Stride se inclinó aún más hacia Maggie y Serena por encima de la mesa de la cafetería.
—¿Cómo llegó Finn a casa? —les preguntó.
Maggie dio un sorbo a su taza color crema llena de té chai y arqueó una ceja.
—¿A qué te refieres?
—La noche que asesinaron a Laura, Finn estaba en el parque, vigilándola. ¿Cómo volvió a su casa en Superior?
Serena se encogió de hombros.
—En coche.
—Sí, pero Rikke no le dejaba conducir —contestó Stride.
—Bueno, Rikke juró que Finn no estaba en el parque esa noche; sin embargo, sabemos que sí estuvo allí —observó Maggie—. Así que es posible que volviera en coche.
—O puede que Rikke fuera a recogerlo —apuntó Stride.
En cuanto lo dijo en voz alta, supo que había sido así.
Después del comentario a la ligera de Amanda sobre madres e hijas, Stride se había puesto a considerar las circunstancias del asesinato de Laura desde una perspectiva completamente diferente. En un caso con demasiados sospechosos de por sí, había pasado por alto a otra persona que también pudo haber estado en el parque esa noche.
—¿Acaso cambia eso nuestra teoría sobre el crimen? —preguntó Serena—. Si Rikke fue a recogerlo, eso significa que ella tuvo que sospechar durante todo este tiempo que Finn mató a Laura. Así que mintió para proporcionarle una coartada.
Stride se reclinó en la silla.
—Es lo que yo creía, pero en realidad eso funciona en dos direcciones. Al proporcionar a Finn una coartada, también se proporcionaba una a ella misma.
Maggie negó con la cabeza.
—¿Qué estás diciendo, jefe?
—Estoy diciendo que si Rikke fue al parque para recoger a Finn, quizás encontrara el bate de béisbol en el campo de juego.
—O quizá lo encontrara Elvis —sugirió Maggie—. Puede que se sintiera tan culpable por haber matado a Laura que un mes después murió de sobredosis.
Stride asintió.
—Sí, ya sé que puede parecer una locura, pero las huellas de Finn no están en el bate de béisbol. Tenemos las huellas de Peter, Dada y Cindy, pero no las de Finn. Si él la mató, ¿por qué no iban a estar sus huellas en el bate? Sin embargo, tenemos una serie de huellas que no podemos identificar.
—¿Y por qué iba Rikke a matar a Laura? —preguntó Maggie.
—Eso depende de lo que en realidad estuviera pasando entre ellas dos —contestó Stride—. Amanda dijo que toda hija se convierte en su madre tarde o temprano. Lo vemos constantemente en las familias donde hay maltratos, ¿no? El abuso engendra abuso. Rikke nos confesó que su madre abusaba sexualmente de ella. La cuestión es: ¿se parecía Rikke a su madre y se convirtió también ella en una maltratadora?
—¿Crees que Rikke mantenía relaciones sexuales con Laura? —preguntó Maggie.
—Considero que no es imposible. Laura pasaba mucho tiempo allí mientras dilucidaba su orientación sexual. Tras su ruptura con Tish, quizá se sintiera tan confundida y vulnerable que necesitara alguien en quien confiar. Así que fue en busca de su profesora preferida para pedirle ayuda. ¿Y si Rikke se aprovechó de su confianza? Ya sabemos que la expulsaron del distrito escolar por tener una aventura con un estudiante. Hemos sabido durante todo este tiempo que Finn tenía unos celos enfermizos de la relación que Laura mantenía con Tish, aunque quizá lo hayamos entendido al revés. Puede que quien estuviera celosa fuera Rikke.
Maggie se tomó unos segundos para pensar en ello y luego negó con la cabeza.
—Aun en el supuesto de que Rikke sedujera a Laura, ¿por qué iba a querer matarla?
—Si era una maltratadora y una obsesa, ¿quién sabe lo que hubiera sido capaz de hacer cuando descubrió que Laura iba a huir? —replicó Stride—. Estamos hablando de unos hermanos que crecieron en un ambiente de violencia e incesto. Sabemos cómo influyó en Finn. ¿Acaso no crees que también Rikke tenga sus propios demonios?
