Menos de una hora después, Stride y Maggie estaban sentados en una casa del East End, en la sala de estar de una aterrorizada adolescente llamada Angela Tjornhom. Sus padres estaban sentados uno a cada lado de ella. Angela llevaba una camiseta gris de los Spartans y los pantalones del pijama, e iba descalza. Tenía las manos cruzadas con fuerza en el regazo. Su aspecto era el de una modelo, de rostro hermoso y constitución pequeña. Stride se dio cuenta de que Rikke tenía razón. Si observaba bien su cara, era cierto que Angela tenía cierto parecido con Laura.
—¿Así que ese tío tiene fotos mías? —preguntó Angela.
—Me temo que sí; eso creemos —le explicó Maggie.
—Es asqueroso. Quiero decir, ¿también tiene fotos mías desnuda?
—No lo sabemos.
—No voy a volver a descorrer las cortinas nunca más. No puedo creerlo —dijo, y apoyó la cabeza en el hombro de su madre.
—¿Dónde coño está ese hijoputa? —exigió saber el padre de Angela. Era un tipo pequeño, con una estrecha franja de pelo negro que le circundaba la calva. Tenía las mejillas encendidas por la rabia—. ¿Es el pervertido que ha salido en las noticias?
—En estos momentos intentamos localizarle —respondió Stride—. Nos gustaría que nos permitiera echar un vistazo al patio trasero.
—Adelante —les dijo él—. Hagan lo que tengan que hacer.
Stride asintió.
—Angela, ¿puedes contarnos si esta noche ha sucedido algo fuera de lo común?
La chica había estado llorando. Se estiró, la camiseta y se limpió la nariz con el dorso de la mano.
—Me llamaron al móvil dos veces y luego colgaron.
—¿Cuándo fue eso?
—No lo sé. Después de medianoche.
—¿Qué hiciste?
—Encendí la luz. Las llamadas me desvelaron. Fui a mirar por la ventana, pero no vi a nadie. Aunque tampoco podría haber visto a nadie con tanta lluvia.
—¿Te había pasado antes? —preguntó Maggie.
Angela asintió.
—Sí, dos o tres veces. Siempre de noche. Yo pensaba que era alguien que se equivocaba de número, ¿sabe? Sabía que habían espiado a una de las chicas del instituto, pero nunca creí que fuera a pasarme a mí.
—Alguien vendrá mañana a tomarte una declaración completa —le informó Stride.
Maggie colocó una mano en la rodilla de la adolescente.
—Deberías hablar con alguien, Angela. Las chicas que han sufrido una experiencia como la tuya a menudo reaccionan de un modo semejante a las víctimas de una violación. Es una invasión y es intimidante. No deberías pasar por esto tú sola.
Angela se encogió de hombros y se guareció aún más entre los brazos de su madre.
—Le buscaremos ayuda —aseguró su padre.
Stride y Maggie se despidieron y volvieron a encontrarse bajo la persistente lluvia que caía fuera. Encendieron las linternas y enfocaron el haz de luz hacia delante, como si llevaran reflectores, al tiempo que se dirigían al patio trasero. La hierba estaba empapada bajo sus pies. Regueros de agua caían de los canalones rebosantes. Detrás de la vivienda el terreno era extenso y plano, salpicado de árboles de hoja perenne. Stride vio que la siguiente calle estaba a más de treinta metros de distancia. Al iluminar el césped con la linterna, charcos de agua estancada le devolvieron el reflejo.
La habitación de la esquina era el dormitorio de Angela. La luz estaba encendida y las cortinas, corridas. Stride examinó la hierba bajo la ventana.
—Nada —dijo.
—También puede ser que la lluvia haya borrado las pisadas —contestó Maggie.
Stride negó con la cabeza.
—Es imposible que él estuviera tan cerca. Si hubiera estado aquí de pie, ella lo habría visto.
Examinó el resto del patio. Durante un instante, un rayo transformó la noche en día. Stride vio que a unos seis metros de la ventana de Angela la tierra húmeda estaba removida. Se valió de la linterna para guiar sus pasos hasta un trozo de fango y hierba empapada situado bajo uno de los abetos, en el que las raíces del árbol sobresalían del suelo húmedo. En el cono de luz, vio pisadas desordenadas y el césped aplastado.
Maggie se agachó y estudió las marcas de las pisadas superpuestas.
—Dos huellas distintas —dijo ella—. Parece como si hubiera habido una pelea.
