36

—Donna tiene razón —se lamentó Maggie—. Clark debe de haber ido tras Finn Mathisen.

Stride apartó la vista de la carretera.

—¿Crees que Clark arrojaría su vida por la borda por un don nadie como Finn?

—¿Para vengarse de su hija? Sí, lo creo.

—Añade el Rav plateado de Finn a la alerta de localización a ambos lados de la frontera. Esperemos que Rikke pueda decirnos adonde ha ido Finn.

—Eso sería como admitir que es culpable.

—Para salvar su vida —señaló Stride.

Maggie presionaba las teclas de su teléfono móvil mientras Stride conducía.

A medida que aceleraban bajo la lluvia torrencial, el río St. Louis se retorcía como un dragón a su derecha. Las ruedas del vehículo levantaban cortinas de agua mientras Stride avanzaba velozmente entre las rápidas y profundas corrientes de agua que se derramaban desde las colinas e inundaban la autopista. Derrapó en el puente ferroviario que comunicaba Minnesota con Wisconsin por encima de las tierras fangosas del río. El viento ululaba en el cañón creado por el río, y un tren metalífero atronó desde el lado contrario en el caballete emplazado encima de él. Se aferró al volante. La superestructura del puente se estremeció como si fuera a desmoronarse.

Stride frenó al girar en una curva pronunciada al otro extremo del puente y luego pasó volando por las largas manzanas del pueblo de Oliver hasta la solitaria autopista que llevaba a Superior. A través de la cortina de agua del parabrisas, vio kilómetros de abedules que se extendían en paralelo a ambos lados de la carretera. Las espadañas se mecían en la cuneta como peonzas. Condujo por una larga franja de tierra de nadie antes de llegar al extremo sur de la ciudad. Era la una de la madrugada. Superior estaba muerto. La lluvia plateada caía al bies bajo el brillo de las farolas.

Siguió la cuadrícula de calles hasta llegar al otro extremo del terreno urbanizado cercano a la vivienda de Finn Mathisen, que estaba envuelta en luces. Un coche patrulla de la policía de Superior estaba aparcado enfrente.

Stride detuvo el auto detrás del coche patrulla y Maggie y él se apearon. Una mujer policía rubia con el pelo mojado y apelmazado salió corriendo del porche para reunirse con ellos. Los tres se dieron la mano mientras la lluvia se les clavaba como agujas.

—Lynn Ristau, de la policía de Superior —se presentó la mujer.

No era alta, pero tenía un físico duro y fornido que haría que cualquier hombre más alto se lo pensara dos veces antes de meterse con ella.

—Soy el teniente Stride y ella es la sargento primera Maggie Bei.

—Vosotros los de Duluth sí que sabéis escoger los días de mejor tiempo para perder a un sospechoso —dijo Ristau con una sonrisa.

—¿Hay algún resultado de la alerta de localización? —preguntó Stride.

Ristau negó con la cabeza. El agua salió despedida de su cabello rubio.

—Nadie ha visto al tipo.

—¿Ha hablado con la mujer de dentro?

—Sí, pero no nos ha contado mucho. Dice que no sabía que su hermano había salido de casa hasta que yo llamé a su puerta. No tiene ni idea de adonde ha ido.

—De acuerdo, veremos si podemos sonsacarle algo más —respondió Stride—. ¿Puede quedarse y mantenernos informados? Tal vez necesitemos ayuda.

—Cuente con ello.

Stride y Maggie subieron hasta el porche delantero y atravesaron una cortina de agua que caía del tejado. Rikke abrió la puerta antes de que pudieran tocar el timbre. Llevaba una bata amarilla de algodón que le llegaba hasta los tobillos y tenía el ceño fruncido.

—¿Qué demonios pasa aquí? —inquirió.

—¿Podemos entrar? —preguntó Stride.