—Sin embargo, sabemos con certeza que Finn es el único capaz de cometer un asesinato —dijo Maggie.
Stride tuvo la visión de una granja solitaria de Dakota del Norte, brillando débilmente en la noche, rodeada de kilómetros de campos. Era como estar en la luna, había dicho Rikke. Su mirada se endureció.
—Esperad un minuto —dijo él—. ¿De verdad lo sabemos?
Maggie abrió la boca para protestar y luego la cerró de golpe.
—Hija de puta —exclamó Serena con un jadeo—. No, no lo sabemos.
—Quiero hablar con Rikke —afirmó Stride mientras se levantaba del asiento—. Quiero sus huellas para compararlas con el arma homicida y quiero saber qué pasó realmente en esa casa. —Se puso en pie y escrutó el local—. ¿Aún está aquí?
Serena negó con la cabeza.
—Rikke salió justo después de Tish. La vi marcharse.
—Bien, veamos si podemos darle alcance —dijo Stride.
Los tres se dirigieron hacia la salida. En la acera del aparcamiento, Stride giró a la izquierda en dirección a su Expedition, aparcado junto al Avalanche amarillo de Maggie, pero se detuvo cuando Serena lo cogió por el hombro.
—Espera un momento, Jonny —dijo ella mientras le hacía una señal—. Ése es el coche de Tish.
Stride identificó el Civic que se hallaba en la otra punta del aparcamiento y acto seguido atisbo el extraño ángulo del chasis a causa del neumático reventado del coche. Frunció el ceño y echó un vistazo al aparcamiento.
—¿Dónde está Tish? —quiso saber.
Maggie echó a correr hacia el Civic y se arrodilló para examinar el neumático con un bolígrafo linterna de su llavero.
—Está rajado —les gritó—. Alguien lo ha reventado.
Stride miró a Serena.
—Rikke.
El puente Blatnik se elevaba ante ellas más allá de la imponente curva que describía la carretera, con su arco iluminado por hileras borrosas de luces blancas que contrastaban con la oscuridad nocturna. El nerviosismo de Tish iba en aumento a medida que se acercaban a la luz, anticipando la espiral de miedo que se retorcería en sus entrañas cuando atravesaran el puente. Quería apartar la vista, pero no podía; al contrario, se quedó observando la joroba de acero como si se tratase de un monstruo marino arqueando su lomo gigantesco por encima del agua. Su tensión podía palparse en el interior del vehículo.
—¿Pasa algo? —preguntó Rikke con voz serena.
—Los puentes —explicó Tish—. Me dan miedo.
Las ventanillas de ambos lados estaban bajadas, por lo que entraba una violenta brisa que hacía traquetear el coche. Ascendieron en ángulo pronunciado en dirección a la cima del puente, y el entramado de acero del arco se alzó ante ellas como los raíles de una montaña rusa. Rikke conducía despacio. El tráfico aumentaba detrás de ellas e inundaba el vehículo con sus luces, hasta que empezaron a avanzarles por la izquierda y con impaciencia al doble de velocidad. A ambos lados, a lo lejos, las luces de las fábricas señalaban la orilla, y la oscuridad indicaba dónde estaba el canal de la bahía de Superior. Tish cruzó los brazos sobre el pecho. Respiraba agitadamente.
Rikke alargó un brazo y posó una mano cálida en el muslo de Tish; ésta se estremeció.
—La vista es impresionante —dijo Rikke—. Deberías mirar.
—No quiero verlo.
Rikke aminoró aún más la velocidad a medida que avanzaban con lentitud hacia el cielo. A Tish le sudaban las manos y su brazo izquierdo se contrajo involuntariamente.
—¿No podemos ir más rápido? —preguntó.
—No, me encanta estar aquí arriba —contestó Rikke—. A veces creo que sería la mejor forma de morir. Dejarse caer por el borde del puente.
—No diga esas cosas; me está asustando.
