32

Stride esperó a que ella lo negara, pero no fue así.

—De acuerdo, tienes razón —contestó Tish, quien parecía una flor a la que hubieran dejado sin agua—. Sí, estuve allí esa noche. Debería habértelo dicho hace mucho, pero no quería que nadie lo supiera. Era algo privado. Algo entre ella y yo. Pero no es posible que creas que yo sería capaz de lastimarla. La amaba.

—Me has mentido una y otra vez. —La voz de Stride sonaba ronca y llena de ira—. Me has mentido sobre dónde estabas aquella noche y sobre lo que hiciste. Me has mentido al decir que no recordabas el motivo de la disputa entre Laura y tú. Estabas en el lugar del crimen cuando asesinaron a Laura y jamás has dicho ni una palabra de lo que viste. Me has engañado desde el principio.

—Lo sé y lo siento.

—Has comprometido de forma irreparable esta investigación.

—Sin mí, no habría investigación —le recordó Tish—. Soy el único motivo por el que alguien se interesa en este caso. Si he cometido errores, ha sido sin mala fe. Tienes que comprender…

Stride cortó el aire con una mano para interrumpirla. Ella se lo quedó mirando, asustada y en silencio. Maggie contemplaba el suelo con los brazos cruzados. Stride empujó la silla hacia atrás y se paseó por el reducido espacio de la oficina, forcejeando con la furia que sentía en esos momentos. Observó con detenimiento las fotografías del archivador.

—¿Sabía Cindy que tú estabas allí? —preguntó él.

—Sí —admitió Tish.

—Por eso quería que escribieras ese libro, ¿no es verdad? Por eso acudió a ti y no a mí.

—Sí.

Stride negó con la cabeza, incrédulo. Se sentía como si de repente tuviera que poner en tela de juicio todos los años que habían pasado juntos. Su esposa le había mentido y le había ocultado sus secretos. No sólo estaba furioso con Tish. También lo estaba con Cindy.

—Empieza desde el principio —le pidió él—. Explícamelo todo.

Tish tomó aire.

—Aquél era un mundo diferente. Pero eso ya lo sabes.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que había cosas de las que no se podía hablar. Con nadie. Mira, ya es bastante duro hoy en día ser un adolescente homosexual, a pesar de que la mayoría de institutos tiene muchos recursos y consejeros. Lo único que deseas es encajar, y no puedes. Por aquel entonces, era un secreto que guardabas para mantenerte a salvo. Yo luché contra él pero por lo menos sabía lo que era. Sin embargo, fue mucho más duro para Laura. Se resistía. Tenía miedo. Estaba desesperada por ser normal.

—¿Sabía Laura que usted era lesbiana? —preguntó Maggie.

Tish retorció los dedos. Stride sabía que se moría de ganas de fumar un cigarrillo.

—Al principio, no —explicó ella—. Sólo éramos amigas. Ella me atraía, pero me pasé meses sin intentar nada, porque no sabía lo que sentía Laura y no quería asustarla. Quiero decir que, en cierta manera, estaba bastante segura que ella sentía lo mismo que yo, pero estaba tan metida en el armario que no estaba preparada para admitirlo. Mucha gente no lo hace jamás.

—Y en un momento dado tú se lo dijiste —concluyó Stride.

—Sí.

—¿Fue ése el motivo de la disputa? —aventuró él—. ¿Por eso Laura se apartó de ti?

—Sí —reconoció Tish—. Las cosas estaban cambiando entre nosotras. Nos tocábamos más. Se trataba de algo casual, pero empezaba a tener cierto significado. Hacíamos los deberes en su cama, con las piernas de una encima de las de la otra, y nos acariciábamos como sin querer, fingiendo que no pasaba nada. Nos hacíamos masajes después de ir a correr. Dormíamos juntas, aunque no hacíamos nada, excepto compartir la misma cama. Era como si nos tanteáramos la una a la otra, toqueteándonos y aceptando lo que pasaba entre nosotras.

—¿Qué sucedió después?

