44

Mientras Stride y Serena se acercaban al brillante arco blanco del puente Blatnik, las luces de freno se pusieron rojas y el tráfico que los rodeaba se detuvo. Las luces del puente sobre sus cabezas estaban bañadas en niebla. Delante de ellos, las bocinas sonaban con un quejido monótono mientras los coches se deslizaban parsimoniosamente hacia delante, uniéndose poco a poco en una caravana sobre el arco del puente. Stride bajó la ventanilla y se inclinó hacia fuera para observar la carretera, pero no pudo vislumbrar la cima del puente a través de la nebulosa blanca.

—¿Se trata de un accidente? —preguntó Serena.

—No lo sé. Cada vez que se levanta niebla, los coches se dedican a estrellarse los unos contra los otros.

Serena echó un vistazo por encima de la valla.

—Hay un largo camino de bajada.

—Treinta y seis metros hasta llegar al agua.

Al otro lado de la mediana, la circulación fluía hacia ellos sin que la neblina la envolviera. En el carril que se dirigía hacia el oeste, los automovilistas apuraban para hacerse un hueco y se cortaban el paso los unos a los otros a medida que confluían. A Stride no le gustaban ni la velocidad ni la impaciencia de los demás conductores. Alargó la mano, buscó tras su asiento la sirena de emergencia y la pegó con un imán en el techo del Expedition. El foco rojo empezó a girar y a emitir un haz de luz a su alrededor. Stride encendió las luces de emergencia y apagó el motor.

—¿Quieres venir? —le preguntó a Serena.

—¿Por el puente?

—Puedes quedarte si quieres.

—Cielos, no; voy contigo.

Stride abrió la portezuela y salió al tablero del puente. Serena hizo lo mismo desde el otro lado del vehículo. Ella estaba más cerca del borde, donde la tierra y la grava del estrecho arcén alcanzaban el muro de hormigón.

—Ten cuidado —dijo Stride.

—Y ahora me lo dices.

Stride agitó las manos para alertar a los conductores que lo rodeaban y ascendió por la calzada, siguiendo la pintura blanca que señalizaba los dos carriles. Serena se apartó del arcén y se unió a él. Sólo alcanzaban a ver unos cuantos coches a través de las espirales de niebla. A su derecha, las vigas de acero se elevaban hasta el semicírculo del arco del puente. Las luces iban y venían por encima de sus cabezas mientras la neblina se arremolinaba en bolsas aisladas. Stride golpeaba con la mano la carrocería de cada coche al que se acercaban para que el conductor supiera que estaban allí. No quería que nadie saliera disparado para dar la vuelta mientras ellos se acercaban por detrás.

El móvil le sonó en el bolsillo. Lo sacó y contestó.

—¿Qué hay, Mags?

—Estoy en casa de Rikke. No hay ni rastro de ella.

—Da una orden de búsqueda de un Impala color canela.

—Ya lo he hecho. ¿Dónde estáis?

Stride negó con la cabeza.

—Mejor no preguntes. Estamos subiendo a pie por el puente Blatnik.

—¿A pie?

—Sí, la circulación está prácticamente detenida. Debe de haber pasado algo.

—Ten cuidado, jefe. Ese puente es peligroso.

Stride colgó. Serena y él prosiguieron su camino entre el tráfico, pero la niebla se volvió más espesa a medida que se incrementaba la altura por encima del agua. Los coches se empujaban a su alrededor, como si estuvieran atrapados en los autos de choque.

—Volvamos al arcén —le dijo a Serena—. No me gusta estar en medio del tráfico.

—Estupendo —contestó ella sin entusiasmo.

Stride levantó las manos y cruzó por delante de un monovolumen Chevy que intentaba meterse en el carril izquierdo. Cuando llegaron al arcén, apretó el paso y empezó a caminar más deprisa.

—Vigila dónde pisas, hay grava suelta por aquí —le advirtió a Serena.

—Tú también.

Stride dejó atrás el primero de los gruesos pilones que se elevaban como un juego de construcción hasta formar un árbol de vigas y remaches. Agujeros circulares permitían que el aire pasara a través del acero. Los cables colgaban elegantemente en parejas gemelas desde lo alto del arco del puente, como las cuerdas de un piano, y sostenían la superficie por la que caminaban. Las ráfagas de viento procedentes del lago los azotaban y danzaban entre las torres como duendecillos. Stride se apoyó en el parapeto de hormigón para recuperar el equilibrio; sin embargo, la sensación de vértigo le dejó sin respiración por un momento. Podía sentir el balanceo del puente.