El coche se deslizó hacia el arcén de la derecha, rechinando sobre la grava suelta. Tish era consciente de los noventa centímetros de valla de hormigón que se extendían por la pasarela del puente, la única barrera entre el coche y más de treinta metros de caída libre hacia el agua. Desde su ventanilla parecían centímetros.
—Es difícil no pensar en la muerte cuando sabes que te estás muriendo —comentó Rikke.
—¿Muriendo?
Rikke asintió tranquilamente.
—Los médicos me han dicho que vuelvo a tener cáncer. Metástasis, lo llaman ellos. Una palabra horrible. Sólo me quedan unos meses de vida.
—Lo siento —dijo Tish.
—Así que, ya ves, es una elección sobre la que tengo que pensar. Éstas son mis posibilidades: una muerte rápida y voluntaria, o una lenta y dolorosa. ¿Tú qué harías?
—No lo sé.
La mano de Rikke se aferró a su muslo. La apretaba con fuerza, las uñas se le clavaban en la piel.
—Nunca entendí lo que Laura veía en ti. Ya sé que eras una chica guapa, pero jamás la comprendiste como yo. Yo fui la única a quien ella acudió en busca de consuelo. La única que la ayudó a entender quién era.
—Me está haciendo daño.
—Me alegro. Te lo mereces. —Rikke apartó la vista de la carretera—. Mírate, aún eres una mujer atractiva. En cambio, yo estoy envejeciendo. Tengo un cuerpo de chiste. Mis pechos son una ruina. Mis muslos están surcados de celulitis. Apenas soporto mirarme. Por aquel entonces, yo era una belleza, ¿recuerdas? Todos mis alumnos me deseaban.
Tish permanecía inmóvil en su asiento sin decir palabra.
—También Laura me deseaba —prosiguió Rikke—. ¿Lo sabías?
—Eso no es verdad.
—Oh, sí lo es —dijo Rikke—. Laura me contó lo de vuestra aventura. Me explicó que ella huyó de ti. Vino a mí porque necesitaba una amiga. Una madre. Estaba tan asustada, tan sola. Yo estuve allí para ella, y tú no. Me pasé horas dejando que llorara entre mis brazos. Nos hicimos íntimas. Y una noche, cuando supe que ella estaba preparada, le mostré que podía amarla de una forma especial.
—Oh, Dios mío —murmuró Tish—. No es cierto; miente.
Los cables de acero bajaban desde el arco del puente a su alrededor mientras se acercaban al punto más alto. Espectros de niebla se amontonaban junto al vehículo y reflejaban la luz de los faros del coche. Apenas se distinguía la carretera. Por encima de sus cabezas, los diamantes de acero parecían arañas vistas a través de una vaporosa telaraña.
—No había nada malo en ello —repuso Rikke—. Laura jamás debió huir de mí. No para ir en tu busca.
Rikke dio un volantazo y pisó el freno, girando el morro del coche hasta que éste colisionó contra el muro de hormigón. El auto se detuvo con una sacudida en la cima de la autopista. Estaban en diagonal, con apenas sesenta centímetros de piedra y tierra entre la puerta de Tish y el vacío. Los vehículos zumbaban al pasar junto a ellas, haciendo sonar los cláxones.
—¿Qué hace? —Tish se abrazó a sí misma, temblando—. ¡Siga, siga!
—Siempre fuiste tú, ¿verdad? —gruñó Rikke—. A Laura yo no le importaba. Ni Finn. Era a ti a quien quería.
—¡Siga conduciendo! —gritó Tish—. ¡Por favor!
Rikke apagó el motor del auto.
Tish estaba hiperventilando. Se alejó de la portezuela del coche. No podía dejar de mirar el cable aéreo y las hileras brillantes de luces blancas. Una vez más sintió el empuje de las alturas, la insensata urgencia de saltar del automóvil, arrojarse de él.
—¿Está loca? ¡Vámonos, vámonos ya, por favor! ¡Haré lo que sea!
—¿Por qué regresaste? —preguntó Rikke—. ¿Por venganza? ¿Es eso lo que querías? Intenté asustarte, y te quedaste.