—Laura empezó a agobiarse de sus sentimientos —explicó Tish—. Empezó a salir con chicos. Como si tratara de convencerse de que hacía lo correcto. Y a mí eso no me gustó. Estaba disgustada y celosa, pero no se lo dije. La mayoría de las citas fueron auténticos desastres. Se quedaba completamente paralizada. La peor fue con Peter Stanhope. Él no dejaba de presionarla para acostarse con ella y Laura no quería saber nada de eso, aunque tampoco entendía por qué. La situación llegó a un punto en que ya no podía quedarme de brazos cruzados. La amaba demasiado, y estaba segura de que también ella me quería. Así que, finalmente, en mayo de nuestro último año de instituto, le propuse ir de camping un sábado por la noche. Sólo nosotras dos. Compartimos un saco de dormir, charlamos y reímos, y mi corazón sufría por ella. Ni siquiera recuerdo cómo ocurrió, pero la besé. Y ella me devolvió el beso. Fueron besos románticos, no amistosos. Le dije que la amaba. Y lo que tenía que pasar, pasó.

—¿Qué salió mal? —preguntó Maggie.

—Fue un error. Llegamos demasiado lejos y demasiado rápido. Laura no estaba preparada para aceptar que era lesbiana. Se sublevó. Se puso en mi contra. Al día siguiente, apenas me dirigió la palabra. Empezó a evitarme. Nunca estaba en casa. Se limitó a apartarme de su vida. Yo estaba desolada.

—¿Qué hiciste?

—Jamás me había sentido tan sola. Cuando acabaron las clases, huí. Me trasladé a las Cities e intenté olvidar a Laura, pero no pude. Seguía enamorada de ella.

—¿Te pusiste en contacto con ella?

—Sí, le escribí una carta y le conté dónde estaba. Le dije que lo lamentaba. Le pregunté si al menos podíamos ser amigas, nada más, sin nada físico de por medio. No era eso lo que yo quería, y me engañaba a mí misma creyendo que podría permanecer junto a ella sin necesitar estar con ella. Sin embargo, hubiera hecho cualquier cosa por que ella volviera a mi vida.

—¿Te contestó Laura?

—Sí. A los pocos días, me envió una carta muy muy larga. Me contaba lo asustada que había estado. Lo arrepentida que se sentía por haber huido de mí. Decía que al fin había aceptado lo que era, que me amaba y que quería estar conmigo. Ni que decir tengo que me sentí flotar. Estaba extasiada. Iba a ser algo auténtico y para toda la vida. Por supuesto, éramos unas ilusas. Adolescentes. Pero jamás he vuelto a amar a nadie de esa manera, nunca jamás.

—Háblanos de la noche en el parque —le pidió Stride.

Tish cerró los ojos.

—Intento no pensar en esa noche. La he borrado de mi mente.

—Tienes que contárnoslo.

—Es demasiado terrible. La mejor noche de mi vida de repente se convirtió en la peor noche de mi vida. No era capaz de creer que Dios pudiera llegar a ser tan cruel. Tan despiadado.

—¿Qué sucedió? —preguntó Stride.

—Laura y yo nos telefoneábamos todas las noches. Planeábamos escaparnos. Yo tenía un coche viejo, así que le dije que iría a Duluth y me reuniría con ella allí. Ella escogió el cuatro de julio. Dijo que sería su día de la independencia. Quedamos en encontrarnos en la playa norte. Iba a ser algo mágico. —Tish esbozó una sonrisa triste—. Y durante un instante, lo fue.

—¿Se reunió contigo allí? —preguntó Maggie.

—Sí, llegué temprano para esperarla. Apareció corriendo entre los árboles. Me contó lo que le había sucedido en el campo de béisbol, que alguien la había asaltado. Yo lo sabía todo sobre la persona que la había estado acosando, y también lo asustada que estaba. Pensé que debíamos marcharnos de allí enseguida, pero Laura no quería volver a adentrarse en los bosques aún. Así que esperamos. Y estuvimos tanto rato allí que al final nos olvidamos de todo; estábamos tan felices de estar juntas de nuevo. No recuerdo cuántas veces nos dijimos «te quiero». Allí en la playa, en la estela de la tormenta, era como estar en una crisálida. Nos besamos. Hicimos el amor. Y dormimos un rato en la arena, la una en los brazos de la otra. No queríamos marcharnos de allí.

Stride recordó que, esa misma noche, se hallaba al otro lado del lago, con Cindy, y que también él se había sentido así.

—Pero eso no duró mucho —murmuró él.

Tish parpadeó. Su voz era apenas un murmullo inaudible para él.

—No.