El tráfico a su alrededor se aceleró. Los coches del carril izquierdo chirriaron y quemaron goma en el asfalto mientras rugían para alejarse del atasco. Stride hizo una señal frenética con las palmas hacia abajo intentando que redujeran el ritmo. Nadie le prestó atención. Pasaban a toda velocidad junto a ellos, como gigantes.

Stride oyó algo. Y no era el ulular del viento. Un grito.

Una corriente de aire apartó la niebla como si se tratara de una cortina. Treinta metros más allá, divisó un Impala color canela que bloqueaba el tráfico del carril de la derecha en la cima del puente. Una hilera de vehículos impacientes aceleraba al pasar junto a él, lanzándose hacia el espacio abierto de la autopista de Duluth. Una mujer de elevada estatura se hallaba fuera del coche, azotada por el viento. Vestía de negro, y salía y entraba de la niebla como una bruja.

Rikke.

—Hija de puta —dijo Stride.

Serena también la vio.

—¿Qué vas a hacer?

Stride cogió su móvil y se lo puso a Serena en la mano.

—Llama a Maggie y haz que la policía de Duluth suba hasta aquí desde el otro lado del puente. Y luego intenta detener a esos malditos idiotas y cerrar el tráfico. —Se alejó de ella a la carrera y luego se dio la vuelta para gritarle—: Dile a Maggie que también se ponga en contacto con la guardia costera. Los quiero bajo el puente ahora mismo, por si tenemos que hacer una operación de rescate en el agua.

Sacó el arma y echó a correr.

Rikke miró hacia abajo, a la ventosa franja de espacio que la separaba de la bahía.

—Rápido y sin explicaciones —murmuró.

Un impulso desaforado casi hizo saltar a Tish del coche y empujarla, pero entonces la superficie del puente vibró y el Impala empezó a moverse y avanzar lentamente por la autopista. Tish gritó mientras gateaba por el asiento y apretaba con un pie el freno de emergencia.

Rikke abrió de un tirón la puerta del pasajero y tironeó de ella. Tish se agarró al volante, pero Rikke era más fuerte y cuando Tish sintió que sus dedos se despegaban del volante, las dos se tambalearon hacia atrás. Tish salió despedida del coche y cayó en la pasarela del puente. Rikke lanzó una maldición, perdió el equilibrio y poco le faltó para caerse por encima del borde.

Tish se arrojó boca abajo en el suelo y se cubrió la cabeza con las manos. Oía el rugido del viento y del tráfico. Cada músculo de su cuerpo se tensó como un resorte. Su miedo a las alturas le martilleaba la cabeza, lanzando señales de pánico a su cerebro. La voz era seductora, como un flautista de Hamelin que le ordenara que se pusiera en pie, corriera y se lanzara al agua. Saltar. Detener el terror.

Rikke se agachó junto a ella. La agarró de la blusa y tiró hacia arriba para apoyar su espalda contra el lateral del automóvil. Tish cerró los ojos, pero Rikke se los abrió con los dedos y Tish vio el parapeto de hormigón y el vacío que se extendía más allá y que la llamaba por señas con sus ventosos brazos abiertos.

Rikke le cogió la cara con las dos manos.

—Durante todos estos años me he preguntado si tú lo sabías. Si me habías visto. Si Laura te había contado lo que hice. He estado esperando a que volvieras y me desenmascararas. Y ahora, después de todos estos años, lo has hecho.

—Yo no lo sabía —replicó Tish—. Por favor, déjeme marchar. No puedo con esto.

—Aquella noche fui a recoger a Finn. Estaba colocado y desquiciado; parloteaba sobre Laura y vosotras dos en el bosque. Encontré el bate de béisbol en el campo de juego y supe qué tenía que hacer. Silenciar a Laura y hacer que pagara por haberme abandonado.

—¡Yo la quería! —gritó Tish mientras golpeaba furiosa con las manos el pecho de Rikke, empujándola hacia el borde del puente—. ¡Maldita bruja, cómo pudo!

Rikke reaccionó, trastabilló y cayó de rodillas hacia delante. Se agarró con los puños a las solapas de la blusa de Tish. Sus caras estaban a escasos centímetros la una de la otra.

