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Cuando Stride vio abrirse la puerta de vidrio, se dio cuenta de que la mujer que había salido a la terraza del restaurante era su difunta esposa, Cindy.

Durante un instante, sintió como si de nuevo estuviera cayendo desde lo alto y con fuerza hacia el agua. La misma enigmática sonrisa que recordaba de hacía años. Cuando ella se levantó las gafas de sol, sus ojos marrones le devolvieron la mirada con un destello familiar por encima de las cabezas del resto de comensales del restaurante.

Por supuesto, no era ella. Era Tish.

Se reunió con ellos en la misma mesa donde los había encontrado la primera vez, tres meses antes. Stride estaba sentado entre Serena y Maggie. El calor del verano había dado paso a las tardes de septiembre, cuando la oscuridad disolvía la luz del día. Mientras Stride miraba, el último fragmento de luz solar se hundió en la ladera oeste y el lago adquirió un color gris y turbulento. Tish se estremeció al sentarse.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Stride.

Tish observó el estado físico de él.

—¿No debería hacerte yo esa pregunta?

La pierna izquierda de Stride estaba embutida en una escayola. Sus muletas descansaban apoyadas contra la barandilla de la terraza. Se señaló el collarín que llevaba en el cuello.

—Las heridas físicas se curan —dijo—. Las tuyas puede que tarden un poco más en sanar.

Tish adoptó una expresión valiente y sonrió.

—¿Sabías que hay quien dice que es necesario enfrentarse a los miedos para superarlos? Una auténtica gilipollez. No quiero volver a cruzar un puente en mi vida. —Estiró los brazos por encima de la mesa y cogió las manos de Stride y Serena—. Hasta ahora no he tenido ocasión de daros las gracias como os merecéis. Yo debería estar muerta. Vosotros me salvasteis la vida.

—Ya se ha acabado todo —repuso Stride—. Intenta no volver a pensar en ello.

Sin embargo, en realidad aún no había terminado, no para ellos. Serena tenía pesadillas en las que revivía la caída de Jonny desde el puente. Se despertaba cubierta de sudor y se agarraba con fuerza a él. Y en cuanto a Stride, le sorprendía y angustiaba el hecho de no experimentar una respuesta emocional tras haber estado a las puertas de la muerte. Se sentía extrañamente vacío, como si le hubiera sucedido a otra persona. Temía que las emociones se hicieran fuertes en silencio, como una avalancha dispuesta a enterrarlo con un rugido el día menos pensado.

—En serio, ¿cómo te encuentras? —le preguntó Tish.

—Me va a llevar unos cuantos meses restablecerme del todo —admitió—. Los médicos no quieren que vuelva a trabajar hasta finales de año, pero no voy a esperar tanto.

Maggie le guiñó un ojo.

—Me han nombrado jefa interina del departamento de detectives. Tiene miedo de que le quite el puesto.

—Todo tuyo —replicó Stride.

—De hecho, ya he regalado tu silla —le dijo Maggie—. Demasiado grande para mi culo.

—Vete a paseo, Mags.

Ella se echó a reír.

—¿Has terminado de escribir el libro? —le preguntó Stride a Tish.

—Estoy en el último capítulo. —Tish se atusó el pelo con nerviosismo—. Me siento culpable escribiéndolo. Como si en parte yo también fuera responsable de lo sucedido. Fui yo quien arrojó a Laura a los brazos de Rikke.

Stride negó con la cabeza.

—Rikke sabía cómo manipular a las jovencitas. Ella fue la responsable de cuanto sucedió, no tú.

—Ya lo sé, pero quizá si hubiera tenido más paciencia con ella, Laura habría seguido conmigo. No habría caído jamás en la trampa de Rikke. Me habría gustado que me contara lo que sucedía entre ellas.

—Laura estaba asustada —señaló Serena—. Descubrió que Rikke era una asesina y quiso apartarla de su vida.

—Y cuando volví por ella, murió —apostilló Tish.

—No te culpes por sobrevivir —le aconsejó Stride.

Tish clavó sus ojos en él.

—Ése es un buen consejo.

Una alarma electrónica gorjeó debajo de la mesa. En un gesto automático, Stride se llevó la mano al cinturón, pero no llevaba el busca. Maggie sacó el suyo y observó la pantalla.

—Es para mí, jefe —dijo—. Tenemos un robo a mano armada en una gasolinera al sur de la calle Michigan.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Stride—. Extraoficial-mente, claro está.

Maggie suspiró y miró a Serena.

—Encárgate de él, ¿quieres?

—Lo intentaré.

