaba dinero a espuertas para sus clientes jugando a la bolsa como si fuera la lotería.

Si Tanjy mantenía una relación con Eric Sorenson, Stride quería saber más de su pasado, para descubrir si la desaparición de Tanjy estaba relacionada de algún modo con la muerte de Eric. Probablemente, Brandt conocía a Tanjy mejor que nadie.

Stride encontró al agente de bolsa en una máquina de pesas de la parte trasera del gimnasio y fue hacia él en zigzag, sorteando los aparatos de gimnasia.

—¿Mitchell Brandt?

Brandt continuó con su tabla de ejercicios sin mirar a Stride. Las pesas negras vibraban furiosamente mientras él subía y bajaba la barra. Llevaba una camiseta sin mangas con el logo de Minnesota Twins y unos pantalones cortos de nailon rojo. Tenía las piernas y los brazos fuertes y bien moldeados. Una pátina de sudor le cubría la piel y le había dejado una mancha en forma de V en el cuello de la camiseta.

—Sí. ¿Quién lo pregunta?

—Me llamo Stride. Soy de la policía de Duluth. Nos conocimos hace unos meses.

Brandt se sentó, respirando profundamente. Agarró una toalla blanca, se secó la cara y se la colgó sobre los hombros. Tenía unos treinta años, el pelo corto, castaño y ondulado, y una mandíbula angulosa y perfectamente afeitada. Sus ojos, de color marrón claro como el roble, miraron a Stride de arriba abajo.

—Sí, le recuerdo. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Me gustaría hacerle algunas preguntas.

Brandt hizo una mueca.

—¿Sobre qué?

—Tanjy Powell —le informó Stride.

—Oh. —Brandt se relajó y encogió sus anchos hombros—. Ese tema está un poco pasado, ¿no?

—Ha desaparecido.

—¿Desaparecido? Bueno, no sé cómo puedo ayudarle yo. Hace meses que no veo a Tanjy.

—No le robaré mucho tiempo.

Brandt tiró del cuello sudado de la camiseta y la mandíbula se movió; estaba mascando chicle.

—De acuerdo. Hay una cafetería aquí al lado. Si me da diez minutos para ducharme, podemos quedar allí.

—Le estaría muy agradecido.

Brandt sacó las piernas como troncos de la máquina y se dirigió a los vestuarios masculinos. Era alto y fornido, y exhibía la actitud del macho que está de vuelta de todo, que, obviamente, las mujeres debían de encontrar magnética. Stride vio a varias chicas del gimnasio echándole una mirada a Brandt mientras éste se alejaba.

En la cafetería, Stride pidió una taza de café, cogió un periódico y se sentó a una mesa en una esquina. La desaparición de Tanjy era noticia de primera plana, pero el artículo era breve y ocupaba la parte inferior de la portada. Se citaba a Stride y sus peticiones de ayuda a cualquiera que la hubiera visto o hubiera hablado con ella la semana anterior. Aún no le había comentado a nadie, ni siquiera a Abel, la posible conexión entre Tanjy y Eric. Por ahora se había abierto una puerta trasera que le permitía estar conectado con la investigación del asesinato de Eric.

Mitchell Brandt tardó veinte minutos en aparecer. Llevaba una camisa de seda negra a juego con unos pantalones Dockers y unos mocasines negros. Pidió un café con leche desnatada con un chorrito extra de espresso. Exhibía los suficientes artículos de joyería (una cadena de oro de veinticuatro quilates alrededor del cuello, un reloj Omega, un anillo de zafiro, aunque no en el dedo anular) para transmitir el mensaje inequívoco de que tenía dinero. Antes de sentarse, estrechó la mano de Stride con firmeza y mostró su sonrisa de corredor de bolsa.

—¿Cómo está de dinero para invertir, teniente? —preguntó a Stride—. Estoy siguiendo la pista de algunas empresas nuevas en expansión.

—La mayor parte de mis ahorros están metidos en un fondo de pensiones de la policía.

—Bueno, pues si quiere ganar dinero del bueno, llámeme un día. Trabajo con un montón de abogados y ejecutivos de la ciudad. A mis clientes les va pero que muy bien. He hecho que la gente se fijara en algunas empresas punteras de tecnología médica de las Gemelas.

—¿Cuál es su secreto? —preguntó Stride.

—Hago los deberes. Trabajé con los tipos de Byte Patrol para producir mi propio software de investigación, lo que me permite descubrir todo lo que hay que saber sobre un negocio, bueno, malo u horrible. Sé infinitamente más sobre esas empresas que muchos de sus altos ejecutivos.

—Recordaré el dato.

Brandt dio un sorbo al café con leche.

—Así que Tanjy ha desaparecido, ¿eh? ¿Qué ha ocurrido? ¿Se ha arrojado a un lago con el coche?