—¿Y qué me dices de ti? Me he pasado la vida entera cubriéndome las espaldas por tu culpa. Arruinaste mi vida. Arruinaste la vida de Finn.

Tish la abofeteó con fuerza.

—¡Me quitó a Laura!

Rikke se puso en pie bamboleándose; era bastante más alta que Tish.

—Levántate.

Tish cogió a Rikke por los tobillos y la empujó con violencia. Rikke gritó, se desmoronó como un árbol y aterrizó en la grava. Tish se alejó reptando hacia los coches que pasaban a toda velocidad por la carretera, pero Rikke se arrojó sobre su espalda y la arrastró hacia la cuneta. Luego le dio la vuelta. Piedras afiladas laceraron la piel de Tish. El rostro de la mujer más mayor estaba completamente rojo y contraído por la ira.

Los dedos de Rikke se curvaron como garras y se aferraron al cuello de la otra. Sus pulgares se clavaron en la tráquea de Tish, que empezó a jadear y a asfixiarse. No podía respirar. Su cuerpo comenzó a sufrir espasmos. Arañó las manos de Rikke, pero éstas eran dos bloques de granito.

—¡Rikke!

Las dos mujeres oyeron la voz.

Rikke apartó las manos del cuello de Tish y echó un vistazo a la pasarela del puente entre la niebla. Tish jadeaba en busca de aire y se apartó retorciéndose. Detrás de ella vio a Stride, con el arma en alto y corriendo hacia ellas. Tish intentó liberarse, pero Rikke se apoyó en las rodillas y se levantó, la cogió del cuello por detrás y la puso en pie. Tish se debatía y pateaba, sus ojos cada vez más abiertos y blancos mientras Rikke se acercaba lentamente al borde del puente. Tish trató de alcanzar la seguridad del coche, pero Rikke la sujetaba con fuerza y la obligaba a mirar hacia el negro abismo que tenían debajo.

Tish lo vio claramente. Mentalmente, ya estaba cayendo al vacío. Se quedó sin aire en los pulmones y creyó que el corazón le estallaría.

—¡Alto! —gritó Rikke a Stride—. O nos matamos las dos.

Stride se detuvo. Enfundó el arma y levantó las manos.

—Suéltela, Rikke.

Tish se retorcía como un animalillo asustado entre los brazos de Rikke. Sus dedos arañaban la ropa de ésta.

—Si la suelto, saltará —dijo Rikke—. Está fuera de sí.

—Métala en el coche.

Las piernas de Rikke se pegaron al parapeto de hormigón en el borde de la pasarela del puente. Apenas le llegaba a las rodillas. Se inclinó de cara al viento, con Tish agarrada del torso. Tish aulló, un sonido tan primitivo y terrorífico que estremeció a Stride.

—Lo haré —dijo Rikke—. Me la llevaré conmigo. Me trae sin cuidado.

La mente de Stride se aisló de cuanto le rodeaba. Alejó de él cualquier tipo de distracción. Dejó de ser consciente del viento, de la altura y del traqueteo de la carretera bajo sus pies. Dio dos pasos en dirección a Rikke. Ella estaba a casi dos metros de distancia.

—No se mueva —le advirtió ella.

Stride era consciente que Serena estaba detrás de él, deteniendo el flujo de vehículos que se dirigían al oeste. Al otro lado del puente, oyó la sirena de un coche patrulla que se acercaba a toda velocidad desde Duluth. El coche patrulla se detuvo en diagonal a unos veinte metros, ocupando los dos carriles en dirección este, y una joven oficial saltó del auto con el arma desenfundada. Stride levantó una mano para indicarle que se quedara donde estaba. La policía se quedó quieta, y el tráfico procedente del lado de Duluth se desvaneció a medida que los vehículos daban marcha atrás más allá del coche patrulla.

Estaban solos allí arriba.

—Quiero que vuelvan las dos al coche —le dijo a Rikke.

Volutas de niebla flotaban perezosamente entre ellos. El puente se hallaba inmerso en el ir y venir del flujo de nubes. A lo lejos, Stride oyó la sirena de un barco. Identificó la llamada de la embarcación de rescate de la guarda costera, que se bamboleaba en dirección al arco del puente y tomaba posiciones en la bahía. Stride había estado en esa barca en numerosas ocasiones. La mayoría de los que saltaban desde el puente no salían del agua con vida.

