Serena encontró a Peter Stanhope en un rincón del salón principal del Blackwood’s. Su mesa daba a las aguas tranquilas del lago, a través de unos ventanales que iban desde el techo hasta el suelo. Era la una en punto, y en el restaurante se respiraba el ajetreo del mediodía. Cuando ella tomó asiento frente a él, Peter bebía una copa de vino tinto mientras con la otra mano consultaba el correo electrónico en su Blackberry. Serena dirigió la vista hacia su labio inferior, hinchado y amoratado.
Él le siguió la mirada y se encogió de hombros.
—Tish.
—Ya me he enterado.
—Fue culpa mía —explicó Peter. Empleó el tenedor para cortar un trozo desmenuzado de pescado blanco, que masticó con cautela—. Aun así, jamás pensé que haría algo tan disparatado.
—Puede que no sea tan disparatado —dijo Serena.
Peter ladeó la cabeza con recelo.
—¿Qué quieres decir con eso?
Serena no respondió. Peter pensó en ello y luego echó un vistazo al restaurante y bajó la voz.
—¿Lo dices por el ADN? ¿Para qué demonios iba a querer Tish Verdure una muestra de mi ADN?
—¿Y tú qué crees?
Peter negó con la cabeza, regañándose a sí mismo.
—Fui un estúpido. No sabía que Stride tenía una prueba forense del asesinato de Laura.
—¿Intentas decirme que creías que Ray Wallace las había hecho desaparecer todas?
—No me gusta ese tono, Serena. No de alguien que trabaja para mí. ¿Qué clase de prueba tienen?
—No puedo decírtelo.
Peter frunció el entrecejo.
—Puedo presentar una moción para impedir que la policía lleve a cabo cualquier análisis.
—Puedes, pero entonces todo quedará al descubierto. Y saldrá en la prensa. Y la gente se preguntará qué es lo que intentas ocultar.
—Ya te he dicho que yo no maté a Laura.
—Entonces no tienes nada que temer.
—No es tan sencillo.
Serena esperó. Peter despidió a la camarera con un ademán. Frunció el ceño y se retrepó con los brazos cruzados.
—¿Qué dijo George Bush? «Cuando era joven y estúpido, era joven y estúpido».
—Tú enviaste esas cartas insultantes a Laura —concluyó Serena—. ¿Verdad?
—De acuerdo, sí. Tienes razón.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Yo salía con Laura y ella me dio puerta. Creí que estaba jugando conmigo, que me daba carrete. Estaba cabreado. Así que empecé a enviarle esas cartas. Era una broma.
—Vi una de esas notas. No era una broma.
—Dame un respiro, tenía diecisiete años.
—No busques excusas, Peter. Estabas tratando de aterrorizar a esa chica.
—Llámalo como quieras. Yo no la maté.
—No estamos hablando sólo de enviar unas cuantas notas desagradables, ¿verdad? Finn decía la verdad. Tú atacaste a Laura aquella noche en el campo de béisbol.
Los ojos de Peter se encontraron con los de Serena.
—Yo no la ataqué. Esa noche volví al terreno de juego para recoger mi bate de béisbol. Me tropecé con Laura cuando ella salía de los bosques. Sí, intenté besarla, y sí, puede que llevara las cosas demasiado lejos. Pensaba que se hacía de rogar. Eso fue lo que pasó.
—A mí todo eso me suena a violación —le dijo Serena.
—No soy un violador.
—Ya, los niños ricos nunca lo son.
El rostro de Peter se contrajo de rabia.
—Podría haberte mentido y no lo he hecho.
—¿De verdad? ¿Y qué elección tenías? Te has acorralado a ti mismo. Dijiste a la policía que Laura y tú os estuvisteis besuqueando en el campo de béisbol. Admitiste que los dos estabais juntos aquella noche.
—Lo más inteligente sería no decir nada. Eso es lo que el abogado que llevo dentro dice que debería hacer.
—Pues bien, ya que has empezado a hablar, no te detengas. ¿Qué sucedió después de que abordaras a Laura?
—Ese tipo negro se metió en medio. Me golpeó hasta dejarme inconsciente.
—¿Qué ocurrió cuando recuperaste la conciencia?
—Laura se había marchado. Y el tipo negro también. Tenía un dolor de cabeza espantoso. Me fui a casa.
—¿Y qué pasó con el bate?
—Me olvidé de él.
—¿Aún estaba en el campo de béisbol?
—No tengo ni idea de si seguía allí o no. No me dediqué a buscarlo. Ni siquiera pensé en el bate. Lo único que quería era marcharme de allí.
—¿Qué más puedes contarme de esa noche?
—Eso es todo.
—¿No sabes qué ocurrió con Laura?
—No. Por lo que sé, el tipo negro la mató. Eso es lo que he creído durante todos estos años.
—¿Viste a Finn Mathisen esa noche?
—No.
Serena negó con la cabeza.
—Como policía, no creería tu historia, Peter. Acosabas a Laura. Estabas obsesionado con ella. La atacaste la noche que la asesinaron. ¿Y luego te marchas y ya está? ¿Y alguien más va tras ella con tu bate? Debes creer que me chupo el dedo.
