Maggie iba descalza y se abrazaba las rodillas con las piernas dobladas. Tenía el pelo sucio. Parecía una niña perdida en aquel sillón enorme que la hacía parecer aún más pequeña de lo que era. Las llamas del fuego se reflejaban en su ojos, fijos y perdidos en la lejanía.
—Aún se nota, ¿verdad? —preguntó, oliendo el aire.
Serena no olía nada.
—¿El qué?
—El sudor de los polis. Y el líquido para las huellas dactilares. Han pasado dos días, pero aún puedo olerlo.
Serena pensó que Maggie se estaba imaginando cosas, pero se abstuvo de decirlo.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
—No mucha.
—Tengo trucha ahumada en el coche.
Maggie hizo una mueca.
—¡Puaj!
—¿Puaj? Fuiste tú la que hizo que empezara a comer esas cosas.
—Últimamente lo he dejado —dijo Maggie.
Serena estaba tumbada en el sofá del estudio de Maggie. Era una habitación masculina, con paneles de nogal y una cabeza de ciervo con ojos de cristal colgada de la pared. Los sofás eran de cuero negro. Un reloj de pie emitía un tictac hipnótico desde las sombras. El fuego proyectaba un semicírculo de calor. Serena llevaba allí una hora, pero apenas habían intercambiado algunas palabras.
—Jonny lamenta no poder venir —comentó.
—Sí, parece que soy una leprosa —replicó Maggie—. No te acerques demasiado a mí, podrías pillar algo.
—Si hay algo que él pueda hacer por ti, lo hará —le aseguró Serena.
—¿Y qué podría hacer? Éste es el show de Abel Teitscher.
Serena sabía que era verdad.
—¿Ha hablado Abel contigo?
—Oh, sí. Ayer estuvo tres horas aquí. Me trató como si no fuera más que uno de los camellos de la calle Primera con Lake. Me quiere ver colgada de la pared, como este Bambi de aquí arriba. Abatida y disecada. Esto es como un deja vu para Abel: su compañera Nicole resultó ser culpable de asesinar a su marido, así que yo también tengo que serlo.
—Quizá no deberías hablar con él —le advirtió Serena.
—Sí, ya lo sé, pero ¿qué pensarías tú de un sospechoso que se cerrara en banda y contratara a un abogado?
—Que es culpable.
—Exacto. Yo no lo hice, así que la verdad no puede herirme, ¿no? Por eso dejé que Abel me interrogara. Ya sé que soy una idiota. Hoy he llamado a Archie Gale y él me ha dicho lo mismo, así que ahora tengo abogado y no diré una palabra más.
—Abel informa directamente a Dan —dijo Serena.
—Oh, perfecto. Más buenas noticias. Será un bonito regalo de despedida para Dan y Lauren, mi cabeza en bandeja de plata.
—Ya sabes que si necesitas un investigador que siga algunas pistas, aquí lo tienes —dijo Serena.
Maggie sonrió y silbó el tema de Los ángeles de Charlie.
—Ja, ja —replicó Serena.
—Si fueras un ángel, ¿serías Kate, Jaclyn o Farah? —preguntó Maggie.
—Jaclyn. Fría como el hielo.
—Yo Farrah —dijo Maggie.
—Sí, claro, tú de rubia estarías muy bien.
Maggie esbozó una sonrisa.
—En serio, ¿quieres que investigue alguna cosa? —insistió Serena.
—Hablaré con Archie y te diré algo. Sabes, es muy diferente estar en el otro bando. Cualquier cosa que descubramos sobre Eric puede empeorar mi situación.
—Vale, ¿y qué hay de ti? —preguntó Serena.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a antiguos casos. Gente a la que hayas enviado al talego. ¿Podría alguien querer vengarse?
Maggie arrugó la nariz.
—No creo que haya tenido nunca nada personal con ningún acusado.
—Quizá no por tu parte, pero sí por la suya.
—¿Alguna vez te ha perseguido a ti alguno? —preguntó Maggie.
Serena asintió.
—Un par de veces. Quizá los asesinos de Las Vegas sean más propensos a ajustar cuentas; influencia de la mafia. Una vez encerré a un saco de mierda por asalto con agravantes porque estaba rajando a su novia. Tommy Luck. Un buen nombre para Las Vegas, ¿verdad? Tommy salió e intentó devolverme el favor.
—¿Te atacó?
—No tuvo oportunidad —contestó Serena—. Me acechaba, pero le pillaron en un chantaje a una tintorería antes de que pudiera matarme. Encontraron fotos mías por todo su apartamento; había cortado los ojos de la mayoría. Me había rajado con un cuchillo y había embadurnado mi cuerpo de pintura roja.