Tish permanecía despierta, desnuda, mientras contemplaba el cielo. Las nubes se habían dispersado formando retazos de islas oscuras, y podía atisbar claros repletos de estrellas. Junto a sus pies, el lago murmuraba en la orilla. Esporas de álamo flotaban como copos de nieve desde el bosque y se amontonaban en la tierra junto a los montones de hojas con forma de corazón. Las dos estaban tumbadas boca arriba, la arena acariciaba su piel. Sus dedos permanecían entrelazados, las piernas separadas, como dos monigotes de papel encadenados. Se apoyó en un codo y contempló a Laura dormir. Vio un charco de lágrimas de lluvia que se había acumulado en el pecho de Laura, se inclinó, lo probó con la lengua y cenó los labios en torno a la protuberancia de un pezón endurecido. Fue recompensada con un gemido de placer, una emoción, una resonancia de la garganta de Laura.

—¿Quieres nadar? —murmuró.

—Mmm, ve tú.

Laura apenas fue capaz de despertar de su sueño y de inmediato volvió a dormirse. Una araña no más grande que la cabeza de un alfiler correteó por su hombro; Tish frunció los labios y la alejó de un soplido. Laura murmuró y se giró, equilibrando la cabeza en la base del antebrazo. El pelo le cayó por el rostro como una máscara salvaje. Su espalda arqueada estaba cubierta de arena. Su tatuaje desplegó sus alas para ella.

Tish se levantó, disfrutando del viento nocturno sobre su cuerpo. Se deslizó hasta la playa mojada, donde unos escasos centímetros de agua cubrieron los dedos de sus pies, y luego caminó entre el musgo y las piedras mientras se internaba en el lago como una sirena. A medida que se alejaba de la playa, el fondo fue desapareciendo hasta que dejó de hacer pie en las aguas profundas. Se impulsó perezosamente con los brazos y flotó en el agua. Se puso de espaldas y sintió unos dedos fríos en el cuero cabelludo. Propulsó los pies y apenas salpicó cuando impulsó su cuerpo hacia el centro del lago. El agua era como seda en su piel desnuda.

Quería gritar a Laura que se reuniera con ella, pero la playa estaba muy lejos y oscura, y el silencio parecía sagrado, como si se encontrara en una iglesia. Dejó que los pies le colgaran bajo el agua y agitó los brazos para mantener la cabeza por encima de la superficie. Cuando un mosquito le silbó en la oreja se sumergió. El lago la envolvió y rugió en sus oídos. Buceó hacia abajo y cuando sus pulmones demandaron aire, se propulsó hacia arriba agitando los pies. El agua le goteaba de las pestañas, la nariz y la barbilla, y le bajaba desde el pelo hasta la mitad de la espalda como la cosquilleante caricia de las yemas de unos dedos. Lo único que oía era su propia respiración. Apenas podía ver las airadas ondulaciones del lago allí donde ella lo había agitado. La nariz se le llenó de una humedad cenagosa y fría. Se le bloquearon el resto de los sentidos, pero no le importó. Lejos del centro del lago, en una tierra abisal entre el pasado y el futuro, se dio cuenta de que era feliz. Ése era un momento completamente distinto a cualquiera que hubiera vivido. Un momento sin preocupaciones, sólo con dicha.

Y tan rápido como llegó, se escabulló entre sus dedos como una criatura acuática y jamás regresó.

Mientras volvía a tierra, donde los árboles y el agua se cruzaban invisibles en la medialuna de costa, oyó un ruido. Se difundió por el lago, aterrizó en sus oídos y recorrió su cuerpo como la sacudida de un trueno. Ladeó la cabeza, confundida. El ruido volvió a repetirse, apagado y húmedo, un sonido que nada tenía que hacer en esos bosques. Su cuerpo se tornó indescriptiblemente frío. Supo, sin ningún indicio del porqué, que ese sonido significaba algo muy muy malo.

Quebró el silencio catedralicio y gritó:

—¡Laura! ¿Estás bien?

No obtuvo respuesta, y de alguna manera supo que jamás la habría. Ni voz cantarina. Ni risas. Ni un grito desde la orilla: «Estoy bien, tonta, ¿qué pasa?».

Sólo un redoble, un martilleo, un son de tambor. Un golpe mortífero.

Nadó. Metió la cabeza en el agua y se abrió camino con ayuda de los brazos mientras levantaba olas tras de sí. Nadó tanto y tan deprisa que su cuerpo se raspó contra la arena antes de darse cuenta siquiera de que había alcanzado la orilla. Jadeando, se puso en pie mientras se quitaba el agua de los ojos. Abrió la boca y, cuando intentó gritar una vez más, no pudo emitir sonido alguno. Vio el cuerpo de Laura en el mismo sitio donde estaba antes, pero todo lo demás había cambiado. Sus extremidades estaban deslavazadas y retorcidas. Olía a cobre y muerte. Junto a ella, arrojado de cualquier manera en el suelo, había un bate plateado.