—¿Qué le hace pensar eso?

—Tanjy no es lo que se dice una persona estable. Me recuerda a un monaguillo atrapado en una novela de Stephen King.

—Y eso ¿qué significa? —preguntó Stride.

Brandt se inclinó hacia él y bajó la voz.

—Vamos, teniente, usted leyó los periódicos. Estamos hablando de una chica que insistía en que fuera cada noche a la iglesia con ella y luego quería que la atara a la cama y le pusiera un cuchillo en la garganta mientras la golpeaba. No está bien de la azotea.

—Entonces, ¿por qué salía con ella?

Brandt esbozó una sonrisa y se abanicó con la sección deportiva del periódico.

—¿Bromea? Volvería a aceptarla ahora mismo si entrara por esa puerta. Es una mezcla de Cleopatra y Grace Kelly. El sexo con ella era extravagante, pero impíamente alucinante. Nunca he visto a una chica que tuviera un orgasmo como los suyos. Ha visto usted la escena de Meg Ryan en esa película, ¿verdad? Imagínese eso multiplicado por diez. Tanjy podía hacer que la casa temblara.

Stride se terminó el café. La mezcla era oscura y humeante, y había posos en el último trago. Reparó en el brillo de lujuria en la cara de Brandt, y se dio cuenta de que se estaba poniendo de muy mal humor.

—Si creía que ella se había inventado la historia de la violación, podría haber acudido a la policía en lugar de irle con la historia a los periódicos —le soltó Stride con frialdad.

Brandt levantó las manos.

—No se lo han contado bien, teniente. Fueron los tipos de la prensa los que vinieron a mí. Sabían lo de Tanjy antes de que yo abriera la boca. Lo juro.

—¿Cómo podían saberlo? ¿Fanfarroneó sobre ello?

—Claro, quizás un poco, pero no creo que ninguno de mis amigos se fuera de la lengua. Creo que la prensa lo sabía por la propia Tanjy. Eso sería muy propio de ella, ya sabe, explicarlo ella misma. Forma parte del papel de víctima. Mire, en cuanto oí la historia de la violación, supe que Tanjy se la estaba inventando. ¡Era como una réplica de nuestra vida sexual! Me obligaba a hacérselo en ese lugar, en el Grassy Point Park, contra la valla. Por lo que sé, allí es adonde lleva a todos sus ligues. Pero no iba a ser yo quien le aguara la fiesta. Si hablé con los periodistas fue sólo porque iban a publicar la historia de todos modos, y entonces yo habría quedado como un violador. Eso es malo para el negocio. Si iba a salir en las noticias, quería asegurarme de que todo el mundo supiera que había sido idea de Tanjy, no mía.

A Stride le costó imaginarse a Tanjy denunciando una violación y después dando un soplo a los medios para que la tacharan de mentirosa.

—¿Cómo la conoció?

—Sonia nos presentó en la tienda de ropa.

—¿Sonia?

—Sonia Bezac. Es la encargada.

Stride sintió un escalofrío.

—¿Sonia Bezac es la encargada de la tienda de Lauren?

—Sí. ¿La conoce?

Stride tuvo un flash-back erótico.

—Sí.

—No me diga que usted forma parte de… —Brandt se detuvo a media frase.

—¿De qué?

Brandt negó con la cabeza.

—Nada, olvídelo.

—¿De qué conoce a Sonia? —preguntó Stride.

—Ella y su marido son clientes míos y a veces voy a la tienda a hablar de sus inversiones; está a sólo unos portales de mi oficina. Conocí a Tanjy justo después de que Sonia la contratara y empezamos a salir.

—¿Ella también es cliente suya?

—Tanjy no tiene dinero. Su padre era sacerdote y su madre, ama de casa. Recibió una pequeña herencia a su muerte, pero se lo gastó todo en clases particulares. Tanjy nunca llevaba mucho dinero encima, pero eso no importa cuando tienes su aspecto. Los chicos te compran cualquier cosa que desees.

—¿Cuánto tiempo salieron?

—Unos cinco o seis meses. Dejamos de vernos en verano, un par de meses antes de que la historia de su violación saliera en los periódicos.

—¿Por qué rompió con ella? ¿Resultó ser demasiado cara?

Brandt pareció sorprendido.

—¿Romper yo? Ni hablar, fue ella la que me dejó a mí. Yo estaba disfrutando del mejor sexo de mi vida, teniente. Como le he dicho, si me llamara hoy mismo, estaría de vuelta en su casa esta tarde.

—Entonces, ¿por qué le dejó ella? —preguntó Stride.

—En aquel momento dijo que porque yo no quería casarme.

—¿Y por qué no quería? Ha dicho que estaba colgado de ella.