—Serena, por aquel entonces yo no era ningún angelito, pero ¿matar a una chica? Yo no lo hice.
Serena se levantó de la mesa.
—Creo que hemos terminado.
—Eso suena como si te estuvieras despidiendo de mí. Y del trabajo.
—Así es.
Peter se sacó la cartera y arrojó sobre la mesa un billete de cincuenta.
—Permíteme acompañarte. Tengo algo en el coche que puede hacerte cambiar de opinión. Llámalo un gesto de buena fe.
—¿Qué es?
—Tengo que enseñártelo.
Serena se encogió de hombros y aceptó. Salieron juntos del restaurante. En el aparcamiento, él señaló un Lexus negro aparcado cerca de la parte de atrás del parking.
—Ése es el mío. —Peter la cogió del brazo mientras caminaban hacia el coche—. Me han contado lo del intento de suicidio de Finn la semana pasada —comentó—. ¿Va a salir de ésta?
—Suponiendo que no vuelva a intentarlo.
—Finn debería ser el principal sospechoso de Stride, y no yo —se quejó Peter—. Él admitió haber estado en el parque esa noche y haber seguido a Laura. Y ahora intenta suicidarse después de interrogarlo.
—Finn es un sospechoso, pero tú te has vuelto a incluir en el juego con lo de esas cartas.
—No hay juego que valga. Legalmente, no tengo por qué preocuparme de lo que está pasando. Pat Burns ya lo sabe. Y estoy seguro de que Stride también. Está el tema de la cadena de custodia, el de las pruebas y el de los testigos. Nadie va a acusarme jamás de asesinato.
—Entonces ¿para qué me necesitas? —preguntó Serena.
—Mi imagen pública es muy importante para mí. Si esto llega a la prensa, y si la sospecha continúa cerniéndose sobre mí, será sumamente desagradable para mí y mis negocios.
Llegaron hasta el Lexus. Peter pasó una mano por su suave acabado.
—No sé quién mato a Laura —prosiguió—, pero si los medios de comunicación y la policía quieren hincarle el diente a algo, que ese algo sea Finn. Quiero que desentierres cuanto puedas sobre él. Averigua cosas de su pasado. Demuestra que es la clase de hombre capaz de matar a una chica. Eres detective. Investiga al sospechoso.
—Ése es trabajo de Stride —contestó Serena.
—No te estoy pidiendo que le ocultes nada. Encuentres lo que encuentres, puedes compartirlo con él. Pero los procedimientos policiales y otros casos lo tienen atado de manos. Y también está Tish, murmurándole al oído que soy culpable. Quiero a alguien sobre el terreno de juego que trabaje para mí.
—No confío en ti.
—No te pido que confíes en mí. Si encuentras pruebas que me señalen a mí, pues adelante. Pero no será así, porque yo no lo hice. Mira, sé qué clase de mujer eres, Serena. Cuando uno es policía, lo es para siempre. Quieres participar en esta investigación, y yo te ofrezco la oportunidad de trabajar en ella. Y de pagarte generosamente por tu tiempo.
Serena quería rechazarla, pero Peter tenía razón.
—¿Por qué Finn? —preguntó ella—. ¿Por qué no me pides que investigue al tipo ese negro? A Dada.
—Los abogados buscan los puntos débiles. Finn es el eslabón más débil.
—En otras palabras, prefieres que Dada siga siendo un misterio.
—Cualquiera que sea sospechoso en este caso quiere que Badal continúe siendo un misterio —admitió Peter—. Es la tarjeta «quedas libre de la cárcel» del Monopoly. Mientras nadie sepa dónde está, no se podrá probar más allá de toda duda razonable quién mató en realidad a Laura.
Serena sacudió la cabeza.
—Yo sería una pésima abogada defensora. Siempre me preguntaría si mi cliente es culpable.
—A veces es mejor no saberlo.
—Yo sí. Quiero saberlo.
Peter abrió el maletero del Lexus.
—Te he dicho que iba a ofrecerte un gesto de buena fe. Esto es para que sepas lo mucho que deseo que me creas.
Buscó en el maletero y sacó una caja alargada, de un metro de largo y quince centímetros de ancho. La cinta adhesiva que la mantenía cerrada estaba seca y amarilla. Serena vio una única palabra escrita en la caja con rotulador negro.
«DESTRUIR».
—¿Qué es? —preguntó ella.
Peter le entregó la caja. Era sólida y pesada.
—Tenías razón respecto a Ray Wallace —dijo él—. Conspiró con mi padre para mantenerme al margen del caso. Randall quería que Ray se ocupara de que Dada cargara con todo.
—¿Qué hizo Ray?
—Abandonó el caso. Después, lo arregló todo para que algunas pruebas clave desaparecieran del archivo policial. Imagino que Randall suponía que alguien podría intentar reabrir el caso algún día, y quería garantías. Así que Ray eliminó la mayor parte de las pruebas físicas. Pero no ésta. Randall insistió en guardarla él mismo. Creo que sabía que le proporcionaría un seguro en caso de que alguna vez Ray tuviera remordimientos de conciencia.
—¿Qué es? —volvió a preguntar Serena.
—Es el arma del crimen —dijo Peter—. El bate de béisbol. El que se usó para matar a Laura.