Tish se arrojó sobre la arena, llorando, la envolvió con sus brazos en la playa, la meció como a un bebé, se bañó en su sangre, le susurró al oído, le pidió que se despertara, le dijo lo mucho que la amaba.

Una y otra vez.

Hasta que ambos cuerpos se enfriaron.

Tish lloraba en silencio con las manos cubriéndole el rostro. Maggie le apretó un hombro mientras Stride abría la puerta del despacho y pedía con gestos que trajeran una botella de agua. Tish respiró con dificultad, se irguió y se secó la cara.

—No esperaba que me hiciera tanto daño —dijo—. Me he contenido durante demasiado tiempo.

Stride asintió. Una de las secretarias trajo una botella de agua, él desenroscó el tapón y se la entregó a Tish, quien bebió a sorbitos.

—¿Cómo sabía Cindy que tú estabas allí aquella noche? —preguntó él.

—Aún me encontraba en la playa cuando ella llegó —murmuró Tish—. Me había escondido en los bosques, pero Cindy me oyó. Le expliqué lo que había pasado. Le conté la verdad sobre Laura y yo.

—Cindy jamás le dijo a nadie que te había visto allí. ¿Por qué te protegió?

—Ella sabía que yo no había matado a Laura.

—Ése no es motivo para guardar silencio. Eras una testigo.

Tish negó con la cabeza.

—Yo no vi nada. Además, Cindy no sólo me estaba protegiendo a mí. También estaba protegiendo a su padre. Si la gente hubiera descubierto la verdad sobre Laura y yo, eso le habría matado.

—Debiste hablar con la policía.

—¿Para decir qué? —exigió Tish—. Por el amor de Dios, tenía dieciocho años. Estaba terriblemente asustada. Pensaba que quien fuera que la había asesinado podía pensar que yo era capaz de identificarlo. Creía que la gente me echaría la culpa a mí. En aquel entonces, ser homosexual significaba ser un pervertido, un pederasta. Yo había perdido a Laura y no podía hacerla volver. No sabía quién lo había hecho. No tenía ninguna información que sirviera de ayuda a la policía. Lo único que quería era escapar.

—¿Tocaste el bate? —preguntó Maggie—. ¿Encontraremos tus huellas dactilares en él?

Los ojos de Tish relumbraron de rabia.

—¿Lo ves? Incluso ahora te preguntas si fui yo quien lo hizo.

—Fuiste la última persona que la vio con vida —señaló Stride.

—No toqué ese bate —dijo Tish—. No me importa lo que pienses de mí, pero te estoy diciendo la verdad. Finn ha confesado. Él debió de seguir a Laura aquella noche y nos vio hacer el amor. Debió de volverse loco de celos. Así que en cuanto me metí en el lago, perdió el control. Por lo que sé, estaba colocado y no tenía ni idea de lo que hacía.

—Me gustaría decirte que esto lo cambia todo, pero no es así —la informó Stride—. Quizá puedas incluirlo en tu libro, pero Finn jamás va a sentarse en un banquillo.

—¿Porque mentí? —quiso saber Tish.

Stride asintió.

—Aunque yo te crea, el jurado podría llegar fácilmente a la conclusión de que Laura y tú tuvisteis una disputa. Que Laura se citó contigo para despedirse y que tú no fuiste capaz de asumirlo. Eso es lo que dirá el abogado de la defensa. O quizá Peter recobró la conciencia, cogió el bate y siguió el sendero. Él acosaba a Laura, eso ya lo sabemos. Ha conservado el bate durante todos estos años. ¿Quién sabe lo que fue capaz de hacer? También tenemos a Dada. Huyó del lugar donde se cometió el asesinato. Sus huellas están en el arma del crimen. ¿No te das cuenta? Puede que sepamos lo que sucedió, pero nunca podremos probarlo. Tendrás que darte por satisfecha con eso.

Tish se puso en pie. Dejó la botella de agua medio vacía en la mesa de Stride y se alisó la ropa. Con frialdad, extendió una mano para estrechársela a Stride. Su apretón fue débil y poco convincente.

—Lamento haberte mentido —se disculpó.

Salió de la oficina y cerró la puerta detrás de ella.

Maggie miró a Stride.

—¿Tú qué crees?

Stride frunció el ceño.

—Que aún nos oculta algo.