Tish negó con la cabeza. El pánico y el terror se desplazaban a toda velocidad a través de sus terminaciones nerviosas.
Rikke quitó las llaves del contacto, abrió la portezuela del conductor y salió del auto dando un portazo. El tráfico rodaba a su alrededor a través de la niebla y la noche. Se dirigió a la parte trasera del coche y se acercó a la ventanilla bajada del lado donde Tish estaba sentada. Dentro, ésta permanecía encogida de miedo contra la otra puerta. Rikke respiró hondo y echó un vistazo por encima de la valla hacia la negra oscuridad del canal. Después metió la parte superior de su cuerpo por la ventanilla, cogió a Tish de la muñeca y tiró de ella con fuerza.
Tish aulló.
—¡No haga eso!
—¡Mírame! —ordenó Rikke. Tish enterró su rostro en su pecho y Rikke la agarró de la barbilla y le levantó la cabeza de un tirón hasta que sus ojos se encontraron. La mirada de Tish estaba anegada en lágrimas. Vio la violencia y el deseo pugnando en el rostro de Rikke—. Esto es lo que te mereces por haber vuelto para torturarme. Por haber vuelto loco a Finn. Tú lo mataste, ¿lo sabes? Fuiste tú. Y quizá también hayas sido tú quien le metió una bala en la cabeza.
—Lo siento, lo siento.
Rikke cogió la cara de Tish con las dos manos y la obligó a levantar la barbilla; entonces se inclinó y cubrió sus labios con un beso furioso.
—¿Es tan horrible? ¿Te asusta? Laura me tenía miedo después de hacer el amor conmigo. ¡Miedo! Por culpa de Finn. Nunca debió inmiscuirse, pero estaba celoso porque ella me eligió a mí.
Tish se limpió la boca.
—¡Basta!
—Finn nos vio hacer el amor en su cama aquella noche. Yo sabía que él estaba allí. Pero al día siguiente, él fue y le dijo a Laura lo que había pasado en Fargo. Era nuestro secreto, de él y mío. No tenía derecho a contárselo. Lo único que él quería era separarnos. Asustarla.
El rostro de Rikke era sombrío. El horror lo cubría como una sombra.
—Finn nunca le dijo a Laura que lo hice por él. ¡Por él! Yo sabía lo que nuestra madre hacía. Tenía que acabar con ello, y sabía que Finn jamás levantaría un dedo para protegerse. Se limitaba a arrastrarse hasta su agujero y dejar que ella volviera por más. Así que era yo la que debía ser fuerte. Era yo la que debía salvarlo.
«¿Y si te dijera que papá abusa de mí? ¿Lo matarías? ¿Crees que sólo un demente podría hacer algo así?».
Finalmente, Tish lo comprendió. Laura no se refería a su padre. Hablaba de Rikke. De su secreto.
—Volví a nuestra granja —prosiguió Rikke—, cogí el bate y golpeé a nuestra madre hasta que no fue más que un amasijo de carne y huesos. Finn me vio hacerlo. Sabía que no tenía elección. Se suponía que nadie tenía que saberlo jamás. Y entonces fue y se lo soltó todo a Laura. Yo le oí. ¡Bastardo estúpido y celoso! Laura debería haberme dejado que me explicara, pero salió corriendo. ¿Qué se suponía que tenía que pensar yo? Si se hubiera quedado, jamás le habría hecho daño, pero ella se marchó.
Tish tenía una mirada extraviada.
—Nunca me habló de ello.
—Oh, pero hubiera acabado contándotelo —dijo Rikke—. No la culpo. Y tampoco culpo a Finn. Lo habríamos resuelto todo de no ser por ti. Tú nos destrozaste la vida. Y ahora me toca a mí.
Rikke se colgó las llaves de un dedo que hizo oscilar delante del rostro de Tish.
—Éste es el final para las dos.
Mientras Tish chillaba, Rikke arrojó con total indiferencia las llaves por encima del parapeto, y éstas cayeron lanzando un destello plateado.