El Wisconsin Point era hermano gemelo del Minnesota Point, y separaba el lago Superior de la bahía de Allouez con una aguja de tierra que sufría los embates de las olas y los temporales. Sólo una ensenada de mar abierto que no alcanzaba los trescientos metros separaba las dos esquirlas de playa. A diferencia de su gemelo de Minnesota, donde vivían Serena y Stride, el Wisconsin Point era una reserva en gran parte sin explotar, tan estrecha en algunas áreas que no había espacio para emplazar los cimientos. La única carretera que llevaba a las afueras del Point era un camino rural llamado Moccasin Mike, en el margen sudeste de Superior.
Stride conducía bajo la tormenta por Moccasin Mike a ciento diez kilómetros por hora. Los limpiaparabrisas apartaban la lluvia martilleante. La carretera discurría en línea recta, pero era una montaña rusa de colinas y pendientes poco pronunciadas. No vio la peor de las concavidades llenas de agua de la carretera hasta que el coche se despegó del asfalto y Maggie y él pegaron un bote en sus asientos. Exhaló aire cuando volvió a aterrizar en las aguas movedizas con una fuerte sacudida en la espalda. El vehículo gruñó en medio del valle inundado y amenazó con calarse y quedarse flotando; sin embargo, los neumáticos volvieron a adherirse al suelo y rugieron al subir la cuesta, levantando una cascada de agua al pasar.
A gran velocidad, el automóvil engulló el tramo de carretera de tres kilómetros, y Stride estuvo a punto de pasarse de largo la curva a la izquierda que llevaba al Point. Frenó de repente y maniobró, perdiendo la tracción de la rueda trasera del Expedition, para luego volver a acelerar sobre el asfalto agrietado. El vehículo se tambaleaba entre un paisaje lunar de baches. Los árboles se ladeaban en los arcenes de la carretera, y el coche seccionaba las ramas a medida que avanzaba. Las luces largas horadaban la oscuridad, pero lo único que veía Stride era la lluvia plateada y el bosque negro, hasta que de repente el auto salió del parque natural a la estrecha península y la bahía se abrió a su izquierda. Una ráfaga de viento azotó el vehículo y amenazó con volcarlo.
Aminoró la velocidad. La tormenta resonaba en sus oídos como una lata aporreada.
—No me gusta esta tormenta —dijo Stride—. Los rayos están justo encima de nuestras cabezas.
Se tambalearon a lo largo de un kilómetro de carretera en mal estado, y luego Stride atisbo un reflejo metálico frente a sus luces delanteras. Una furgoneta de los noventa estaba aparcada en la alta hierba del arcén de la derecha, en la cuesta que conducía hasta la playa de la orilla del lago. La furgoneta de Clark.
Detuvo el Expedition en batería en la carretera del Point. Maggie y él salieron del vehículo precipitadamente. Maggie corrió hacia la furgoneta de Clark y pegó la cara a la ventanilla.
—Está vacía —gritó—. Deben de estar en la playa.
—Pide refuerzos.
Stride desenfundó su Glock. Maggie cogió su móvil y gritó instrucciones.
Un sendero fangoso de apenas treinta centímetros de ancho serpenteaba entre la alta hierba y los abedules combados hasta lo alto de la cuesta. La tierra mojada succionaba las botas de Stride, quien resbaló al subir y, al caer de rodillas, estuvo a punto de perder el arma. Tuvo que hundir la mano libre en el lodo para incorporarse. Maggie iba detrás, maldiciendo cada vez que los tacones se le quedaban pegados. Se quitó los zapatos y siguió avanzando descalza.
Llegaron a la cima de la colina, donde la extensión de playa y el lago se abrían por debajo de ellos. Superior era un ente vivo, violento y enorme, que invadía la estrecha franja de arena. A su alrededor, los árboles se agitaban y se retorcían. Los relámpagos explotaban en sus ojos, y el haz circular del faro de Superior destellaba en la oscuridad.
En principio, la playa parecía vacía.
—¿Dónde están? —gritó Maggie con una mano en la boca a modo de bocina.
—¡No los veo! —Un nuevo relámpago brilló y Stride señaló con un dedo—. ¡Espera, están ahí!
A unos cuarenta y cinco metros de distancia, apenas más grandes que un muñeco, Clark Biggs y Finn Mathisen se hallaban uno a cada lado de un tronco gigantesco. Finn yacía tendido en la arena, con medio torso apoyado en el tronco. Clark se mantenía detrás de él. Cuando el destello de un nuevo relámpago iluminó la playa, se dieron cuenta de que Clark sostenía un bate de béisbol en las manos y que estaba preparándose para asestar un golpe mortal en la parte posterior de la cabeza de Finn.
—¡Deténgase! —gritó Maggie.
Era igual que si fuera muda. Clark no podía oír ni una sola palabra.
—¡Clark! ¡Deténgase!
Stride apuntó con la Glock hacia el cielo y disparó. Para él, con el arma pegada a la oreja, el tiro sonó fuerte, pero no estaba seguro de si se había oído a través del viento, la lluvia, los truenos y el oleaje. Durante unos interminables segundos, la playa se quedó a oscuras y ellos, ciegos. Cuando recuperaron la visión gracias al siguiente ramal de luz, vieron a Clark, inmóvil, con el bate suspendido en el aire por encima de su cabeza y la mirada clavada en ellos. Por un momento Stride creyó que iba a utilizar el bate, pero Clark permaneció inmóvil, dudando.
El rostro de Finn se volvió hacia ellos. Estaba vivo.