Dio otro paso hacia delante.

—Suéltela —conminó a Rikke—. Entréguemela.

Los ojos de Rikke eran como piedras azules.

—No se mueva —le advirtió ella.

Stride puso las manos en alto.

—No me muevo.

Uno de los pares de cables verticales que sostenían la superficie del puente estaba justo detrás de Rikke, quien deslizó el brazo izquierdo a su alrededor para apuntalarse y levantar a Tish con fuerza del suelo con el otro brazo. Tish pataleaba frenéticamente; el cabello rubio revoloteaba sobre su cara con el azote del viento.

—Camine hacia delante —le ordenó Rikke a Stride con desdén—. Acérquese a mí.

—Tish no le ha hecho nada —dijo Stride—. Lo que pasó entre Laura y usted hace años que acabó.

—Pues entonces ella debería haberse quedado donde estaba.

Stride vio a la mujer policía al otro lado del puente trepar en silencio por la mediana y acercarse sigilosamente hasta su campo de visión. La agente se hallaba a unos nueve metros detrás de Rikke. Hizo una señal a Stride con la mano izquierda y luego se señaló a sí misma y apuntó con el arma hacia el lugar donde efectuaría un disparo perdido y seguro hacia el agua. La policía lo miró con una mirada interrogante.

Disparar o no disparar. Desviar la atención.

De manera casi imperceptible, Stride asintió.

La mujer policía levantó la mano izquierda y alzó un dedo en el aire. Dos. Cuando izó el tercero, su dedo presionó el gatillo del arma y una súbita detonación resonó en el puente.

Rikke se sobresaltó y, en ese preciso instante, Stride se abalanzó sobre ella. No fue lo bastante rápido. Rikke arrojó violentamente a Tish contra el murete de hormigón, donde perdió el equilibrio y trastabilló hacia delante. Rikke se dio media vuelta y echó a correr. Stride intentó coger a Tish y a punto estuvo de hacerlo, pero ésta se le escurrió y se precipitó sobre el parapeto. Su mano derecha rozó el muslo de ella y su mano izquierda logró agarrarla por detrás de la rodilla, pero se le escapó en su camino hacia el vacío a medida que incrementaba la velocidad de su caída hacia la bahía. Tish cayó entre gritos, hasta que las manos de Stride se cerraron alrededor de su delgada pantorrilla y el pie derecho de ella quedó atrapado entre los dedos de él, que, por fin, logró detener su caída con un movimiento brusco.

Tish colgaba suspendida sobre los treinta y seis metros de vacío que mediaban entre el puente y el agua.

Su peso mantenía inmovilizado a Stride contra la valla de hormigón; notaba como Tish se retorcía, debatiéndose contra él, como si quisiera caer. La parte superior del cuerpo de Stride sobresalía por encima del puente; percibía cómo también él empezaba a resbalar hacia delante, a arrastrarse hacia abajo. No tenía fuerza para alzarla. Lo único que podía hacer era seguir agarrándola del tobillo, pero los músculos de los brazos le crujieron y comenzaron a aflojársele.

—¡Serena! —gritó.

La oyó correr detrás de él.

—¡Aguanta!

Stride intentó detener el tiempo. Intentó vaciar la mente de cualquier pensamiento excepto de sus manos aferradas al tobillo de Tish. Sus manos eran grilletes. Herméticos. No podía rendirse.

—Aguanta, Jonny, ya estoy aquí.

Serena se inclinó por encima del puente, observando el agua oscura, y lanzó una maldición.

—Joder, no sé si voy a poder.

—Tienes que hacerlo, se me está escurriendo de las manos.

Serena se inclinó hacia delante intentando atrapar a Tish por donde fuera. La agarró de la blusa con los dedos, pero la tela se rompió al levantarla; así que Serena lanzó un jadeo y tropezó contra Stride, quien se tambaleó y la garra que mantenía alrededor del tobillo de Tish a punto estuvo de soltarse.

—¡La mano, deme la mano! —gritó Serena a Tish, que tenía los brazos extendidos dibujando una Y por debajo de la cabeza, en dirección a la bahía.

—¡No, no, no, no puedo!

—Agárrese, Tish, puede hacerlo.

—¡No!

Stride tenía los dedos entumecidos y húmedos por el sudor, y el dolor empezaba a resultar lacerante en las terminaciones nerviosas de sus hombros y su cuello.