Stride reparó en una única hilera de pisadas que se alejaban de la escena y se dirigían a la calle. Las siguió con ayuda de la linterna. En un punto del camino las huellas en el lodo eran profundas y nítidas.
—Cargaba con alguien —indicó Stride mientras señalaba el lugar donde las huellas de los tacones se hundían como pesas en la tierra blanda.
—Creo que hemos llegado tarde, jefe —dijo Maggie.
Siguieron las huellas hasta la calle, donde éstas desaparecían. El agua se desbordaba de las alcantarillas y corría hasta el bordillo formando un río. Stride se secó la lluvia de los ojos. Corrió hasta el terreno baldío del otro lado para comprobar si las huellas proseguían allí, pero no halló rastro alguno. Clark y Finn se habían desvanecido.
Stride le hizo una señal a Maggie en dirección sur, mientras él avanzaba en dirección norte corriendo por el centro de la calle, donde había menos agua encharcada. De los canalones caían ríos gemelos. Stride aprovechaba los destellos intermitentes de los rayos para mirar entre las casas y orientarse por los largos tramos de asfalto. Los truenos que seguían a la luz cada vez se oían más cerca y eran más largos. La tormenta iba a peor, no a mejor, y la atmósfera parecía más densa a su alrededor, como si la presión del aire se estuviera concentrando, dispuesta a explosionar. El frío húmedo empezaba a calarle los huesos. Los árboles se cernían sobre su cabeza agitados por las ráfagas de viento, y cuando se detuvo en el centro de una intersección donde se cruzaban dos amplias calles, se sintió insignificante.
Un nuevo relámpago con un montón de ramificaciones iluminó el cielo; parecía un verdugo dibujado por un niño. En ese preciso instante, Stride lo vio. Tres manzanas más allá, brillando bajo la luz blanca, había un Rav plateado aparcado bajo las ramas combadas de un olmo. Chapoteó entre las aguas profundas. Sus botas estaban anegadas. Al acercarse, vio a Maggie correr hacia el Rav desde la dirección opuesta. Ambos enfocaron el haz de luz de sus linternas hacia el interior del vehículo, esperando encontrar el cuerpo de Finn desplomado en la parte de atrás. Sin embargo, estaba vacío.
—Finn no regresó a su vehículo —dijo Maggie.
—¿Has podido localizar la furgoneta de Clark?
Ella negó con la cabeza y se arrodilló.
—Espera, hay algo bajo el neumático.
Stride también lo vio. Maggie extendió la mano bajo el chasis del Rav y extrajo algo blanco de debajo de la goma del neumático. Lo sostuvo en alto y vio que se trataba de una fotografía de bolsillo, sucia y mojada. La iluminó con la linterna.
—Son Clark y Mary Biggs —dijo.
—¿Crees que la dejó aquí para nosotros?
Maggie negó con la cabeza.
—Probablemente se le cayó de la cartera.
—Si Clark tuviera a Finn, ¿adónde crees que lo llevaría? —preguntó Stride.
—No lo sé. A no ser que ya haya matado a Finn y arrojado el cadáver en otro sitio.
Stride se puso en el lugar de un padre abatido que se enfrenta al hombre que ha llevado a su hija a la muerte.
—Creo que si tuviera la intención de matarlo, lo habría hecho lejos de la ventana de Angela.
—Pondré más coches en la calle, pero creo que estamos en un punto muerto.
—¿Qué hay del parque del lago Perch? —sugirió Stride—. Allí es donde murió la chica.
—Eso fue lo primero que pensé, pero el aparcamiento está vacío —respondió Maggie—. Tengo un coche allí por si aparece.
—¿Y qué me dices de Donna? Puede que ella sepa adonde iría Clark.
Maggie asintió.
—La telefonearé.
Hizo ademán de sacar el móvil del bolsillo, pero se detuvo en el acto.
—Espera un segundo —dijo mientras volvía a iluminar la foto—. ¿Dónde crees que se tomó esta fotografía?
Stride se inclinó ante la imagen.
—Es una playa de por aquí cerca. Probablemente del Point. Al fondo se ve el lago.
—No estamos muy lejos del Wisconsin Point, ¿verdad?
—Está a unos cuantos kilómetros al sur.
Maggie se guardó la foto en el bolsillo.
—Clark me dijo que solía llevar a Mary al Point. Era uno de sus lugares preferidos.
—¿Crees que es ahí donde ha llevado a Finn?
—Es un sitio aislado, está cerca y le recuerda a Mary.
—Parece que es nuestra mejor baza —dijo Stride.
—¿A qué esperamos? —preguntó Maggie.