En silencio, la mujer alta y corpulenta se hizo a un lado. Stride y Maggie se sacudieron de encima toda el agua que pudieron y entraron en la vivienda, donde el agua empezó a gotear sobre la alfombra. Las paredes temblaron cuando las ráfagas de viento asaltaron la estructura de la casa desde el oeste. Rikke cerró la puerta tras ellos y se cruzó de brazos.

—¿Y bien? —preguntó.

Stride estudió la sala de estar vacía. Rikke había estado sentada en el sofá con una taza de café de porcelana.

—¿Dónde está Finn?

—No tengo ni idea. Aún no ha respondido a mi pregunta. ¿Qué es lo que pasa?

—Creemos que alguien va tras él.

—¿Quién?

—El hombre cuya hija murió en el río.

Rikke palideció y se dio la vuelta.

—Eso es ridículo.

—Sabemos que Finn estuvo ese día en el río —le explicó Maggie—. Estaba acosando a esa chica. Ella se ahogó por su culpa.

—Si pudiera probarlo, Finn estaría ahora mismo en la cárcel —soltó Rikke. Volvió a girarse y agitó un dedo frente la cara de Stride—. Esto es por culpa suya. No parará hasta ver a mi hermano muerto.

—Intentamos protegerlo —replicó Stride.

—Un poco tarde después de todo lo que han hecho. Han empapelado la televisión con su cara. Los periodistas llevan toda la noche aporreando nuestra puerta. No es de extrañar que algún animal haya decidido ir en su busca. No puede arrestarlo, así que lo cuelga en los medios de comunicación y deja que otro haga el trabajo sucio por usted.

—Lamento lo de los periodistas —se disculpó Stride—. Tienen sus propias fuentes, y es muy difícil detenerlos. No obstante, nada de eso cambia el hecho de que necesitamos encontrar a Finn antes de que lo haga Clark Biggs.

—No puedo ayudarle.

—¿No puede o no quiere? —preguntó Maggie.

—No puedo contarle lo que no sé. No tengo ni idea de adonde ha ido Finn. Ya le he dicho a los agentes de ahí afuera que ni siquiera sabía que hubiera salido de casa. Yo estaba durmiendo.

—¿Sabe a qué hora se marchó?

Rikke se encogió de hombros.

—Supongo que después de medianoche. Finn estaba abajo cuando me fui a la cama.

—Así que hace menos de una hora que salió —concluyó Stride—. ¿Cómo se encuentra Finn?

—Está muy débil. No debería haberse ido.

—¿Le comentó que saldría de casa?

—No. No está lo bastante fuerte para ir a ningún sitio.

Stride acercó su rostro al de Rikke.

—Finn sólo haría una cosa pasada la medianoche. Y los dos sabemos cuál es.

Pudo verlo en sus ojos: Rikke lo sabía.

—No tengo ni idea de qué me habla —protestó Rikke con la vista clavada en el suelo.

—Sé que quiere protegerlo, pero en estos momentos lo único que conseguirá con sus mentiras es perjudicarlo. Déjese de juegos, Rikke. Finn es un enfermo. Sale por ahí a acechar a jovencitas y, si estamos en lo cierto, Clark Biggs ha ido tras él. Cree que Finn es el responsable de la muerte de su hija. Y si lo encuentra ante la ventana de otra chica, ¿qué demonios cree que le va a hacer?

Rikke respiró hondo e hinchó el pecho. Su mandíbula se endureció como el hormigón, y Stride vio cómo apretaba los puños. Pasó por delante del sofá y se sentó junto a la chimenea apagada. El agua goteaba sobre el hogar. Cogió su taza de café con una mano sin llegar a beber de ella.

—Sabemos lo que le sucedió a su madre —le dijo Maggie—. He hablado con la policía de Dakota del Norte. Finn necesita ayuda.

Rikke puso los ojos en blanco, como si de nuevo fuera profesora y uno de sus alumnos hubiera cometido un error estúpido.