—Lo estaba, pero no en plan para siempre, con rosas, niños y monovolumen. Estaba muy contento de estar con ella mientras me sacara brillo al sable, pero ¿casarme? No, gracias. No quería levantarme un día y encontrármela con un cuchillo sobre mis partes.

—¿Tanjy era violenta?

—¿Acaso no me ha escuchado, teniente? Esa chica sólo pensaba en violencia. El sexo para ella era eso, violencia; era el único modo de que lo disfrutara. Estaba como una cabra, y a mí no me apetecía estar cerca de ella si Satán le ordenaba de repente que cortara a su marido a rebanadas.

—Ha dicho que en ese momento creyó que ella le dejaba porque usted no quería casarse —le dijo Stride a Brandt—. ¿Cree que la razón fue otra?

Brandt asintió.

—Oh, sí. A mí nunca me habían dejado antes, y fue un duro golpe para mi ego, ¿me entiende? Las chicas no suelen dejarme por otro hombre.

—¿Tanjy salía con alguien más?

—Sí. Empezó a estar ocupada las noches que debíamos vernos, y Sonia me dijo que se pasaba unas dos horas fuera a la hora de comer, demasiado tiempo. Así que me imaginé que había encontrado a un amante viejo y rico. Alguien con más pasta que yo.

—¿Le preguntó quién era?

—No, no quería descubrir que me había dado puerta por algún sesentón gordo y calvo. Así que me quedé con la explicación de «no te quieres casar conmigo», aunque fuera mentira.

—¿Está seguro de que era un farol?

—Bueno, nadie le ha puesto un anillo en el dedo, ¿verdad? Además, el modo en que se ocultaba sólo podía significar una cosa: quienquiera que fuera su ligue, estaba casado.

«Como Eric», pensó Stride.

Después de que Stride se marchara, Mitch Brandt observó al detective desde detrás de la taza de café mientras éste se subía a un Ford Bronco en el aparcamiento. Brandt había estado antes con polis, y conocía sus juegos. Te hablaban de una cosa cuando en realidad querían otra. Te soltaban alguna estupidez. A veces, si pillabas una mirada suya cuando creían que no los estabas observando, podías ver la verdad en sus ojos.

Stride no miró hacia atrás mientras se alejaba conduciendo.

Bueno, quizás en aquel caso se tratara de Tanjy y nada más. A Brandt le inquietaba la coincidencia de que la policía anduviera preguntándole cosas en aquel preciso momento. Justo cuando estaba esperando una llamada. Cuando toda su vida estaba en la cuerda floja.

Brandt sacó su Motorola Razr negro y marcó un número.

Contestó una mujer.

—Kathy al habla.

—¿Qué tal, chica alfa? —dijo Brandt.

Se imaginó a Kathy Lassiter, fría y dura con sus tacones afilados, cortando pelotas en la sala de juntas, escondiendo sus modales de chica mala bajo un traje de Brooks Brothers. Era una zorra, pero eso le gustaba. Disfrutaba con la lucha que mantenían por el control.

—Bien, ¿y tú? —replicó ella, adoptando un tono envolvente.

Brandt se imaginó sus labios rojos abriéndose en una media sonrisa y sus pezones endureciéndose como bultos rosas.

—¿Estás deseando que llegue la semana que viene? —preguntó.

—Ya sabes que sí. ¿Vas a ser tú el primero?

—Quizá te haga esperar, para poder mirar.

—Eso me gusta.

Él sonrió.

—Escucha, acerca de Infloron… —empezó.

—Por teléfono no.

—Oh, claro. Lo entiendo; perdona. Sólo me preguntaba si alguien ha estado metiendo las narices, haciéndote preguntas.

El silencio se prolongó, pero Brandt podía oír el sonido mesurado de su respiración.

—Claro que no. ¿Por qué?

—Sólo quería asegurarme de que estamos a salvo.

—¿Alguien ha hablado contigo?

El trasfondo erótico de su voz había desaparecido. Se había convertido de nuevo en la abogada de empresa, tan afilada como la punta de un cuchillo.

Él dudó.

—No.

—Entonces estate tranquilo.

—Oye, si alguien empieza a seguir la pista de los papeles llegarán hasta mí, no hasta ti.

—¿Y? —la voz sonó gélida.

—Que eso no me gusta.

—Supongo que tendrás que confiar en mí —dijo ella.

—Sí, así es.

—Te veré la semana que viene; entonces podrás descargar todas tus frustraciones. Mientras tanto, no seas estúpido, ¿vale?

—Claro.

Brandt colgó.

Intentó dilucidar si Kathy Lassiter le estaba mintiendo. Ambos se utilizaban el uno al otro dentro y fuera de la cama, pero Brandt no se fiaba de Kathy. Ni un pelo. En ese momento de su vida no se podía permitir confiar en nadie. Así era como funcionaban las cosas cuando caías en las garras de un chantajista.