Maggie apartó su silla hacia atrás y se levantó. Se despidió de los tres con un gesto de la mano y se encaminó hacia la puerta del restaurante.

—También yo debería irme —dijo Tish.

Se puso en pie pero no se movió. Su boca adoptó un gesto hierático y triste. Su mirada se volvió vidriosa y parpadeó para evitar que le cayeran las lágrimas. Volvió a tomar asiento, pero cuando intentó hablar, las palabras se le atragantaron.

—Hay algo más —admitió finalmente.

Stride percibió una sensación de malestar. Sin que Tish hubiera dicho nada, sabía que lo que pretendía compartir con ellos tenía que ver con Cindy. Durante todo este tiempo había habido una pieza que no encajaba. Un secreto. Y ya no estaba seguro de querer saber de qué se trataba.

—Tengo algo para ti —le dijo Tish—. Lamento que me haya llevado tanto tiempo decidirme a dártelo, pero espero que lo entiendas cuando te lo explique.

Sacó un sobre de su bolso y lo empujó por encima de la mesa hacia Stride. Él vio las palabras escritas en tinta negra. «Para Jonny». Enseguida reconoció la escritura apretada y precisa que había conocido durante años.

—Cindy me entregó esto la última vez que estuvimos juntas —dijo Tish—. Me pidió que si alguna vez volvía y decidía sincerarme respecto a mi pasado, te diera esta carta. No la he abierto jamás. Ni la he leído.

Stride no cogió el sobre.

—¿Su pasado? —preguntó él.

—Sí. Antes de que el padre de Cindy muriera, le contó algo sobre mí. Algo importante. Por eso Cindy se puso en contacto conmigo. Jamás pensé que querría que alguien más lo supiera, pero supongo que los dos se merecen saber la verdad.

Stride aguardó.

—El padre de Cindy sabía lo mío con Laura —continuó Tish—. Oyó a Laura hablar por teléfono, y sabía que planeábamos fugarnos juntas. Se puso como una fiera.

—Conocí a William Starr —dijo Stride—. La idea de que su hija fuera lesbiana debió de horrorizarle.

—Mucho peor —repuso Tish—. No se trataba sólo de que Laura fuera homosexual. Se trataba de mí. Del hecho de que estuviéramos enamoradas.

—¿De ti?

Tish sacó algo más del bolso. Un desgastado recorte de prensa. Tras desdoblarlo cuidadosamente, Stride alcanzó a leer el titular. Y también Serena, que cruzó su mirada con Tish. Ésta asintió, avergonzada.

—No te mentí, Serena, en realidad no lo hice —se defendió—. El atraco en que mi madre murió no tenía nada que ver con el asesinato de Laura. Cindy encontró este recorte de prensa en la Biblia de su padre poco antes de que éste muriese. Lo había conservado durante años. Ella le preguntó el porqué, y al final él le contó la verdad. Finalmente, admitió su aventura. —Tish negó con la cabeza con una intensa amargura—. El muy hijo de puta, egoísta, hipócrita. Le odiaba. Y nada cambiará eso.

—¿Con tu madre? —aventuró Serena.

Tish asintió. Las lágrimas le anegaron los párpados y resbalaron por sus mejillas.

—Ella era una persona honesta. Mucho más honesta de lo que él merecía. Mi madre no se lo contó nunca a nadie. Ni siquiera cuando la echaron de su trabajo en los grandes almacenes. Ni cuando la expulsaron de su iglesia. Jamás admitió que él era el padre.

Stride cerró los ojos. Nunca le había gustado William Starr. Y tampoco le gustaba ahora.

—Durante todos esos años, jamás quiso reconocerme —dijo Tish—. Ni siquiera cuando mi madre murió tuvo el coraje de admitir quién era yo. Me alegra que creyera que Dios le estaba castigando por todo lo sucedido. —Se limpió una mejilla con el dorso de la mano—. Cindy me lo contó, y yo le supliqué que quedara entre nosotras. ¿Puedes imaginar lo que supuso para mí? Descubrí que tenía una hermana. O una medio hermana. Y también descubrí que el gran amor de mi vida era algo horrible. Algo inmoral. Laura y yo. Estaba enamorada de mi…

Tish se detuvo. Su voz quedó ahogada una vez más.

—No lo sabías —murmuró Serena.

—No. Nosotras no lo sabíamos. Incluso después de que Cindy me lo contara, intenté engañarme a mí misma diciéndome que no era verdad. Aún amaba a Laura. Aún la deseaba. Quería recordarla de esa manera. No deseaba renunciar a lo que habíamos compartido.