—¿Ayuda? ¿Acaso cree que yo no he intentado ayudarlo? Se ha pasado años entrando y saliendo de terapia —explicó, y añadió—: Lo he protegido durante todo este tiempo porque me sentía responsable.

—Finn es un hombre adulto —replicó Stride.

Rikke negó con la cabeza.

—Usted no creció en nuestra casa. Usted no sabe por lo que hemos pasado.

—La policía me contó que se rumoreaba que Finn había sufrido abusos —comentó Maggie.

—¿Rumores? Sí, eso es lo que eran. Rumores. Mantengámoslo todo en secreto para que nuestra hermoso y pequeño pueblo no tenga que enfrentarse a nada desagradable. —La voz de Rikke era amarga—. Nuestros vecinos, nuestros profesores, nuestro párroco: todos lo sabían. Y fingían que todo iba bien. Inger hacía galletas y tartas. Lo pasó tan mal cuando su marido murió, la pobre. ¿A quién le importaban los niños? ¿A quién le importaba si en realidad no era más que una flema que el diablo escupió desde el infierno?

—Usted se marchó de esa casa —apuntó Maggie.

—Sí, pero dejé a Finn.

—No podía llevárselo con usted —le dijo Stride—. No a su edad.

—¿No? Entonces soy una estúpida por haberme flagelado por ello durante treinta y cinco años. Sabía lo que le ocurriría a Finn en cuanto me marchase. Inger empezó conmigo. Yo era su pequeño pastel de cereza. Durante el día no era tan terrible, pero Finn y yo odiábamos las noches. Era como si la granja y nosotros estuviéramos en la luna. Solos nosotros tres en un triángulo retorcido. Inger obligaba a Finn a mirar, ¿sabe? Bonita imagen, ¿verdad? Obligaba a Finn a mirar mientras ella me lo chupaba. Lo obligaba a mirar mientras me sujetaba la cabeza para que yo se lo chupara. Y él aún sigue mirando. No puede parar.

—¿Dónde está? —le preguntó Stride.

—Ya se lo he dicho. No tengo ni idea.

—Hemos enviado policías a la casa de todas las chicas relacionadas con los casos de voyeurismo —explicó Stride—. No han visto a Finn ni a Clark en ninguna de ellas. Así que es probable que tenga una nueva víctima. Una chica a quien aún no conocemos.

—Sabemos que limpió a fondo su habitación antes de que la registráramos —añadió Maggie—. Necesitamos saber si encontró algo.

Rikke dejó la taza y cruzó las manos como si rezara.

—Si lo encuentran lo meterán entre rejas.

—Si no lo encontramos esta noche, puede que muera —respondió Stride.

—Había fotos —murmuró Rikke—. Muchas. Jovencitas. Algunas desnudas y otras no. Hechas a través de las ventanas de sus dormitorios.

—¿Destruyó esas fotografías?

Ella asintió.

—¿Reconoció a alguna de las chicas? —preguntó Maggie.

—Sí, he visto a varias de ellas en las noticias —admitió Rikke—. Incluso a la joven retrasada. La que murió.

—¿Había alguna reciente? ¿Alguna chica a quien hubiera encontrado después de Mary?

—Sí, tenía fotos nuevas. Aún estaban en la cámara. Otra rubia. Parecía muy joven, puede que unos quince o dieciséis años. Se parecía un poco a Laura.

—¿Sabe quién es esa chica? —preguntó Stride.

—No, no lo sé.

—¿Tiene alguna idea de cómo la encontró?

—No. —Rikke pensó con más detenimiento y añadió—: Probablemente vaya al instituto de Superior. En una de las fotografías llevaba una camiseta de los Spartans.

Stride se giró hacia Maggie.

—Sal y habla con Ristau. Averigua si podemos hacernos cuanto antes con un anuario de este curso del instituto de Superior. Puede que Rikke reconozca a esa chica en las fotos de clase.

Maggie ya se hallaba a medio camino de la puerta.

—Ahora mismo.