—¿Qué pasó con él?
—Está de nuevo pudriéndose en la cárcel.
—No creo que haya un Tommy Luck en mi pasado —reflexionó Maggie.
—Entonces alguien debía de tener algún motivo para matar a Eric.
—Me alegro de que pienses eso. La mayoría de la gente cree que todas las pruebas apuntan hacia mí. Le maté por el dinero. Le maté porque estaba teniendo una aventura. Le maté porque yo estaba teniendo una aventura.
Maggie agachó la cabeza y se apartó el pelo de la frente.
Serena no estaba segura de hasta dónde podía presionarla.
—No hace falta ser un adivino para saber que vosotros dos teníais problemas.
—No puedo hablar de eso, mi abogado me mataría.
—Esta conversación nunca ha tenido lugar, ya lo sabes. Hay algo que te preocupa desde hace semanas. ¿Se trata de Eric? ¿Estaba liado con alguien?
Maggie puso los ojos en blanco.
—Para Eric, las mujeres eran como patatas fritas. No te puedes follar sólo a una.
—¿Y tú qué? ¿También tenías una aventura?
Maggie tenía la barbilla apoyada en las rodillas. Ladeó la cabeza y miró a Serena de soslayo.
—Eric creía que sí.
—¿Y eso?
—Estaba convencido de que me acostaba con Stride.
Estaban pisando terreno delicado.
—Sé lo que sientes por Jonny —le dijo Serena con suavidad.
—Y yo sé lo que él siente por ti.
Había un rastro de amargura en su voz. Se habían convertido en íntimas amigas, pero Serena sabía que a Maggie le contrariaba lo deprisa que Jonny le había dado la vuelta a su vida para estar con ella. No había hecho lo mismo para estar con Maggie, ni siquiera después de que muriera su primera esposa.
Serena también estaba celosa. A veces se sentía como una extraña cuando estaban los tres juntos. Maggie compartía una amistad tan sencilla con Stride, y habían vivido tantísimas cosas juntos…
—No debería estar hablando de esto —añadió Maggie—. Si Eric creía que yo tenía una aventura, razón de más para cargármelo.
—Pero no la tenías.
—No, pero si él lo creía, podría haber decidido dejarme, ¿no? Abandonada y sin dinero. Eso es lo que pensará Teitscher.
—¿Eric estaba planeando abandonarte? ¿Era ése el problema?
Maggie resopló.
—No, eso es lo más irónico de todo. Eric dijo que haría cualquier cosa para que todo volviera a funcionar bien. Me quería, lamentaba sus errores, estaba comprometido conmigo y guardaría su pajarito en los pantalones. Encantador, ¿no crees?
—¿Pero…?
—Pero yo estaba planeando abandonarle a él. No matándolo, Serena; iba a divorciarme de ese cabrón. Pensaba decírselo la noche que lo asesinaron.
—¿Quieres explicarme por qué?
—Digamos que estaban ocurriendo cosas con las que no podía tragar.
—¿Como qué?
Maggie negó con la cabeza.
—No voy a entrar en eso.
Serena insistió:
—Hace unos meses me preguntaste sobre sexo. Tuve la sensación de que Eric te estaba pidiendo cosas con las que no te sentías cómoda.
—Déjalo, ¿vale? Por favor —alzó la voz.
—Lo siento —se disculpó Serena, y añadió—: ¿Vas a pedir ayuda?
—¿Qué te hace pensar que la necesito?
—Vamos, Maggie…
Ésta negó con la cabeza.
—No, no he vuelto a hablar con Tony desde antes de Acción de Gracias.
—¿Por qué no?
—Ya superé lo del aborto, estoy bien. He dejado atrás esa parte de mi vida.
Serena se sentía frustrada.
—No has dejado nada atrás. Estabas lo suficientemente enfadada por algo como para lanzarte a pedir el divorcio, y ahora alguien ha matado a tu marido.
—Claro, entonces «ve a ver al psiquiatra» —dijo Maggie con sarcasmo—. Eso te ayudará. Dame otra razón, Serena. Estoy loca, quizá pueda declararme no culpable por enajenación mental.
—No quería decir eso.
—Lo sé. —Maggie levantó las manos en señal de rendición—. Siento ser un grano en el culo. Te prometo que iré a ver a Tony de nuevo cuando esté preparada. Pero en este momento, soy incapaz de enfrentarme a nada de todo eso.