Stride bajó la cuesta dando tumbos hasta la franja de arena mojada y con maleza. Se metió en todos los charcos mientras Maggie le pisaba los talones y se detuvo a tres metros del tronco de madera. Stride apuntaba con la Glock al suelo, pero la levantó y la separó de su cuerpo para que Clark pudiera verla. Observó a Finn y se dio cuenta de que el hombre estaba malherido, la clavícula rota, la mano izquierda presionando la rodilla dislocada, su cara retorcida por el dolor. Se había mordido el labio con tanta fuerza que le sangraba.
—Hijo de puta —murmuró Maggie, y luego añadió en voz alta—: ¡Clark! ¡No lo haga! ¡Baje ese bate!
El rostro de Clark se mantenía imperturbable como una roca. Su mirada era sombría. Negó con la cabeza.
—Se trata de su vida —le dijo Maggie—. No la destruya. Mary no querría que usted hiciera algo así.
—Mary está muerta —respondió Clark.
—Escúcheme, Clark. Sé qué clase de hombre es usted. Y no es un asesino.
Finn hizo una mueca y se dio impulso para levantarse del suelo.
—¡Sé un hombre y usa ese bate de una puta vez! —le gritó a Clark.
Stride observó como Clark apretaba con fuerza el mango. Los codos de aquel hombre corpulento se doblaron cuando volvió a mover el bate hacia atrás. Stride se irguió y estiró los brazos mientras sujetaba la Glock con ambas manos y apuntaba directamente a la cabeza de Clark. El viento le abofeteó. La lluvia caía a cántaros sobre su rostro y su cuerpo.
—Baje el bate, Clark —ordenó Stride.
—Usted no va a matarme —replicó éste—. No para proteger a un pedazo de mierda como éste.
Ambos se hacían los gallitos, mirándose fijamente para ver quién bajaba antes la mirada.
—Por favor, Clark —le suplicó Maggie.
Los ojos de Clark se movieron rápidamente hacia ella.
—Usted sabe lo que este hombre le hizo a Mary. Merece morir.
—Eso no depende de usted ni de mí.
La tormenta se abatió sobre las colinas como la invasión de un ejército. El viento aullaba y los empujaba hacia atrás. Por encima del lago iracundo, las vetas de los relámpagos laceraban el cielo de lado a lado. El mundo viraba del negro al blanco y de nuevo al negro. Stride sintió que la presión y la temperatura descendían. Se aproximaba un nuevo estallido.
—Tenemos que marcharnos de aquí enseguida —le dijo Stride a Clark—. Este lugar no es seguro.
—Pues váyase. Déjeme solo.
—Baje el bate.
—No puedo.
—Clark, Donna me ha telefoneado —le dijo Maggie—. No quiere perderlo. Está muy asustada.
Clark titubeó.
—Ella aún le quiere —afirmó Maggie.
—¡Hazlo! —gritó Finn.
Los ojos de Clark se clavaron en la parte posterior de la cabeza de Finn, como si pudiera ver el bate golpeando ese punto. Escuchar el horrible crujido. Ver la sangre y el cerebro desparramado. Stride sabía lo que pasaba por su mente. Clark quería volver a sentir algo. Lo que fuera.
—Eso no le proporcionará lo que desea —le advirtió Stride.
—¡Míreme, Clark! —imploró Maggie—. ¡Escuche! Hay algo que Donna no le ha contado. Se halla embarazada. Van a tener otro hijo.
Los ojos de Clark se apartaron de Finn.
—Me está mintiendo.
—No le miento.
—No puede estar embarazada —insistió Clark.
—Es verdad. Se lo juro. Ésta es su segunda oportunidad, Clark. No la eche a perder.
A Stride le pareció que Clark estaba llorando, pero con la lluvia no podía asegurarlo.
—¡Mary está muerta! —levantó la voz Clark—. ¡Alguien debería pagar por ello!
—Sí, alguien debería hacerlo —convino Maggie—. Pero no usted. Y no ahora.
Clark dio un paso atrás. Se había dado por vencido. Bajó la cabeza y hundió la barbilla en el cuello. Una mano soltó el bate y éste quedó colgando junto a él. Los dedos de la otra mano se abrieron y el bate cayó sobre la arena. Clark se echó hacia atrás y alzó las manos a modo de rendición.
—Gracias a Dios —murmuró Stride.
El arma le flaqueó en la mano. Junto a él, Maggie enfundó su pistola y se acuclilló frente a Finn.
Clark caminó a trompicones hacia la espuma. Ya se hallaba a seis metros de distancia, con los tobillos metidos en el agua y las manos aún alzadas.
—Asegúrate de que una ambulancia… —empezó a decir Stride, pero no acabó la frase.
La tierra bajo sus pies se transformó de repente en algo extraño, como si cada partícula de arena adherida a su piel mojada estuviera viva.
El pelo y el vello de sus brazos desafiaron la gravedad y se pusieron en posición de firmes. Sintió un hormigueo en la piel. Su boca se llenó de un sabor metálico y caliente. Stride sabía lo que iba a suceder a continuación. La muerte se acercaba a toda velocidad por el suelo.
Un rayo.
Millones de iones buscando un puente hacia el cielo. Como un cuerpo.
Advirtió a Maggie a gritos, arrojó su arma al suelo y se quedó en cuclillas, apuntalándose con los talones. Cerró los ojos y se tapó los oídos con las manos con tanta fuerza que la tormenta fue succionada por un vacío de silencio. No tardó en llegar. Al cabo de un segundo, una bomba estalló en su cerebro, como si le clavaran chinchetas en el tejido y los huesos. Sus pies abandonaron el suelo al ser propulsado hacia atrás y arrojado como una jabalina. Percibió un destello blanco a través de los ojos cerrados, notó como el aire frío se calentaba y le llegó un olor a carne chamuscada.
Se preguntó si era la suya.