Tish señaló la nota que descansaba delante de Stride.

—Cindy quería que te lo contara —dijo ella—. No soportaba la idea de ocultar una parte de su vida, pero yo insistí. Cuando supo que iba a morir, me hizo prometer que volvería. Deseaba que lo hiciera por Laura, pero creo que también quería que yo no estuviera sola. Pensaba que quizás aquí pudiera encontrar una suerte de familia.

Sus ojos los miraron, interrogantes.

—Ya tienes familia aquí —afirmó Stride.

—Gracias. A los dos. —Se puso en pie—. Tengo que irme.

—Que no sea para siempre, Tish.

Ella rodeó la mesa y se inclinó para pasarle los brazos a Stride por el cuello. Lo abrazó y le susurró al oído:

—Llevo conmigo una parte de ella, aunque la perdiera para siempre.

Stride guardó silencio. Tish le dio a Serena un escueto abrazo y luego se colgó el bolso al hombro. El viento le despeinó el pelo y ella se lo arregló. Obsequió a Stride con una sonrisa emocionada y se fue por donde había venido. Stride la siguió con la mirada hasta que desapareció de su vista. De espaldas volvió a recordarle a Cindy, alejándose, abandonándole.

Stride cogió el sobre y estudió la posibilidad de arrojarlo al viento y que saliera volando. En esos momentos no necesitaba un mensaje en una botella arrastrada a tierra. No necesitaba una resurrección.

Serena y él siguieron sentados, sin hablar, mientras la tarde se oscurecía a su alrededor. La mayoría de mesas estaban vacías; hacía demasiado frío para estar afuera. En el Point, más allá del puente elevado, unos penachos blancos alcanzaban y lamían la arena.

El aire olía a otoño.

Después de un intervalo de silencio, Serena se levantó, le besó en la mejilla y tocó su brazo desnudo con los dedos fríos.

—Voy a caminar un rato por el paseo —le dijo ella.

Sus ojos se encontraron, y él asintió. Ella lo dejó allí sentado y él se quedó a solas con Cindy.

Stride examinó los dos lados del sobre con las yemas de los dedos y se preguntó cuánto tiempo podía pasar sin que lo abriera. No estaba seguro de estar preparado para revivir a Cindy, ni siquiera un instante. No ahora que su dolor había cicatrizado. Cuando ya no pudo contenerse más, se sirvió de un cuchillo de la mesa para cortar el sobre por arriba y extraer la única hoja que había dentro. Se trataba de un papel comente y, al desdoblarlo, halló unas cuantas líneas escritas a mano.

Querido Jonny:

Si estás leyendo esta carta significa que al fin Tish te ha contado la verdad, y sabrás por qué te la he ocultado durante tanto tiempo. Y también significa que he perdido la batalla contra el cáncer. Lamento muchísimo, mi amor, haberte dejado mucho antes de lo que habíamos planeado.

Stride tomó aire con dificultad. Le ardían los ojos, y las palabras se volvieron borrosas sobre el papel cuando intentó seguir leyendo.

No ha pasado un solo día sin que haya deseado hablarte de Tish, pero no era mi secreto y no podía compartirlo. Era el suyo. De mi hermana. Y se trataba de un secreto fruto de demasiada sangre derramada y dolor como para revelárselo a alguien más. Espero que puedas perdonarme.

Ya no estoy contigo, así que dime que no te ha llevado mucho tiempo olvidarme. Sé qué clase de hombre eres, Jonny. Cuando te topas con un muro, golpeas la cabeza contra él con todo tu sufrimiento. Espero que no hayas hecho lo mismo conmigo. Dime que no estás solo y que has vuelto a enamorarte. Que me has dado la paz.

En realidad, no sé qué más decir. Puede que Dios no me haya dado todo el tiempo que quería, pero ¿cómo podría quejarme? El tiempo que he tenido, te he tenido a ti.

Con todo mi amor,

Cindy

Stride volvió a doblar la carta y la guardó en uno de sus bolsillos. Juntó las manos y enterró en ellas la cara, y dejó de sentirse vacío o muerto. Lloró una última vez por su esposa, y luego alzó la vista a los cielos ocultos tras el cielo gris marengo, exhaló de forma entrecortada y se dejó llevar. Cuando volvió en sí y contempló el tranquilo paseo a la orilla del lago por debajo de él, vio a Serena sentada en las rocas entre sombras alargadas, de espaldas a él, con el cabello al viento. Las gaviotas planeaban y chillaban a su alrededor, flotando en el aire con las alas extendidas. Supo que ya era hora de irse. Ella le estaba esperando.