—Prueba a cogerla del otro tobillo —sugirió él.

Se les acababa el tiempo.

La pierna de Tish giró al mismo tiempo que su cuerpo. El viento jugueteaba con ella como una muñeca, empujándola en círculos hacia delante y hacia atrás. Serena trató de agarrarla por el tobillo que daba vueltas, falló, volvió a intentarlo de nuevo y, finalmente, gritó:

—¡La tengo! ¡Tira! ¡Tira!

Stride tiró de ella hacia arriba con un grito, retrepándose hacia atrás desde el borde del puente. Serena estaba a su lado haciendo lo mismo que él. Palmo a palmo, se fueron alejando de la valla de hormigón, y Tish subió con ellos. Le vieron las rodillas, luego los muslos, y cuando llegó su cintura, Serena alargó una mano, agarró a Tish por el cinturón y la tumbó de espaldas en la carretera, donde ésta se retorció como un pez fuera del agua.

Stride la soltó y cayó hacia atrás contra el Impala. Respiraba agitadamente. Sentía en los brazos el pinchazo de incontables alfileres y agujas.

Tish se comportaba de forma incoherente, gemía y lloraba.

—Llévatela a la parte trasera del Impala, haz que se tumbe —masculló a Serena—. Habrá que sedarla antes de trasladarla a nuestro coche.

—¡Teniente!

Stride alzó la cabeza de golpe.

A unos nueve metros de distancia, la mujer policía que había disparado el tiro de advertencia yacía tendida boca arriba en el asfalto, enzarzada en una violenta pelea con Rikke. Las dos rodaban por el suelo y forcejeaban y, mientras él observaba la escena, el arma se deslizó por el carril lejos del alcance de su mano. Rikke se echó hacia atrás y le machacó la cara de un codazo. La cabeza de la mujer policía golpeó el pavimento, desmadejada.

Stride lanzó un juramento, se apartó del auto y echó a correr. Sentía las piernas como gelatina. Le aturdió ver los coches que bajaban a toda velocidad por la pendiente de la pasarela del puente hacia Duluth, como si fuera una pista de carreras. La niebla le hacía parecer casi invisible, y tenía que evitar los vehículos que empezaban a reunirse en el carril de la derecha antes de que éstos le vieran a él. Atravesó corriendo el arcén y se arrojó sobre Rikke, quien se tambaleó. Cuando extendió sus brazos exhaustos para detenerla, ella se abalanzó con violencia sobre él con ambos puños levantados. Le dio un golpe sorprendentemente fuerte en la mandíbula. Él trató de agarrarla de las muñecas, pero ella le empujó por el pecho y Stride resbaló hacia atrás y perdió el equilibrio.

Rikke se alejó corriendo.

Stride oyó bocinas y vio luces blancas cegadoras. Coches en estampida como elefantes ciegos. Echó a correr tras Rikke, pero ésta se alejó de él zigzagueando y se arrojó entre el tráfico a su izquierda. Le dio el alto, pero ella no se detuvo. Como una boca de cañón emergiendo de la niebla, un enorme Escalade negro bajaba disparado por el carril izquierdo, y Rikke se interpuso en su camino. Stride vio el destello rojo de las luces de freno. Los neumáticos chirriaron y echaron chispas. Rikke chilló, pero su grito quedó ahogado en cuanto el SUV se estampó contra ella y casi la partió en dos.

El cuerpo aplastado de Rikke golpeó la parrilla del coche y rodó hasta detenerse dieciocho metros más allá. No se movía.

Antes de que Stride pudiera reaccionar, sintió la presencia de algo gigantesco y peligroso detrás de él. Se giró y vio un sedán blanco como un barco pirata salir de la niebla. Cuando el conductor vio el Escalade detenido en el carril izquierdo, viró bruscamente a la derecha, dirigiéndose directamente hacia Stride, quien saltó y rodó por el capó cuando el sedán chocó contra él. Su cuerpo rebotó contra el metal. Se golpeó en el pecho con el parabrisas. El aire le estalló en los pulmones. Se colgó del capó con las puntas de los dedos al tiempo que el vehículo se empotraba contra el murete de hormigón del puente y luego se soltó.

Stride salió volando.

Era como un pájaro en el aire, catapultado desde el capó del sedán, arrojado al vacío por encima del puente.

Y empezó a caer.